WASHINGTON, DC – Justo cuando comienza a ganar aceptación general la noción de que las economías occidentales entran en una “nueva normalidad” de bajos índices de crecimiento, comienzan a surgir dudas sobre su continuidad. En lugar de ello, puede que el mundo se encamine hacia una encrucijada económica y financiera cuya dirección dependa de las decisiones de políticas clave que se adopten.
A principios de 2009, prácticamente nadie hablaba de la “nueva normalidad”. Por supuesto, la crisis financiera global que había estallado hacía unos cuantos meses generó caos en todo el mundo, contracción de la producción, aumento del desempleo y el colapso del comercio. La disfunción era evidente incluso en los segmentos más estables y sofisticados de los mercados financieros.
Sin embargo, el instinto de la mayoría de la gente tendió a caracterizar el shock como temporal y reversible, una alteración en forma de V con una aguda caída y una recuperación rápida. Después de todo, la crisis se había originado en las economías avanzadas, habituadas a manejarse con ciclos de negocios, y no en los mercados de los países emergentes, donde predominan fuerzas estructurales y seculares.
Pero la mayoría de los observadores ya vieron signos de que tendría consecuencias más profundas y que las economías avanzadas se enquistarían en una frustrante e inusual trayectoria de bajo crecimiento. En mayo de 2009, mis colegas de PIMCO y yo hicimos pública esta hipótesis, llamándola la “nueva normalidad”.
El concepto tuvo una recepción más bien gélida en los círculos académicos y políticos, respuesta comprensible si se considera el fuerte condicionamiento a pensar y actuar cíclicamente. Pocos estaban preparados para admitir que las economías avanzadas lo habían apostado todo al modelo equivocado, y mucho menos que deberían dirigir la mirada hacia las economías emergentes para tener mejores perspectivas sobre los impedimentos estructurales al crecimiento, como el sobreendeudamiento y el exceso de la desigualdad.
Pero la economía no se recuperaba. Por el contrario, el lento crecimiento y el alto desempleo no sólo persistieron por años, sino que también empeoraron los tres factores de la desigualdad (ingreso, riqueza y oportunidades). Las consecuencias se extendieron mucho más allá de la economía y las finanzas, afectando los acuerdos políticos regionales, amplificando las disfunciones políticas nacionales y alimentando a los partidos y movimientos antisistema.
At a time when democracy is under threat, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided. Subscribe now and save $50 on a new subscription.
Subscribe Now
Puesto que se hace cada vez más difícil justificar la expectativa de una recuperación en V, finalmente la “nueva normalidad” ha ido ganando una aceptación generalizada. En el proceso, adquirió algunos nuevos calificativos. La Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, advirtió en octubre de 2014 que las economías avanzadas se enfrentaban a una “nueva mediocridad.” El ex Secretario del Tesoro de EE.UU. Larry Summers previó una era de “estancamiento secular.”
Hoy ya no es inusual sugerir que Occidente podría permanecer en un equilibrio de crecimiento de bajo nivel por un periodo inusualmente largo. Sin embargo, como explico en mi libro The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (La única apuesta: los bancos centrales, la inestabilidad y la necesidad de evitar el próximo colapso), ese equilibrio se está desestabilizando por las crecientes tensiones y contradicciones internas, junto con la excesiva dependencia en las políticas monetarias.
De hecho, la influencia paliativa de las políticas monetarias no convencionales está llegando a sus límites por el aumento de las burbujas financieras, el empeoramiento de la desigualdad y el empuje que han ido ganando las fuerzas políticas no tradicionales (y, en algunos casos, extremas). Parecen cada vez más débiles las perspectivas de que esas políticas sean capaces de mantener en marcha los motores de la economía, incluso en niveles bajos. En lugar de ello, la economía mundial parece encaminarse a otras encrucijadas, situación que creo se alcanzará dentro de los próximos tres años.
