BASILEA – Los científicos tienen pocas dudas: la destrucción de la naturaleza hace que la humanidad sea cada vez más vulnerable a brotes de enfermedades como la pandemia del COVID-19, que ha contagiado a millones de personas, causado la muerte de otros cientos de miles y devastado innumerables vidas en todo el mundo. También impedirá una recuperación económica de largo plazo, porque más de la mitad del PIB del mundo depende de la naturaleza de una manera u otra. ¿La crisis del COVID-19 podría ser el llamado de atención –y, por cierto, la oportunidad- que necesitamos para cambiar el curso?
Mientras que algunos políticos han dicho que una pandemia de esta magnitud no estaba prevista, muchos expertos creían que era prácticamente inevitable, dada la proliferación de enfermedades zoonóticas (causadas por patógenos que pasan de los animales a los seres humanos). Más del 60% de las nuevas enfermedades infecciosas hoy se originan en animales.
Esta tendencia está asociada directamente a las actividades humanas. Desde la agricultura intensiva y la deforestación hasta la minería y la explotación de animales silvestres, las prácticas destructivas que desestimamos como “cosas habituales” nos colocan en un contacto cada vez más estrecho con los animales, creando las condiciones ideales para los contagios de enfermedades. En este sentido, el ébola, el VIH, el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) y el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) –todos de origen zoonótico- fueron advertencias que el mundo no tuvo en cuenta.
Pero el COVID-19 podría ser diferente. Después de todo, ha demostrado más descarnadamente que cualquiera de sus antecesores lo estrechamente vinculadas que están la salud humana y la prosperidad al bienestar de nuestro planeta –y lo vulnerables que eso nos vuelve-. Los argumentos de que proteger al medio ambiente haría quebrar a las economías no sólo fueron cortos de miras, sino también contraproducentes. La destrucción ambiental es la que ha parado en seco a la economía mundial.
Asimismo, a diferencia de los brotes de enfermedades anteriores más recientes, el COVID-19 ha propiciado una intervención estatal sin precedentes, por la cual los gobiernos en todo el mundo desarrollan e implementan estrategias integrales de recuperación. Esto ofrece una excelente oportunidad para consolidar la protección y la restauración ambiental en nuestros sistemas económicos.
Dos principios deberían moldear las estrategias de recuperación. Primero, el estímulo por sí solo no basta; también es crucial contar con mejores regulaciones ambientales, concebidas con la activa participación de empresas e inversores. Segundo, el gasto público debería ser asignado de manera tal que respalde un mejor equilibrio entre la salud de las sociedades, las economías y el medio ambiente. Esto implica invertir en industrias verdes, especialmente aquellas que nos acerquen a una economía circular.
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Economistas de renombre como el premio Nobel Joseph Stiglitz y Nicholas Stern han descubierto que los paquetes de recuperación verde ofrecerían tasas de retorno mucho más altas, más empleos a corto plazo y mejores ahorros de costos a largo plazo que el estímulo fiscal tradicional. Por ejemplo, construir infraestructura de energía limpia –una actividad que particularmente requiere mucha mano de obra- crearía el doble de empleos por dólar que las inversiones en combustibles fósiles.
Otras prioridades incluyen una inversión en capital natural, como la restauración en gran escala de los ecosistemas forestales. Esto generaría muchos beneficios valiosos, que van desde impulsar la biodiversidad y mitigar las inundaciones hasta absorber dióxido de carbono de la atmósfera. Para complementar estos esfuerzos, los bancos y otras entidades financieras deberían asumir la responsabilidad de aquellas prácticas crediticias que alimenten las crisis naturales y climáticas.
Algunos responsables de las tomas de decisiones reconocen este imperativo. El Fondo Monetario Internacional ha publicado una amplia guía para una recuperación verde, y la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, ha exigido que se contemplen las condiciones ambientales en los rescates corporativos. El gobierno francés ya está considerando la adopción de una estrategia de este tipo.
