Entender a "los otros" planteará el reto social más grande del siglo XXI. Los días en los que los "occidentales" podían considerar a su experiencia y a su cultura como la norma y a otras culturas nada más que como etapas tempranas del desarrollo de Occidente han terminado. Hoy en día, la mayor parte de Occidente percibe la arrogante presunción que se encuentra en el corazón de esa antigua creencia.
Tristemente, esta recién descubierta modestia, tan necesaria para entender a otras culturas y tradiciones, amenaza con desviarse hacia el relativismo y el cuestionamiento de la propia idea de la verdad de los asuntos humanos. Pues puede parecer imposible combinar la objetividad con el reconocimiento de las diferencias conceptuales fundamentales entre las culturas. Así, la apertura cultural plantea el riesgo de degradar la cotización de nuestros valores.
Para poder asir ese dilema, debemos entender el lugar de la cultura en la vida humana. La cultura, el autoentendimiento y el lenguaje median todo lo que identificamos como fundamental para una naturaleza humana común. A lo largo de la historia del ser humano, siempre y en todas partes, esas facultades básicas han demostrado una innovación extraordinaria e interminable.
Al dar razón de tal variedad, algunas personas anclan nuestro entendimiento de la naturaleza humana a un nivel por abajo del de la cultura. La sociobología, por ejemplo, busca descubrir la motivación humana en las formas en las que los seres humanos evolucionaron. Los partidarios de este punto de vista argumentan que la variación cultural no es más que el juego superficial de las apariencias.
Pero nunca podemos descubrir leyes aplicables a toda la especie, porque nunca podemos operar fuera de nuestro entendimiento histórico y culturalmente específico de lo que significa ser un Ser humano. Nuestra relación de la caída del Imperio Romano no es y no puede ser la misma que la realizada en la Inglaterra del siglo XVIII, y diferirá de las relaciones ofrecidas en el Brasil del siglo XXII o la China del siglo XXV.
Es aquí donde el relativismo se toma su cuota. Pero es erróneo creer que aceptar las diferencias culturales requiere de abandonar la alianza con la verdad. El gran logro de la revolución científica del siglo XVII fue desarrollar un lenguaje para la naturaleza que purgó los términos de propósito y valor legados por Platón y Aristóteles a los lenguajes científicos más tempranos, los cuales eran nutridos por civilizaciones más tempranas.
Pero la universalidad del lenguaje de las ciencias naturales no puede aplicarse al estudio de los seres humanos, punto en el que una serie de teorías y puntos de vista compiten. Una razón para esto es que el lenguaje de las humanidades se inspira en nuestro entendimiento ordinario de lo que es ser humano, vivir en sociedad, tener convicciones morales, aspirar a la felicidad, etcétera. No importa qué tanto una teoría pueda cuestionar nuestros puntos de vista diarios, de todas maneras nos basamos en nuestro entendimiento de aquellas características básicas de la vida humana que parecen tan obvias como para no necesitar ninguna formulación. Son esos entendimientos tácitos los que hacen difícil entender a personas de otro tiempo o lugar.
El etnocentrismo resulta de los entendimientos no cuestionados que cargamos inconscientemente con nosotros y los cuales no podemos disipar adoptando otra actitud. Si nuestra percepción tácita de la condición humana puede bloquear nuestro entendimiento de otros, y si es tan fundamental para lo que somos que no podemos sólo hacerlo desaparecer, ¿estamos completamente aprisionados en nuestras perspectivas, incapaces de conocer a otros?
El verdadero entendimiento en el renglón de los asuntos humanos requiere de una paciente identificación y desarmado de aquellas facetas de nuestras asunciones implícitas que distorcionan la realidad de "los otros". Esto puede suceder cuando empezamos a ver nuestras propias peculiaridades claramente, como hechos acerca de nosotros , y no simplemente como características de la condición humana general que se dan por sentadas. Al mismo tiempo, debemos empezar a percibir, sin distorción, las características correspondientes en las vidas de otros.
