NUEVA YORK – Tras la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29) celebrada este año en Bakú, tenemos ante nosotros una pregunta apremiante: ¿qué viene a continuación? Ahora que los países deben actualizar y presentar a principios del próximo año sus «contribuciones determinadas en el nivel nacional» (NDC por la sigla en inglés), en el marco del Acuerdo de París (2015), el mundo tiene la oportunidad (y el deber) de adoptar medidas transformadoras para hacer frente a la crisis climática. Y en ese esfuerzo, el océano debe ocupar un lugar central.
Nadie lo entiende mejor que los pequeños estados insulares en desarrollo (PEID) como Palaos. Para nosotros, la política climática no es un debate abstracto sobre riesgos futuros hipotéticos, sino una lucha por la supervivencia. Nuestros arrecifes de coral ya sufren decoloración, las tormentas son cada vez más frecuentes y destructivas, y las sequías menoscaban la seguridad alimentaria. La subida del nivel del mar amenaza no sólo nuestra tierra, sino también nuestra cultura, nuestro modo de vida e incluso nuestra existencia misma.
Hasta el momento, el apoyo internacional a la acción climática ha estado muy lejos de las necesidades de los países en desarrollo. Los PEID reciben en su conjunto menos del 2% de la financiación mundial para el clima, a pesar de tener a su cargo el 30% de las aguas territoriales del mundo. Es un desequilibrio sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta el enorme potencial no utilizado que tienen los océanos como herramienta de mitigación del cambio climático.
El océano es el mayor sumidero de carbono del planeta: absorbe el 25% de todas las emisiones de dióxido de carbono y nada menos que el 90% del exceso de calor atmosférico derivado del calentamiento global. Según un informe de 2023, las soluciones climáticas basadas en los océanos pueden situarnos hasta un 35% más cerca de los objetivos de reducción de emisiones para 2050, en una senda compatible con un aumento de la temperatura global no superior a 1,5 °C. Y la mitigación del cambio climático es sólo el principio; la salud de los océanos es fundamental para la creación de medios de vida sostenibles para las comunidades vulnerables de todo el mundo.
Basta pensar en soluciones naturales como la restauración de manglares, praderas submarinas y arrecifes de coral. Además de capturar carbono, estos ecosistemas actúan como defensas naturales contra el avance de los mares y los fenómenos meteorológicos extremos, y sirven de fundamento a las economías locales. En Palaos, las zonas marinas protegidas salvaguardan la biodiversidad, hacen posible la pesca sostenible e impulsan la industria turística.
Hasta ahora, las estrategias climáticas mundiales han tratado en general a los océanos (y a los ecosistemas que sustentan) como una cuestión secundaria, en favor de prioridades más visibles como las fuentes de energía renovables y los límites a las emisiones. El Grupo de Alto Nivel para una Economía Oceánica Sostenible ha revelado que muchos de sus estados miembros (que en conjunto gobiernan la mitad de las aguas territoriales oceánicas del mundo) todavía no tienen en su debida cuenta el papel de los océanos en sus NDC.
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Esta omisión es una oportunidad vital, que los países deberían aprovechar, ahora que preparan sus nuevas NDC para presentarlas con fecha límite en febrero. Poniendo los océanos en el centro de las estrategias climáticas, estos dejarán de ser víctimas silenciosas del calentamiento global para convertirse en una fuerza activa de mitigación y generación de resiliencia.
En junio se celebra el Foro de Economía y Finanzas Azules, uno de los «eventos especiales» preparatorios para la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos, que tendrá lugar en Niza. El objetivo del Foro es liberar un flujo de financiación hacia soluciones basadas en los océanos, en particular inversiones con efecto positivo sobre la biodiversidad que favorezcan a un mismo tiempo el desarrollo económico y el logro de las metas climáticas. Pero como vimos en la COP29, los presupuestos públicos ya están al límite, de modo que movilizar el capital privado junto con la inversión pública es esencial para impulsar cambios significativos.
