NUEVA YORK – Cuando el ciclón Idai asoló Mozambique, Malawi, Zimbabue y Madagascar el mes pasado, dejó casi mil personas muertas y cientos de miles más sin techo, hambrientas y amenazadas por la enfermedad. Según una estimación, se puede haber perdido más de $1 mil millones en infraestructura.
Estas catástrofes se han vuelto tristemente familiares. Idai fue el último de una serie de acontecimientos climáticos extremos que nos muestran que los devastadores efectos del cambio climático están aquí y ahora, no en un futuro distante. Peor aún, las comunidades más pobres y vulnerables del mundo son las más afectadas. Mozambique, el país que sufrió el mayor nivel de daños por el ciclón, tendrá que realizar la reconstrucción con las manos atadas, porque actualmente está en negociaciones para reestructurar su insostenible deuda.
Para dar respuesta a estos retos, en 2015 la comunidad internacional adoptó la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que trazó un camino hacia la prosperidad y la sostenibilidad comunes. Pero no será posible alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS) si no transformamos nuestros sistemas financieros en la línea de la Agenda de Acción de Addis Ababa de las Naciones Unidas. Necesitamos una arquitectura financiera mundial que facilite el financiamiento de las inversiones que se requieran (incluida la construcción de infraestructura sólida y resistente), una respuesta rápida a las crisis y el saneamiento financiero de los países en problemas.
Ha habido algunos avances. Una nueva evaluación de la ONU sobre financiamiento mundial para el desarrollo sostenible, realizada en colaboración con el Fondo Monetario Internacional y la OCDE, halló que está aumentando el interés del sector privado en el desarrollo sostenible. Más aún, los ODS se está incorporando cada vez más a los presupuestos públicos y a las iniciativas de cooperación para el desarrollo.
Pero estos cambios no ocurren con la rapidez ni la ubicuidad necesarias. Por ejemplo, la inversión total del sector privado en infraestructura en los países en desarrollo, de $43 mil millones, está por debajo hoy que en el mismo periodo en 2012. Para alcanzar la meta de ofrecer educación primaria universal para 2030 habría que más que triplicar el gesto anual en educación en los países más pobres del mundo.
Al mismo tiempo, es necesario abordar los riesgos sistémicos subyacentes para evitar repetir las crisis en el futuro. En esto, las perspectivas no son prometedoras. El crecimiento de la economía mundial ha llegado a un 3%, mucho menos del que se necesita para erradicar la pobreza en varios países. En 2017, los salarios reales (ajustados a la inflación) crecieron solo un 1,8%, el índice más bajo en una década. La mayoría de los habitantes del planeta viven hoy en países con crecientes niveles de desigualdad del ingreso. A pesar de que la globalización ha aumentado significativamente la riqueza y permitido avances importantes en la lucha contra la pobreza, estos logros no se han distribuido equitativamente. Demasiados hogares, comunidades y países han sido excluidos de la creciente prosperidad.
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Con este telón de fondo, no es de sorprender que en muchas partes del mundo la confianza en el multilateralismo mismo se haya visto socavada. Sin embargo, si bien el orden multilateral sufre una crisis de legitimidad, también esto representa una oportunidad. Los veloces cambios geopolíticos y tecnológicos, además del clima de la Tierra, han centrado nuestra atención colectiva sobre los acuerdos actuales en los ámbitos mundiales de las finanzas, el comercio, las deudas, la cooperación fiscal y otros. Al reformularlos, tenemos la oportunidad de reorientarlos hacia el logro de un desarrollo sostenible.
Por ejemplo, la urgente necesidad de inversiones de largo plazo para luchar contra el cambio climático ha puesto el foco sobre la orientación cortoplacista de los mercados de capitales, y subrayado la importancia de realinear los incentivos que impulsan el comportamiento de los actores del sistema financiero. Con el mismo punto de vista se puede decir que el hecho de que más de $588 mil millones de bienes sujetos a restricciones de comercio para mediados de octubre de 2018 –un aumento de siete veces con respecto al año previo- representa una crisis del sistema de comercio multilateral, pero también una oportunidad de promover un enfoque más justo a la globalización.
Hay al menos otros 30 países de bajos ingresos que, como Mozambique, sufren un alto riesgo de caer en crisis de deuda. Sin embargo, los crecientes riesgos de deuda soberana, que coinciden con un cambiante paisaje de acreedores, han sensibilizado a la comunidad internacional a las brechas que existen en la actual arquitectura y que afectan la sostenibilidad de la deuda soberana.
Por último, la digitalización ha alimentado el debate sobre el diseño del sistema tributario internacional y su impacto sobre la inequidad. Y la creciente concentración del mercado, particularmente en la economía digital, ha puesto en primer plano la necesidad de abordar las implicancias distribucionales de las nuevas tecnologías, tanto al interior como fuera de los países.
Para avanzar en la transformación que necesitamos habrá que implementar políticas nacionales para elevar impuestos, atraer inversiones y alinear los sistemas financieros locales. Pero los problemas más acuciantes del mundo no se pueden resolver por la acción aislada de los países. En lugar de retirarse del multilateralismo, la comunidad internacional debe fortalecer la acción colectiva. Solo actuando juntos podremos lograr grandes cosas para el beneficio de todos. Si no lo hacemos, fracasaremos en la misión de asegurar un desarrollo sostenible para todos. No hay excusas para la inacción, ya que el futuro del planeta y nuestra prosperidad común están en juego.
