La ayuda de alimentos a Níger ha aparecido en los titulares noticiosos del mundo, pero esta crisis es sólo una parte de un desastre mucho mayor. En un largo viaje este verano por áreas rurales de Asia, el Medio Oriente y África en representación de las Naciones Unidas, visité incontables aldeas que se encuentran afectadas por un hambre extrema y luchan por sobrevivir.
Ubicadas en Tayikistán, Yemen, Malí, Etiopía, Ruanda, Malawi, Camboya y otros lugares, ellas reflejan la situación de cientos de millones de pobres de todo el mundo. Ya se trate de sequías, el agotamiento de los suelos, las langostas o la falta de semillas de alto rendimiento, los resultados fueron los mismos: desesperación, enfermedad y muerte.
Increíblemente, las acciones de los países más ricos (que prometieron solidaridad con los más pobres del mundo en la Cumbre del G-8 realizada en julio) ha intensificado la crisis de alimentación. Incluso hoy, los esfuerzos de ayuda de los gobiernos donantes están mal dirigidos. Responden a emergencias de hambrunas como la de Níger con apoyo de alimentos, pero no ayudan con soluciones duraderas.
La cada vez mayor hambruna refleja una combinación letal de crecientes poblaciones rurales y cosechas de alimentos inadecuadas. Las poblaciones rurales están creciendo porque los hogares campesinos pobres escogen tener muchos hijos para que trabajen en las labores agrícolas y sirvan de seguridad social para sus padres. Esto intensifica la pobreza de la siguiente generación, a medida que disminuye el tamaño promedio de la propiedad agrícola. El rendimiento de las cosechas de alimentos por acre (o hectárea) es inadecuado porque los suelos agrícolas empobrecidos carecen de los cuatro aportes necesarios para una agricultura moderna y productiva: reposición de los nutrientes del suelo (a través de fertilizadores orgánicos y químicos), irrigación u otras técnicas de manejo del agua, mejores variedades de semillas y una buena asesoría agrícola.
El problema es especialmente grave en países sin acceso al mar, como Malí, Ruanda y Malawi, donde los altos costes de transporte dejan a las aldeas aisladas de los mercados, y en regiones que dependen del agua de lluvia en lugar de la irrigación basada en ríos. En promedio, el rendimiento de las cosechas apenas permite la supervivencia, y las cosechas fallidas son comunes y mortíferas, mientras que el cambio climático global de largo plazo, provocado principalmente por el alto consumo de energía en los países ricos, puede estar exacerbando la frecuencia y gravedad de las sequías.
Estas aldeas empobrecidas necesitan ayuda financiera para comprar elementos vitales para las labores agrícolas e invertir en infraestructura básica como caminos y tendido de redes eléctricas. De hecho, los países donantes y el Banco Mundial han insistido durante años en que los países empobrecidos corten el financiamiento de estas aldeas, bajo el disfraz de promover la "estabilidad macroeconómica", una manera educada de exigir el pago de la deuda, y reflejando la falsa ilusión ideológica de que el sector privado entrará a solucionar la situación.
En lugar de ello, estas políticas han dejado a miles de millones de personas incluso en una mayor desesperación y hambre, y en una situación aún más vulnerable a la sequía, las pestes y el agotamiento de los suelos. Millones mueren cada año, ya sea por inanición directa o por enfermedades infecciosas que sus cuerpos debilitados no pueden resistir. Y todavía, tras veinte años de pregonar que los mercados privados se harían cargo del asunto, estas comunidades empobrecidas están más lejos que nunca de usar mejores semillas, fertilizantes y tecnologías de manejo de agua a pequeña escala.
La ironía es que entonces los donantes responden con una muy costosa ayuda alimenticia de emergencia, que por lo general es demasiado escasa y tardía. El envío del equivalente a un dólar de fertilizantes y mejores semillas desde, por ejemplo, los Estados Unidos a África rendiría tal vez cinco veces más comida. Sin embargo, los donantes aún no han aplicado esta lección básica y obvia.
Malawi es hoy un caso puntual urgente. Debido al empobrecimiento rural y a la sequía ocurrida este año, la hambruna directa afecta a millones de personas. Los donantes están reuniendo ayuda alimenticia, pero se están resistiendo a la obvia necesidad de ayudar a millones de campesinos pobres (a los millones de personas que dependen de ellos) a obtener nutrientes para el suelo y mejores semillas de manera oportuna para la temporada de siembra de este otoño.