Para entender el porqué, basta mirar el sector del transporte marítimo, que si fuera un país, sería el séptimo mayor emisor de carbono. El sector ya tiene las piezas fundamentales para lograr la neutralidad de carbono. Las compañías navieras están planificando su transición hacia una economía de baja emisión. Las tecnologías que necesitan están desarrolladas, en particular «combustibles verdes» como el metanol y el amoníaco. Y los proveedores están listos para aumentar la producción, mientras continúan innovando. Sin embargo, ese aumento ha resultado difícil, porque los inversores siguen viendo un riesgo excesivo en tecnologías cruciales para la transición verde.
Este desajuste entre las aspiraciones y la financiación subraya la necesidad de soluciones financieras creativas, por ejemplo garantías con respaldo estatal o instrumentos de financiación mixta. Felizmente, el Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado para la financiación climática que se acordó en la COP29 ofrece la oportunidad de fijar metas ambiciosas y utilizar mecanismos innovadores que movilicen inversiones privadas a gran escala.
A pesar de sus resultados decepcionantes, la COP29 ofreció un motivo más para un cauto optimismo: en los debates se vio un creciente reconocimiento de que acción oceánica es acción climática. Esta idea, que empezó a cobrar fuerza en 2019 durante el Diálogo sobre los Océanos y el Cambio Climático en la COP25, se ha convertido en un poderoso movimiento, que está generando un impulso hacia la adopción de soluciones climáticas basadas en los océanos.
Pero para poner este impulso al servicio de acciones cuantificables (por ejemplo, crear más zonas marinas protegidas que cubran manglares y praderas submarinas o incrementar la descarbonización de la industria naviera) se necesitará colaboración internacional y multisectorial, y mucha más financiación. En preparación para el Foro de Economía y Finanzas Azules y después de él, una cosa debe estar clara: invertir en el océano es invertir en nuestro futuro colectivo.
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By banning TikTok, US authorities have sent American users of the app flocking to Chinese platforms with even fewer safeguards on data security or algorithmic manipulation. Though these, too, might be banned, others will replace them, leading America to construct, one prohibition at a time, its own "Great Firewall."
thinks the US government's ban on the app has left it in an untenable position.
While some observers doubt that US President-elect Donald Trump poses a grave threat to US democracy, others are bracing themselves for the destruction of the country’s constitutional order. With Trump’s inauguration just around the corner, we asked PS commentators how vulnerable US institutions really are.
NUEVA YORK – Tras la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29) celebrada este año en Bakú, tenemos ante nosotros una pregunta apremiante: ¿qué viene a continuación? Ahora que los países deben actualizar y presentar a principios del próximo año sus «contribuciones determinadas en el nivel nacional» (NDC por la sigla en inglés), en el marco del Acuerdo de París (2015), el mundo tiene la oportunidad (y el deber) de adoptar medidas transformadoras para hacer frente a la crisis climática. Y en ese esfuerzo, el océano debe ocupar un lugar central.
Nadie lo entiende mejor que los pequeños estados insulares en desarrollo (PEID) como Palaos. Para nosotros, la política climática no es un debate abstracto sobre riesgos futuros hipotéticos, sino una lucha por la supervivencia. Nuestros arrecifes de coral ya sufren decoloración, las tormentas son cada vez más frecuentes y destructivas, y las sequías menoscaban la seguridad alimentaria. La subida del nivel del mar amenaza no sólo nuestra tierra, sino también nuestra cultura, nuestro modo de vida e incluso nuestra existencia misma.
Hasta el momento, el apoyo internacional a la acción climática ha estado muy lejos de las necesidades de los países en desarrollo. Los PEID reciben en su conjunto menos del 2% de la financiación mundial para el clima, a pesar de tener a su cargo el 30% de las aguas territoriales del mundo. Es un desequilibrio sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta el enorme potencial no utilizado que tienen los océanos como herramienta de mitigación del cambio climático.