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Since Plato’s Republic 2,300 years ago, philosophers have understood the process by which demagogues come to power in free and fair elections, only to overthrow democracy and establish tyrannical rule. The process is straightforward, and we have now just watched it play out.
observes that philosophers since Plato have understood how tyrants come to power in free elections.
Despite being a criminal, a charlatan, and an aspiring dictator, Donald Trump has won not only the Electoral College, but also the popular vote – a feat he did not achieve in 2016 or 2020. A nihilistic voter base, profit-hungry business leaders, and craven Republican politicians are to blame.
points the finger at a nihilistic voter base, profit-hungry business leaders, and craven Republican politicians.
NUEVA YORK – Cuando el ciclón Idai asoló Mozambique, Malawi, Zimbabue y Madagascar el mes pasado, dejó casi mil personas muertas y cientos de miles más sin techo, hambrientas y amenazadas por la enfermedad. Según una estimación, se puede haber perdido más de $1 mil millones en infraestructura.
Estas catástrofes se han vuelto tristemente familiares. Idai fue el último de una serie de acontecimientos climáticos extremos que nos muestran que los devastadores efectos del cambio climático están aquí y ahora, no en un futuro distante. Peor aún, las comunidades más pobres y vulnerables del mundo son las más afectadas. Mozambique, el país que sufrió el mayor nivel de daños por el ciclón, tendrá que realizar la reconstrucción con las manos atadas, porque actualmente está en negociaciones para reestructurar su insostenible deuda.
Para dar respuesta a estos retos, en 2015 la comunidad internacional adoptó la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que trazó un camino hacia la prosperidad y la sostenibilidad comunes. Pero no será posible alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS) si no transformamos nuestros sistemas financieros en la línea de la Agenda de Acción de Addis Ababa de las Naciones Unidas. Necesitamos una arquitectura financiera mundial que facilite el financiamiento de las inversiones que se requieran (incluida la construcción de infraestructura sólida y resistente), una respuesta rápida a las crisis y el saneamiento financiero de los países en problemas.
Ha habido algunos avances. Una nueva evaluación de la ONU sobre financiamiento mundial para el desarrollo sostenible, realizada en colaboración con el Fondo Monetario Internacional y la OCDE, halló que está aumentando el interés del sector privado en el desarrollo sostenible. Más aún, los ODS se está incorporando cada vez más a los presupuestos públicos y a las iniciativas de cooperación para el desarrollo.
Pero estos cambios no ocurren con la rapidez ni la ubicuidad necesarias. Por ejemplo, la inversión total del sector privado en infraestructura en los países en desarrollo, de $43 mil millones, está por debajo hoy que en el mismo periodo en 2012. Para alcanzar la meta de ofrecer educación primaria universal para 2030 habría que más que triplicar el gesto anual en educación en los países más pobres del mundo.
Al mismo tiempo, es necesario abordar los riesgos sistémicos subyacentes para evitar repetir las crisis en el futuro. En esto, las perspectivas no son prometedoras. El crecimiento de la economía mundial ha llegado a un 3%, mucho menos del que se necesita para erradicar la pobreza en varios países. En 2017, los salarios reales (ajustados a la inflación) crecieron solo un 1,8%, el índice más bajo en una década. La mayoría de los habitantes del planeta viven hoy en países con crecientes niveles de desigualdad del ingreso. A pesar de que la globalización ha aumentado significativamente la riqueza y permitido avances importantes en la lucha contra la pobreza, estos logros no se han distribuido equitativamente. Demasiados hogares, comunidades y países han sido excluidos de la creciente prosperidad.
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Por ejemplo, la urgente necesidad de inversiones de largo plazo para luchar contra el cambio climático ha puesto el foco sobre la orientación cortoplacista de los mercados de capitales, y subrayado la importancia de realinear los incentivos que impulsan el comportamiento de los actores del sistema financiero. Con el mismo punto de vista se puede decir que el hecho de que más de $588 mil millones de bienes sujetos a restricciones de comercio para mediados de octubre de 2018 –un aumento de siete veces con respecto al año previo- representa una crisis del sistema de comercio multilateral, pero también una oportunidad de promover un enfoque más justo a la globalización.
Hay al menos otros 30 países de bajos ingresos que, como Mozambique, sufren un alto riesgo de caer en crisis de deuda. Sin embargo, los crecientes riesgos de deuda soberana, que coinciden con un cambiante paisaje de acreedores, han sensibilizado a la comunidad internacional a las brechas que existen en la actual arquitectura y que afectan la sostenibilidad de la deuda soberana.
Por último, la digitalización ha alimentado el debate sobre el diseño del sistema tributario internacional y su impacto sobre la inequidad. Y la creciente concentración del mercado, particularmente en la economía digital, ha puesto en primer plano la necesidad de abordar las implicancias distribucionales de las nuevas tecnologías, tanto al interior como fuera de los países.
Para avanzar en la transformación que necesitamos habrá que implementar políticas nacionales para elevar impuestos, atraer inversiones y alinear los sistemas financieros locales. Pero los problemas más acuciantes del mundo no se pueden resolver por la acción aislada de los países. En lugar de retirarse del multilateralismo, la comunidad internacional debe fortalecer la acción colectiva. Solo actuando juntos podremos lograr grandes cosas para el beneficio de todos. Si no lo hacemos, fracasaremos en la misión de asegurar un desarrollo sostenible para todos. No hay excusas para la inacción, ya que el futuro del planeta y nuestra prosperidad común están en juego.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen