windmill Daniel Mennerich/Flickr

Aprovechar el futuro sostenible

BEIJING – Por primera vez en varios años, parece justificada una sana dosis de optimismo. La economía mundial, aparte de algunos puntos problemáticos, está superando por fin la crisis financiera. Los avances tecnológicos han situado la energía renovable en condiciones de competir con los combustibles fósiles y la comunidad internacional parece lista para concertar acuerdos decisivos sobre el desarrollo sostenible y la lucha contra el cambio climático.

Y, sin embargo, sigue existiendo el riesgo de que se desperdicien esas ventajas, al centrarse las autoridades, los dirigentes empresariales y los inversores en intereses a corto plazo a expensas de las amenazas que se ciernen sobre la economía mundial. Para afianzar nuestro progreso, deberemos abordar los fallos de nuestro sistema financiero de raíz, aplicando normas, reglamentos y procedimientos que lo hagan compatible con las necesidades a largo plazo de una economía más sostenible y menos excluyente.

Este año, el mundo tiene la posibilidad de hacer eso precisamente. La transición a una economía verde parece ahora una certeza, en lugar de una aspiración esperanzada, pues, gracias a la aceptación cada vez mayor por parte del público y a los avances tecnológicos, los inversiones en energía limpia resultan cada vez más prácticas. En 2014, la inversión mundial en energía renovable aumento un 17 por ciento, al tiempo que los precios del petróleo se desplomaban, según un informe reciente del programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Esa tendencia se debió a un auge de la energía solar en China y el Japón y una inversión europea cada vez mayor en la energía eólica frente a las costas.

Los mercados de valores desde Shanghái hasta Sao Paulo han formulado requisitos para la presentación de informes con miras a comunicar a los inversores la forma como las empresas están incluyendo la sostenibilidad en sus estrategias. Los bonos verdes están despegando, pues en 2014 se emitieron nada menos que 40.000 millones de dólares, y es probable que lleguen a ser aún más populares con la formulación de normas y reglamentos más claros. Incluso los bancos centrales han prestado atención al medio ambiente. El Banco Popular de China se ha unido al PNUMA para determinar medidas prácticas con miras a velar por la reforma “verde” de los mercados financieros y el Banco de Inglaterra ha iniciado un examen prudencial de los riesgos sistémicos representados por el cambio climático para el sector de los seguros del Reino Unido.

En el próximo mes de septiembre se lanzarán los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, las primeras metas del mundo mensurables y universalmente aprobadas para acabar con la pobreza y el hambre, además de proteger el medio ambiente y la base de recursos naturales del planeta, y, en fecha posterior de este año, se espera que la comunidad internacional acuerde compromisos vinculantes para reducir las emisiones y financiar la lucha contra el cambio climático.

Pero, aunque todas las señales apuntan en la dirección adecuada, el éxito dista de estar garantizado.  Si no aprovechamos la ocasión. las ventajas podrían escapársenos de las manos. La cuestión real es  la de la oportunidad y el daño irreversible que podrían infligirnos los retrasos. Más del 80 por ciento de los 140 países analizados en el informe sobre la “Riqueza no excluyente” del PNUMA registraron un deterioro en sus reservas de capital natural. Se calcula que los daños económicos resultantes de la degradación medioambiental representan siete billones de dólares al año, gran parte de ellos irreversibles. Cuanto más se espere, peores resultarán nuestros problemas.

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Lo que hace falta es un importante empeño internacional para aunar los mercados financieros y de capitales con miras a que apoyen el desarrollo sostenible. La concepción actual de nuestro sistema financiero casi garantiza lo que el Gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, ha llamado la “tragedia de los horizontes”; un fallo del mercado a consecuencia de la incapacidad de los inversores, las empresas y los gobiernos para actuar con miras a abordar los problemas, como, por ejemplo, el cambio climático, cuyas consecuencias no se dejarán sentir hasta un futuro lejano.

Las autoridades y los dirigentes empresariales citan muchas razones para centrarse en las preocupaciones inmediatas. De hecho, las propias medidas normativas necesarias para reducir los riesgos de otra crisis financiera obligan a los bancos y a los gestores de activos a prestar e invertir a corto plazo, con lo que con frecuencia dejan pasar oportunidades a largo plazo más provechosas, pero menos líquidas.

Las presiones a corto plazo siempre estarán presentes, pero se pueden superar con los instrumentos idóneos: la mejora de la fijación de precios de los riesgos medioambientales, unas calificaciones crediticias que tengan en cuenta los asuntos relativos al clima, la responsabilidad medioambiental de los prestadores y las medidas encaminadas a mitigar los riesgos medioambientales para la estabilidad financiera. Un futuro sostenible está a nuestro alcance, pero sólo si aplicamos las políticas que lo hagan posible.

Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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