Tal vez no sea un panorama indeseable. Si las autoridades ponen en práctica una respuesta más amplia, pueden hacer que sus economías sigan un camino más estable y próspero que implique un crecimiento alto e inclusivo, la reducción de la desigualdad y una genuina estabilidad financiera. Sería una respuesta que incluya reformas estructurales de fomento al crecimiento (como una mayor inversión en infraestructura, una reforma tributaria y la reorientación del mercado laboral), una política fiscal con mayor capacidad de respuesta, alivio a los focos de endeudamiento excesivo y una mejor coordinación global. Todo ello, en conjunto con las innovaciones tecnológicas y la disposición de fondos corporativos que se encuentran en segundo plano, podría dar impulso a la capacidad productiva y generar un crecimiento más rápido e inclusivo, al tiempo que se validan los precios de los activos, que hoy están en niveles artificialmente altos.
El otro camino al que el mundo se vería empujado si se sigue con la actual disfunción política llevaría a una multitud de políticas localistas y sin coordinación entre sí para hacer frente a la recesión económica, la mayor desigualdad y la grave inestabilidad financiera. Además de afectar el bienestar económico de las generaciones actuales y futuras, este resultado socavaría la cohesión social y política.
No hay nada predestinado en la manera en que se adopte una u otra opción. En realidad, tal como están las cosas, es frustrante la dificultad que existe para predecirlo. Pero en los meses venideros, a medida que las autoridades se enfrenten a una cada vez mayor volatilidad financiera, veremos algunas señales de cómo se irá desenvolviendo la situación.
La esperanza es que apunten a medidas más sistemáticas y, por ende, eficaces. El temor es que no logren salir de una excesiva dependencia en los bancos centrales y acabemos por mirar, en retrospectiva, al periodo de la nueva normalidad como uno de relativa calma y bienestar, a pesar de sus limitaciones y frustraciones.
To have unlimited access to our content including in-depth commentaries, book reviews, exclusive interviews, PS OnPoint and PS The Big Picture, please subscribe
At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
WASHINGTON, DC – Justo cuando comienza a ganar aceptación general la noción de que las economías occidentales entran en una “nueva normalidad” de bajos índices de crecimiento, comienzan a surgir dudas sobre su continuidad. En lugar de ello, puede que el mundo se encamine hacia una encrucijada económica y financiera cuya dirección dependa de las decisiones de políticas clave que se adopten.
A principios de 2009, prácticamente nadie hablaba de la “nueva normalidad”. Por supuesto, la crisis financiera global que había estallado hacía unos cuantos meses generó caos en todo el mundo, contracción de la producción, aumento del desempleo y el colapso del comercio. La disfunción era evidente incluso en los segmentos más estables y sofisticados de los mercados financieros.
Sin embargo, el instinto de la mayoría de la gente tendió a caracterizar el shock como temporal y reversible, una alteración en forma de V con una aguda caída y una recuperación rápida. Después de todo, la crisis se había originado en las economías avanzadas, habituadas a manejarse con ciclos de negocios, y no en los mercados de los países emergentes, donde predominan fuerzas estructurales y seculares.
Pero la mayoría de los observadores ya vieron signos de que tendría consecuencias más profundas y que las economías avanzadas se enquistarían en una frustrante e inusual trayectoria de bajo crecimiento. En mayo de 2009, mis colegas de PIMCO y yo hicimos pública esta hipótesis, llamándola la “nueva normalidad”.
El concepto tuvo una recepción más bien gélida en los círculos académicos y políticos, respuesta comprensible si se considera el fuerte condicionamiento a pensar y actuar cíclicamente. Pocos estaban preparados para admitir que las economías avanzadas lo habían apostado todo al modelo equivocado, y mucho menos que deberían dirigir la mirada hacia las economías emergentes para tener mejores perspectivas sobre los impedimentos estructurales al crecimiento, como el sobreendeudamiento y el exceso de la desigualdad.
