GAINESVILLE, FLORIDA – Hay cerca de 70 millones de perros viviendo en hogares humanos en los Estados Unidos, lo que es 10 millones más que niños menores de 15 años. El patrón en otras naciones occidentales es similar. A cerca de un 40% de los perros domésticos se les permite dormir en las camas de sus dueños.
¿Cómo lograron un lugar tan íntimo en nuestras vidas? Una teoría es que, en los miles de años que los perros han vivido con los seres humanos, han terminado por sintonizar con sus modos de pensar. Ciertamente, los perros tienen una notable sensibilidad al comportamiento humano.
Los perros pueden seguir los gestos que los hombres les hacen apuntando a un lugar para encontrar comida oculta, y pueden indicar a sus dueños dónde está escondido un juguete. En ciertas circunstancias, los perros entienden que es menos probable que un ser humano que no los puede ver (porque, por ejemplo, tiene los ojos vendados) responda a sus movimientos para pedir un bocado apetitoso que una persona cuya visión no está impedida. También es más probable que un perro obedezca a una orden de dejar de lado algo deseable si su dueño se queda en la sala a que si sale de ella.
Y, no obstante, los intentos por ver la inteligencia canina como análoga a la humana pasan por alto muchos detalles sobre cómo funcionan las dos especies. La evolución nunca crea dos veces la misma forma de inteligencia, incluso si problemas similares pueden llevar a soluciones parecidas.
Como saben la mayoría de los dueños de cachorros, son necesarios tiempo y cuidados para que un perro aprenda los hábitos humanos. No se nos erizan los pelos cuando estamos enojados, ni nos olisqueamos las posaderas mutuamente cuando queremos hacer nuevos amigos. Y los perros no hacen gestos con sus garras ni usan un elaborado lenguaje gramatical al tratar de explicar cosas.
Nuestra investigación ha llegado a la conclusión de que las personas les resultan algo misteriosas a los perros durante sus primeros cinco meses de vida, y los perros de nuestra laguna local están bastante por detrás de los perros domésticos cuando se trata de entender a los seres humanos.
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Los estudios recientes realizados por Alexandra Horowitz en el Barnard College de Nueva York ponen acento en la "comunicación verbal" que a veces los seres humanos usan sobre sus perros. Horowitz pidió a los dueños de perros que les prohibieran comerse una galleta y, a continuación, salir brevemente de la habitación. Cuando regresaron tras unos momentos, a algunos se les dijo que sus perros habían sido malos y se habían comido el alimento prohibido. A otros se les dijo que su mascota había sido buena y no había tocado la galleta. Si el perro se había portado mal, se le daba al dueño un momento para reprenderlo. Tras ello, se le preguntaba si el perro pareció sentirse culpable.
El detalle de esta historia es que sólo a la mitad se les dijo la verdad. La mitad de las veces, Horowitz les dijo a los dueños de perros que no habían tocado la galleta que sí se la habían comido. Y, a la inversa, la mitad de las veces se les dijo a los dueños de perros que se habían comido la galleta que no lo habían hecho.
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La idea de este engaño es que, al preguntar a cada dueño si su perro parecía sentir culpa, Horowitz podía contrastar si una respuesta positiva tenía relación con los hechos -es decir, si el perro se había comido la galleta- o si reflejaba nada más que la reprimenda misma. Los resultados mostraron muy claramente que el aspecto "culposo" del animal ocurría únicamente por haber sido regañado, y no tenía nada que ver con si realmente se había portado mal.
Esto no significa que no debamos reprender a nuestros perros (o alabarlos), ni que no debamos amarlos o, algunas veces, sentirnos frustrados con ellos. Todo lo que significa es que, si queremos vivir en armonía con otra especie en nuestros espacios más íntimos, debemos reconocer que parte del tiempo nuestros modos preferidos de razonar no son iguales a los de ellos. Debemos tratar de entender a los perros en sus propios términos, y ayudarlos a entendernos a nosotros.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
GAINESVILLE, FLORIDA – Hay cerca de 70 millones de perros viviendo en hogares humanos en los Estados Unidos, lo que es 10 millones más que niños menores de 15 años. El patrón en otras naciones occidentales es similar. A cerca de un 40% de los perros domésticos se les permite dormir en las camas de sus dueños.
