ROMA – Este 25 de septiembre los italianos van a las urnas en el contexto de una crisis energética y climática sin precedentes. El invierno está cada vez más cerca, y el próximo gobierno enfrentará la dura tarea de proteger a ciudadanos y empresas, y al mismo tiempo poner a Italia en una senda hacia fortalecer la resiliencia climática y producir la reducción de emisiones que le corresponde.
Los extremos que mostró el tiempo este verano fueron sólo un preanuncio de la incertidumbre climática que nos aguarda. Temperaturas anormales, sequías e inundaciones catastróficas han provocado la muerte de varias personas y causado enormes pérdidas económicas y daños. Los italianos no deben olvidar que residen en lo que para los climatólogos es un «punto caliente» del cambio climático. Con temperaturas que aumentan un 20% más rápido que el ritmo mundial promedio, el Mediterráneo es una de las regiones más afectadas por la cuestión climática.
Italia ya ha experimentado un calentamiento superior a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales; y los costos humanos y económicos de sus emisiones pasadas y de las decisiones a corto plazo que tomó en materia de infraestructura se están acumulando. Entre 1980 y 2020, Italia registró más de 21 000 muertes debidas a fenómenos meteorológicos extremos (sólo superada en Europa por Alemania y Francia). Y en los últimos cincuenta años, avalanchas e inundaciones obligaron a más de 320 000 personas a evacuar sus hogares y erosionaron unos 40 millones de metros cuadrados de playas. Hoy el 91% de las ciudades y 12 000 activos culturales de Italia corren riesgo frente a avalanchas e inundaciones.
El futuro se muestra alarmante. Entre ahora y 2100, es posible que durante el verano italiano las temperaturas aumenten hasta 6 °C y se reduzcan hasta un 40% las precipitaciones. Se prevé que sin medidas de mitigación urgentes, la cantidad de días de ola de calor por año aumente un 400% en promedio de aquí a 2050 y hasta un 1100% de aquí a 2080. Eso significa que una ciudad como Roma podría experimentar hasta 28 días de calor extremo cada año.
Al subir las temperaturas, los costos económicos aumentarán en forma exponencial, afectando ante todo a los sectores más frágiles de la población. Según algunas estimaciones, el cambio climático puede reducir el PIB per cápita italiano un 8% de aquí a 2100. Las pérdidas de infraestructura pueden superar los 15 000 millones de euros (14 800 millones de dólares); los costos del aumento de nivel de los mares y de las inundaciones costeras pueden llegar a casi 6000 millones de euros; las tierras agrícolas pueden perder más de 160 000 millones de euros de su valor; y la contracción de la demanda en el sector turístico puede costar 52 000 millones de euros (uno de los motivos será que sólo el 18% de los complejos de vacaciones en los Alpes italianos seguirá teniendo una cobertura de nieve natural adecuada para la temporada de invierno).
Tragedias recientes como el derrumbe en el glaciar de la Marmolada y las graves inundaciones en la región de las Marcas son ejemplos emblemáticos del nuevo entorno de riesgo. Muestran de qué manera las consecuencias socioeconómicas y políticas del cambio climático pueden provocar migraciones a gran escala y nuevas tensiones por los recursos hídricos, alimentarios y energéticos.
Es evidente que el cambio climático supone una gran amenaza para la seguridad nacional de Italia. Pero no lo parecería a juzgar por la política italiana. Aunque los votantes italianos están adquiriendo más conciencia del problema y comienzan a exigir acciones, hay muy pocas opciones electorales que canalicen estas ideas. Los gobiernos y partidos políticos italianos llevan décadas prestando poca atención al riesgo que supone el cambio climático para la seguridad y prosperidad del país.
La falta de planes creíbles para la transición energética es reflejo de una negativa más amplia a reconocer tan siquiera el efecto de la matriz energética actual de Italia sobre el clima. En un país dominado hace tiempo por la industria del gas natural, tanto el establishment político cuanto los principales medios siguen negándose a cuestionar a las empresas de gas bajo control estatal. Por eso sólo un tercio de los italianos reconoce que el gas natural es una fuente de gases de efecto invernadero, a pesar de ser la principal fuente de emisiones del país.