El coste de enviar esta ayuda sería de cerca de $50 millones de dólares, y los beneficios serían de $200 a $300 millones de dólares de una mayor producción de alimentos el año próximo (y, por ende, una menor necesidad de ayuda alimenticia de emergencia). Más aún, Malawi tiene un historial probado de lograr un mucho mayor rendimiento en sus cosechas cuando los campesinos pobres reciben ayuda para ello. No obstante, los donantes siguen enviando la costosa ayuda de alimentos y haciendo caso omiso de la desesperada necesidad de Malawi de generar más alimentos.
En el largo plazo, un mayor rendimiento de las cosechas se podría convertir en un crecimiento económico sostenido. En primer lugar, se estimularía a los hogares campesinos a tener menos hijos y a invertir más en la salud y la educación de cada uno de ellos. Aumentarían los índices de supervivencia de los niños, reforzando los menores índices de fertilidad. Al mismo tiempo, las mejores oportunidades educaciones para niñas y mujeres, y el menor coste de los anticonceptivos proporcionados por los servicios de planeamiento familiar les permitiría casarse más tarde y tener menos niños.
En segundo lugar, y de manera simultánea, los donantes deberían ayudar a los países empobrecidos a invertir en caminos, puertos, electricidad rural y la diversificación de la producción (tanto agrícola como no agrícola), con el fin de promover una mayor productividad y medios de vida alternativos en el más largo plazo. Las aldeas que actualmente están atrapadas en el hambre y la agricultura de subsistencia se convertirían en centros comerciales para el procesamiento y exportación de alimentos, e incluso para industrias y servicios rurales apoyados por la electrificación, los teléfonos móviles y otras tecnologías mejoradas.
Este es un año de hambruna generalizada y solemnes promesas de los países ricos. Pero la ayuda alimenticia de emergencia no es suficiente. Las comunidades empobrecidas de África, el Medio Oriente y Asia están maduras para una "revolución verde", basada en modernas técnicas científicas para el manejo de los suelos, el agua y las variedades de semillas. Los donantes deberían prestar su apoyo respaldando soluciones de largo plazo para aumentar la producción de alimentos, reducir el crecimiento de la población y mitigar el cambio climático global de largo plazo.
La ayuda de alimentos a Níger ha aparecido en los titulares noticiosos del mundo, pero esta crisis es sólo una parte de un desastre mucho mayor. En un largo viaje este verano por áreas rurales de Asia, el Medio Oriente y África en representación de las Naciones Unidas, visité incontables aldeas que se encuentran afectadas por un hambre extrema y luchan por sobrevivir.
Ubicadas en Tayikistán, Yemen, Malí, Etiopía, Ruanda, Malawi, Camboya y otros lugares, ellas reflejan la situación de cientos de millones de pobres de todo el mundo. Ya se trate de sequías, el agotamiento de los suelos, las langostas o la falta de semillas de alto rendimiento, los resultados fueron los mismos: desesperación, enfermedad y muerte.
Increíblemente, las acciones de los países más ricos (que prometieron solidaridad con los más pobres del mundo en la Cumbre del G-8 realizada en julio) ha intensificado la crisis de alimentación. Incluso hoy, los esfuerzos de ayuda de los gobiernos donantes están mal dirigidos. Responden a emergencias de hambrunas como la de Níger con apoyo de alimentos, pero no ayudan con soluciones duraderas.
La cada vez mayor hambruna refleja una combinación letal de crecientes poblaciones rurales y cosechas de alimentos inadecuadas. Las poblaciones rurales están creciendo porque los hogares campesinos pobres escogen tener muchos hijos para que trabajen en las labores agrícolas y sirvan de seguridad social para sus padres. Esto intensifica la pobreza de la siguiente generación, a medida que disminuye el tamaño promedio de la propiedad agrícola. El rendimiento de las cosechas de alimentos por acre (o hectárea) es inadecuado porque los suelos agrícolas empobrecidos carecen de los cuatro aportes necesarios para una agricultura moderna y productiva: reposición de los nutrientes del suelo (a través de fertilizadores orgánicos y químicos), irrigación u otras técnicas de manejo del agua, mejores variedades de semillas y una buena asesoría agrícola.
