LONDRES – Gran parte del mundo parece estar en ascuas. La relación de Occidente con Rusia, el futuro de la OTAN, la guerra civil y los refugiados sirios, el creciente populismo de derecha, el impacto de la automatización y la inminente salida del Reino Unido de la Unión Europea: todos estos temas -y más- han agitado el debate público en todo el mundo. Pero hay una cuestión -se podría decir que la más importante de todas- que se ignora o se deja de lado: el medio ambiente.
Eso sucedió en la reunión anual de este año del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza. Más allá de una mención del acuerdo climático de París por parte del presidente chino, Xi Jinping, temas como el cambio climático y el desarrollo sustentable ni siquiera llegaron a la escena principal. Por el contrario, quedaron relegados a reuniones laterales que pocas veces parecían vinculadas a los acontecimientos políticos y económicos del momento.
Permitir que se dejen de lado las cuestiones ambientales en este momento de inestabilidad geopolítica y social es un error, y no sólo porque éste resulta ser un momento crítico en la lucha por gestionar el cambio climático. La degradación ambiental y la inseguridad de los recursos naturales están minando nuestra capacidad para ocuparnos de algunas de las principales cuestiones globales que enfrentamos.
La inseguridad ambiental juega un papel importante, aunque muchas veces subestimado, en la inestabilidad global. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados informa que los desastres naturales han desplazado a más de 26 millones de personas por año desde 2008 -casi la tercera parte de la cantidad total de personas desplazadas por la fuerza en este período.
Inclusive la actual crisis de refugiados tiene un componente ambiental. En los años previos a la guerra, Siria experimentó su sequía más extrema en la historia registrada. Esa sequía, junto con las prácticas agrícolas no sustentables y la mala gestión de los recursos, contribuyó al desplazamiento interno de 1,5 millones de sirios y catalizó el malestar político previo al levantamiento de 2011.
La relación entre las presiones ambientales y agrícolas se extiende mucho más allá de Siria. La excesiva dependencia de geografías específicas para la agricultura significa que la producción de alimentos puede exacerbar los problemas ambientales, o inclusive crear nuevos. Esto puede enfrentar los intereses de los consumidores globales con los intereses de los ciudadanos locales, como sucedió en el río Mississippi, donde un vertido de fertilizante de uno de los graneros del mundo genera preocupación por la calidad del agua.
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La conexión va en ambos sentidos ya que las condiciones ambientales también moldean la producción agrícola -y, a su vez, los precios de las materias primas agrícolas, que representan aproximadamente el 10% de los bienes comercializados mundialmente-. Por ejemplo, las crecientes temperaturas y los patrones de precipitaciones alterados ya están haciendo subir el precio del café. Considerando que la superficie de tierra global apropiada para el cultivo de café puede contraerse hasta la mitad en 2050, las presiones sobre los precios no harán más que intensificarse.
Un giro repentino hacia un proteccionismo comercial podría hacer subir aún más los precios de las materias primas agrícolas. Este incremento afectaría el ingreso de los hogares que se dedican al cultivo, favoreciendo a algunos agricultores y perjudicando a otros. Los consumidores finales, particularmente los pobres y vulnerables, también sufrirían.
Otra razón por la que el medio ambiente debería estar en el centro de los debates económicos es su papel como mayor empleador único del mundo. Casi mil millones de personas, apenas menos del 20% de la fuerza laboral del mundo, tienen un empleo formal en el sector agrícola. Otros mil millones de personas aproximadamente se dedican a la agricultura de subsistencia y, por lo tanto, no están registradas en las estadísticas salariales formales.
Cualquier iniciativa para respaldar el desarrollo económico debe apoyar esta transición de la población hacia actividades de mayor productividad. Esto es de particular relevancia en un momento en el que una tecnología cada vez más sofisticada e integrada amenaza con pasar por alto a toda una generación de trabajadores en algunos países. Los esfuerzos destinados a beneficiar a esta enorme población deben centrarse no sólo en capacitación y educación, sino también en nuevos modelos que les permitan a los países capitalizar su capital natural -los paisajes, las cuencas y los entornos marinos- sin agotarlo.
De la misma manera que la inseguridad de los recursos naturales pueden ser causa de desplazamiento y vulnerabilidad, una gestión efectiva de los recursos naturales puede apoyar la resolución de conflictos y el desarrollo económico sustentable. En este frente, los esfuerzos destinados a lograr un saneamiento ambiental, impulsar la resiliencia de las comunidades rurales, promover la producción agrícola sustentable y apoyar la gestión ambiental basada en las comunidades han demostrado resultados alentadores.
Consideremos el Northern Rangelands Trust, una organización centrada en crear conservaciones comunitarias para permitir un uso sustentable y equitativo de la tierra en Kenia. El NRT ha ayudado a comunidades pastoriles a establecer mecanismos efectivos de gobernancia para el medio ambiente del que dependen, reduciendo el conflicto por los derechos de pastoreo, especialmente en tiempos de sequía.
Para muchas comunidades, la relación de los miembros con el paisaje en el que viven es una parte integral de su identidad. Con una gobernancia y una planificación efectivas, un diálogo abierto, marcos para compartir recursos y una inversión suficiente, que incluya entrenamiento en capacidades, estas comunidades pueden traducir esta relación en una gestión ambiental efectiva -y construir sociedades más saludables y más seguras.