Nuestro entendimiento de "los otros" mejorará a través de tales correcciones, pero permanecerá imperfecto. Si la historiografía del Imperio Romano en la China del siglo XXV resulta ser distinta a la nuestra, no será porque se descubra que los hechos son diferentes de lo que nosotros, o los brasileños del siglo XXII, pensábamos. La diferencia será que se harán otras preguntas, se discutirán asuntos distintos y serán otras características las que parezcan notables. Claro, como en nuestro tiempo, algunas relaciones serán más etnocéntricas y tendientes a distorcionar, otras serán más superficiales. En pocas palabras, algunos estarán más en lo "correcto" y se acercarán más a la verdad que otros.
Evitar la distorción requiere de reconocer que nuestra forma de ser no es únicamente "natural", sino que representa una de muchas posibles formas. Ya no podemos relacionarnos con nuestra manera de hacer o construir las cosas como si fueran demasiado obvias para mencionarse. No puede haber un entendimiento de "los otros" sin un cambio en el entendimiento de sí mismo, un cambio de identidad que altera nuestro entendimiento de nosotros mismos, nuestras metas y nuestros valores. Por eso es que tan a menudo hay resistencia al multiculturalismo. Tenemos una profunda inversión en nuestras distorcionadas imágenes de los otros.
La mayoría de nosotros reconocemos que nos enriquecemos con el entendimiento de otras posibilidades humanas. No puede negarse, sin embargo, que el camino a reconocer su existencia y valor puede ser doloroso. El momento crucial ocurre cuando las diferencias de "los otros" pueden dejar de percibirse como un error, o un fallo, o un producto de una versión menor, subdesarrollada, de lo que somos, y percibirse como el reto planteado por una alternativa humana viable.
Las otras sociedades nos presentan formas diferentes y con frecuencia desconcertantes de ser humano. Nuestra tarea es reconocer la humanidad de esas "otras" formas al tiempo que seguimos viviendo la nuestra. Que eso sea quizá difícil de lograr, que demandará un cambio en el entendimiento de nosotros mismos y, por tanto, en nuestra forma de vida, es el reto que nuestras sociedades deben enfrentar en los años venideros.
Entender a "los otros" planteará el reto social más grande del siglo XXI. Los días en los que los "occidentales" podían considerar a su experiencia y a su cultura como la norma y a otras culturas nada más que como etapas tempranas del desarrollo de Occidente han terminado. Hoy en día, la mayor parte de Occidente percibe la arrogante presunción que se encuentra en el corazón de esa antigua creencia.
Tristemente, esta recién descubierta modestia, tan necesaria para entender a otras culturas y tradiciones, amenaza con desviarse hacia el relativismo y el cuestionamiento de la propia idea de la verdad de los asuntos humanos. Pues puede parecer imposible combinar la objetividad con el reconocimiento de las diferencias conceptuales fundamentales entre las culturas. Así, la apertura cultural plantea el riesgo de degradar la cotización de nuestros valores.
Para poder asir ese dilema, debemos entender el lugar de la cultura en la vida humana. La cultura, el autoentendimiento y el lenguaje median todo lo que identificamos como fundamental para una naturaleza humana común. A lo largo de la historia del ser humano, siempre y en todas partes, esas facultades básicas han demostrado una innovación extraordinaria e interminable.
Al dar razón de tal variedad, algunas personas anclan nuestro entendimiento de la naturaleza humana a un nivel por abajo del de la cultura. La sociobología, por ejemplo, busca descubrir la motivación humana en las formas en las que los seres humanos evolucionaron. Los partidarios de este punto de vista argumentan que la variación cultural no es más que el juego superficial de las apariencias.
Pero nunca podemos descubrir leyes aplicables a toda la especie, porque nunca podemos operar fuera de nuestro entendimiento histórico y culturalmente específico de lo que significa ser un Ser humano. Nuestra relación de la caída del Imperio Romano no es y no puede ser la misma que la realizada en la Inglaterra del siglo XVIII, y diferirá de las relaciones ofrecidas en el Brasil del siglo XXII o la China del siglo XXV.