El problema es especialmente grave en países sin acceso al mar, como Malí, Ruanda y Malawi, donde los altos costes de transporte dejan a las aldeas aisladas de los mercados, y en regiones que dependen del agua de lluvia en lugar de la irrigación basada en ríos. En promedio, el rendimiento de las cosechas apenas permite la supervivencia, y las cosechas fallidas son comunes y mortíferas, mientras que el cambio climático global de largo plazo, provocado principalmente por el alto consumo de energía en los países ricos, puede estar exacerbando la frecuencia y gravedad de las sequías.
Estas aldeas empobrecidas necesitan ayuda financiera para comprar elementos vitales para las labores agrícolas e invertir en infraestructura básica como caminos y tendido de redes eléctricas. De hecho, los países donantes y el Banco Mundial han insistido durante años en que los países empobrecidos corten el financiamiento de estas aldeas, bajo el disfraz de promover la "estabilidad macroeconómica", una manera educada de exigir el pago de la deuda, y reflejando la falsa ilusión ideológica de que el sector privado entrará a solucionar la situación.
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En lugar de ello, estas políticas han dejado a miles de millones de personas incluso en una mayor desesperación y hambre, y en una situación aún más vulnerable a la sequía, las pestes y el agotamiento de los suelos. Millones mueren cada año, ya sea por inanición directa o por enfermedades infecciosas que sus cuerpos debilitados no pueden resistir. Y todavía, tras veinte años de pregonar que los mercados privados se harían cargo del asunto, estas comunidades empobrecidas están más lejos que nunca de usar mejores semillas, fertilizantes y tecnologías de manejo de agua a pequeña escala.
La ironía es que entonces los donantes responden con una muy costosa ayuda alimenticia de emergencia, que por lo general es demasiado escasa y tardía. El envío del equivalente a un dólar de fertilizantes y mejores semillas desde, por ejemplo, los Estados Unidos a África rendiría tal vez cinco veces más comida. Sin embargo, los donantes aún no han aplicado esta lección básica y obvia.
Malawi es hoy un caso puntual urgente. Debido al empobrecimiento rural y a la sequía ocurrida este año, la hambruna directa afecta a millones de personas. Los donantes están reuniendo ayuda alimenticia, pero se están resistiendo a la obvia necesidad de ayudar a millones de campesinos pobres (a los millones de personas que dependen de ellos) a obtener nutrientes para el suelo y mejores semillas de manera oportuna para la temporada de siembra de este otoño.
El coste de enviar esta ayuda sería de cerca de $50 millones de dólares, y los beneficios serían de $200 a $300 millones de dólares de una mayor producción de alimentos el año próximo (y, por ende, una menor necesidad de ayuda alimenticia de emergencia). Más aún, Malawi tiene un historial probado de lograr un mucho mayor rendimiento en sus cosechas cuando los campesinos pobres reciben ayuda para ello. No obstante, los donantes siguen enviando la costosa ayuda de alimentos y haciendo caso omiso de la desesperada necesidad de Malawi de generar más alimentos.
En el largo plazo, un mayor rendimiento de las cosechas se podría convertir en un crecimiento económico sostenido. En primer lugar, se estimularía a los hogares campesinos a tener menos hijos y a invertir más en la salud y la educación de cada uno de ellos. Aumentarían los índices de supervivencia de los niños, reforzando los menores índices de fertilidad. Al mismo tiempo, las mejores oportunidades educaciones para niñas y mujeres, y el menor coste de los anticonceptivos proporcionados por los servicios de planeamiento familiar les permitiría casarse más tarde y tener menos niños.
En segundo lugar, y de manera simultánea, los donantes deberían ayudar a los países empobrecidos a invertir en caminos, puertos, electricidad rural y la diversificación de la producción (tanto agrícola como no agrícola), con el fin de promover una mayor productividad y medios de vida alternativos en el más largo plazo. Las aldeas que actualmente están atrapadas en el hambre y la agricultura de subsistencia se convertirían en centros comerciales para el procesamiento y exportación de alimentos, e incluso para industrias y servicios rurales apoyados por la electrificación, los teléfonos móviles y otras tecnologías mejoradas.
Este es un año de hambruna generalizada y solemnes promesas de los países ricos. Pero la ayuda alimenticia de emergencia no es suficiente. Las comunidades empobrecidas de África, el Medio Oriente y Asia están maduras para una "revolución verde", basada en modernas técnicas científicas para el manejo de los suelos, el agua y las variedades de semillas. Los donantes deberían prestar su apoyo respaldando soluciones de largo plazo para aumentar la producción de alimentos, reducir el crecimiento de la población y mitigar el cambio climático global de largo plazo.