Las crisis que envuelven al mundo moderno son complejas. Pero algo es claro: el medio ambiente está conectado con todas ellas. Las soluciones tendrán poco sentido sin un mundo saludable en el cual se las pueda implementar.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
LONDRES – Gran parte del mundo parece estar en ascuas. La relación de Occidente con Rusia, el futuro de la OTAN, la guerra civil y los refugiados sirios, el creciente populismo de derecha, el impacto de la automatización y la inminente salida del Reino Unido de la Unión Europea: todos estos temas -y más- han agitado el debate público en todo el mundo. Pero hay una cuestión -se podría decir que la más importante de todas- que se ignora o se deja de lado: el medio ambiente.
Eso sucedió en la reunión anual de este año del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza. Más allá de una mención del acuerdo climático de París por parte del presidente chino, Xi Jinping, temas como el cambio climático y el desarrollo sustentable ni siquiera llegaron a la escena principal. Por el contrario, quedaron relegados a reuniones laterales que pocas veces parecían vinculadas a los acontecimientos políticos y económicos del momento.
Permitir que se dejen de lado las cuestiones ambientales en este momento de inestabilidad geopolítica y social es un error, y no sólo porque éste resulta ser un momento crítico en la lucha por gestionar el cambio climático. La degradación ambiental y la inseguridad de los recursos naturales están minando nuestra capacidad para ocuparnos de algunas de las principales cuestiones globales que enfrentamos.
La inseguridad ambiental juega un papel importante, aunque muchas veces subestimado, en la inestabilidad global. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados informa que los desastres naturales han desplazado a más de 26 millones de personas por año desde 2008 -casi la tercera parte de la cantidad total de personas desplazadas por la fuerza en este período.
Inclusive la actual crisis de refugiados tiene un componente ambiental. En los años previos a la guerra, Siria experimentó su sequía más extrema en la historia registrada. Esa sequía, junto con las prácticas agrícolas no sustentables y la mala gestión de los recursos, contribuyó al desplazamiento interno de 1,5 millones de sirios y catalizó el malestar político previo al levantamiento de 2011.
La relación entre las presiones ambientales y agrícolas se extiende mucho más allá de Siria. La excesiva dependencia de geografías específicas para la agricultura significa que la producción de alimentos puede exacerbar los problemas ambientales, o inclusive crear nuevos. Esto puede enfrentar los intereses de los consumidores globales con los intereses de los ciudadanos locales, como sucedió en el río Mississippi, donde un vertido de fertilizante de uno de los graneros del mundo genera preocupación por la calidad del agua.
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La conexión va en ambos sentidos ya que las condiciones ambientales también moldean la producción agrícola -y, a su vez, los precios de las materias primas agrícolas, que representan aproximadamente el 10% de los bienes comercializados mundialmente-. Por ejemplo, las crecientes temperaturas y los patrones de precipitaciones alterados ya están haciendo subir el precio del café. Considerando que la superficie de tierra global apropiada para el cultivo de café puede contraerse hasta la mitad en 2050, las presiones sobre los precios no harán más que intensificarse.
Un giro repentino hacia un proteccionismo comercial podría hacer subir aún más los precios de las materias primas agrícolas. Este incremento afectaría el ingreso de los hogares que se dedican al cultivo, favoreciendo a algunos agricultores y perjudicando a otros. Los consumidores finales, particularmente los pobres y vulnerables, también sufrirían.
Otra razón por la que el medio ambiente debería estar en el centro de los debates económicos es su papel como mayor empleador único del mundo. Casi mil millones de personas, apenas menos del 20% de la fuerza laboral del mundo, tienen un empleo formal en el sector agrícola. Otros mil millones de personas aproximadamente se dedican a la agricultura de subsistencia y, por lo tanto, no están registradas en las estadísticas salariales formales.
Cualquier iniciativa para respaldar el desarrollo económico debe apoyar esta transición de la población hacia actividades de mayor productividad. Esto es de particular relevancia en un momento en el que una tecnología cada vez más sofisticada e integrada amenaza con pasar por alto a toda una generación de trabajadores en algunos países. Los esfuerzos destinados a beneficiar a esta enorme población deben centrarse no sólo en capacitación y educación, sino también en nuevos modelos que les permitan a los países capitalizar su capital natural -los paisajes, las cuencas y los entornos marinos- sin agotarlo.
De la misma manera que la inseguridad de los recursos naturales pueden ser causa de desplazamiento y vulnerabilidad, una gestión efectiva de los recursos naturales puede apoyar la resolución de conflictos y el desarrollo económico sustentable. En este frente, los esfuerzos destinados a lograr un saneamiento ambiental, impulsar la resiliencia de las comunidades rurales, promover la producción agrícola sustentable y apoyar la gestión ambiental basada en las comunidades han demostrado resultados alentadores.
Consideremos el Northern Rangelands Trust, una organización centrada en crear conservaciones comunitarias para permitir un uso sustentable y equitativo de la tierra en Kenia. El NRT ha ayudado a comunidades pastoriles a establecer mecanismos efectivos de gobernancia para el medio ambiente del que dependen, reduciendo el conflicto por los derechos de pastoreo, especialmente en tiempos de sequía.
Para muchas comunidades, la relación de los miembros con el paisaje en el que viven es una parte integral de su identidad. Con una gobernancia y una planificación efectivas, un diálogo abierto, marcos para compartir recursos y una inversión suficiente, que incluya entrenamiento en capacidades, estas comunidades pueden traducir esta relación en una gestión ambiental efectiva -y construir sociedades más saludables y más seguras.
Las crisis que envuelven al mundo moderno son complejas. Pero algo es claro: el medio ambiente está conectado con todas ellas. Las soluciones tendrán poco sentido sin un mundo saludable en el cual se las pueda implementar.