COPENHAGUE – El enfoque que tenemos en la actualidad para solucionar el calentamiento global no va a funcionar. No está bien formulado en lo económico, porque los impuestos al carbono costarán una fortuna y ayudarán poco, y es defectuoso en lo político, porque las negociaciones para reducir las emisiones de CO2 se volverán cada vez más tensas y divisivas. E incluso si no se está de acuerdo con ambas afirmaciones, también presenta problemas en lo tecnológico.
Varios países están definiendo ambiciosas metas de reducción de emisiones de carbono con anterioridad a las negociaciones globales que se realizarán en diciembre en Copenhague para reemplazar el Protocolo de Kioto. Imaginemos que finalmente el mundo acuerda un objetivo ambicioso. Digamos que decidimos reducir las emisiones de CO2 en tres cuartos para el año 2100, al tiempo que mantenemos un crecimiento razonable. Aquí está el problema tecnológico: para cumplir esta meta, las fuentes de energía no basadas en carbono tendrían que ser en el año 2100 2,5 veces el nivel de consumo energético total del mundo en el año 2000.
Estas cifras fueron calculadas por los economistas Chris Green e Isabel Galiana de la Universidad McGill. Sus estudios prueban que parea enfrentar el calentamiento global de manera eficaz se requiere nada menos que una revolución tecnológica. No estamos tomando seriamente este reto. Si seguimos el camino actual, el desarrollo tecnológico no será lo suficientemente significativo para hacer que las fuentes de energía no basadas en carbono sean competitivas con respecto a los combustibles fósiles en cuanto a precio y eficacia.
En Copenhague en diciembre, se pondrá énfasis en cuánto se pueden reducir las emisiones de carbono, en lugar de cómo hacerlo. Se dará poca o ninguna consideración a la pregunta de si los medios para recortar emisiones son suficientes para lograr las metas.
Los políticos basarán sus decisiones en modelos de calentamiento global que simplemente suponen que los avances tecnológicos ocurrirán por sí solos. Esta creencia está triste y peligrosamente fuera de lugar.
Green y Galiana examinan el estado de la energía no basada en carbono en la actualidad (nuclear, eólica, solar, geotérmica, etc.) y llegan a la conclusión de que, consideradas en su conjunto, las fuentes de energías alternativas podrían acercarnos a menos de la mitad del camino necesario para alcanzar emisiones estables de carbono el año 2050, y sólo una ínfima fracción de lo que se necesita para una estabilización para el año 2100. Necesitamos muchas, muchas más veces la cantidad de energía no basada en carbono que se produce en la actualidad.
Sin embargo, la tecnología necesaria no estará lista en términos de escalabilidad o estabilidad. En muchos casos hay todavía una necesidad de la investigación y el desarrollo más básicos. No estamos ni siquiera cerca del inicio de esta revolución.
La tecnología actual es tan ineficaz que, para dar tan sólo un ejemplo, si habláramos seriamente acerca de la energía eólica tendríamos que cubrir la mayoría de los países con turbinas eólicas suficientes para generar energía para todos, y todavía tendríamos el enorme problema de su almacenamiento: no sabemos qué hacer cuando no sopla el viento.
Los encargados de definir políticas deben abandonar las tirantes negociaciones para la reducción de las emisiones de carbono, y en lugar de ello llegar a acuerdos para invertir en investigación y desarrollo con el fin de llevar esta tecnología al nivel donde debe estar. Esto no sólo nos daría una posibilidad mucho mayor de abordar el cambio climático, sino que tendría además muchas más probabilidades de éxito político. Los mayores emisores del siglo veintiuno, incluidas China e India, no están dispuestos a comprometerse a objetivos de emisiones costosos y difíciles de lograr. Es mucho más probable que adopten un camino de innovación más barato, inteligente y beneficioso.
Hoy en día, los políticos sufren la miopía de centrarse sólo en cuán alto debería ser un impuesto a las emisiones de carbono para hacer que la gente deje de usar combustibles fósiles, pero se trata de una pregunta errónea. El mercado por sí solo es una manera ineficaz de estimular la investigación y el desarrollo hacia tecnologías inciertas, y un alto impuesto a las emisiones de carbono no hará otra cosa que afectar negativamente el crecimiento si no hay preparadas otras alternativas. En otras palabras, todos perderemos.
Green y Galiana proponen limitar los precios a las emisiones de carbono a un impuesto bajo (digamos, $5 por tonelada) para financiar la investigación y desarrollo de energéticos. Con el tiempo, argumentan, se debería permitir que el impuesto se eleve lentamente para estimular la implementación de alternativas tecnológicas eficaces y asequibles.
Invertir cerca de 100 mil millones de dólares al año en investigación de energías no basadas en el carbono significaría, en esencia, que podríamos corregir el cambio climático al cabo de un siglo. Green y Galiana calculan los beneficios -del menor calentamiento y la mayor prosperidad- y concluyen conservadoramente que por cada dólar destinado a este enfoque se evitarían cerca de $11 por concepto de daños climáticos. Compárese esto con otros análisis que demuestran que los cortes drásticos inmediatos a las emisiones de carbono serían costosos y, a pesar de eso, lograrían apenas $0,02 por concepto de un menor daño climático.
