LONDRES/GINEBRA – Los ecosistemas del planeta se están acercando a puntos de inflexión críticos, con tasas de extinción 100-1.000 veces más altas que hace un siglo. Nuestro sistema económico actual ha colocado a los recursos naturales bajo una presión cada vez mayor. Como señala la reciente Revisión Dasgupta de la Economía de la Biodiversidad encomendada por el Tesoro del Reino Unido, nuestras economías “están integradas con la naturaleza… no son externas a ella”. La tarea ahora consiste en integrar este reconocimiento en nuestras “concepciones contemporáneas de posibilidades económicas”.
Muchas empresas, al reconocer los peligros que enfrenta el planeta, están cambiando la manera en que operan. Pero no pueden hacerlo por sí solas y las reglas actuales de nuestro sistema financiero y económico deben cambiar si queremos construir un futuro equitativo, positivo con la naturaleza y de cero emisiones netas.
Estos cambios tienen sentido desde lo económico. Las empresas que adoptan una visión de largo plazo y satisfacen las necesidades de todas las partes interesadas priorizando los riesgos y las oportunidades ambientales y sociales por sobre las ganancias y la rentabilidad de corto plazo tienen un mejor desempeño que sus pares en términos de ingresos, ganancias, inversión y crecimiento del empleo. De la misma manera, las empresas con políticas ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) sólidas tienen un mejor desempeño y calificaciones de crédito más altas.
Según el Informe Global de Riesgos 2021 del Foro Económico Mundial, cuatro de los cinco principales riesgos para nuestras economías son ambientales –incluidos el cambio climático y la pérdida de biodiversidad-. La pérdida de naturaleza impulsada por los seres humanos, sus vínculos con la propagación de enfermedades como el COVID-19 y el costo anual estimado de 300.000 millones de dólares de desastres naturales causados por la alteración de los ecosistemas y el cambio climático resaltan los riesgos de un crecimiento económico desenfrenado. Pensar más allá del PIB y de la ganancia de corto plazo es, por lo tanto, esencial para restablecer nuestra relación con el planeta y transformar nuestro sistema en uno viable.
Los verdaderos riesgos que surgen de la pérdida de naturaleza y del cambio climático muchas veces no se tienen en cuenta o no se entienden, ni siquiera por parte de los inversores. El costo económico de la degradación del suelo representa más del 10% del producto bruto mundial anual, y se proyecta que el deterioro ocasionado por los seres humanos en la salud de los océanos le costará a la economía global 428.000 millones de dólares por año en 2050. La otra cara es que virar hacia una economía positiva con la naturaleza podría generar 10 billones de dólares de oportunidades comerciales y crear casi 400 millones de empleos.
Las compañías prósperas que respaldan esta transición están en una verdadera posición de liderazgo. Pero si las ganancias de una empresa orientada de manera sustentable caen, la realidad golpea. Los inversores muchas veces persiguen ganancias de corto plazo en lugar de utilizar indicadores ESG como un valor creíble –junto con el desempeño financiero- para medir el valor de una empresa. Esta definición de éxito comercial debe cambiar.
Consideremos el caso de la multinacional de bienes de consumo Danone. En 2020, Danone se convirtió en la primera compañía pública francesa en adoptar el modelo de una entreprise à mission, o compañía orientada al propósito, cuando el 99% de los accionistas acordaron incluir la sustentabilidad en la estructura de gobernanza de la empresa. Este año, la compañía estuvo bajo una creciente presión de parte de los accionistas activistas –inclusive pertenecientes al 1% que se opuso al nuevo modelo- debido a lo que consideran un “período prolongado de mal desempeño” de la empresa. Si bien el precio de la acción de Danone tuvo un peor desempeño que los de sus rivales, la compañía no está en rojo. Sin embargo, en marzo anunció la partida del presidente y CEO Emmanuel Faber, quien había defendido el modelo de negocios sustentables de la empresa.
Es justo decir que no todos los accionistas valoran las mismas cosas, y el hecho de que los inversores cuestionen los esfuerzos ESG de las empresas sólo puede ser positivo. Pero eso no debería impedir que los defensores de una estrategia orientada al propósito que considere un rango mayor de partes interesadas y sus intereses busque maneras de fortalecer las reglas e impulsar aún más el desempeño no financiero. Como sostuvo la Revisión Dasgupta, debemos “cambiar nuestras medidas de éxito económico para que nos guíen en un camino más sustentable”.
