LONDRES – La Reserva Federal de EE. UU. se está mostrando peligrosamente complaciente ante el cambio climático. Aunque se entiende que no quiera asumir el liderazgo en un tema tan polarizador en Estados Unidos en términos políticos, lo limitado de las acciones que implementó se queda deplorablemente corto frente a lo que hace falta.
Peor aún, es probable que su nuevo ejercicio de «análisis piloto de escenarios climáticos» con seis grandes bancos subestime tanto los riesgos del cambio climático como las oportunidades que ofrece la transición hacia las emisiones nulas. La Fed no fue capaz de absorber las lecciones derivadas de ejercicios similares llevados a cabo por bancos centrales en Europa y otros sitios, y se está basando en escenarios creados por la Red para la Ecologización del Sistema Financiero (Network for Greening the Financial System, NFGS) a pesar de que cada vez se acepta más que sus supuestos son defectuosos.
Los bancos centrales reconocieron hace mucho que los modelos de evaluación integrada (MEI) dominantes que usan no tienen en cuenta riesgos fundamentales. Sin embargo, no admiten que esas fallas generan sesgos sistemáticos contra la acción climática en sus análisis. Han ignorado las críticas cáusticas de economistas destacados como Nicholas Stern y Joseph E. Stiglitz, quienes señalaron que «el valor de los MEI es muy limitado [...] No ofrecen gran cosa en términos de orientación útil, ni sobre la intensidad de la acción, ni sobre las políticas que permitan lograr los resultados deseados».
La creciente frecuencia y gravedad de los eventos climáticos extremos resultan ahora demasiados obvias como para que los bancos centrales puedan ignorarlas. Sin embargo, aunque el ejercicio de la Fed incluirá el escenario de un gran huracán en la costa este estadounidense, su modelo similar a los de la NGFS omite muchos factores y procesos fundamentales: restará importancia a los cambios disruptivos en el entorno político y en las políticas, y en los mercados financieros y la tecnología. Las complejas interacciones entre los eventos causados por el clima y el comportamiento humano —entre las que se cuentan puntos de inflexión y cambios no lineales o saltos discretos en las probabilidades del riesgo climático— apenas serán captadas.
Esto implica que no se contemplará en modo alguno la posibilidad de una guerra prolongada en Ucrania, el regreso a la Casa Blanca del negacionismo climático, una guerra comercial con China por las energías renovables, recesiones y el desplome de los mercados bursátiles. Tampoco considerará otras posibilidades positivas, como el aumento de la popularidad de la política verde progresista, la explosión de las ventas de vehículos eléctricos cuando alcancen la paridad de precios con los de motores de combustión interna, ni el avance tecnológico rápido y sostenido.
Lejos de constituir meros detalles técnicos, esos errores en los modelos podrían llevar al desastre. Según los escenarios de la NGFS debemos creer que en un mundo que mantenga el statu quo —encaminado hacia un calentamiento de 3 °C—, el PBI mundial en 2050 solo sería un 4 % menor (lo que implica una pérdida de menos de 2 años de crecimiento) al de un mundo en el que consigamos llevar las emisiones a cero y mantener el calentamiento en 1,5 °C. ¡Con razón los bancos centrales solo prevén pérdidas financieras modestas! Sin embargo, esto contrasta fuertemente con las frenéticas advertencias de los científicos climáticos sobre los enormes daños que causará el calentamiento global sostenido.
Al problema se suma que los escenarios de la NGFS minimizan los beneficios potenciales de la transición a las emisiones nulas. De hecho, sugieren que llevará a una mayor inflación y menor crecimiento, e ignoran la posibilidad de que los avances tecnológicos verdes reduzcan los precios e impulsen el crecimiento.
Esto nos lleva a otro problema del ejercicio de escenarios climáticos de la Fed: poco incidirá para impulsar a los bancos a cumplir el llamado de la NGFS a que consideren los riesgos y oportunidades climáticos en todas sus decisiones. Los bancos en Europa ya dieron a conocer árabe sus dudas sobre la utilidad de los ejercicios de supervisión locales, y es probable que haya una reacción similar en EE. UU. Los escenarios deplorablemente inadecuados para evaluar el riesgo sistémico a largo plazo son obviamente aún menos útiles para aplicar pruebas de estrés a bancos específicos.
Los bancos ya dieron a conocer sus propias promesas para llevar las emisiones a cero, y están bajo una presión más inmediata para desarrollar y ejecutar los planes de transición. Muchos ya se comprometieron con metas intermedias, como reducir a la mitad para 2030 las emisiones que financian, lo que implica reducciones del 8 % anual. Esos cambios robustos transformarán sus estrategias, modelos de negocios, y decisiones de crédito e inversión.