Pero la economía no se recuperaba. Por el contrario, el lento crecimiento y el alto desempleo no sólo persistieron por años, sino que también empeoraron los tres factores de la desigualdad (ingreso, riqueza y oportunidades). Las consecuencias se extendieron mucho más allá de la economía y las finanzas, afectando los acuerdos políticos regionales, amplificando las disfunciones políticas nacionales y alimentando a los partidos y movimientos antisistema.
HOLIDAY SALE: PS for less than $0.7 per week
At a time when democracy is under threat, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided. Subscribe now and save $50 on a new subscription.
Subscribe Now
Puesto que se hace cada vez más difícil justificar la expectativa de una recuperación en V, finalmente la “nueva normalidad” ha ido ganando una aceptación generalizada. En el proceso, adquirió algunos nuevos calificativos. La Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, advirtió en octubre de 2014 que las economías avanzadas se enfrentaban a una “nueva mediocridad.” El ex Secretario del Tesoro de EE.UU. Larry Summers previó una era de “estancamiento secular.”
Hoy ya no es inusual sugerir que Occidente podría permanecer en un equilibrio de crecimiento de bajo nivel por un periodo inusualmente largo. Sin embargo, como explico en mi libro The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (La única apuesta: los bancos centrales, la inestabilidad y la necesidad de evitar el próximo colapso), ese equilibrio se está desestabilizando por las crecientes tensiones y contradicciones internas, junto con la excesiva dependencia en las políticas monetarias.
De hecho, la influencia paliativa de las políticas monetarias no convencionales está llegando a sus límites por el aumento de las burbujas financieras, el empeoramiento de la desigualdad y el empuje que han ido ganando las fuerzas políticas no tradicionales (y, en algunos casos, extremas). Parecen cada vez más débiles las perspectivas de que esas políticas sean capaces de mantener en marcha los motores de la economía, incluso en niveles bajos. En lugar de ello, la economía mundial parece encaminarse a otras encrucijadas, situación que creo se alcanzará dentro de los próximos tres años.
Tal vez no sea un panorama indeseable. Si las autoridades ponen en práctica una respuesta más amplia, pueden hacer que sus economías sigan un camino más estable y próspero que implique un crecimiento alto e inclusivo, la reducción de la desigualdad y una genuina estabilidad financiera. Sería una respuesta que incluya reformas estructurales de fomento al crecimiento (como una mayor inversión en infraestructura, una reforma tributaria y la reorientación del mercado laboral), una política fiscal con mayor capacidad de respuesta, alivio a los focos de endeudamiento excesivo y una mejor coordinación global. Todo ello, en conjunto con las innovaciones tecnológicas y la disposición de fondos corporativos que se encuentran en segundo plano, podría dar impulso a la capacidad productiva y generar un crecimiento más rápido e inclusivo, al tiempo que se validan los precios de los activos, que hoy están en niveles artificialmente altos.
El otro camino al que el mundo se vería empujado si se sigue con la actual disfunción política llevaría a una multitud de políticas localistas y sin coordinación entre sí para hacer frente a la recesión económica, la mayor desigualdad y la grave inestabilidad financiera. Además de afectar el bienestar económico de las generaciones actuales y futuras, este resultado socavaría la cohesión social y política.
No hay nada predestinado en la manera en que se adopte una u otra opción. En realidad, tal como están las cosas, es frustrante la dificultad que existe para predecirlo. Pero en los meses venideros, a medida que las autoridades se enfrenten a una cada vez mayor volatilidad financiera, veremos algunas señales de cómo se irá desenvolviendo la situación.
La esperanza es que apunten a medidas más sistemáticas y, por ende, eficaces. El temor es que no logren salir de una excesiva dependencia en los bancos centrales y acabemos por mirar, en retrospectiva, al periodo de la nueva normalidad como uno de relativa calma y bienestar, a pesar de sus limitaciones y frustraciones.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen