El trágico coste de ser acientífico

PRINCETON – Durante su mandato como presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki rechazó el consenso científico de que el SIDA es causado por un virus, el VIH, y que los medicamentos antirretrovirales pueden salvar las vidas de los seropositivos. En lugar de ello, abrazó los puntos de vista de un pequeño grupo de científicos disidentes que sugerían otras causas para el SIDA.

Mbeki siguió manteniendo tercamente esta opinión a pesar de que la evidencia contra ella se fue haciendo abrumadora. Cada vez que alguien -incluso Nelson Mandela, el heroico luchador de la resistencia contra el apartheid que se convirtiera en el primer presidente negro de Sudáfrica- cuestionó públicamente los puntos de vista de Mbeki, sus partidarios lo denunciaban con saña.

Mientras Botswana y Namibia, vecinos de Sudáfrica, proporcionaban antirretrovirales a la mayoría de sus ciudadanos infectados por VIH, no ocurría así en la Sudáfrica gobernada por Mbeki. Un equipo de investigadores de la Universidad de Harvard ha estudiado las consecuencias de esta política. Utilizando supuestos conservadores, estima que si el gobierno de Sudáfrica hubiera proporcionado los medicamentos adecuados, tanto a pacientes con SIDA como a mujeres embarazadas con riesgo de infectar sus bebés, se habrían evitado 365.000 muertes prematuras.

Esa cifra es un indicador revelador de los altísimos costes de rechazar la ciencia o hacer caso omiso de ella. Es comparable con las pérdidas de vidas ocurridas en el genocidio de Darfur, y representa cerca de la mitad de víctimas de la masacre de tutsis en Ruanda en 1994.

Uno de los incidentes más importantes que dieron forma al rechazo mundial al régimen segregador sudafricano fue la masacre de Sharpeville en 1961, en que la policía disparó contra una muchedumbre de manifestantes negros, matando a 69 e hiriendo a muchos más. Mbeki, al igual que Mandela, luchó activamente contra el apartheid. Sin embargo, el estudio de Harvard muestra que es responsable de las muertes de 5000 veces más sudafricanos que la policía sudafricana blanca que disparó en Sharpeville.

¿Cómo juzgar a un hombre así?

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En su defensa se puede decir que no tenía la intención de matar a nadie. Parece haber creído genuinamente -quizás todavía lo cree- que los antirretrovirales son tóxicos.

También podemos otorgar que Mbeki no tenía malas intenciones contra quienes sufren de SIDA. No deseaba hacerles daño y, por esa razón, deberíamos juzgar su carácter de manera diferente a quienes sí tienen ese fin, ya sea por odio o para beneficiar sus propios intereses.

Sin embargo, las intenciones no bastan, especialmente cuando hay tanto en juego. Mbeki es culpable, no por haber adoptado inicialmente una visión sostenida por una ínfima minoría de científicos, sino por haberse aferrado a ella sin permitir que se la sometiera a prueba en un debate justo y abierto entre expertos. Cuando el profesor Malegapuru Makgoba, el principal inmunólogo negro de Sudáfrica, advirtió que las políticas del presidente harían de Sudáfrica el hazmerreír del mundo científico, la oficina de Mbeki lo acusó de defender ideas occidentales racistas.

Desde la salida de Mbeki en septiembre, el nuevo gobierno sudafricano de Kgalema Motlanthe ha dado rápidos pasos para implementar medidas eficaces contra el SIDA. El ministro de salud de Mbeki, que se hizo conocido por sugerir que el SIDA se podía curar mediante ajo, jugo de limón y betarragas, fue despedido raudamente. La tragedia es que el Congreso Nacional Africano, el partido político predominante de Sudáfrica, dependía tanto de Mbeki que no fue depuesto hace varios años, como debería haber sido.

Las lecciones de esta historia son aplicables a siempre que la ciencia es pasada por alto en la formulación de políticas públicas. Esto no significa que siempre que haya una opinión mayoritaria en la comunidad científica, ésta será correcta. La historia de la ciencia muestra claramente lo contrario. Como los demás seres humanos, los científicos pueden ser influidos por una mentalidad de rebaño y el temor a verse marginados. El error culposo, especialmente cuando hay vidas en juego, no es estar en desacuerdo con los científicos, sino rechazar la ciencia como método de investigación.

Mbeki debe de haber sabido que, si sus opiniones poco ortodoxas acerca del SIDA y la eficacia de los antirretrovirales fueran incorrectas, sus políticas terminarían conduciendo a una gran cantidad de muertes innecesarias, y saber eso lo ponía bajo la mayor obligación de permitir que toda la evidencia se presentara y examinara de manera equitativa, sin temores ni favoritismos. Puesto que no fue así, Mbeki no puede eludir la responsabilidad de cientos de miles de muertes.

Ya seamos personas individuales, jefes de grandes empresas o líderes de gobierno, hay muchas áreas en las que no podemos saber lo que debemos hacer sin contar con un cuerpo de evidencia científica que nos sirva de guía. Mientras más responsabilidad tengamos, hay mayores probabilidades de que sean trágicas las consecuencias de tomar una decisión errónea. De hecho, cuando vemos las consecuencias posibles del cambio climático causado por las actividades humanas, la cantidad de vidas humanas que se pueden perder por decisiones erróneas empequeñece la cifra de vidas perdidas en Sudáfrica.

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