Esos acontecimientos debieran obligar a un cambio radical en los análisis de escenarios climáticos. Es evidente la necesidad no solo de escenarios más realistas a largo plazo, sino también de escenarios más adecuados y a medida para el corto plazo (que serían profundamente distintos de los escenarios de la NGFS). Pero parece que a la Fed nadie le avisó sobre eso tampoco (aunque redujo el horizonte temporal de su ejercicio de 2050 a 2032, insiste con las ideas de la NGFS).
Esto no tiene demasiado sentido, en los escenarios a menos de diez años el calentamiento global no es un riesgo, sino casi una certeza. Las incertidumbres fundamentales son las que derivan de los eventos climáticos extremos y de los riesgos de transición donde inciden las interrelaciones entre la geopolítica, las políticas climáticas locales y la volatilidad de los mercados financieros. Es cierto, la NGFS anunció que tiene planes para solucionar esa falencia mediante el desarrollo de escenarios a corto plazo, pero sigue por verse si cubrirán las necesidades inmediatas de los bancos. Lo más probable es que los bancos estadounidenses y de otros sitios se vean obligados a tomar la iniciativa ellos mismos.
Pero esto nos lleva a otro problema del enfoque incremental de la Fed: los escenarios más a medida desplazarán el foco hacia los propios riesgos de los bancos, alejándolos de los del sistema en su conjunto. A los bancos no les preocupan solo su propia huella climática y sus cadenas de aprovisionamiento, sino también el comportamiento de sus competidores (y con ello, su desempeño relativo). Aunque ciertamente los bancos corren el riesgo de «volverse verdes» demasiado lentamente, también enfrentan el riesgo de hacerlo a una velocidad excesiva (porque si los demás no cumplen las metas de emisiones nulas, es posible que sus créditos e inversiones verdes les generen pérdidas).
Hay que felicitar a la Fed por poner el análisis de escenarios climáticos en la agenda, pero si recomienda escenarios que no logran captar las realidades del cambio climático, corre el riesgo de distraer a los bancos de la urgente tarea de reasignar los flujos de capital.
Traducción al español por Ant-Translation
LONDRES – La Reserva Federal de EE. UU. se está mostrando peligrosamente complaciente ante el cambio climático. Aunque se entiende que no quiera asumir el liderazgo en un tema tan polarizador en Estados Unidos en términos políticos, lo limitado de las acciones que implementó se queda deplorablemente corto frente a lo que hace falta.
Peor aún, es probable que su nuevo ejercicio de «análisis piloto de escenarios climáticos» con seis grandes bancos subestime tanto los riesgos del cambio climático como las oportunidades que ofrece la transición hacia las emisiones nulas. La Fed no fue capaz de absorber las lecciones derivadas de ejercicios similares llevados a cabo por bancos centrales en Europa y otros sitios, y se está basando en escenarios creados por la Red para la Ecologización del Sistema Financiero (Network for Greening the Financial System, NFGS) a pesar de que cada vez se acepta más que sus supuestos son defectuosos.
Los bancos centrales reconocieron hace mucho que los modelos de evaluación integrada (MEI) dominantes que usan no tienen en cuenta riesgos fundamentales. Sin embargo, no admiten que esas fallas generan sesgos sistemáticos contra la acción climática en sus análisis. Han ignorado las críticas cáusticas de economistas destacados como Nicholas Stern y Joseph E. Stiglitz, quienes señalaron que «el valor de los MEI es muy limitado [...] No ofrecen gran cosa en términos de orientación útil, ni sobre la intensidad de la acción, ni sobre las políticas que permitan lograr los resultados deseados».
La creciente frecuencia y gravedad de los eventos climáticos extremos resultan ahora demasiados obvias como para que los bancos centrales puedan ignorarlas. Sin embargo, aunque el ejercicio de la Fed incluirá el escenario de un gran huracán en la costa este estadounidense, su modelo similar a los de la NGFS omite muchos factores y procesos fundamentales: restará importancia a los cambios disruptivos en el entorno político y en las políticas, y en los mercados financieros y la tecnología. Las complejas interacciones entre los eventos causados por el clima y el comportamiento humano —entre las que se cuentan puntos de inflexión y cambios no lineales o saltos discretos en las probabilidades del riesgo climático— apenas serán captadas.
