Las grietas del cambio climático

MADRID – Las grietas de las paredes, por pequeñas que sean, pueden tener consecuencias graves. Ningún edificio está a salvo. Si en lugar de repararlas se deja que crezcan hasta que se declaren inhabitables, las familias tienen que mudarse a otra casa. La población de la Tierra, sin embargo, no puede. Las casas, aunque caras, son reemplazables. El planeta no lo es. El cambio climático amenaza con destruir nuestro entorno y nuestro medio de vida, y lo hemos sabido desde hace años. El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) ha estudiado el fenómeno desde 1988. Hace ya 22 años, bajo la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC por sus siglas en inglés) 195 Estados acordaron prevenir cambios climáticos peligrosos.

Era 1992. En 2014 seguimos transitando la peligrosa senda de la inacción. Pese a los acuerdos internacionales sobre la necesidad de limitar el calentamiento global a 2º, el IPCC calcula subidas de las temperaturas, para final de siglo, de entre 3,7 y 4,8º. La grieta se sigue abriendo, y algunos de los habitantes del mundo –especialmente los más vulnerables– empiezan a ver caer el agua por su pared.

¿Quién es responsable? ¿Quién tiene la culpa y quién debe pagar para poner freno al calentamiento? Este es el debate que ha dominado las discusiones internacionales de cambio climático desde el principio. En el documento de referencia del UNFCCC están contenidas responsabilidades comunes pero diferenciadas, además de las capacidades respectivas de los Estados. Es importante distinguir entre responsabilidad causal y responsabilidad de remediar, como señalaba recientemente Claus Offe: una cosa es discutir quién tiene la culpa, otra quién tiene la responsabilidad de solventarlo.

Esta búsqueda incesante de la esencia de la responsabilidad no se restringe solo al cambio climático: está presente en los fenómenos actuales. En un mundo globalizado, los ciudadanos de los Estados-nación a menudo se preguntan por qué sus bancos colapsan de repente tras la quiebra de bancos lejanos situados en otros países. En el continente europeo, donde los países actúan juntos cediendo parte de la preciada soberanía individual con el fin de construir un conjunto más estable, la crisis de la moneda común ha inculcado el miedo en los corazones de los ciudadanos (y en sus votos). En el cambio del concepto de gobierno al de gobernanza  hemos construido una matriz de actores –públicos y privados, a nivel local, nacional e internacional– para gobernar problemas. Sin embargo, en este intrincado laberinto en constante cambio, ya no se sabe dónde está en control.

Esto es especialmente relevante en el caso de problemas comunes a nivel global, como el cambio climático. Necesitamos una renovación del orden internacional con el fin de adaptarse al nuevo escenario económico global –el nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS es una señal en este sentido–. Sin embargo, las grandes reparaciones estructurales de la arquitectura global son improbables, independientemente del contexto. Mientras tanto, la creatividad es clave. Las mejores soluciones son las que se basan en los puntos fuertes de las circunstancias actuales.

Estamos viendo cómo emergen dinámicas creativas, en el caso del cambio climático, que habría que fomentar y potenciar. Es cierto que el enfoque de gobernanza top-down ha sido útil, y ha demostrado la voluntad de acción de parte de los emisores históricos de gases de efecto invernadero. La Unión Europea, por ejemplo, ha dado señales claras con su acción decidida para implantar y sostener el Protocolo de Kyoto –el único tratado sobre cambio climático que incluye, hasta la fecha, objetivos vinculantes de reducción en la emisión de gases–. Las últimas cumbres del UNFCCC, en cambio, han revelado los límites de esta manera de ejercer la gobernanza.

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Mientras el mundo se prepara para la Cumbre del UNFCCC en París en 2015, tras la cumbre de alto nivel convocada por Ban Ki-Moon en Nueva York en septiembre, es necesario explorar las posibilidades de las iniciativas bottom-up, de abajo a arriba. China ha lanzado siete programas piloto ‘ETS’ (emissions trading schemes, régimen de comercio de derechos de emisión) que cubrirán a 250 millones de personas, en el que será el mayor programa de este estilo en mundo por detrás de la Unión Europea. La ciudad de Kampala, en Uganda, apuesta por la energía solar para iluminar sus calles. Pequeños Estados insulares como Tuvalu están avanzando rápidamente hacia el balance cero en emisiones de carbono.

Una de las prioridades del UNFCCC es asegurar la financiación con el fin de ampliar y exportar iniciativas de mitigación y adaptación originadas en países en vías de desarrollo. Esto indica, por un lado, la buena voluntad de los emisores históricos, por el otro se fomenta la innovación. Científicos de todo el mundo trabajan en soluciones; y, de hecho, es a través de la ciencia como debemos continuar. Gracias a la innovación tecnológica el mundo comenzó a moverse más allá de la pura subsistencia pura, permitiendo que algunas de sus economías, con Inglaterra a la cabeza, despegaran durante la Revolución Industrial. En esta hora crítica en la que los mismos combustibles fósiles que nos trajeron la prosperidad podrían llevarnos por el camino de la perdición, es de nuevo la innovación y la ciencia las que podrían cambiar el rumbo.

Abramos los ojos, reconozcamos la grieta en la pared y hagamos frente a nuestra responsabilidad para asegurar nuestro presente y futuro colectivos. Los Estados deben mostrar liderazgo, iniciativa y presentar sus contribuciones determinadas nacionalmente en el primer trimestre de 2015 con el fin de acelerar el camino a París y aumentar la confianza. Debemos estar atentos, mientras tanto, a la exploración del potencial de innovación, apostando por la I+D+i. En el caso del cambio climático, la única manera de conservar la casa en la que vivimos todos es a través de la creatividad, la innovación, la responsabilidad y la voluntad política.

https://prosyn.org/rGRvhines