Es aquí donde el relativismo se toma su cuota. Pero es erróneo creer que aceptar las diferencias culturales requiere de abandonar la alianza con la verdad. El gran logro de la revolución científica del siglo XVII fue desarrollar un lenguaje para la naturaleza que purgó los términos de propósito y valor legados por Platón y Aristóteles a los lenguajes científicos más tempranos, los cuales eran nutridos por civilizaciones más tempranas.
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Pero la universalidad del lenguaje de las ciencias naturales no puede aplicarse al estudio de los seres humanos, punto en el que una serie de teorías y puntos de vista compiten. Una razón para esto es que el lenguaje de las humanidades se inspira en nuestro entendimiento ordinario de lo que es ser humano, vivir en sociedad, tener convicciones morales, aspirar a la felicidad, etcétera. No importa qué tanto una teoría pueda cuestionar nuestros puntos de vista diarios, de todas maneras nos basamos en nuestro entendimiento de aquellas características básicas de la vida humana que parecen tan obvias como para no necesitar ninguna formulación. Son esos entendimientos tácitos los que hacen difícil entender a personas de otro tiempo o lugar.
El etnocentrismo resulta de los entendimientos no cuestionados que cargamos inconscientemente con nosotros y los cuales no podemos disipar adoptando otra actitud. Si nuestra percepción tácita de la condición humana puede bloquear nuestro entendimiento de otros, y si es tan fundamental para lo que somos que no podemos sólo hacerlo desaparecer, ¿estamos completamente aprisionados en nuestras perspectivas, incapaces de conocer a otros?
El verdadero entendimiento en el renglón de los asuntos humanos requiere de una paciente identificación y desarmado de aquellas facetas de nuestras asunciones implícitas que distorcionan la realidad de "los otros". Esto puede suceder cuando empezamos a ver nuestras propias peculiaridades claramente, como hechos acerca de nosotros , y no simplemente como características de la condición humana general que se dan por sentadas. Al mismo tiempo, debemos empezar a percibir, sin distorción, las características correspondientes en las vidas de otros.
Nuestro entendimiento de "los otros" mejorará a través de tales correcciones, pero permanecerá imperfecto. Si la historiografía del Imperio Romano en la China del siglo XXV resulta ser distinta a la nuestra, no será porque se descubra que los hechos son diferentes de lo que nosotros, o los brasileños del siglo XXII, pensábamos. La diferencia será que se harán otras preguntas, se discutirán asuntos distintos y serán otras características las que parezcan notables. Claro, como en nuestro tiempo, algunas relaciones serán más etnocéntricas y tendientes a distorcionar, otras serán más superficiales. En pocas palabras, algunos estarán más en lo "correcto" y se acercarán más a la verdad que otros.
Evitar la distorción requiere de reconocer que nuestra forma de ser no es únicamente "natural", sino que representa una de muchas posibles formas. Ya no podemos relacionarnos con nuestra manera de hacer o construir las cosas como si fueran demasiado obvias para mencionarse. No puede haber un entendimiento de "los otros" sin un cambio en el entendimiento de sí mismo, un cambio de identidad que altera nuestro entendimiento de nosotros mismos, nuestras metas y nuestros valores. Por eso es que tan a menudo hay resistencia al multiculturalismo. Tenemos una profunda inversión en nuestras distorcionadas imágenes de los otros.
La mayoría de nosotros reconocemos que nos enriquecemos con el entendimiento de otras posibilidades humanas. No puede negarse, sin embargo, que el camino a reconocer su existencia y valor puede ser doloroso. El momento crucial ocurre cuando las diferencias de "los otros" pueden dejar de percibirse como un error, o un fallo, o un producto de una versión menor, subdesarrollada, de lo que somos, y percibirse como el reto planteado por una alternativa humana viable.
Las otras sociedades nos presentan formas diferentes y con frecuencia desconcertantes de ser humano. Nuestra tarea es reconocer la humanidad de esas "otras" formas al tiempo que seguimos viviendo la nuestra. Que eso sea quizá difícil de lograr, que demandará un cambio en el entendimiento de nosotros mismos y, por tanto, en nuestra forma de vida, es el reto que nuestras sociedades deben enfrentar en los años venideros.