Esto implica que no se contemplará en modo alguno la posibilidad de una guerra prolongada en Ucrania, el regreso a la Casa Blanca del negacionismo climático, una guerra comercial con China por las energías renovables, recesiones y el desplome de los mercados bursátiles. Tampoco considerará otras posibilidades positivas, como el aumento de la popularidad de la política verde progresista, la explosión de las ventas de vehículos eléctricos cuando alcancen la paridad de precios con los de motores de combustión interna, ni el avance tecnológico rápido y sostenido.
Lejos de constituir meros detalles técnicos, esos errores en los modelos podrían llevar al desastre. Según los escenarios de la NGFS debemos creer que en un mundo que mantenga el statu quo —encaminado hacia un calentamiento de 3 °C—, el PBI mundial en 2050 solo sería un 4 % menor (lo que implica una pérdida de menos de 2 años de crecimiento) al de un mundo en el que consigamos llevar las emisiones a cero y mantener el calentamiento en 1,5 °C. ¡Con razón los bancos centrales solo prevén pérdidas financieras modestas! Sin embargo, esto contrasta fuertemente con las frenéticas advertencias de los científicos climáticos sobre los enormes daños que causará el calentamiento global sostenido.
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Al problema se suma que los escenarios de la NGFS minimizan los beneficios potenciales de la transición a las emisiones nulas. De hecho, sugieren que llevará a una mayor inflación y menor crecimiento, e ignoran la posibilidad de que los avances tecnológicos verdes reduzcan los precios e impulsen el crecimiento.
Esto nos lleva a otro problema del ejercicio de escenarios climáticos de la Fed: poco incidirá para impulsar a los bancos a cumplir el llamado de la NGFS a que consideren los riesgos y oportunidades climáticos en todas sus decisiones. Los bancos en Europa ya dieron a conocer árabe sus dudas sobre la utilidad de los ejercicios de supervisión locales, y es probable que haya una reacción similar en EE. UU. Los escenarios deplorablemente inadecuados para evaluar el riesgo sistémico a largo plazo son obviamente aún menos útiles para aplicar pruebas de estrés a bancos específicos.
Los bancos ya dieron a conocer sus propias promesas para llevar las emisiones a cero, y están bajo una presión más inmediata para desarrollar y ejecutar los planes de transición. Muchos ya se comprometieron con metas intermedias, como reducir a la mitad para 2030 las emisiones que financian, lo que implica reducciones del 8 % anual. Esos cambios robustos transformarán sus estrategias, modelos de negocios, y decisiones de crédito e inversión.
Esos acontecimientos debieran obligar a un cambio radical en los análisis de escenarios climáticos. Es evidente la necesidad no solo de escenarios más realistas a largo plazo, sino también de escenarios más adecuados y a medida para el corto plazo (que serían profundamente distintos de los escenarios de la NGFS). Pero parece que a la Fed nadie le avisó sobre eso tampoco (aunque redujo el horizonte temporal de su ejercicio de 2050 a 2032, insiste con las ideas de la NGFS).
Esto no tiene demasiado sentido, en los escenarios a menos de diez años el calentamiento global no es un riesgo, sino casi una certeza. Las incertidumbres fundamentales son las que derivan de los eventos climáticos extremos y de los riesgos de transición donde inciden las interrelaciones entre la geopolítica, las políticas climáticas locales y la volatilidad de los mercados financieros. Es cierto, la NGFS anunció que tiene planes para solucionar esa falencia mediante el desarrollo de escenarios a corto plazo, pero sigue por verse si cubrirán las necesidades inmediatas de los bancos. Lo más probable es que los bancos estadounidenses y de otros sitios se vean obligados a tomar la iniciativa ellos mismos.
Pero esto nos lleva a otro problema del enfoque incremental de la Fed: los escenarios más a medida desplazarán el foco hacia los propios riesgos de los bancos, alejándolos de los del sistema en su conjunto. A los bancos no les preocupan solo su propia huella climática y sus cadenas de aprovisionamiento, sino también el comportamiento de sus competidores (y con ello, su desempeño relativo). Aunque ciertamente los bancos corren el riesgo de «volverse verdes» demasiado lentamente, también enfrentan el riesgo de hacerlo a una velocidad excesiva (porque si los demás no cumplen las metas de emisiones nulas, es posible que sus créditos e inversiones verdes les generen pérdidas).
Hay que felicitar a la Fed por poner el análisis de escenarios climáticos en la agenda, pero si recomienda escenarios que no logran captar las realidades del cambio climático, corre el riesgo de distraer a los bancos de la urgente tarea de reasignar los flujos de capital.
Traducción al español por Ant-Translation