razzaz1_Marcus Yam  Los Angeles Times via Getty Images_jordan drought Marcus Yam Los Angeles Times via Getty Images

Cómo evitar una catástrofe climática global

AMÁN – El día más caluroso del que haya registro en Jordania desde 1960 tuvo una temperatura extraordinaria de 49,3° Celsius en julio de 2018, un mes después de yo asumir como primer ministro. Jordania no es un caso único: las olas de calor han venido provocando temperaturas altas sin precedentes en países que van de Canadá a Australia en los últimos años. Los efectos del cambio climático (que incluyen una mayor frecuencia y severidad de las inundaciones, huracanes y sequías), si bien se sienten a nivel local, exigen una respuesta global, que debería fijar metas vinculantes que tengan en cuenta los aportes de los países al problema y a la solución.   

Jordania ha venido implementando activamente políticas y programas destinados a reducir las emisiones de dióxido de carbono. En los últimos 15 años, las emisiones anuales de Jordania per cápita cayeron de 3,5 toneladas a 2,5 toneladas. Pero Jordania, al igual que la gran mayoría de los países, representa un porcentaje insignificante de las emisiones globales de CO2 –apenas el 0,04% anualmente-. De modo que inclusive si Jordania transformara en verde toda su economía de la noche a la mañana, prácticamente no haría mella. Esto no nos absuelve en absoluto de responsabilidad, pero no podemos pasar por alto el hecho de que las emisiones están concentradas: los 20 principales emisores representan casi el 80% del total anual. Estados Unidos y China por sí solos representan el 38%.

En muchos países, las ramificaciones del cambio climático para el suministro de agua han sido alarmantes. En el caso de Jordania, hizo que una restricción ya importante se volviera mucho más aguda. Las precipitaciones antes eran una salvación para las comunidades rurales que trabajaban en agricultura y pastoreo de secano estacional en tierras semiáridas. En los últimos diez años, sin embargo, una caída constante de las precipitaciones anuales promedio y un incremento en la frecuencia y severidad de las sequías han minado estos modos de agricultura, profundizando la división socioeconómica entre las zonas rurales y urbanas.

Jordania no es en absoluto un caso único: la Organización Mundial de la Salud estima que la mitad de la población mundial vivirá en zonas con estrés hídrico en 2025. En esencia, lo que antes era un desafío regional ahora se ha convertido en una cuestión grave de gobernanza global con ramificaciones ambientales, políticas y económicas.

En términos más generales, otras manifestaciones del cambio climático, y la falta de una respuesta coordinada a nivel internacional –para no mencionar amenazas adicionales como la pandemia del COVID-19- sugieren que algo está verdaderamente mal a nivel global. Según una evaluación seria del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de las Naciones Unidas, el mundo no cumplirá con el objetivo del acuerdo climático de París de 2015 de limitar el calentamiento global muy por debajo de 2°C a menos que haga grandes recortes adicionales en las emisiones de CO2.

Para decirlo simplemente, los resultados de los esfuerzos climáticos del mundo son peligrosamente inadecuados. Según el Rastreador de la Acción Climática, las políticas actuales hacen que el mundo vaya camino a ser alarmantemente 2,7-3,1°C más caluroso en 2100, en relación a los niveles preindustriales. Efectivamente, muchas tecnologías verdes emergentes son prometedoras y deberían ser respaldadas. Pero a falta de una estrategia global, estas innovaciones amenazan con simplemente redistribuir el impacto del cambio climático entre los países y las regiones.

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Es necesario generar más conciencia y presionar (y responsabilizar) a quienes tienen a cargo el diseño de las políticas, pero esto no alcanza para evitar lo que el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, ha definido como una “catástrofe climática”. La mitigación del cambio climático debe establecerse como un bien público global. El problema es que estos bienes están plagados de problemas de acción colectiva, porque los costos tienden a estar espacial y temporalmente concentrados mientras que los beneficios son difusos. Estas dificultades sólo pueden ser abordadas por estructuras de gobernanza global que reduzcan el costo de la acción colectiva, internalicen las externalidades y contrarresten los sesgos de corto plazo en la toma de decisiones.

Para abordar el cambio climático de manera más efectiva, necesitamos acuerdos de gobernanza global que representen un nuevo contrato social global. Las estructuras existentes de gobernanza internacional pueden servir de base para estas nuevas instituciones, pero tendrán que ser enmendadas y complementadas para abordar problemas específicos en relación a los bienes públicos y la acción colectiva.

Por empezar, necesitamos una estructura de gobernanza cuya jurisdicción esté limitada a los bienes públicos globales que no se puedan brindar de manera adecuada a nivel nacional. Los estados-nación estarían en libertad de sumarse o desvincularse, pero los beneficios de sumarse serían superiores. Las decisiones se tomarían sobre una base mayoritaria, sin que ningún país tenga poder de veto. También habría un proceso de apelaciones y adjudicaciones que permitiría que se cuestionen las decisiones.

Segundo, una entidad de custodia llevaría un registro de la riqueza natural global para abordar cuestiones de equidad intergeneracional. Esta entidad debería poder colocar puntos en la agenda de la institución de gobernanza global y apelar decisiones.

Por último, un régimen de incentivos y desincentivos apuntaría a preservar la naturaleza y la biodiversidad y gravar a quienes la consumen, teniendo en cuenta las disparidades de riqueza e ingresos entre los países.

Establecer mecanismos de gobernanza global que se centren en los retos de los bienes públicos y la acción colectiva del cambio climático no será una tarea sencilla. Las preocupaciones y temores relacionados con un “déficit democrático” y la necesidad de proteger la soberanía nacional son legítimos, y no se pueden ignorar así como así.

De todos modos, no estamos empezando de cero. La Organización Mundial de Comercio ofrece un ejemplo de una estructura de gobernanza global fuerte y exitosa con reglas vinculantes. Por lo tanto, es irónico y a la vez triste que la OMC no haya incorporado cuestiones ambientales y de derechos humanos vinculadas con el comercio en sus regulaciones para garantizar un campo de juego internacional nivelado. Después de todo, con su autoridad sancionadora, la OMC es la que mejor posicionada está para vincular cuestiones como las emisiones de gases de efecto invernadero y los derechos laborales a las reglas comerciales.

Jordania no puede abordar de manera exitosa los desafíos climáticos globales de hoy por cuenta propia. Tampoco puede hacerlo Oriente Medio, debido a sus conflictos y rivalidades regionales. Por el contrario, ahora que el mundo se ha convertido en una aldea, la tarea que enfrenta la región es acordar con otros países –los otros pobladores de la aldea- sobre cómo mitigar nuestros propios excesos y evitar una amenaza existencial. Esto sólo se puede lograr encontrando maneras apropiadas de asumir nuestras responsabilidades y hacernos responsables mutuamente. La solución reside en establecer un sistema de gobernanza global que esté basado en el estado-nación pero que tenga la capacidad de sancionar un comportamiento perjudicial.

Algunos podrían considerar que la idea de crear una estructura de esta naturaleza es demasiado descabellada. Pero, a menos que lo hagamos, hay pocas esperanzas de impedir que la crisis climática –ya evidente en Jordania y en todo el mundo- siga destruyendo infinidad de vidas y sustentos.

https://prosyn.org/CwAGgbdes