SEATTLE – Según estadísticas recientes, el Washington Post, el New York Times y el Wall Street Journal publican un total combinado de mil noticias al día. El informe no dice cuánta gente las leerá todas, pero no es arriesgado suponer que nadie lo consigue.
Es probable que todos pasemos por alto decenas de miles de noticias importantes al año. Pero la noticia más grande que pasó inadvertida en 2019 ocurrió el 10 de octubre en un salón de conferencias en Lyon (Francia), donde una asamblea de funcionarios públicos, dirigentes empresariales y filántropos comprometió 14 000 millones de dólares para una organización llamada Fondo Mundial.
A la mayoría de las personas el nombre de esta organización no les dice mucho, hasta que lo oyen completo: Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria. El Fondo se creó poco después del inicio del nuevo milenio, cuando cientos de miles de niños morían de enfermedades evitables. La crisis del sida estaba en su apogeo; un medio describió el virus como una “guadaña maligna” que segaba el África subsahariana. Hubo quien predijo que su difusión imparable llevaría al derrumbe de países enteros. Era una crisis internacional, y demandaba una respuesta internacional.
Quien era entonces secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, planteó al mundo una serie de metas concretas relacionadas con reducir la pobreza y las enfermedades: los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Y para alcanzarlos instituyó el Fondo Mundial.
El Fondo se pensó como un nuevo tipo de emprendimiento multilateral (no una mera coalición de gobiernos) y convocó a socios de los sectores empresarial y filantrópico, incluida la recién creada Fundación Bill y Melinda Gates. Esta modalidad inclusiva hizo posible el aprovechamiento de una gama de experiencia más amplia.
En las últimas dos décadas, el Fondo Mundial transformó el combate al sida, la tuberculosis y la malaria (las tres mayores causas de muerte en los países pobres). Mediante un aprovechamiento combinado de recursos, creó economías de escala para productos salvadores como redes cubrecama antimosquito contra la malaria y fármacos antirretrovirales. Luego, trabajando con casi cien países, construyó una inmensa cadena de suministro para la provisión de los bienes. En el proceso, las muertes por sida se redujeron un 50% desde su nivel máximo, y las muertes por malaria disminuyeron cerca del 50% desde el inicio del milenio. Ahora el Fondo tiene otros 14 000 millones de dólares en financiación para continuar este trabajo.
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La renovación de fondos es una gran noticia, sobre todo por la enorme cantidad de vidas que ayudará a salvar. El Fondo calcula que los 14 000 millones de dólares permitirán reducir de nuevo a casi la mitad los índices de mortandad de las tres enfermedades de aquí a 2023. Eso supone salvar 16 millones de vidas.
Pero lo que sucedió el 10 de octubre en Lyon es fundamental por otro motivo: es un ejemplo de la gran disyuntiva que se le presenta al mundo en este punto trascendental de la historia.
Por un lado, esta exitosa captación de fondos reciente es un testimonio de cómo el mundo respondía a las crisis humanitarias en los primeros años de este siglo. El multilateralismo, tal parece, funcionó, y funcionó muy bien.
En ese mismo período también surgieron organizaciones como Gavi, una alianza mundial de representantes de los sectores público y privado que buscan llevar las vacunas hasta los niños más pobres del mundo. Hasta la fecha, Gavi ayudó a vacunar a más de 760 millones de niños. Y la tasa de cobertura de la vacuna contra la difteria, el tétanos y la tos convulsa (DTP3) en los países con respaldo de Gavi aumentó de 59% en 2000 a 81% en 2018, sólo cuatro puntos porcentuales por debajo de la media mundial. (Gavi también deberá obtener más fondos el año entrante.)
Por otro lado, que desde principios de este siglo no se haya creado ningún otro organismo multilateral similar (al menos, de una magnitud semejante) debería hacernos pensar.
El Fondo consiguió recaudar 14 000 millones de dólares en un momento de creciente aislacionismo. Hoy muchos gobiernos parecen partidarios de actuar en soledad en vez de participar en la búsqueda unificada de soluciones a los problemas que funcionó tan bien en los últimos veinte años. El Brexit es un ejemplo de esto. Otros son la decisión del presidente estadounidense Donald Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo climático firmado en 2015 en París y el pedido de su gobierno de implementar amplios recortes a la ayuda estadounidense al extranjero (que gracias al Congreso, todavía no se concretaron).
Me pregunto a menudo qué hubiera sucedido si la crisis del sida hubiera estallado veinte años después. ¿Podríamos crear el Fondo Mundial hoy? Yo creo que no. Sería muy difícil generar apoyo a una iniciativa de esta naturaleza en el entorno actual.
De modo que lo que sucedió el mes pasado en Lyon es parte de una noticia en desarrollo. ¿Se dará cuenta el mundo de que las coaliciones multilaterales funcionan y cambiará de rumbo? ¿O la era del multilateralismo terminó?
La refinanciación del Fondo Mundial puede ser la mejor noticia que pasó inadvertida en 2019. Pero si no detenemos la caída en el aislacionismo y comenzamos a reconstruir una comunidad global, es la clase de noticias que tal vez nunca volvamos a oír.
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The Norwegian finance ministry recently revealed just how much the country has benefited from Russia's invasion of Ukraine, estimating its windfall natural-gas revenues for 2022-23 to be around $111 billion. Yet rather than transferring these gains to those on the front line, the government is hoarding them.
argue that the country should give its windfall gains from gas exports to those on the front lines.