La formación de un nuevo gobierno ofrece una oportunidad para cambiar de rumbo; pero el tiempo apremia. Para evitar trayectorias de calentamiento en las que grandes áreas del país terminen volviéndose inseguras para la habitación y el turismo, es necesario que el próximo gobierno reconozca que no puede haber seguridad climática sin la Unión Europea.
Cuanto más rápido se descarbonicen las principales economías del mundo, mejor será para Italia. El próximo gobierno debe apoyar la agenda climática de la UE y hacer la parte que le corresponde para que sea un éxito. También debe colaborar con las inversiones en resiliencia climática en todo el mundo; en particular en África y en la región del Mediterráneo, donde los fenómenos de origen climático van a convertirse en una importante causa de migración a gran escala.
Además, Italia necesita mucha más inversión pública en la descarbonización; pero también debe respetar las normas sobre sostenibilidad financiera, de modo que necesitará políticas innovadoras para movilizar al sector privado en pos de la acción climática.
Al mismo tiempo, el próximo gobierno debe reconocer que cualquier intento de obtener la seguridad climática apelando a parches tecnológicos o con una estrategia dirigista y verticalista está condenado a provocar fuerte oposición política. El éxito de la democracia se basa en su capacidad para la innovación, la rendición de cuentas, la transparencia y la inclusión. Las autoridades italianas ya no pueden darse el lujo de dejar la estrategia energética del país en manos de unas pocas empresas, aunque estén bajo control del Estado.
Finalmente, el próximo gobierno debe ser consciente de la infinidad de interdependencias que existen entre la economía y el medioambiente. No puede haber una economía segura sin clima seguro; pero tampoco puede lograrse estabilidad climática sin una economía sólida y equitativa. En definitiva, no se puede establecer una antinomia entre los objetivos económicos y los ambientales.
Hay que ver qué camino tomará el próximo gobierno. Aunque las encuestas de opinión apuntan a una victoria de los partidos de ultraderecha, todos los italianos (cualquiera sea su inclinación política) apoyarán un programa que preserve la seguridad y prosperidad de Italia en un mundo de temperaturas en aumento.
Traducción: Esteban Flamini
ROMA – Este 25 de septiembre los italianos van a las urnas en el contexto de una crisis energética y climática sin precedentes. El invierno está cada vez más cerca, y el próximo gobierno enfrentará la dura tarea de proteger a ciudadanos y empresas, y al mismo tiempo poner a Italia en una senda hacia fortalecer la resiliencia climática y producir la reducción de emisiones que le corresponde.
Los extremos que mostró el tiempo este verano fueron sólo un preanuncio de la incertidumbre climática que nos aguarda. Temperaturas anormales, sequías e inundaciones catastróficas han provocado la muerte de varias personas y causado enormes pérdidas económicas y daños. Los italianos no deben olvidar que residen en lo que para los climatólogos es un «punto caliente» del cambio climático. Con temperaturas que aumentan un 20% más rápido que el ritmo mundial promedio, el Mediterráneo es una de las regiones más afectadas por la cuestión climática.
Italia ya ha experimentado un calentamiento superior a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales; y los costos humanos y económicos de sus emisiones pasadas y de las decisiones a corto plazo que tomó en materia de infraestructura se están acumulando. Entre 1980 y 2020, Italia registró más de 21 000 muertes debidas a fenómenos meteorológicos extremos (sólo superada en Europa por Alemania y Francia). Y en los últimos cincuenta años, avalanchas e inundaciones obligaron a más de 320 000 personas a evacuar sus hogares y erosionaron unos 40 millones de metros cuadrados de playas. Hoy el 91% de las ciudades y 12 000 activos culturales de Italia corren riesgo frente a avalanchas e inundaciones.
El futuro se muestra alarmante. Entre ahora y 2100, es posible que durante el verano italiano las temperaturas aumenten hasta 6 °C y se reduzcan hasta un 40% las precipitaciones. Se prevé que sin medidas de mitigación urgentes, la cantidad de días de ola de calor por año aumente un 400% en promedio de aquí a 2050 y hasta un 1100% de aquí a 2080. Eso significa que una ciudad como Roma podría experimentar hasta 28 días de calor extremo cada año.
Al subir las temperaturas, los costos económicos aumentarán en forma exponencial, afectando ante todo a los sectores más frágiles de la población. Según algunas estimaciones, el cambio climático puede reducir el PIB per cápita italiano un 8% de aquí a 2100. Las pérdidas de infraestructura pueden superar los 15 000 millones de euros (14 800 millones de dólares); los costos del aumento de nivel de los mares y de las inundaciones costeras pueden llegar a casi 6000 millones de euros; las tierras agrícolas pueden perder más de 160 000 millones de euros de su valor; y la contracción de la demanda en el sector turístico puede costar 52 000 millones de euros (uno de los motivos será que sólo el 18% de los complejos de vacaciones en los Alpes italianos seguirá teniendo una cobertura de nieve natural adecuada para la temporada de invierno).
Tragedias recientes como el derrumbe en el glaciar de la Marmolada y las graves inundaciones en la región de las Marcas son ejemplos emblemáticos del nuevo entorno de riesgo. Muestran de qué manera las consecuencias socioeconómicas y políticas del cambio climático pueden provocar migraciones a gran escala y nuevas tensiones por los recursos hídricos, alimentarios y energéticos.
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Es evidente que el cambio climático supone una gran amenaza para la seguridad nacional de Italia. Pero no lo parecería a juzgar por la política italiana. Aunque los votantes italianos están adquiriendo más conciencia del problema y comienzan a exigir acciones, hay muy pocas opciones electorales que canalicen estas ideas. Los gobiernos y partidos políticos italianos llevan décadas prestando poca atención al riesgo que supone el cambio climático para la seguridad y prosperidad del país.
La falta de planes creíbles para la transición energética es reflejo de una negativa más amplia a reconocer tan siquiera el efecto de la matriz energética actual de Italia sobre el clima. En un país dominado hace tiempo por la industria del gas natural, tanto el establishment político cuanto los principales medios siguen negándose a cuestionar a las empresas de gas bajo control estatal. Por eso sólo un tercio de los italianos reconoce que el gas natural es una fuente de gases de efecto invernadero, a pesar de ser la principal fuente de emisiones del país.
La formación de un nuevo gobierno ofrece una oportunidad para cambiar de rumbo; pero el tiempo apremia. Para evitar trayectorias de calentamiento en las que grandes áreas del país terminen volviéndose inseguras para la habitación y el turismo, es necesario que el próximo gobierno reconozca que no puede haber seguridad climática sin la Unión Europea.
Cuanto más rápido se descarbonicen las principales economías del mundo, mejor será para Italia. El próximo gobierno debe apoyar la agenda climática de la UE y hacer la parte que le corresponde para que sea un éxito. También debe colaborar con las inversiones en resiliencia climática en todo el mundo; en particular en África y en la región del Mediterráneo, donde los fenómenos de origen climático van a convertirse en una importante causa de migración a gran escala.
Además, Italia necesita mucha más inversión pública en la descarbonización; pero también debe respetar las normas sobre sostenibilidad financiera, de modo que necesitará políticas innovadoras para movilizar al sector privado en pos de la acción climática.
Al mismo tiempo, el próximo gobierno debe reconocer que cualquier intento de obtener la seguridad climática apelando a parches tecnológicos o con una estrategia dirigista y verticalista está condenado a provocar fuerte oposición política. El éxito de la democracia se basa en su capacidad para la innovación, la rendición de cuentas, la transparencia y la inclusión. Las autoridades italianas ya no pueden darse el lujo de dejar la estrategia energética del país en manos de unas pocas empresas, aunque estén bajo control del Estado.
Finalmente, el próximo gobierno debe ser consciente de la infinidad de interdependencias que existen entre la economía y el medioambiente. No puede haber una economía segura sin clima seguro; pero tampoco puede lograrse estabilidad climática sin una economía sólida y equitativa. En definitiva, no se puede establecer una antinomia entre los objetivos económicos y los ambientales.
Hay que ver qué camino tomará el próximo gobierno. Aunque las encuestas de opinión apuntan a una victoria de los partidos de ultraderecha, todos los italianos (cualquiera sea su inclinación política) apoyarán un programa que preserve la seguridad y prosperidad de Italia en un mundo de temperaturas en aumento.
Traducción: Esteban Flamini