murabit2_AAREFWATADAFPGettyImages_syriansoldierwheelbarrowdesert Aaref Watad/AFP/Getty Images

¿El mito de las guerras climáticas?

NUEVA YORK – En los años precedentes a la guerra civil en Siria, el país pasó por tres sequías consecutivas que marcaron máximos históricos. Al forzar desplazamientos internos, probablemente contribuyeron a las tensiones sociales que se expresaron en las protestas populares de 2011. Pero eso no significa que el conflicto sirio sea una “guerra climática”.

A medida que se multiplican los acontecimientos relacionados con condiciones climáticas extremas, cada vez se vuelve más fácil encontrar un vínculo entre cambio climático y confrontaciones violentas. En Sudán, la limpieza étnica llevada a cabo por el ex Presidente Omar al-Bashir se ha ligado a la expansión hacia el sur del Desierto del Sáhara, que ha generado disturbios sociales al exacerbar la inseguridad alimentaria. Lo mismo ha ocurrido con las disputas territoriales en el Mar del Sur de China, debido a la competencia por las áreas de pesca. Hoy algunos advierten de una “guerra hídrica en ciernes” entre Egipto y Etiopía, generada por la construcción por parte de esta última de una represa en el Nilo.

Sin embargo, la narrativa de las “guerras climáticas” tiene grandes errores. Desde Siria a Sudán, los conflictos actuales son causados por múltiples factores complejos e interrelacionados, desde tensiones étnico-religiosas a una prolongada represión política. Si bien los efectos del cambio climático pueden exacerbar la inestabilidad social y política, el cambio climático no causó estas guerras. Este es un importante matiz, no en menor medida para fines de la capacidad de rendición de cuentas: el cambio climático no se debe usar para esquivar la responsabilidad de resolver o evitar confrontaciones violentas.

Aun así, según lo que arguyen los expertos militares y climáticos, el cambio climático es un “multiplicador de amenazas”, y por ende un asunto importante de seguridad nacional. Sin embargo, los ecologistas y académicos han evitado o rechazado desde hace mucho los debates sobre “seguridad climática”, no por reducir los riesgos que implica el cambio climático, sino porque temen que enmarcar el cambio climático como un asunto de seguridad socave los esfuerzos para mitigar esos riesgos, al facilitar que las propias acciones contra el cambio climático sean asumidas de manera creciente como un tema de seguridad.

La transformación en asunto de seguridad suele ser una táctica política, en la que los líderes construyen una amenaza a la seguridad para justificar el despliegue de medidas extraordinarias y hasta ilegales que infrinjan los derechos de las personas. Si la lucha contra el cambio climático se convierte en tea de seguridad, por ejemplo, se podría utilizar para racionalizar nuevas restricciones al desplazamiento de las personas, permitido por el sentimiento antiinmigración y reforzándolo.

Presentar al clima como un asunto de seguridad también puede desafiar la ya tensionada cooperación internacional sobre la gobernanza climática, mientras ahuyenta las intervenciones necesarias –como el cambio a una economía con bajas emisiones de carbono- para mejorar la preparación militar. Más aún, el consiguiente discurso apocalíptico bien podría producir un mayor desinterés público, lo que debilitaría más aún la responsabilidad democrática.

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No obstante, incluso si algunos estados miembros de las Naciones Unidas manifiestan su preocupación sobre el proceso de mayor vinculación entre cambio climático y seguridad, la mayoría de los países están moviéndose precisamente en esa dirección. En 2013, el American Security Project informó que un 70% de los países consideran el cambio climático como una amenaza a su seguridad, y al menos 7 ejércitos nacionales ya tienen planes de contingencia claros ante esta amenaza.

El Consejo de Seguridad de la ONU también está volviéndose más activo en el campo de la seguridad climática. Tras reconocer el papel del cambio climático en el conflicto del Lago Chad (Resolución 2349), el Consejo llevó a cabo sus primeros debates sobre la relación entre cambio climático y seguridad, con la participación de un amplio y diverso grupo de estados miembros.

Puede que nunca sea factible desvincular los debates sobre la acción climática de las consideraciones de seguridad nacional. Por otra parte, relacionar cambio climático y seguridad puede contribuir positivamente a movilizar medidas climáticas. La clave para evitar los riesgos de la transformación en asunto de seguridad es ir más allá de los paradigmas (que sobredimensionan las narrativas de “seguridad dura” centradas en lo militar) que siguen dando forma a las políticas y al discurso público sobre seguridad. Una manera de lograrlo es adoptar un enfoque con mayor inclusión de géneros para la prevención y solución de conflictos.

Los estudios demuestran que las mujeres tienen mayor tendencia a impulsar enfoques colaborativos para lograr la paz, organizando a las partes más allá de las divisiones étnicas, culturales y sectarias. Una aproximación así “eleva las perspectivas de estabilidad a largo plazo y reduce las probabilidades de que los estados fracasen, surjan conflictos y crezca la pobreza”. Cuando las mujeres participan en las negociaciones de paz, los acuerdos resultantes tienen un 35% más de probabilidades de durar al menos 15 años.

Una paz sostenible solo es posible si se reconoce la necesidad del liderazgo de las mujeres locales, que tienen experiencia y conocimientos relevantes y, sin embargo, se encuentran excluidas de los marcos nacionales y multilaterales. Después de todo, para que las decisiones políticas satisfagan las necesidades de las comunidades afectadas, estas deben tener un asiento en la mesa.

Por ejemplo, en Indonesia Farwiza Farhan ha adquirido una experiencia única de años de facilitación de conversaciones sobre protección de bosques con inclusión de las comunidades y respeto a las partes interesadas. En Somalia, Ilwad Elman ha demostrado su capacidad de manejarse en iniciativas intersectoriales por la paz a través de su organización, Elman Peace.

Por supuesto, también existe un imperativo de dar a más mujeres las herramientas que necesitan para unirse a este proceso. Las interconexiones que se identifican en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU ofrecen un mapa funcional para entregar el valor necesario. En particular, mejorar la salud reproductiva (ODS 3) y la educación (ODS 4) de jóvenes y mujeres es una de las maneras más eficaces de mitigar el cambio climático (ODS 13) y empoderarlas como líderes comunitarias (ODS 5).

En lugar de resistirse a convertir el clima en un tema que amenaza la seguridad, los grupos de presión y las autoridades deberían avanzar en lo que el Instituto de Estocolmo de Estudios Internacionales por la Paz llama “la climatización de la seguridad”. La mejor manera de hacerlo es usar la seguridad para aumentar la relevancia de las medidas climáticas, evidenciando las insuficiencias de los marcos de seguridad actuales y promoviendo la inclusión de género y los liderazgos locales como soluciones holísticas y de largo plazo para el fomento de la paz local, regional e internacional.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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