LONDRES – El Reino Unido ahora está legalmente comprometido a reducir a cero las emisiones netas de gases de efecto invernadero en 2050. Los detractores en el Parlamento solicitaron un mayor análisis de costos y beneficios antes de asumir semejante compromiso; y el economista y premio Nobel William Nordhaus sostiene que este análisis demuestra un ritmo óptimo de reducción mucho más lento.
El acuerdo climático de París de 2015 pretende limitar el calentamiento global “muy por debajo de 2°C” sobre los niveles preindustriales, mientras que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático recomendó en 2018 que el incremento no fuera superior a 1,5°C. Por el contrario, el modelo de Nordhaus sugiere limitar el calentamiento a 3,5°C en 2100. Si ése fuera el objetivo, las emisiones netas de carbono cero serían aceptables mucho después de 2050.
Sin embargo, la estrategia de Nordhaus representa una aplicación errada de una modelación sofisticada para la toma de decisiones bajo una incertidumbre extrema. Todos los modelos dependen de los supuestos utilizados, y las conclusiones de Nordhaus dependen de manera crucial de supuestos sobre el perjuicio adicional que implicaría aceptar 3,5°C en lugar de 2°C de calentamiento global.
En el caso de algunos tipos de impacto climático, se puede probar con estimaciones cuantitativas. A medida que la Tierra se calienta, los rendimientos agrícolas aumentarán en algunas partes más frías del mundo y disminuirán en regiones más cálidas. Cualquier estimación del impacto económico neto es susceptible a amplios márgenes de error, y sería absurdo imaginar que los beneficios en una región se trasladarían a otras que se han visto perjudicadas, pero al menos la modelación nos puede ayudar a pensar en la escala posible de estos efectos.
Sin embargo, es imposible modelar muchos de los riesgos más importantes. El calentamiento global producirá cambios importantes en los ciclos hidrológicos: habrá lluvias más extremas y sequías mucho más severas. Esto tendrá serios efectos adversos en la agricultura y el sustento en lugares específicos, pero los modelos climáticos no nos pueden decir con anticipación y de manera precisa dónde serán más agudos los efectos regionales. Los efectos adversos iniciales a su vez podrían producir una inestabilidad política que se retroalimenta e intentos de migración en gran escala.
Pretender que podemos modelar estos efectos de primera y segunda ronda con algún tipo de precisión es un engaño. Tampoco la evidencia empírica de la historia humana puede ofrecer alguna guía útil para cómo hacer frente a un mundo que se calentó hasta el nivel supuestamente óptimo de Nordhaus. Después de todo, un calentamiento de 3,5°C por encima de los niveles preindustriales nos llevaría a temperaturas globales nunca vistas durante más de dos millones de años, mucho antes de que hubieran evolucionado los seres humanos modernos.
Las estimaciones modeladas de los impactos adversos tampoco son capaces de captar el riesgo de que el calentamiento global se retroalimente, lo que crea un riesgo no trivial de amenazas catastróficas para la vida humana en la Tierra. Las tendencias de las temperaturas recientes en el Ártico confirman las predicciones de los modelos climáticos de que el calentamiento será mayor en las altas latitudes. Si esto produce un derretimiento de gran escala del permafrost, se liberarán enormes cantidades de gas metano que están atrapadas, haciendo que el cambio climático se acelere. Cuanto más alta la temperatura alcanzada, mayor la probabilidad de un calentamiento más rápido e incontrolable. Los modelos siempre procuran capturar esos efectos profundamente endógenos y no lineales, pero el punto óptimo de 3,5°C de Nordhaus podría ser un equilibrio sumamente inestable.
Antes de la crisis financiera de 2008, muchos economistas, incluidos algunos premios Nobel, creían que los modelos de “valor en riesgo” (VaR) sofisticados habían tornado más seguro el sistema financiero global. El entonces presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, era uno de ellos. En 2005, observó de manera tranquilizadora que la “aplicación de estrategias más sofisticadas para medir y manejar el riesgo” fue uno de “los factores clave que respaldaron la mayor resiliencia de nuestras instituciones financieras más grandes”.
Pero esos modelos no ofrecieron ninguna advertencia en absoluto sobre el desastre inminente. Por el contrario, engañaron a los gerentes bancarios, a los banqueros centrales y a los reguladores y los llevaron peligrosamente a pensar que los riesgos se podían prever, medir y manejar con precisión. Los modelos VaR no pudieron captar el peligro del colapso catastrófico que resultó de los ciclos de retroalimentación endógenos al interior de un sistema complejo y potencialmente frágil. Lo mismo es válido para los modelos supuestamente sofisticados que pretenden discernir el nivel óptimo de calentamiento global.
Los costos económicos de alcanzar una neutralidad de carbono para mediados de siglo también son inciertos. Pero podemos estimar su orden máximo de magnitud con mucha más confianza de la que se tiene cuando se evalúan los costos de los efectos adversos del cambio climático.
