LONDRES – Para muchas personas de todo el mundo, este año el tiempo ha dejado de ser un tema de conversación trivial. El tifón Haiyan en las Filipinas, el gélido invierno sin precedentes en los Estados Unidos, la sequía de todo un año en California y las inundaciones en Europa han devuelto los peligros a largo plazo del cambio climático al programa político. Como reacción, el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, ha enviado una carta urgente a los dirigentes gubernamentales, empresariales, de la sociedad civil y de las finanzas para instarlos a asistir a una Cumbre [especial] sobre el clima, que se celebrará en Nueva York el próximo mes de septiembre.
Esa reunión será la primera en la que los dirigentes mundiales se habrán reunido para examinar el calentamiento planetario desde la decisiva Cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático celebrada en Copenhague en 2009. Entre grandes esperanzas –y posteriores recriminaciones– aquella reunión no logró un acuerdo mundial y jurídicamente vinculante para reducir las emisiones de los gases que producen el efecto de invernadero. Así, pues, en la cumbre del próximo septiembre se pedirá a los dirigentes que reanuden el proceso diplomático. El objetivo es un nuevo acuerdo en 2015 para impedir que las temperaturas medias mundiales aumenten en dos grados centígrados, nivel que la comunidad internacional ha considerado “peligroso” para la sociedad humana.
A primera vista, parece una tarea difícil. Desde la cumbre de Copenhague, el cambio climático ha ido perdiendo puestos en el programa mundial, pues el restablecimiento del crecimiento económico, las preocupaciones de los votantes por los puestos de trabajo y los niveles de vida y la violencia en importantes puntos conflictivos han cobrado precedencia.
Pero la corriente puede estar cambiando. Más personas están comprendiendo la verdadera magnitud de los peligros que nos esperan. En su última evaluación autorizada, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) concluyó el año pasado que los científicos ya estaban seguros en un 95 por ciento de que las actividades humanas eran la causa principal del aumento de las temperaturas. A lo largo de los dos próximos meses el IPCC hará públicos nuevos informes en los que se detallarán las repercusiones económicas y humanas del probable cambio climático y los costos y beneficios de combatirlo. El ex Secretario de Estado de los EE.UU., John Kerry ha calificado recientemente el cambio climático de “tal vez la más temible arma de destrucción en masa del mundo” y ha advertido sobre “un punto de inflexión sin retorno”. Pocos son los comentaristas que ahora discuten los datos científicos.
Así, pues, la cuestión decisiva ahora es la de cómo reaccionarán los dirigentes del mundo. Hay razones para un optimismo cauteloso.
En primer lugar, la cumbre de Nueva York no será como la de Copenhague. No se va a pedir a los dirigentes que negocien un nuevo acuerdo ellos mismos; esa tarea seguirá correspondiendo a sus negociadores profesionales y ministros de Medio Ambiente. Además, el proceso no concluirá este año, sino en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebrará en París en diciembre de 2015. Así se dispone de mucho tiempo para plasmar en un acuerdo jurídicamente vinculante los compromisos políticos subscritos en Nueva York.
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En segundo lugar, los dos mayores emisores de los gases que producen el efecto de invernadero del mundo, los Estados Unidos y China, están ahora más comprometidos con la adopción de medidas que hace cinco años. El Presidente de los EE.UU, Barack Obama, ha anunciado un plan de gran alcance que autoriza al Organismo del Medio Ambiente a adoptar medidas drásticas en los próximos meses para limitar las emisiones de las centrales eléctricas, con lo que en la práctica se pondrá fin totalmente a la generación de electricidad en centrales de carbón.
En China, el empeoramiento de la contaminación atmosférica y las preocupaciones en aumento por la seguridad energética han movido al Gobierno a examinar la posibilidad de poner límites a la utilización del carbón y reducir absolutamente las emisiones en los próximos diez o quince años. El Gobierno está experimentando con la fijación de precios del carbono e invirtiendo en gran escala en las energías eólica, solar y nuclear, que reducen las emisiones de carbono.
Además, los dos países están cooperando activamente. El año pasado, Obama y el Presidente de China, Xi Jinping, se comprometieron a eliminar progresivamente los hidrofluorocarburos, potentes gases de invernadero. El pasado mes de febrero, anunciaron su intención de cooperar en materia de política climática, en marcado contraste con las tensiones chino-americanas en materia de seguridad y comercio en el Pacífico. Como la Unión Europea también está preparándose para comprometerse con nuevas metas climáticas de aquí a 2030, están aumentando las esperanzas sobre un acuerdo mundial.
Un tercer motivo de optimismo es la reevaluación de la economía del cambio climático. Hace cinco años, se consideraban las políticas encaminadas a reducir las emisiones de los gases que provocan el efecto de invernadero una costosa carga para la economía. Así, pues, las negociaciones eran un juego de suma cero y los países procuraban reducir al mínimo sus obligaciones, mientras que pedían a otros que hicieran más.
Sin embargo, nuevas pruebas pueden estar modificando el cálculo económico. Según investigaciones llevadas a cabo por la Comisión Mundial sobre la Economía y el Clima, lejos de perjudicar a la economía, una política climática bien concebida puede impulsar el crecimiento en realidad. La Comisión, presidida por el ex Presidente de México, Felipe Calderón, y compuesta de ex Primeros Ministros, Presidentes y ministros de Hacienda, está analizando cómo podrían las inversiones en infraestructuras, productividad agrícola y transporte urbano con energías limpias estimular las economías aletargadas. En septiembre se presentarán sus conclusiones; si se aceptan, la labor de la Comisión podría señalar un punto de inflexión, al transformar el modo como las autoridades económicas mundiales consideran la política climática.
Nada de eso garantiza el éxito. Unos poderosos intereses creados –y, en particular, las industrias mundiales de combustibles fósiles– intentarán sin lugar a dudas limitar los avances y la mayoría de los gobiernos no están aún centrados en ese problema, pero una cosa es segura: está resultando imposible pasar por alto la realidad del cambio climático.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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LONDRES – Para muchas personas de todo el mundo, este año el tiempo ha dejado de ser un tema de conversación trivial. El tifón Haiyan en las Filipinas, el gélido invierno sin precedentes en los Estados Unidos, la sequía de todo un año en California y las inundaciones en Europa han devuelto los peligros a largo plazo del cambio climático al programa político. Como reacción, el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, ha enviado una carta urgente a los dirigentes gubernamentales, empresariales, de la sociedad civil y de las finanzas para instarlos a asistir a una Cumbre [especial] sobre el clima, que se celebrará en Nueva York el próximo mes de septiembre.
Esa reunión será la primera en la que los dirigentes mundiales se habrán reunido para examinar el calentamiento planetario desde la decisiva Cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático celebrada en Copenhague en 2009. Entre grandes esperanzas –y posteriores recriminaciones– aquella reunión no logró un acuerdo mundial y jurídicamente vinculante para reducir las emisiones de los gases que producen el efecto de invernadero. Así, pues, en la cumbre del próximo septiembre se pedirá a los dirigentes que reanuden el proceso diplomático. El objetivo es un nuevo acuerdo en 2015 para impedir que las temperaturas medias mundiales aumenten en dos grados centígrados, nivel que la comunidad internacional ha considerado “peligroso” para la sociedad humana.
A primera vista, parece una tarea difícil. Desde la cumbre de Copenhague, el cambio climático ha ido perdiendo puestos en el programa mundial, pues el restablecimiento del crecimiento económico, las preocupaciones de los votantes por los puestos de trabajo y los niveles de vida y la violencia en importantes puntos conflictivos han cobrado precedencia.
