LONDRES – El monzón de Asia oriental está golpeando a China este verano boreal. A finales de julio, se habían emitido alertas de inundaciones relacionadas a 433 ríos, miles de hogares y negocios habían sido destruidos, y millones de personas estaban a punto de quedarse sin hogar. El nivel de agua del lago Poyang, el lago de agua dulce más grande de China, alcanzó una crecida récord de 22,6 metros (74 pies), lo que indujo a que las autoridades de la provincia oriental de Jiangxi (población: 45 millones de habitantes) emitan medidas de “tiempo de guerra”. Los ciudadanos chinos no se habían visto amenazados con una devastación de esta magnitud desde hace más de 20 años, y probablemente dicha situación sea sólo el comienzo.
Las inundaciones destructivas no son nuevas para China, que lleva miles de años teniendo en cuenta a sus poderosos ríos. Históricamente, la estabilidad política a menudo ha dependido de la capacidad que tienen los gobiernos para domarlos. En 1998, la última vez que China se vio paralizada por inundaciones catastróficas, más de 3.000 personas murieron, 15 millones quedaron sin hogar, y las pérdidas económicas alcanzaron los 24 mil millones de dólares. Como reflejo de la importancia política de las inundaciones, el gobierno chino se apresuró a implementar nuevas medidas (desde inversiones en infraestructura hasta reformas al uso de la tierra) para evitar que semejante desastre se repita.
Desde entonces, China ha surgido como la segunda economía más grande del mundo, gracias a ir tras el logro de modernización e industrialización avanzada. Uno de los principales factores de su éxito ha sido su extraordinario stock de infraestructura fluvial. En los últimos 20 años, los sistemas fluviales de China han sido manipulados en maneras sin precedentes, no sólo para evitar una repetición de lo ocurrido el año 1998, sino también para generar suficiente energía hidroeléctrica para sustentar la industrialización. Como resultado, hoy en día el agua que fluye en el río Yangtsé se topa con una cascada de represas e infraestructuras sin precedentes a nivel mundial.
La joya de la corona de este sistema es la presa de las Tres Gargantas, la más grande del mundo, que está diseñada precisamente para atenuar el impacto de una inundación pico. En el año 2010, un ciclo inusual de La Niña en el Pacífico oriental sometió a la presa recién puesta en marcha a su primera gran prueba. En julio de ese año, su embalse acomodó una entrada de 70.000 metros cúbicos de agua por segundo. El nivel del agua del embalse subió cuatro metros, pero se mantuvo, evitando un desastre. El mensaje fue que China ahora podía dormir tranquila con la seguridad de que el río Yangtsé había sido domado.
Sin embargo, la gestión del agua es siempre provisional, debido a que los riesgos nunca se eliminan. El embalse detrás de la presa de las Tres Gargantas está una vez más peligrosamente lleno, y el gobierno ha movilizado a los militares para reforzar los diques que se erigen como la última línea de defensa de las comunidades y empresas ubicadas aguas abajo. Si bien es poco probable que los sistemas de control de inundaciones del Yangtsé fallen completamente, los funcionarios chinos están preocupados con razón. Más allá de los efectos físicos inmediatos, una falla significativa tendría consecuencias políticas graves y de gran alcance.
Un ilustrativo paralelismo histórico con la situación actual de China es la Gran inundación del Mississippi de 1927, la peor en la historia de Estados Unidos. Después de meses de fuertes lluvias que comenzaron en el verano de 1926, los afluentes del río Mississippi habían alcanzado su capacidad y los diques se rompieron. El agua inundó 27.000 millas cuadradas (70.000 kilómetros cuadrados) de tierras, desplazando a 700.000 personas. La inundación golpeó a un país que, al igual que China hoy, había desarrollado una fe inquebrantable en su capacidad para controlar a la naturaleza.
Más allá de la devastación inmediata, la Gran inundación del Mississippi tuvo tres efectos duraderos. En primer lugar, demostró que el control de los ríos es una ilusión: los ríos pueden ser gestionados, pero nunca totalmente controlados. Las inversiones en activos fijos costosos, como las presas, deben ir acompañadas de un enfoque reflexivo para manejar un sistema fluvial vivo. El cemento no puede ser la única herramienta. Las llanuras aluviales, los seguros, y las políticas de uso de la tierra también tienen un papel importante que desempeñar.
En segundo lugar, una gestión exitosa de las inundaciones requiere que se escuchen las voces de todas las partes interesadas locales. Casi un siglo después de la Gran inundación del Mississippi, los funcionarios estadounidenses aún realizan viajes en barco y giras de escucha por las comunidades del Bajo Mississippi. En este ejercicio de democracia en tiempo real, incluso las instituciones más poderosas están obligadas por ley a escuchar, reconocer y considerar las preocupaciones locales.