Alcanzar una economía de emisiones cero de carbono exigirá un enorme incremento del uso de electricidad global, de los 23.000 teravatios-hora de hoy a unos 90.000 teravatios-hora para mediados de siglo. Llegar a este objetivo con una emisión cero de carbono requerirá grandes inversiones, pero como ha demostrado la Comisión de Transición Energética, es técnica, física y económicamente posible. Aun si todos estos 90.000 teravatios-hora fueran provistos a través de recursos solares, el requerimiento de espacio total sería de apenas el 1% de la superficie de la Tierra. Y en subastas de energía competitivas del mundo real, los proveedores de energía solar y eólica ya se están comprometiendo a suministrar electricidad a precios cercanos, y a veces por debajo, del costo de la generación de combustibles fósiles.
Las estimaciones de costos totales también deben tener en cuenta el almacenamiento de energía o la capacidad de respaldo necesarios para cubrir períodos en los que el viento no sopla y el sol no brilla, y para el desafío complejo de descarbonizar sectores de la industria pesada, como el acero, el cemento y los petroquímicos.
Sin embargo, si se tienen en cuenta todos los sectores económicos, es claro que el costo total de descarbonizar la economía global no puede exceder el 1-2% del PIB mundial. En verdad, los costos reales casi con certeza serán mucho más bajos, porque la mayoría de estas estimaciones ignoran prudentemente la posibilidad de avances tecnológicos fundamentales, y mantienen estimaciones conservadoras de cuán rápido y por cuánto tiempo ocurrirán las reducciones de costos en tecnologías clave. En 2010, la Agencia Internacional de Energía proyectó una caída del 70% de los costos de los equipamientos fotovoltaicos solares en 2030, cosa que sucedió en 2017.
En lugar de depender de modelos aparentemente sofisticados, la política en torno al cambio climático debe reflejar criterio en medio de la incertidumbre. Las tendencias actuales amenazan con impactos adversos importantes, pero inherentemente impredecibles. Limitar el calentamiento global a un nivel muy por debajo de 2°C costará como máximo 1-2% del PIB, y esos costos bajarán si fuertes compromisos para reducir las emisiones dan lugar a un progreso tecnológico y a efectos de curva de aprendizaje. Frente a estas realidades, emisiones cero en 2050 es un objetivo económicamente racional.
LONDRES – El Reino Unido ahora está legalmente comprometido a reducir a cero las emisiones netas de gases de efecto invernadero en 2050. Los detractores en el Parlamento solicitaron un mayor análisis de costos y beneficios antes de asumir semejante compromiso; y el economista y premio Nobel William Nordhaus sostiene que este análisis demuestra un ritmo óptimo de reducción mucho más lento.
El acuerdo climático de París de 2015 pretende limitar el calentamiento global “muy por debajo de 2°C” sobre los niveles preindustriales, mientras que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático recomendó en 2018 que el incremento no fuera superior a 1,5°C. Por el contrario, el modelo de Nordhaus sugiere limitar el calentamiento a 3,5°C en 2100. Si ése fuera el objetivo, las emisiones netas de carbono cero serían aceptables mucho después de 2050.
Sin embargo, la estrategia de Nordhaus representa una aplicación errada de una modelación sofisticada para la toma de decisiones bajo una incertidumbre extrema. Todos los modelos dependen de los supuestos utilizados, y las conclusiones de Nordhaus dependen de manera crucial de supuestos sobre el perjuicio adicional que implicaría aceptar 3,5°C en lugar de 2°C de calentamiento global.
En el caso de algunos tipos de impacto climático, se puede probar con estimaciones cuantitativas. A medida que la Tierra se calienta, los rendimientos agrícolas aumentarán en algunas partes más frías del mundo y disminuirán en regiones más cálidas. Cualquier estimación del impacto económico neto es susceptible a amplios márgenes de error, y sería absurdo imaginar que los beneficios en una región se trasladarían a otras que se han visto perjudicadas, pero al menos la modelación nos puede ayudar a pensar en la escala posible de estos efectos.
Sin embargo, es imposible modelar muchos de los riesgos más importantes. El calentamiento global producirá cambios importantes en los ciclos hidrológicos: habrá lluvias más extremas y sequías mucho más severas. Esto tendrá serios efectos adversos en la agricultura y el sustento en lugares específicos, pero los modelos climáticos no nos pueden decir con anticipación y de manera precisa dónde serán más agudos los efectos regionales. Los efectos adversos iniciales a su vez podrían producir una inestabilidad política que se retroalimenta e intentos de migración en gran escala.