Primero, necesitamos datos ESG significativos y creíbles junto con los informes financieros tradicionales para contrarrestar las acusaciones de enverdecimiento. Los indicadores de desempeño corporativo deben integrar el verdadero valor del capital natural, social y humano para revelar el estado integral de la salud del planeta, de la gente y de las ganancias. Con ese objetivo, hay en marcha esfuerzos para desarrollar un sistema globalmente aceptado para la divulgación corporativa tanto de información financiera como de sustentabilidad.
Segundo, todos los inversores deberían dejar de invertir en actividades que tengan un impacto altamente negativo en el clima y la biodiversidad, y deberían instar a las empresas en sus carteras a emitir informes alineados con el Grupo de Trabajo sobre Divulgaciones Financieras Relacionadas con el Clima y el más reciente Grupo de Trabajo sobre Divulgaciones Financieras Relacionadas con la Naturaleza. BlackRock, el gestor de activos más grande del mundo, les ha pedido a todas las firmas en su cartera llevar esto adelante a fines de 2020, y un grupo de inversores importantes con una cartera de 4,7 billones de dólares se ha comprometido a transformar sus carteras en carbono cero para 2050. Por otra parte, la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos recientemente creó un Grupo de Trabajo sobre Clima y ESG encargado de monitorear el comportamiento de las compañías públicas en estas áreas.
Finalmente, y quizá más importante, los gobiernos deben implementar políticas ambiciosas que reflejen una visión de la economía sustentable a la que aspiramos. Estas medidas no sólo podrían destrabar nuevas oportunidades de negocios sino también crear un campo de juego nivelado y un entorno operativo estable. En los preparativos para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP15) programada para tener lugar en China en octubre, más de 700 empresas están instando a los gobiernos a adoptar políticas ahora para revertir pérdida de naturaleza en 2030. Y hace muy poco, las Naciones Unidas adoptaron un marco de referencia para integrar el capital natural en los informes económicos.
La inminente recuperación post-pandemia le da al mundo la oportunidad de abrazar estas reformas. Debemos reconfigurar nuestro sistema económico y recompensar un desempeño sustentable y de largo plazo que vaya más allá de los retornos financieros.
LONDRES/GINEBRA – Los ecosistemas del planeta se están acercando a puntos de inflexión críticos, con tasas de extinción 100-1.000 veces más altas que hace un siglo. Nuestro sistema económico actual ha colocado a los recursos naturales bajo una presión cada vez mayor. Como señala la reciente Revisión Dasgupta de la Economía de la Biodiversidad encomendada por el Tesoro del Reino Unido, nuestras economías “están integradas con la naturaleza… no son externas a ella”. La tarea ahora consiste en integrar este reconocimiento en nuestras “concepciones contemporáneas de posibilidades económicas”.
Muchas empresas, al reconocer los peligros que enfrenta el planeta, están cambiando la manera en que operan. Pero no pueden hacerlo por sí solas y las reglas actuales de nuestro sistema financiero y económico deben cambiar si queremos construir un futuro equitativo, positivo con la naturaleza y de cero emisiones netas.
Estos cambios tienen sentido desde lo económico. Las empresas que adoptan una visión de largo plazo y satisfacen las necesidades de todas las partes interesadas priorizando los riesgos y las oportunidades ambientales y sociales por sobre las ganancias y la rentabilidad de corto plazo tienen un mejor desempeño que sus pares en términos de ingresos, ganancias, inversión y crecimiento del empleo. De la misma manera, las empresas con políticas ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) sólidas tienen un mejor desempeño y calificaciones de crédito más altas.
Según el Informe Global de Riesgos 2021 del Foro Económico Mundial, cuatro de los cinco principales riesgos para nuestras economías son ambientales –incluidos el cambio climático y la pérdida de biodiversidad-. La pérdida de naturaleza impulsada por los seres humanos, sus vínculos con la propagación de enfermedades como el COVID-19 y el costo anual estimado de 300.000 millones de dólares de desastres naturales causados por la alteración de los ecosistemas y el cambio climático resaltan los riesgos de un crecimiento económico desenfrenado. Pensar más allá del PIB y de la ganancia de corto plazo es, por lo tanto, esencial para restablecer nuestra relación con el planeta y transformar nuestro sistema en uno viable.