¿Cómo lograron un lugar tan íntimo en nuestras vidas? Una teoría es que, en los miles de años que los perros han vivido con los seres humanos, han terminado por sintonizar con sus modos de pensar. Ciertamente, los perros tienen una notable sensibilidad al comportamiento humano.
Los perros pueden seguir los gestos que los hombres les hacen apuntando a un lugar para encontrar comida oculta, y pueden indicar a sus dueños dónde está escondido un juguete. En ciertas circunstancias, los perros entienden que es menos probable que un ser humano que no los puede ver (porque, por ejemplo, tiene los ojos vendados) responda a sus movimientos para pedir un bocado apetitoso que una persona cuya visión no está impedida. También es más probable que un perro obedezca a una orden de dejar de lado algo deseable si su dueño se queda en la sala a que si sale de ella.
Y, no obstante, los intentos por ver la inteligencia canina como análoga a la humana pasan por alto muchos detalles sobre cómo funcionan las dos especies. La evolución nunca crea dos veces la misma forma de inteligencia, incluso si problemas similares pueden llevar a soluciones parecidas.
Como saben la mayoría de los dueños de cachorros, son necesarios tiempo y cuidados para que un perro aprenda los hábitos humanos. No se nos erizan los pelos cuando estamos enojados, ni nos olisqueamos las posaderas mutuamente cuando queremos hacer nuevos amigos. Y los perros no hacen gestos con sus garras ni usan un elaborado lenguaje gramatical al tratar de explicar cosas.
Nuestra investigación ha llegado a la conclusión de que las personas les resultan algo misteriosas a los perros durante sus primeros cinco meses de vida, y los perros de nuestra laguna local están bastante por detrás de los perros domésticos cuando se trata de entender a los seres humanos.
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Los estudios recientes realizados por Alexandra Horowitz en el Barnard College de Nueva York ponen acento en la "comunicación verbal" que a veces los seres humanos usan sobre sus perros. Horowitz pidió a los dueños de perros que les prohibieran comerse una galleta y, a continuación, salir brevemente de la habitación. Cuando regresaron tras unos momentos, a algunos se les dijo que sus perros habían sido malos y se habían comido el alimento prohibido. A otros se les dijo que su mascota había sido buena y no había tocado la galleta. Si el perro se había portado mal, se le daba al dueño un momento para reprenderlo. Tras ello, se le preguntaba si el perro pareció sentirse culpable.
El detalle de esta historia es que sólo a la mitad se les dijo la verdad. La mitad de las veces, Horowitz les dijo a los dueños de perros que no habían tocado la galleta que sí se la habían comido. Y, a la inversa, la mitad de las veces se les dijo a los dueños de perros que se habían comido la galleta que no lo habían hecho.
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La idea de este engaño es que, al preguntar a cada dueño si su perro parecía sentir culpa, Horowitz podía contrastar si una respuesta positiva tenía relación con los hechos -es decir, si el perro se había comido la galleta- o si reflejaba nada más que la reprimenda misma. Los resultados mostraron muy claramente que el aspecto "culposo" del animal ocurría únicamente por haber sido regañado, y no tenía nada que ver con si realmente se había portado mal.
Esto no significa que no debamos reprender a nuestros perros (o alabarlos), ni que no debamos amarlos o, algunas veces, sentirnos frustrados con ellos. Todo lo que significa es que, si queremos vivir en armonía con otra especie en nuestros espacios más íntimos, debemos reconocer que parte del tiempo nuestros modos preferidos de razonar no son iguales a los de ellos. Debemos tratar de entender a los perros en sus propios términos, y ayudarlos a entendernos a nosotros.