At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
SEATTLE – Según estadísticas recientes, el Washington Post, el New York Times y el Wall Street Journal publican un total combinado de mil noticias al día. El informe no dice cuánta gente las leerá todas, pero no es arriesgado suponer que nadie lo consigue.
Es probable que todos pasemos por alto decenas de miles de noticias importantes al año. Pero la noticia más grande que pasó inadvertida en 2019 ocurrió el 10 de octubre en un salón de conferencias en Lyon (Francia), donde una asamblea de funcionarios públicos, dirigentes empresariales y filántropos comprometió 14 000 millones de dólares para una organización llamada Fondo Mundial.
A la mayoría de las personas el nombre de esta organización no les dice mucho, hasta que lo oyen completo: Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria. El Fondo se creó poco después del inicio del nuevo milenio, cuando cientos de miles de niños morían de enfermedades evitables. La crisis del sida estaba en su apogeo; un medio describió el virus como una “guadaña maligna” que segaba el África subsahariana. Hubo quien predijo que su difusión imparable llevaría al derrumbe de países enteros. Era una crisis internacional, y demandaba una respuesta internacional.
Quien era entonces secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, planteó al mundo una serie de metas concretas relacionadas con reducir la pobreza y las enfermedades: los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Y para alcanzarlos instituyó el Fondo Mundial.
El Fondo se pensó como un nuevo tipo de emprendimiento multilateral (no una mera coalición de gobiernos) y convocó a socios de los sectores empresarial y filantrópico, incluida la recién creada Fundación Bill y Melinda Gates. Esta modalidad inclusiva hizo posible el aprovechamiento de una gama de experiencia más amplia.
En las últimas dos décadas, el Fondo Mundial transformó el combate al sida, la tuberculosis y la malaria (las tres mayores causas de muerte en los países pobres). Mediante un aprovechamiento combinado de recursos, creó economías de escala para productos salvadores como redes cubrecama antimosquito contra la malaria y fármacos antirretrovirales. Luego, trabajando con casi cien países, construyó una inmensa cadena de suministro para la provisión de los bienes. En el proceso, las muertes por sida se redujeron un 50% desde su nivel máximo, y las muertes por malaria disminuyeron cerca del 50% desde el inicio del milenio. Ahora el Fondo tiene otros 14 000 millones de dólares en financiación para continuar este trabajo.
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La renovación de fondos es una gran noticia, sobre todo por la enorme cantidad de vidas que ayudará a salvar. El Fondo calcula que los 14 000 millones de dólares permitirán reducir de nuevo a casi la mitad los índices de mortandad de las tres enfermedades de aquí a 2023. Eso supone salvar 16 millones de vidas.
Pero lo que sucedió el 10 de octubre en Lyon es fundamental por otro motivo: es un ejemplo de la gran disyuntiva que se le presenta al mundo en este punto trascendental de la historia.
Por un lado, esta exitosa captación de fondos reciente es un testimonio de cómo el mundo respondía a las crisis humanitarias en los primeros años de este siglo. El multilateralismo, tal parece, funcionó, y funcionó muy bien.
En ese mismo período también surgieron organizaciones como Gavi, una alianza mundial de representantes de los sectores público y privado que buscan llevar las vacunas hasta los niños más pobres del mundo. Hasta la fecha, Gavi ayudó a vacunar a más de 760 millones de niños. Y la tasa de cobertura de la vacuna contra la difteria, el tétanos y la tos convulsa (DTP3) en los países con respaldo de Gavi aumentó de 59% en 2000 a 81% en 2018, sólo cuatro puntos porcentuales por debajo de la media mundial. (Gavi también deberá obtener más fondos el año entrante.)
Por otro lado, que desde principios de este siglo no se haya creado ningún otro organismo multilateral similar (al menos, de una magnitud semejante) debería hacernos pensar.
El Fondo consiguió recaudar 14 000 millones de dólares en un momento de creciente aislacionismo. Hoy muchos gobiernos parecen partidarios de actuar en soledad en vez de participar en la búsqueda unificada de soluciones a los problemas que funcionó tan bien en los últimos veinte años. El Brexit es un ejemplo de esto. Otros son la decisión del presidente estadounidense Donald Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo climático firmado en 2015 en París y el pedido de su gobierno de implementar amplios recortes a la ayuda estadounidense al extranjero (que gracias al Congreso, todavía no se concretaron).
Me pregunto a menudo qué hubiera sucedido si la crisis del sida hubiera estallado veinte años después. ¿Podríamos crear el Fondo Mundial hoy? Yo creo que no. Sería muy difícil generar apoyo a una iniciativa de esta naturaleza en el entorno actual.
De modo que lo que sucedió el mes pasado en Lyon es parte de una noticia en desarrollo. ¿Se dará cuenta el mundo de que las coaliciones multilaterales funcionan y cambiará de rumbo? ¿O la era del multilateralismo terminó?
La refinanciación del Fondo Mundial puede ser la mejor noticia que pasó inadvertida en 2019. Pero si no detenemos la caída en el aislacionismo y comenzamos a reconstruir una comunidad global, es la clase de noticias que tal vez nunca volvamos a oír.
Traducción: Esteban Flamini