El rompecabezas de las extinciones

Con seis mil millones de seres humanos y que siguen aumentando, como también nuestro consumo individual, afrontamos dificultades enormes con vistas a la utilización sostenible de nuestros recursos naturales y disponemos de una medida clara de nuestro desempeño en relación con esa tarea: las tasas de extinciones. Por esa razón, algunos colegas y yo hemos calculado la tasa de extinción de especies de aves habidas en el pasado reciente y la que probablemente habrá en el futuro.

Las extinciones de aves son la mejor ventana por la que observar las repercusiones medioambientales irreversibles y en gran escala provocadas por la Humanidad. Por cada una de las 10.000 especies de aves del mundo, puede haber diez o incluso tal vez cien especies desconocidas más de animales, plantas u hongos. Gracias a su popularidad, las aves brindan una fuente inigualable de información sobre las especies que viven en lugares determinados y sobre cómo les va.

Los cálculos aproximados del numero de extinciones han solido variar mucho por las diferencias en el hipotético número total de especies, que oscila entre un millón de especies que tienen nombres científicos y un poco probable cálculo por lo alto de cien millones de especies. Para evitar esas incertidumbres, mis colegas y yo introdujimos la tasa de extinciones: el número de extinciones por año y por especie o, para que los números fueran menos elevados, de extinciones por millón de años y por especie (E/MSY). Exceptuados los cincos episodios de extinciones en gran escala del pasado, los cálculos aproximados que se desprenden de los registros de fósiles indican que una tasa de fondo aproximada es una extinción por millón de años y por especie (1 E/MSY). En el caso de las 10.000 especies de aves, sólo debería haber una extinción en cada siglo.

Antes de la exploración europea, la expansión polinesia por el Pacífico probablemente exterminara especies al ritmo de una cada año o cada dos años, lo que representa de 50 a 100 veces más extinciones que las que habría de forma natural. Por ejemplo, en tiempos había loros, pollas de agua y palomas en las islas suficientemente grandes del Pacífico. En las islas bien exploradas arqueológicamente se encuentran huesos de especies que ahora no existen en ellas porque los polinesios las exterminaron.

Podemos determinar qué islas eran probablemente lo bastante grandes para haber contado en tiempos con especies únicas y así calcular aproximadamente cuántas especies faltan. El total asciende a casi 1.000. Aún tenemos que hacer análisis comparables sobre lo sucedido en las islas del Caribe y del océano Índico tras los primeros contactos con seres humanos, pero es probable que en ellas se diera también un gran número de extinciones.

Es probable que las primeras exploraciones europeas continuaran ese rápido ritmo de extinción. El número de especies cuya expiración entre 1500 y 1800 se conoce aumenta a medida que los taxónomos describen nuevas especies a partir de los restos de esqueletos que encuentran en cuevas, por ejemplo, en las que sobreviven huesos. Esas búsquedas distan de estar completas.

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Linneo inventó el proceso moderno de denominación de las especies a mediados del siglo XVIII, si bien su puesta en práctica no comenzó hasta la paz que siguió a la derrota de Napoleón Bonaparte en 1815. Mientras que los taxónomos habían descrito sólo 2.000 especies de aves en 1815, en los 50 años siguientes describieron unas 5.000 más. Eso significa que la mayor parte de lo que sabemos sobre las aves y su extinción data del siglo XIX. Para obtener un panorama preciso de las extinciones, debemos ajustar el número total de ellas correspondiente al período durante el cual la ciencia ha conocido especies de aves.

Un segundo ajuste es necesario, porque los conservacionistas siguen el principio de que una especie sobrevive aun cuando no se haya registrado recientemente en su hábitat natal. Esa suposición impide poner fin prematuramente a las medidas de conservación, aun cuando subestime el número total de extinciones. Nosotros añadimos especies que probablemente estén también extinguidas. Con esos dos ajustes, la tasa de extinción a lo largo de los dos últimos siglos ha sido unas cien veces mayor que la natural.

Nuestras predicciones de extinciones durante el siglo XXI saltan un orden de magnitud hasta 1.000 E/MSY. No sólo el 12 por ciento de las especies de aves están ya en peligro de extinción, sino que, además, en el caso de más del doble de esa proporción sus zonas de distribución geográfica son pequeñas (el factor decisivo para predecir las amenazas) y la mayoría viven en hábitats que están gravemente amenazados. Los bosques tropicales, por ejemplo, albergan la mayoría de las especies de aves... y probablemente de la mayoría de las demás especies también. Prevemos que, si continúan las tendencias actuales de desforestación, las tasas de extinción de aves saltarán hasta 1.500 E/MSY en los últimos decenios de este siglo.

Además, nuestros cálculos son moderados, pues no incluyen las extinciones causadas por especies invasoras, la expansión de las tecnologías humanas (como, por ejemplo, la pesca con palangre que daña a muchas aves marinas) o el calentamiento del planeta. Todos esos datos aumentarían nuestros cálculos.

Asimismo, las aves son modelos deficientes para otras clases de especies, porque la preocupación pública por ellas generalmente propicia rápidas acciones para salvarlas. De hecho, hemos mostrado que las medidas enérgicas de conservación han reducido la tasa de extinción de las aves en los últimos decenios a unas 25 E/MSY, aún muy alta, pero mucho más baja que las 100 E/MSY proyectadas, en caso de que no se hubieran aplicado dichas medidas.

Desde luego, algunas otras especies se benefician de la protección que concedemos a las aves, pero muchas otras no. Además, las acciones humanas amenazan en gran medida a proporciones mayores de otros grupos bien conocidos, como, por ejemplo, las plantas que florecen y los anfibios.

Nuestros resultados muestran que las medidas de conservación pueden reducir la pérdida irreversible de diversidad biológica. No obstante, las tasas futuras de extinciones constituyen un problema que será mucho más difícil de resolver.

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