Por otra parte, la Unión Europea está trazando un plan de recuperación verde del COVID-19 que complementaría su Acuerdo Verde Europeo, que apunta a restablecer la biodiversidad y acelerar el giro hacia una economía de carbono cero. Un grupo de 180 políticos, empresas, sindicatos, grupos de activistas y grupos de expertos europeos recientemente difundieron una carta instando a los líderes de la UE a adoptar medidas de estímulo verde.
Pero para alcanzar una recuperación global sustentable, muchos más gobiernos tendrán que adoptar políticas de recuperación verde. Y, hasta el momento, muchos están haciendo lo contrario al dirigir recursos hacia industrias y actividades destructivas para el medio ambiente.
Por ejemplo, según la investigación de Stiglitz y Stern, los rescates incondicionales de las aerolíneas tienen el peor resultado en términos de impacto económico, velocidad y métricas climáticas. Y, sin embargo, miles de millones de dólares se canalizan a las aerolíneas, muchas veces con muy pocas condiciones.
Por cierto, según un informe Índice de Estímulo Verde reciente, más de una cuarta parte del gasto de estímulo implementado hasta la fecha en 16 economías importantes probablemente cause un daño ambiental sustancial y duradero. Algunos, como la administración del presidente norteamericano, Donald Trump, también han relajado las reglas ambientales existentes, para ayudar a los principales contaminadores a recuperarse.
Cada vez resulta más difícil justificar esta estrategia. No olvidemos que, justo antes de la epidemia, los países experimentaban incendios forestales sin precedentes e inundaciones devastadoras. A medida que avance el cambio climático, los episodios climáticos extremos que generan estos desastres se volverán más frecuentes y severos.
Los políticos y los intereses creados pueden intentar distraer la atención de los retos por delante. Pero esto no impedirá futuras crisis; por cierto, no logrará que esperen hasta que la recuperación del COVID-19 sea completa. Por el contrario, un retorno a las prácticas habituales podría acelerar su llegada.
En lugar de trastabillar de una crisis a otra, debemos construir sistemas más resilientes hoy. Poner la preservación y restauración ambiental en el centro de la recuperación del COVID-19 es el lugar perfecto para empezar.
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BASILEA – Los científicos tienen pocas dudas: la destrucción de la naturaleza hace que la humanidad sea cada vez más vulnerable a brotes de enfermedades como la pandemia del COVID-19, que ha contagiado a millones de personas, causado la muerte de otros cientos de miles y devastado innumerables vidas en todo el mundo. También impedirá una recuperación económica de largo plazo, porque más de la mitad del PIB del mundo depende de la naturaleza de una manera u otra. ¿La crisis del COVID-19 podría ser el llamado de atención –y, por cierto, la oportunidad- que necesitamos para cambiar el curso?
Mientras que algunos políticos han dicho que una pandemia de esta magnitud no estaba prevista, muchos expertos creían que era prácticamente inevitable, dada la proliferación de enfermedades zoonóticas (causadas por patógenos que pasan de los animales a los seres humanos). Más del 60% de las nuevas enfermedades infecciosas hoy se originan en animales.
Esta tendencia está asociada directamente a las actividades humanas. Desde la agricultura intensiva y la deforestación hasta la minería y la explotación de animales silvestres, las prácticas destructivas que desestimamos como “cosas habituales” nos colocan en un contacto cada vez más estrecho con los animales, creando las condiciones ideales para los contagios de enfermedades. En este sentido, el ébola, el VIH, el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) y el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) –todos de origen zoonótico- fueron advertencias que el mundo no tuvo en cuenta.
Pero el COVID-19 podría ser diferente. Después de todo, ha demostrado más descarnadamente que cualquiera de sus antecesores lo estrechamente vinculadas que están la salud humana y la prosperidad al bienestar de nuestro planeta –y lo vulnerables que eso nos vuelve-. Los argumentos de que proteger al medio ambiente haría quebrar a las economías no sólo fueron cortos de miras, sino también contraproducentes. La destrucción ambiental es la que ha parado en seco a la economía mundial.