Por último, la inundación generó una enorme energía política justo cuando el equilibrio mundial de poder estaba cambiando. El Imperio Británico, la mayor economía del mundo, estaba en plena crisis fiscal, mientras que Estados Unidos había crecido hasta convertirse en una potencia económica. Estados Unidos progresivamente se estaba convirtiendo en el principal productor mundial de granos, lo que significaba que sus granjas y fábricas eran la base fundamental para su éxito económico.
La respuesta inmediata a la crisis fue dirigida por el entonces secretario de Comercio, Herbert Hoover, quien gozaba de amplio apoyo (debido en gran medida a sus propios esfuerzos propagandísticos). Un año después, Hoover aprovechó este apoyo para asegurarse de obtener la nominación republicana a la presidencia, la cual ganó.
Pero, mientras tanto, el feroz descontento entre los agricultores de la cuenca del Bajo Mississippi se hizo más intenso tras una sequía en las Grandes Llanuras. Este fermento político desató una ola de populismo y proteccionismo que culminó con la infame Ley Arancelaria Smoot-Hawley de 1930, diseñada para proteger los productos agrícolas estadounidenses. La aplicación del arancel rápidamente se convirtió en una de las guerras comerciales más destructivas del siglo XX, profundizándose aún más la Gran Depresión. Los efectos de la inundación de Mississippi se internacionalizaron a lo largo de las rutas comerciales de la economía mundial.
No está nada claro cómo se desarrollarán las cosas en China. A medida que los funcionarios chinos navegan por la crisis, incluso un cuasi accidente debería provocar una reconsideración de su actual enfoque respecto al manejo de los recursos hídricos. Las lecciones del siglo XX son claras. Se pueden manejar los ríos, pero no son susceptibles de control, y seguramente se tornaran en más difíciles de manejar como resultado del cambio climático.
El resto del mundo debería prestar mucha atención a lo que está sucediendo en la cuenca del río Yangtsé. Las crisis ribereñas tienen una comprobada tendencia en cuanto a avivar las tensiones sociales y la inestabilidad política. Y, el impacto de una inundación verdaderamente catastrófica en China no afectaría sólo a este país.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos
LONDRES – El monzón de Asia oriental está golpeando a China este verano boreal. A finales de julio, se habían emitido alertas de inundaciones relacionadas a 433 ríos, miles de hogares y negocios habían sido destruidos, y millones de personas estaban a punto de quedarse sin hogar. El nivel de agua del lago Poyang, el lago de agua dulce más grande de China, alcanzó una crecida récord de 22,6 metros (74 pies), lo que indujo a que las autoridades de la provincia oriental de Jiangxi (población: 45 millones de habitantes) emitan medidas de “tiempo de guerra”. Los ciudadanos chinos no se habían visto amenazados con una devastación de esta magnitud desde hace más de 20 años, y probablemente dicha situación sea sólo el comienzo.
Las inundaciones destructivas no son nuevas para China, que lleva miles de años teniendo en cuenta a sus poderosos ríos. Históricamente, la estabilidad política a menudo ha dependido de la capacidad que tienen los gobiernos para domarlos. En 1998, la última vez que China se vio paralizada por inundaciones catastróficas, más de 3.000 personas murieron, 15 millones quedaron sin hogar, y las pérdidas económicas alcanzaron los 24 mil millones de dólares. Como reflejo de la importancia política de las inundaciones, el gobierno chino se apresuró a implementar nuevas medidas (desde inversiones en infraestructura hasta reformas al uso de la tierra) para evitar que semejante desastre se repita.
Desde entonces, China ha surgido como la segunda economía más grande del mundo, gracias a ir tras el logro de modernización e industrialización avanzada. Uno de los principales factores de su éxito ha sido su extraordinario stock de infraestructura fluvial. En los últimos 20 años, los sistemas fluviales de China han sido manipulados en maneras sin precedentes, no sólo para evitar una repetición de lo ocurrido el año 1998, sino también para generar suficiente energía hidroeléctrica para sustentar la industrialización. Como resultado, hoy en día el agua que fluye en el río Yangtsé se topa con una cascada de represas e infraestructuras sin precedentes a nivel mundial.
