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Islas de innovación climática

ORANJESTAD – Vivir hoy en un pequeño estado insular es enfrentarse periódicamente a la ironía más cruel del cambio climático. Las islas contribuyen poco al calentamiento global, pero son las primeras en sufrir sus efectos devastadores y las menos preparadas para manejarlos.

Mientras las emisiones de dióxido de carbono de países industrializados más grandes y ricos siguen calentando el planeta, el aumento de nivel de los mares les roba territorio a estas islas. Además, inmensos huracanes como el María y el Irma (potenciados hasta niveles inéditos por el calor antinatural de las aguas) destruyen hogares y sistemas de energía, dejando muerte, destrucción y enfermedad a su paso.

Mientras estas amenazas se van volviendo normales, los pequeños estados insulares hemos hecho de nuestras vulnerabilidades comunes una fuente de solidaridad. También estamos hallando un renovado espíritu de resiliencia, y estamos decididos a trabajar juntos para ayudar al mundo a combatir el cambio climático. Más en concreto, nuestras islas pueden servir como laboratorios ideales para probar innovadoras tecnologías de producción limpia de energía.

En Aruba, durante mi mandato como primer ministro, nos fijamos la meta de generar el 100% de la electricidad con energía limpia en 2020. Para el logro de esta iniciativa contamos con la colaboración de socios clave como las universidades Harvard y TU Delft y centros de estudios como el Rocky Mountain Institute. También recibimos apoyo de Sir Richard Branson, Al Gore, Wubbo Ockels, Daan Roosegaarde y José María Figueres, todos ellos líderes del movimiento por la defensa del clima y la sostenibilidad.

Para la satisfacción de sus relativamente pequeñas necesidades energéticas, la mayoría de las islas todavía son muy dependientes de combustibles fósiles importados, lo que las pone a merced de los mercados globales. Los isleños tenemos que soportar variaciones impredecibles de los precios e interrupciones del suministro, especialmente en tiempos de crisis. En cambio, la generación local de energía a partir de fuentes renovables (por ejemplo eólica y solar) complementada con baterías de alta capacidad de almacenamiento aumenta la resiliencia de las islas y la estabilidad de sus suministros de electricidad.

Los pequeños estados insulares queremos energía limpia ahora, por nuestro propio bienestar y por el bien de toda la humanidad. Estamos ansiosos por mostrar al mundo lo práctico y rentable que es abandonar los combustibles fósiles sin dejar de hacer crecer la economía, garantizando a todos acceso fiable a la energía y generando empleo de calidad para las poblaciones locales.

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Muchos de nuestros vecinos caribeños ya se fijaron metas ambiciosas en lo referido a la descarbonización profunda y el desarrollo de las energías renovables. Por ejemplo, el primer ministro de Jamaica quiere que su país genere el 50% de la energía a partir de fuentes renovables en 2030. Barbados pretende ir más lejos, ya que para esa misma fecha se fijó como objetivo la neutralidad de carbono y llegar al 100% de generación de energía a partir de fuentes renovables.

Lamentablemente, muchos inversores extranjeros todavía apoyan proyectos de infraestructura energética dependientes del carbono, en pequeños estados insulares y otros países en desarrollo. Por ejemplo, China comprometió más de 20 000 millones de dólares para la financiación de centrales a carbón en todo el mundo. Japón sigue financiando nuevos proyectos basados en el carbón dentro y fuera del país; es el único miembro del G7 que lo hace. Esas inversiones amenazan con dejar regiones vulnerables ancladas a los combustibles fósiles por décadas y al mismo tiempo empeorar los riesgos climáticos a largo plazo.

Muchos grandes países desarrollados se han comprometido a ayudar a los pequeños estados‑nación vulnerables a adaptarse al cambio climático. Pero los donantes y prestamistas a veces atentan contra su propio compromiso, porque no dejan de financiar proyectos nuevos basados en los combustibles fósiles.

Los países más ricos deberían concentrarse en hacer inversiones climáticamente inteligentes para reducir la carga futura del calentamiento global. Según una estimación, en nueve de los países más vulnerables del mundo, el costo promedio de adaptarse al cambio climático puede llegar a los 15 000 millones de dólares por año entre 2015 y 2030.

China es un buen ejemplo de las contradicciones que se ven en relación con la energía limpia. Dentro de sus fronteras, el país está mostrando de qué manera una economía en veloz industrialización puede cerrar centrales a carbón y aumentar el acceso a la energía con fuentes renovables limpias. Pero la mayoría de los proyectos de energía en países en desarrollo dentro de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (el inmenso programa transnacional chino de inversión en infraestructura) se centran en el petróleo, el gas y el carbón.

No tiene por qué ser así. A China le resulta muy fácil exportar su tecnología de energía limpia y climáticamente inteligente cuando los receptores de sus préstamos lo piden. En Argentina, por ejemplo, el Banco de Exportaciones e Importaciones de China ha otorgado un préstamo de casi 400 millones de dólares para financiar la construcción de la mayor granja solar de Sudamérica.

Además de la IFR, otros países (por ejemplo, Japón) también están aumentando la inversión en estados insulares y en todo el mundo en desarrollo. Los países destinatarios deben pensar cuidadosamente en la utilidad a largo plazo de los proyectos para sus ciudadanos y comunidades locales, y en el perjuicio que provocarán nuevas centrales termoeléctricas impulsadas con lignito, por el agravamiento de los importantes efectos que ya sufren del cambio climático.

En tanto, los países donantes deben analizar la compatibilidad de sus inversiones en el extranjero con los compromisos que asumieron conforme al acuerdo climático de París (2015). La única forma de limitar el calentamiento global a menos de 1,5 °C por encima de las temperaturas preindustriales (un límite que para muchos estados insulares pequeños es realmente existencial) es detener inmediatamente la construcción de nuevas centrales impulsadas por combustibles fósiles. Si un proyecto de energía no es compatible con este límite de 1,5 grados, ¿puede un autoproclamado “líder climático” como China o Japón justificar su financiación?

El acuerdo de París inició una nueva era de cooperación internacional, cuando los líderes mundiales acordaron trabajar juntos para combatir la amenaza del calentamiento global. Islas vulnerables como la mía aceptan de buen grado la inversión extranjera en su futuro energético, siempre que se trate de proyectos de generación limpia descarbonizada, que ayuden a nuestros ciudadanos a obtener una seguridad energética auténtica.

Los pequeños estados insulares recibimos una cuota desproporcionada de los efectos del cambio climático; pero con ayuda de los inversores, también podemos hacer más de la cuenta para ayudar a mitigar sus peores efectos.

Traducción: Esteban Flamini

https://prosyn.org/8vHRv8zes