Asimismo, a diferencia de los brotes de enfermedades anteriores más recientes, el COVID-19 ha propiciado una intervención estatal sin precedentes, por la cual los gobiernos en todo el mundo desarrollan e implementan estrategias integrales de recuperación. Esto ofrece una excelente oportunidad para consolidar la protección y la restauración ambiental en nuestros sistemas económicos.
Dos principios deberían moldear las estrategias de recuperación. Primero, el estímulo por sí solo no basta; también es crucial contar con mejores regulaciones ambientales, concebidas con la activa participación de empresas e inversores. Segundo, el gasto público debería ser asignado de manera tal que respalde un mejor equilibrio entre la salud de las sociedades, las economías y el medio ambiente. Esto implica invertir en industrias verdes, especialmente aquellas que nos acerquen a una economía circular.
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Economistas de renombre como el premio Nobel Joseph Stiglitz y Nicholas Stern han descubierto que los paquetes de recuperación verde ofrecerían tasas de retorno mucho más altas, más empleos a corto plazo y mejores ahorros de costos a largo plazo que el estímulo fiscal tradicional. Por ejemplo, construir infraestructura de energía limpia –una actividad que particularmente requiere mucha mano de obra- crearía el doble de empleos por dólar que las inversiones en combustibles fósiles.
Otras prioridades incluyen una inversión en capital natural, como la restauración en gran escala de los ecosistemas forestales. Esto generaría muchos beneficios valiosos, que van desde impulsar la biodiversidad y mitigar las inundaciones hasta absorber dióxido de carbono de la atmósfera. Para complementar estos esfuerzos, los bancos y otras entidades financieras deberían asumir la responsabilidad de aquellas prácticas crediticias que alimenten las crisis naturales y climáticas.
Algunos responsables de las tomas de decisiones reconocen este imperativo. El Fondo Monetario Internacional ha publicado una amplia guía para una recuperación verde, y la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, ha exigido que se contemplen las condiciones ambientales en los rescates corporativos. El gobierno francés ya está considerando la adopción de una estrategia de este tipo.
Por otra parte, la Unión Europea está trazando un plan de recuperación verde del COVID-19 que complementaría su Acuerdo Verde Europeo, que apunta a restablecer la biodiversidad y acelerar el giro hacia una economía de carbono cero. Un grupo de 180 políticos, empresas, sindicatos, grupos de activistas y grupos de expertos europeos recientemente difundieron una carta instando a los líderes de la UE a adoptar medidas de estímulo verde.
Pero para alcanzar una recuperación global sustentable, muchos más gobiernos tendrán que adoptar políticas de recuperación verde. Y, hasta el momento, muchos están haciendo lo contrario al dirigir recursos hacia industrias y actividades destructivas para el medio ambiente.
Por ejemplo, según la investigación de Stiglitz y Stern, los rescates incondicionales de las aerolíneas tienen el peor resultado en términos de impacto económico, velocidad y métricas climáticas. Y, sin embargo, miles de millones de dólares se canalizan a las aerolíneas, muchas veces con muy pocas condiciones.
Por cierto, según un informe Índice de Estímulo Verde reciente, más de una cuarta parte del gasto de estímulo implementado hasta la fecha en 16 economías importantes probablemente cause un daño ambiental sustancial y duradero. Algunos, como la administración del presidente norteamericano, Donald Trump, también han relajado las reglas ambientales existentes, para ayudar a los principales contaminadores a recuperarse.
Cada vez resulta más difícil justificar esta estrategia. No olvidemos que, justo antes de la epidemia, los países experimentaban incendios forestales sin precedentes e inundaciones devastadoras. A medida que avance el cambio climático, los episodios climáticos extremos que generan estos desastres se volverán más frecuentes y severos.
Los políticos y los intereses creados pueden intentar distraer la atención de los retos por delante. Pero esto no impedirá futuras crisis; por cierto, no logrará que esperen hasta que la recuperación del COVID-19 sea completa. Por el contrario, un retorno a las prácticas habituales podría acelerar su llegada.
En lugar de trastabillar de una crisis a otra, debemos construir sistemas más resilientes hoy. Poner la preservación y restauración ambiental en el centro de la recuperación del COVID-19 es el lugar perfecto para empezar.