Pero la corriente puede estar cambiando. Más personas están comprendiendo la verdadera magnitud de los peligros que nos esperan. En su última evaluación autorizada, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) concluyó el año pasado que los científicos ya estaban seguros en un 95 por ciento de que las actividades humanas eran la causa principal del aumento de las temperaturas. A lo largo de los dos próximos meses el IPCC hará públicos nuevos informes en los que se detallarán las repercusiones económicas y humanas del probable cambio climático y los costos y beneficios de combatirlo. El ex Secretario de Estado de los EE.UU., John Kerry ha calificado recientemente el cambio climático de “tal vez la más temible arma de destrucción en masa del mundo” y ha advertido sobre “un punto de inflexión sin retorno”. Pocos son los comentaristas que ahora discuten los datos científicos.
Así, pues, la cuestión decisiva ahora es la de cómo reaccionarán los dirigentes del mundo. Hay razones para un optimismo cauteloso.
En primer lugar, la cumbre de Nueva York no será como la de Copenhague. No se va a pedir a los dirigentes que negocien un nuevo acuerdo ellos mismos; esa tarea seguirá correspondiendo a sus negociadores profesionales y ministros de Medio Ambiente. Además, el proceso no concluirá este año, sino en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebrará en París en diciembre de 2015. Así se dispone de mucho tiempo para plasmar en un acuerdo jurídicamente vinculante los compromisos políticos subscritos en Nueva York.
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En segundo lugar, los dos mayores emisores de los gases que producen el efecto de invernadero del mundo, los Estados Unidos y China, están ahora más comprometidos con la adopción de medidas que hace cinco años. El Presidente de los EE.UU, Barack Obama, ha anunciado un plan de gran alcance que autoriza al Organismo del Medio Ambiente a adoptar medidas drásticas en los próximos meses para limitar las emisiones de las centrales eléctricas, con lo que en la práctica se pondrá fin totalmente a la generación de electricidad en centrales de carbón.
En China, el empeoramiento de la contaminación atmosférica y las preocupaciones en aumento por la seguridad energética han movido al Gobierno a examinar la posibilidad de poner límites a la utilización del carbón y reducir absolutamente las emisiones en los próximos diez o quince años. El Gobierno está experimentando con la fijación de precios del carbono e invirtiendo en gran escala en las energías eólica, solar y nuclear, que reducen las emisiones de carbono.
Además, los dos países están cooperando activamente. El año pasado, Obama y el Presidente de China, Xi Jinping, se comprometieron a eliminar progresivamente los hidrofluorocarburos, potentes gases de invernadero. El pasado mes de febrero, anunciaron su intención de cooperar en materia de política climática, en marcado contraste con las tensiones chino-americanas en materia de seguridad y comercio en el Pacífico. Como la Unión Europea también está preparándose para comprometerse con nuevas metas climáticas de aquí a 2030, están aumentando las esperanzas sobre un acuerdo mundial.
Un tercer motivo de optimismo es la reevaluación de la economía del cambio climático. Hace cinco años, se consideraban las políticas encaminadas a reducir las emisiones de los gases que provocan el efecto de invernadero una costosa carga para la economía. Así, pues, las negociaciones eran un juego de suma cero y los países procuraban reducir al mínimo sus obligaciones, mientras que pedían a otros que hicieran más.
Sin embargo, nuevas pruebas pueden estar modificando el cálculo económico. Según investigaciones llevadas a cabo por la Comisión Mundial sobre la Economía y el Clima, lejos de perjudicar a la economía, una política climática bien concebida puede impulsar el crecimiento en realidad. La Comisión, presidida por el ex Presidente de México, Felipe Calderón, y compuesta de ex Primeros Ministros, Presidentes y ministros de Hacienda, está analizando cómo podrían las inversiones en infraestructuras, productividad agrícola y transporte urbano con energías limpias estimular las economías aletargadas. En septiembre se presentarán sus conclusiones; si se aceptan, la labor de la Comisión podría señalar un punto de inflexión, al transformar el modo como las autoridades económicas mundiales consideran la política climática.
Nada de eso garantiza el éxito. Unos poderosos intereses creados –y, en particular, las industrias mundiales de combustibles fósiles– intentarán sin lugar a dudas limitar los avances y la mayoría de los gobiernos no están aún centrados en ese problema, pero una cosa es segura: está resultando imposible pasar por alto la realidad del cambio climático.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.