El oscurantismo de las células madre

El 19 de mayo, un grupo de científicos coreanos publicaron en la revista Science los resultados de una investigación que por primera vez aisló líneas de células madre embrionarias adaptadas específicamente para igualar el ADN de pacientes hombres y mujeres de diferentes edades. Al día siguiente, científicos británicos de la Universidad de Newcastle anunciaron que habían producido con éxito un embrión humano clonado utilizando óvulos donados y material genético obtenido de células madre.

Ambos resultados constituyen avances enormes en la investigación sobre las células madre. Las células madre embrionarias son pluripotentes, es decir que tienen la capacidad de convertirse en cualquier tipo de tejido humano. Esto conlleva grandes promesas, en particular para quienes sufren de lesiones y enfermedades de la médula espinal. Años de estudios y la súplicas apasionadas de pacientes de todo el mundo finalmente están allanando el camino para una técnica --la transferencia nuclear celular somática, también conocida como "clonación terapéutica"-- que podría traer cambios trascendentales para la salud de todos nosotros.

El momento en que se dio el anuncio no es menos notable que los últimos descubrimientos: en la víspera de una votación en el Congreso de los Estados Unidos para ampliar el financiamiento federal para las investigaciones sobre células madre embrionarias creadas durante la fertilización in vitro (pero nunca implantadas en una matriz). Ambos anuncios se dieron también un mes antes del referéndum en Italia --la mayor consulta popular sobre el tema jamás celebrada en cualquier lugar-- que busca cambiar una ley adoptada el año pasado que prohíbe tanto la fertilización en vitro como la investigación sobre células madre.

Por supuesto, el debate sobre la clonación terapéutica no se limita a Estados Unidos e Italia. La Asamblea General de las Naciones Unidas concluyó un debate sobre el tema en marzo de 2005 con la aprobación de una declaración no obligatoria que llama a los Estados a "prohibir cualquier forma de clonación humana ya que es incompatible con la dignidad humana y la protección de la vida humana". La declaración fue aprobada con 84 votos a favor, 34 en contra y 37 abstenciones.

El verano pasado, en respuesta a la decisión de las Naciones Unidas, 78 premios Nóbel firmaron una petición para desalentar la adopción de una prohibición internacional a la clonación humana porque "condenaría a cientos de millones de individuos que sufren de enfermedades debilitantes a una vida sin esperanzas". La petición, a iniciativa de la Asociación Luca Coscioni, una ONG dedicada a la promoción de la libertad de la investigación científica, hacía un llamado a los gobiernos a rechazar las prohibiciones en favor de "reglas que protejan el derecho a la vida y la salud garantizando la libertad de investigación, elección y conocimientos".

Por supuesto, existe un consenso extendido en contra de la clonación para fines de reproducción humana y la mayoría del mundo ha prohibido esta práctica, así que esta no es la cuestión. El punto de los premios Nóbel es que, en lo que se refiere a la clonación terapéutica, en lugar de intentar una prohibición global, sería mucho más sensato, y tal vez más eficaz, promover un régimen normativo internacional a través de la legalización amplia de la investigación sobre las células madre.

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Pero como lo ilustra la declaración de la ONU --y el largo debate previo a su adopción-- los argumentos científicos no están en el corazón de las discusiones nacionales e internacionales, que se centran en preguntas relativas al inicio de la "vida humana". Como sabemos, la ciencia y la religión ofrecen respuestas distintas. Algunos teólogos cristianos, por ejemplo, creen que la vida comienza en el momento de la concepción, mientras que los científicos sostienen que las células nerviosas y cerebrales surgen alrededor de 14 días después de la concepción. Los científicos generalmente concuerdan en que las investigaciones se deben realizar en ese período --y se deben permitir siempre en embriones sobrantes que nunca serán implantados.

En un debate tan importante, la calidad de la información que se presenta es crucial y no es por coincidencia que quienes se oponen a la investigación de las células madre prefieran evitar un debate público que los obligaría a confrontar argumentos científicos. Saben muy bien que siempre que se ha permitido y alentado un debate secular y científico el público --sin importar su nacionalidad o filiación política o religiosa-- se ha expresado abrumadoramente en favor de la investigación sobre las células madre.

Vimos un claro ejemplo de ello en noviembre pasado en California cuando el 60% del electorado votó a favor de la Proposición 71 sobre el financiamiento estatal a la investigación sobre células madre. De manera similar, las últimas encuestas en Italia indican que una mayoría abrumadora de quienes tienen la intención de votar están a favor de la clonación terapéutica. Sin embrago, un referéndum en Italia exige una participación del 50% para que el resultado sea válido. Es revelador que el Vaticano, sabedor de que no puede ganar, esté ahora haciendo una fuerte campaña en favor de la abstención masiva.

En esto hay más en juego que el avance de la ciencia. La postura del Vaticano en la votación italiana es representativa de una amenaza más amplia a los cimientos mismos de la democracia liberal moderna: la separación constitucional entre Iglesia y Estado.

En una era de preocupaciones crecientes sobre el fundamentalismo religioso, las instituciones democráticas liberales deben reafirmar su papel en la protección de los derechos individuales para todos. Y a fin de garantizar el disfrute pleno de nuestras libertades --sean de culto o de investigación científica-- el Estado debe reafirmar su naturaleza secular. Necesitamos mecanismos para abordar las violaciones a las creencias morales o religiosas, pero no podemos poner restricciones a la capacidad de los individuos para contribuir al bienestar público.

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