Pretender que podemos modelar estos efectos de primera y segunda ronda con algún tipo de precisión es un engaño. Tampoco la evidencia empírica de la historia humana puede ofrecer alguna guía útil para cómo hacer frente a un mundo que se calentó hasta el nivel supuestamente óptimo de Nordhaus. Después de todo, un calentamiento de 3,5°C por encima de los niveles preindustriales nos llevaría a temperaturas globales nunca vistas durante más de dos millones de años, mucho antes de que hubieran evolucionado los seres humanos modernos.
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Las estimaciones modeladas de los impactos adversos tampoco son capaces de captar el riesgo de que el calentamiento global se retroalimente, lo que crea un riesgo no trivial de amenazas catastróficas para la vida humana en la Tierra. Las tendencias de las temperaturas recientes en el Ártico confirman las predicciones de los modelos climáticos de que el calentamiento será mayor en las altas latitudes. Si esto produce un derretimiento de gran escala del permafrost, se liberarán enormes cantidades de gas metano que están atrapadas, haciendo que el cambio climático se acelere. Cuanto más alta la temperatura alcanzada, mayor la probabilidad de un calentamiento más rápido e incontrolable. Los modelos siempre procuran capturar esos efectos profundamente endógenos y no lineales, pero el punto óptimo de 3,5°C de Nordhaus podría ser un equilibrio sumamente inestable.
Antes de la crisis financiera de 2008, muchos economistas, incluidos algunos premios Nobel, creían que los modelos de “valor en riesgo” (VaR) sofisticados habían tornado más seguro el sistema financiero global. El entonces presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, era uno de ellos. En 2005, observó de manera tranquilizadora que la “aplicación de estrategias más sofisticadas para medir y manejar el riesgo” fue uno de “los factores clave que respaldaron la mayor resiliencia de nuestras instituciones financieras más grandes”.
Pero esos modelos no ofrecieron ninguna advertencia en absoluto sobre el desastre inminente. Por el contrario, engañaron a los gerentes bancarios, a los banqueros centrales y a los reguladores y los llevaron peligrosamente a pensar que los riesgos se podían prever, medir y manejar con precisión. Los modelos VaR no pudieron captar el peligro del colapso catastrófico que resultó de los ciclos de retroalimentación endógenos al interior de un sistema complejo y potencialmente frágil. Lo mismo es válido para los modelos supuestamente sofisticados que pretenden discernir el nivel óptimo de calentamiento global.
Los costos económicos de alcanzar una neutralidad de carbono para mediados de siglo también son inciertos. Pero podemos estimar su orden máximo de magnitud con mucha más confianza de la que se tiene cuando se evalúan los costos de los efectos adversos del cambio climático.
Alcanzar una economía de emisiones cero de carbono exigirá un enorme incremento del uso de electricidad global, de los 23.000 teravatios-hora de hoy a unos 90.000 teravatios-hora para mediados de siglo. Llegar a este objetivo con una emisión cero de carbono requerirá grandes inversiones, pero como ha demostrado la Comisión de Transición Energética, es técnica, física y económicamente posible. Aun si todos estos 90.000 teravatios-hora fueran provistos a través de recursos solares, el requerimiento de espacio total sería de apenas el 1% de la superficie de la Tierra. Y en subastas de energía competitivas del mundo real, los proveedores de energía solar y eólica ya se están comprometiendo a suministrar electricidad a precios cercanos, y a veces por debajo, del costo de la generación de combustibles fósiles.
Las estimaciones de costos totales también deben tener en cuenta el almacenamiento de energía o la capacidad de respaldo necesarios para cubrir períodos en los que el viento no sopla y el sol no brilla, y para el desafío complejo de descarbonizar sectores de la industria pesada, como el acero, el cemento y los petroquímicos.
Sin embargo, si se tienen en cuenta todos los sectores económicos, es claro que el costo total de descarbonizar la economía global no puede exceder el 1-2% del PIB mundial. En verdad, los costos reales casi con certeza serán mucho más bajos, porque la mayoría de estas estimaciones ignoran prudentemente la posibilidad de avances tecnológicos fundamentales, y mantienen estimaciones conservadoras de cuán rápido y por cuánto tiempo ocurrirán las reducciones de costos en tecnologías clave. En 2010, la Agencia Internacional de Energía proyectó una caída del 70% de los costos de los equipamientos fotovoltaicos solares en 2030, cosa que sucedió en 2017.
En lugar de depender de modelos aparentemente sofisticados, la política en torno al cambio climático debe reflejar criterio en medio de la incertidumbre. Las tendencias actuales amenazan con impactos adversos importantes, pero inherentemente impredecibles. Limitar el calentamiento global a un nivel muy por debajo de 2°C costará como máximo 1-2% del PIB, y esos costos bajarán si fuertes compromisos para reducir las emisiones dan lugar a un progreso tecnológico y a efectos de curva de aprendizaje. Frente a estas realidades, emisiones cero en 2050 es un objetivo económicamente racional.