El océano es el mayor sumidero de carbono del planeta: absorbe el 25% de todas las emisiones de dióxido de carbono y nada menos que el 90% del exceso de calor atmosférico derivado del calentamiento global. Según un informe de 2023, las soluciones climáticas basadas en los océanos pueden situarnos hasta un 35% más cerca de los objetivos de reducción de emisiones para 2050, en una senda compatible con un aumento de la temperatura global no superior a 1,5 °C. Y la mitigación del cambio climático es sólo el principio; la salud de los océanos es fundamental para la creación de medios de vida sostenibles para las comunidades vulnerables de todo el mundo.
Basta pensar en soluciones naturales como la restauración de manglares, praderas submarinas y arrecifes de coral. Además de capturar carbono, estos ecosistemas actúan como defensas naturales contra el avance de los mares y los fenómenos meteorológicos extremos, y sirven de fundamento a las economías locales. En Palaos, las zonas marinas protegidas salvaguardan la biodiversidad, hacen posible la pesca sostenible e impulsan la industria turística.
Hasta ahora, las estrategias climáticas mundiales han tratado en general a los océanos (y a los ecosistemas que sustentan) como una cuestión secundaria, en favor de prioridades más visibles como las fuentes de energía renovables y los límites a las emisiones. El Grupo de Alto Nivel para una Economía Oceánica Sostenible ha revelado que muchos de sus estados miembros (que en conjunto gobiernan la mitad de las aguas territoriales oceánicas del mundo) todavía no tienen en su debida cuenta el papel de los océanos en sus NDC.
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Esta omisión es una oportunidad vital, que los países deberían aprovechar, ahora que preparan sus nuevas NDC para presentarlas con fecha límite en febrero. Poniendo los océanos en el centro de las estrategias climáticas, estos dejarán de ser víctimas silenciosas del calentamiento global para convertirse en una fuerza activa de mitigación y generación de resiliencia.
En junio se celebra el Foro de Economía y Finanzas Azules, uno de los «eventos especiales» preparatorios para la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos, que tendrá lugar en Niza. El objetivo del Foro es liberar un flujo de financiación hacia soluciones basadas en los océanos, en particular inversiones con efecto positivo sobre la biodiversidad que favorezcan a un mismo tiempo el desarrollo económico y el logro de las metas climáticas. Pero como vimos en la COP29, los presupuestos públicos ya están al límite, de modo que movilizar el capital privado junto con la inversión pública es esencial para impulsar cambios significativos.
Para entender el porqué, basta mirar el sector del transporte marítimo, que si fuera un país, sería el séptimo mayor emisor de carbono. El sector ya tiene las piezas fundamentales para lograr la neutralidad de carbono. Las compañías navieras están planificando su transición hacia una economía de baja emisión. Las tecnologías que necesitan están desarrolladas, en particular «combustibles verdes» como el metanol y el amoníaco. Y los proveedores están listos para aumentar la producción, mientras continúan innovando. Sin embargo, ese aumento ha resultado difícil, porque los inversores siguen viendo un riesgo excesivo en tecnologías cruciales para la transición verde.
Este desajuste entre las aspiraciones y la financiación subraya la necesidad de soluciones financieras creativas, por ejemplo garantías con respaldo estatal o instrumentos de financiación mixta. Felizmente, el Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado para la financiación climática que se acordó en la COP29 ofrece la oportunidad de fijar metas ambiciosas y utilizar mecanismos innovadores que movilicen inversiones privadas a gran escala.
A pesar de sus resultados decepcionantes, la COP29 ofreció un motivo más para un cauto optimismo: en los debates se vio un creciente reconocimiento de que acción oceánica es acción climática. Esta idea, que empezó a cobrar fuerza en 2019 durante el Diálogo sobre los Océanos y el Cambio Climático en la COP25, se ha convertido en un poderoso movimiento, que está generando un impulso hacia la adopción de soluciones climáticas basadas en los océanos.
Pero para poner este impulso al servicio de acciones cuantificables (por ejemplo, crear más zonas marinas protegidas que cubran manglares y praderas submarinas o incrementar la descarbonización de la industria naviera) se necesitará colaboración internacional y multisectorial, y mucha más financiación. En preparación para el Foro de Economía y Finanzas Azules y después de él, una cosa debe estar clara: invertir en el océano es invertir en nuestro futuro colectivo.
Traducción: Esteban Flamini