La joya de la corona de este sistema es la presa de las Tres Gargantas, la más grande del mundo, que está diseñada precisamente para atenuar el impacto de una inundación pico. En el año 2010, un ciclo inusual de La Niña en el Pacífico oriental sometió a la presa recién puesta en marcha a su primera gran prueba. En julio de ese año, su embalse acomodó una entrada de 70.000 metros cúbicos de agua por segundo. El nivel del agua del embalse subió cuatro metros, pero se mantuvo, evitando un desastre. El mensaje fue que China ahora podía dormir tranquila con la seguridad de que el río Yangtsé había sido domado.
Sin embargo, la gestión del agua es siempre provisional, debido a que los riesgos nunca se eliminan. El embalse detrás de la presa de las Tres Gargantas está una vez más peligrosamente lleno, y el gobierno ha movilizado a los militares para reforzar los diques que se erigen como la última línea de defensa de las comunidades y empresas ubicadas aguas abajo. Si bien es poco probable que los sistemas de control de inundaciones del Yangtsé fallen completamente, los funcionarios chinos están preocupados con razón. Más allá de los efectos físicos inmediatos, una falla significativa tendría consecuencias políticas graves y de gran alcance.
Un ilustrativo paralelismo histórico con la situación actual de China es la Gran inundación del Mississippi de 1927, la peor en la historia de Estados Unidos. Después de meses de fuertes lluvias que comenzaron en el verano de 1926, los afluentes del río Mississippi habían alcanzado su capacidad y los diques se rompieron. El agua inundó 27.000 millas cuadradas (70.000 kilómetros cuadrados) de tierras, desplazando a 700.000 personas. La inundación golpeó a un país que, al igual que China hoy, había desarrollado una fe inquebrantable en su capacidad para controlar a la naturaleza.
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Más allá de la devastación inmediata, la Gran inundación del Mississippi tuvo tres efectos duraderos. En primer lugar, demostró que el control de los ríos es una ilusión: los ríos pueden ser gestionados, pero nunca totalmente controlados. Las inversiones en activos fijos costosos, como las presas, deben ir acompañadas de un enfoque reflexivo para manejar un sistema fluvial vivo. El cemento no puede ser la única herramienta. Las llanuras aluviales, los seguros, y las políticas de uso de la tierra también tienen un papel importante que desempeñar.
En segundo lugar, una gestión exitosa de las inundaciones requiere que se escuchen las voces de todas las partes interesadas locales. Casi un siglo después de la Gran inundación del Mississippi, los funcionarios estadounidenses aún realizan viajes en barco y giras de escucha por las comunidades del Bajo Mississippi. En este ejercicio de democracia en tiempo real, incluso las instituciones más poderosas están obligadas por ley a escuchar, reconocer y considerar las preocupaciones locales.
Por último, la inundación generó una enorme energía política justo cuando el equilibrio mundial de poder estaba cambiando. El Imperio Británico, la mayor economía del mundo, estaba en plena crisis fiscal, mientras que Estados Unidos había crecido hasta convertirse en una potencia económica. Estados Unidos progresivamente se estaba convirtiendo en el principal productor mundial de granos, lo que significaba que sus granjas y fábricas eran la base fundamental para su éxito económico.
La respuesta inmediata a la crisis fue dirigida por el entonces secretario de Comercio, Herbert Hoover, quien gozaba de amplio apoyo (debido en gran medida a sus propios esfuerzos propagandísticos). Un año después, Hoover aprovechó este apoyo para asegurarse de obtener la nominación republicana a la presidencia, la cual ganó.
Pero, mientras tanto, el feroz descontento entre los agricultores de la cuenca del Bajo Mississippi se hizo más intenso tras una sequía en las Grandes Llanuras. Este fermento político desató una ola de populismo y proteccionismo que culminó con la infame Ley Arancelaria Smoot-Hawley de 1930, diseñada para proteger los productos agrícolas estadounidenses. La aplicación del arancel rápidamente se convirtió en una de las guerras comerciales más destructivas del siglo XX, profundizándose aún más la Gran Depresión. Los efectos de la inundación de Mississippi se internacionalizaron a lo largo de las rutas comerciales de la economía mundial.
No está nada claro cómo se desarrollarán las cosas en China. A medida que los funcionarios chinos navegan por la crisis, incluso un cuasi accidente debería provocar una reconsideración de su actual enfoque respecto al manejo de los recursos hídricos. Las lecciones del siglo XX son claras. Se pueden manejar los ríos, pero no son susceptibles de control, y seguramente se tornaran en más difíciles de manejar como resultado del cambio climático.
El resto del mundo debería prestar mucha atención a lo que está sucediendo en la cuenca del río Yangtsé. Las crisis ribereñas tienen una comprobada tendencia en cuanto a avivar las tensiones sociales y la inestabilidad política. Y, el impacto de una inundación verdaderamente catastrófica en China no afectaría sólo a este país.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos