BERLÍN – En ningún lugar hay tanta escasez de agua dulce como en el mundo árabe. La región alberga la mayoría de los estados y territorios más pobres del mundo en cuanto a recursos hídricos, entre ellos Arabia Saudita, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Gaza, Jordania, Kuwait, Libia, Qatar y Yibuti. Esta carencia (agravada por la explosión poblacional, el agotamiento y la degradación de los ecosistemas naturales, y el descontento popular) arroja sombras sobre el futuro de estos países.
Lo que en el mundo árabe no escasean son desafíos para enfrentar. Muchos estados árabes son creaciones modernas inventadas por potencias coloniales en retirada, sin una identidad histórica que los aglutine, por lo que sus estructuras estatales suelen carecer de cimientos sólidos. Si a esto se le suman las presiones externas e internas (como el ascenso del islamismo, las guerras civiles y las migraciones masivas desde zonas en conflicto), el futuro de varios países árabes parece incierto.
Pocos parecen darse cuenta de hasta qué punto la escasez de agua contribuye a este ciclo de violencia. Un detonante clave de los levantamientos de la Primavera Árabe (el encarecimiento de los alimentos) estaba directamente relacionado con el agravamiento de la crisis hídrica de la región. El agua también es motivo de tensiones entre países. Por ejemplo, Arabia Saudita y Jordania compiten en una carrera silenciosa para bombear el acuífero de al-Disi, que comparten.
El agua también puede ser usada como arma. En Siria, Estado Islámico tomó el control de las cuencas superiores de los dos ríos principales, el Tigris y el Éufrates. El hecho de que casi la mitad del total de la población árabe dependa de flujos de agua dulce procedentes de países que no son árabes (entre ellos Turquía y los estados situados aguas arriba del río Nilo) puede ayudar a agravar todavía más la inseguridad hídrica.
Otra fuente de tensión es la elevadísima tasa de fertilidad regional. Según un informe de las Naciones Unidas, la disponibilidad anual media de agua en el mundo árabe podría reducirse a 460 metros cúbicos per cápita, menos de la mitad del umbral de pobreza hídrica, que es mil metros cúbicos. En este escenario, la extracción de agua se volverá todavía más insostenible de lo que ya es, y los reservorios, que ya son limitados, se agotarán más rápido que nunca; una situación que puede ser causa de más agitación.
Por último, muchos países subsidian el uso del agua (por no hablar de la gasolina y los alimentos), en un intento de “comprar” paz social. Pero esos subsidios alientan el derroche, con lo que aceleran el agotamiento de los recursos hídricos y el deterioro medioambiental.
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En síntesis, el mundo árabe está cada vez más atrapado en un círculo vicioso. Las presiones ambientales, demográficas y económicas agravan la escasez de agua; el desempleo y la inseguridad resultantes impulsan la agitación social y política y el extremismo; los gobiernos responden con más subsidios al uso del agua y otros recursos, y esto profundiza los problemas ambientales causantes de más escasez y agitación.
Se necesitan medidas urgentes para cortar el ciclo. Para empezar, los países árabes deben discontinuar la producción de cultivos que demandan grandes cantidades de agua. Los cereales, las oleaginosas y la carne vacuna deben importarse de países con abundancia hídrica, donde su producción es más eficiente y sostenible.
Respecto de los cultivos que se sigan produciendo en los países árabes, el uso de agua puede reducirse introduciendo tecnologías más avanzadas y prácticas recomendadas aplicadas en el resto del mundo. Podrían aplicarse medidas como: el uso de tecnologías de destilación y de membranas para purificar el agua degradada o contaminada; la recuperación de aguas servidas; y la desalinización de aguas salobres u oceánicas. La irrigación por goteo es muy eficiente y puede mejorar la producción frutihortícola de la región sin hacer uso excesivo de agua.
Otras medidas importantes serían ampliar y fortalecer la infraestructura hídrica para hacer frente a desequilibrios estacionales en la disponibilidad de agua; mejorar la eficiencia de la distribución; y recolectar el agua de lluvia, lo que habilitaría una fuente de suministro adicional. Jordania, con la colaboración de Israel y ayuda de la Unión Europea, está construyendo un acueducto entre el Mar Rojo y el Mar Muerto, con la idea de desalinizar las aguas del primero para suministrar agua potable a Jordania, Israel y los territorios palestinos, y luego canalizar la salmuera remanente hacia el moribundo Mar Muerto.
También es crucial mejorar la gestión del agua. Un modo de lograrlo es fijarle un precio más realista, lo que crearía un incentivo para evitar el derroche y conservar los suministros. No es necesario eliminar los subsidios por completo, pero deben redirigirse a pequeños agricultores u otros trabajadores muy necesitados, y hay que rediseñarlos para que también incentiven la conservación y el uso eficiente del agua.
Es verdad que países más ricos y estables como Arabia Saudita, Qatar, Kuwait y los EAU están mejor posicionados para hacer frente a la creciente crisis hídrica que otros desgarrados por conflictos, como Yemen, Libia e Irak. Pero para cortar el ciclo de violencia e inseguridad, todos los países tarde o temprano tendrán que asumir la tarea de mejorar la gestión del agua y proteger los ecosistemas. De lo contrario, los problemas hídricos (y la agitación interna) no harán más que agravarse.
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The economy played a critical role in the 2024 presidential race, creating the conditions not only for Donald Trump to trounce Kamala Harris, but also for a counter-elite to usher in a new power structure. Will the Democrats and “establishment” experts get the message?
explains how and why Democrats failed to connect with US voters’ pocketbook realities.
Kamala Harris lost to Donald Trump because she received around ten million fewer votes than Joe Biden did in 2020. The Democratic Party leadership was, at best, indifferent to the erosion of voting access, negligent in retaining newer voters, and proactive in marginalizing what remained of its left wing.
thinks the party has only itself to blame for losing the 2024 election on low voter turnout.
BERLÍN – En ningún lugar hay tanta escasez de agua dulce como en el mundo árabe. La región alberga la mayoría de los estados y territorios más pobres del mundo en cuanto a recursos hídricos, entre ellos Arabia Saudita, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Gaza, Jordania, Kuwait, Libia, Qatar y Yibuti. Esta carencia (agravada por la explosión poblacional, el agotamiento y la degradación de los ecosistemas naturales, y el descontento popular) arroja sombras sobre el futuro de estos países.
Lo que en el mundo árabe no escasean son desafíos para enfrentar. Muchos estados árabes son creaciones modernas inventadas por potencias coloniales en retirada, sin una identidad histórica que los aglutine, por lo que sus estructuras estatales suelen carecer de cimientos sólidos. Si a esto se le suman las presiones externas e internas (como el ascenso del islamismo, las guerras civiles y las migraciones masivas desde zonas en conflicto), el futuro de varios países árabes parece incierto.
Pocos parecen darse cuenta de hasta qué punto la escasez de agua contribuye a este ciclo de violencia. Un detonante clave de los levantamientos de la Primavera Árabe (el encarecimiento de los alimentos) estaba directamente relacionado con el agravamiento de la crisis hídrica de la región. El agua también es motivo de tensiones entre países. Por ejemplo, Arabia Saudita y Jordania compiten en una carrera silenciosa para bombear el acuífero de al-Disi, que comparten.
El agua también puede ser usada como arma. En Siria, Estado Islámico tomó el control de las cuencas superiores de los dos ríos principales, el Tigris y el Éufrates. El hecho de que casi la mitad del total de la población árabe dependa de flujos de agua dulce procedentes de países que no son árabes (entre ellos Turquía y los estados situados aguas arriba del río Nilo) puede ayudar a agravar todavía más la inseguridad hídrica.
Otra fuente de tensión es la elevadísima tasa de fertilidad regional. Según un informe de las Naciones Unidas, la disponibilidad anual media de agua en el mundo árabe podría reducirse a 460 metros cúbicos per cápita, menos de la mitad del umbral de pobreza hídrica, que es mil metros cúbicos. En este escenario, la extracción de agua se volverá todavía más insostenible de lo que ya es, y los reservorios, que ya son limitados, se agotarán más rápido que nunca; una situación que puede ser causa de más agitación.
Por último, muchos países subsidian el uso del agua (por no hablar de la gasolina y los alimentos), en un intento de “comprar” paz social. Pero esos subsidios alientan el derroche, con lo que aceleran el agotamiento de los recursos hídricos y el deterioro medioambiental.
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En síntesis, el mundo árabe está cada vez más atrapado en un círculo vicioso. Las presiones ambientales, demográficas y económicas agravan la escasez de agua; el desempleo y la inseguridad resultantes impulsan la agitación social y política y el extremismo; los gobiernos responden con más subsidios al uso del agua y otros recursos, y esto profundiza los problemas ambientales causantes de más escasez y agitación.
Se necesitan medidas urgentes para cortar el ciclo. Para empezar, los países árabes deben discontinuar la producción de cultivos que demandan grandes cantidades de agua. Los cereales, las oleaginosas y la carne vacuna deben importarse de países con abundancia hídrica, donde su producción es más eficiente y sostenible.
Respecto de los cultivos que se sigan produciendo en los países árabes, el uso de agua puede reducirse introduciendo tecnologías más avanzadas y prácticas recomendadas aplicadas en el resto del mundo. Podrían aplicarse medidas como: el uso de tecnologías de destilación y de membranas para purificar el agua degradada o contaminada; la recuperación de aguas servidas; y la desalinización de aguas salobres u oceánicas. La irrigación por goteo es muy eficiente y puede mejorar la producción frutihortícola de la región sin hacer uso excesivo de agua.
Otras medidas importantes serían ampliar y fortalecer la infraestructura hídrica para hacer frente a desequilibrios estacionales en la disponibilidad de agua; mejorar la eficiencia de la distribución; y recolectar el agua de lluvia, lo que habilitaría una fuente de suministro adicional. Jordania, con la colaboración de Israel y ayuda de la Unión Europea, está construyendo un acueducto entre el Mar Rojo y el Mar Muerto, con la idea de desalinizar las aguas del primero para suministrar agua potable a Jordania, Israel y los territorios palestinos, y luego canalizar la salmuera remanente hacia el moribundo Mar Muerto.
También es crucial mejorar la gestión del agua. Un modo de lograrlo es fijarle un precio más realista, lo que crearía un incentivo para evitar el derroche y conservar los suministros. No es necesario eliminar los subsidios por completo, pero deben redirigirse a pequeños agricultores u otros trabajadores muy necesitados, y hay que rediseñarlos para que también incentiven la conservación y el uso eficiente del agua.
Es verdad que países más ricos y estables como Arabia Saudita, Qatar, Kuwait y los EAU están mejor posicionados para hacer frente a la creciente crisis hídrica que otros desgarrados por conflictos, como Yemen, Libia e Irak. Pero para cortar el ciclo de violencia e inseguridad, todos los países tarde o temprano tendrán que asumir la tarea de mejorar la gestión del agua y proteger los ecosistemas. De lo contrario, los problemas hídricos (y la agitación interna) no harán más que agravarse.
Traducción: Esteban Flamini