Los verdaderos riesgos que surgen de la pérdida de naturaleza y del cambio climático muchas veces no se tienen en cuenta o no se entienden, ni siquiera por parte de los inversores. El costo económico de la degradación del suelo representa más del 10% del producto bruto mundial anual, y se proyecta que el deterioro ocasionado por los seres humanos en la salud de los océanos le costará a la economía global 428.000 millones de dólares por año en 2050. La otra cara es que virar hacia una economía positiva con la naturaleza podría generar 10 billones de dólares de oportunidades comerciales y crear casi 400 millones de empleos.
Las compañías prósperas que respaldan esta transición están en una verdadera posición de liderazgo. Pero si las ganancias de una empresa orientada de manera sustentable caen, la realidad golpea. Los inversores muchas veces persiguen ganancias de corto plazo en lugar de utilizar indicadores ESG como un valor creíble –junto con el desempeño financiero- para medir el valor de una empresa. Esta definición de éxito comercial debe cambiar.
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Consideremos el caso de la multinacional de bienes de consumo Danone. En 2020, Danone se convirtió en la primera compañía pública francesa en adoptar el modelo de una entreprise à mission, o compañía orientada al propósito, cuando el 99% de los accionistas acordaron incluir la sustentabilidad en la estructura de gobernanza de la empresa. Este año, la compañía estuvo bajo una creciente presión de parte de los accionistas activistas –inclusive pertenecientes al 1% que se opuso al nuevo modelo- debido a lo que consideran un “período prolongado de mal desempeño” de la empresa. Si bien el precio de la acción de Danone tuvo un peor desempeño que los de sus rivales, la compañía no está en rojo. Sin embargo, en marzo anunció la partida del presidente y CEO Emmanuel Faber, quien había defendido el modelo de negocios sustentables de la empresa.
Es justo decir que no todos los accionistas valoran las mismas cosas, y el hecho de que los inversores cuestionen los esfuerzos ESG de las empresas sólo puede ser positivo. Pero eso no debería impedir que los defensores de una estrategia orientada al propósito que considere un rango mayor de partes interesadas y sus intereses busque maneras de fortalecer las reglas e impulsar aún más el desempeño no financiero. Como sostuvo la Revisión Dasgupta, debemos “cambiar nuestras medidas de éxito económico para que nos guíen en un camino más sustentable”.
Primero, necesitamos datos ESG significativos y creíbles junto con los informes financieros tradicionales para contrarrestar las acusaciones de enverdecimiento. Los indicadores de desempeño corporativo deben integrar el verdadero valor del capital natural, social y humano para revelar el estado integral de la salud del planeta, de la gente y de las ganancias. Con ese objetivo, hay en marcha esfuerzos para desarrollar un sistema globalmente aceptado para la divulgación corporativa tanto de información financiera como de sustentabilidad.
Segundo, todos los inversores deberían dejar de invertir en actividades que tengan un impacto altamente negativo en el clima y la biodiversidad, y deberían instar a las empresas en sus carteras a emitir informes alineados con el Grupo de Trabajo sobre Divulgaciones Financieras Relacionadas con el Clima y el más reciente Grupo de Trabajo sobre Divulgaciones Financieras Relacionadas con la Naturaleza. BlackRock, el gestor de activos más grande del mundo, les ha pedido a todas las firmas en su cartera llevar esto adelante a fines de 2020, y un grupo de inversores importantes con una cartera de 4,7 billones de dólares se ha comprometido a transformar sus carteras en carbono cero para 2050. Por otra parte, la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos recientemente creó un Grupo de Trabajo sobre Clima y ESG encargado de monitorear el comportamiento de las compañías públicas en estas áreas.
Finalmente, y quizá más importante, los gobiernos deben implementar políticas ambiciosas que reflejen una visión de la economía sustentable a la que aspiramos. Estas medidas no sólo podrían destrabar nuevas oportunidades de negocios sino también crear un campo de juego nivelado y un entorno operativo estable. En los preparativos para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP15) programada para tener lugar en China en octubre, más de 700 empresas están instando a los gobiernos a adoptar políticas ahora para revertir pérdida de naturaleza en 2030. Y hace muy poco, las Naciones Unidas adoptaron un marco de referencia para integrar el capital natural en los informes económicos.
La inminente recuperación post-pandemia le da al mundo la oportunidad de abrazar estas reformas. Debemos reconfigurar nuestro sistema económico y recompensar un desempeño sustentable y de largo plazo que vaya más allá de los retornos financieros.