Si seguimos implementando políticas para reducir las emisiones en el corto plazo sin ningún énfasis en el desarrollo de la tecnología para lograrlo, hay un solo resultado posible: prácticamente cero efectos sobre el clima, y trabas significativas al crecimiento económico global, con más seres humanos en la pobreza y un planeta en peores condiciones de las que podría haber.
COPENHAGUE – El enfoque que tenemos en la actualidad para solucionar el calentamiento global no va a funcionar. No está bien formulado en lo económico, porque los impuestos al carbono costarán una fortuna y ayudarán poco, y es defectuoso en lo político, porque las negociaciones para reducir las emisiones de CO2 se volverán cada vez más tensas y divisivas. E incluso si no se está de acuerdo con ambas afirmaciones, también presenta problemas en lo tecnológico.
Varios países están definiendo ambiciosas metas de reducción de emisiones de carbono con anterioridad a las negociaciones globales que se realizarán en diciembre en Copenhague para reemplazar el Protocolo de Kioto. Imaginemos que finalmente el mundo acuerda un objetivo ambicioso. Digamos que decidimos reducir las emisiones de CO2 en tres cuartos para el año 2100, al tiempo que mantenemos un crecimiento razonable. Aquí está el problema tecnológico: para cumplir esta meta, las fuentes de energía no basadas en carbono tendrían que ser en el año 2100 2,5 veces el nivel de consumo energético total del mundo en el año 2000.
Estas cifras fueron calculadas por los economistas Chris Green e Isabel Galiana de la Universidad McGill. Sus estudios prueban que parea enfrentar el calentamiento global de manera eficaz se requiere nada menos que una revolución tecnológica. No estamos tomando seriamente este reto. Si seguimos el camino actual, el desarrollo tecnológico no será lo suficientemente significativo para hacer que las fuentes de energía no basadas en carbono sean competitivas con respecto a los combustibles fósiles en cuanto a precio y eficacia.
En Copenhague en diciembre, se pondrá énfasis en cuánto se pueden reducir las emisiones de carbono, en lugar de cómo hacerlo. Se dará poca o ninguna consideración a la pregunta de si los medios para recortar emisiones son suficientes para lograr las metas.
Los políticos basarán sus decisiones en modelos de calentamiento global que simplemente suponen que los avances tecnológicos ocurrirán por sí solos. Esta creencia está triste y peligrosamente fuera de lugar.
Green y Galiana examinan el estado de la energía no basada en carbono en la actualidad (nuclear, eólica, solar, geotérmica, etc.) y llegan a la conclusión de que, consideradas en su conjunto, las fuentes de energías alternativas podrían acercarnos a menos de la mitad del camino necesario para alcanzar emisiones estables de carbono el año 2050, y sólo una ínfima fracción de lo que se necesita para una estabilización para el año 2100. Necesitamos muchas, muchas más veces la cantidad de energía no basada en carbono que se produce en la actualidad.
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Sin embargo, la tecnología necesaria no estará lista en términos de escalabilidad o estabilidad. En muchos casos hay todavía una necesidad de la investigación y el desarrollo más básicos. No estamos ni siquiera cerca del inicio de esta revolución.
La tecnología actual es tan ineficaz que, para dar tan sólo un ejemplo, si habláramos seriamente acerca de la energía eólica tendríamos que cubrir la mayoría de los países con turbinas eólicas suficientes para generar energía para todos, y todavía tendríamos el enorme problema de su almacenamiento: no sabemos qué hacer cuando no sopla el viento.
Los encargados de definir políticas deben abandonar las tirantes negociaciones para la reducción de las emisiones de carbono, y en lugar de ello llegar a acuerdos para invertir en investigación y desarrollo con el fin de llevar esta tecnología al nivel donde debe estar. Esto no sólo nos daría una posibilidad mucho mayor de abordar el cambio climático, sino que tendría además muchas más probabilidades de éxito político. Los mayores emisores del siglo veintiuno, incluidas China e India, no están dispuestos a comprometerse a objetivos de emisiones costosos y difíciles de lograr. Es mucho más probable que adopten un camino de innovación más barato, inteligente y beneficioso.
Hoy en día, los políticos sufren la miopía de centrarse sólo en cuán alto debería ser un impuesto a las emisiones de carbono para hacer que la gente deje de usar combustibles fósiles, pero se trata de una pregunta errónea. El mercado por sí solo es una manera ineficaz de estimular la investigación y el desarrollo hacia tecnologías inciertas, y un alto impuesto a las emisiones de carbono no hará otra cosa que afectar negativamente el crecimiento si no hay preparadas otras alternativas. En otras palabras, todos perderemos.
Green y Galiana proponen limitar los precios a las emisiones de carbono a un impuesto bajo (digamos, $5 por tonelada) para financiar la investigación y desarrollo de energéticos. Con el tiempo, argumentan, se debería permitir que el impuesto se eleve lentamente para estimular la implementación de alternativas tecnológicas eficaces y asequibles.
Invertir cerca de 100 mil millones de dólares al año en investigación de energías no basadas en el carbono significaría, en esencia, que podríamos corregir el cambio climático al cabo de un siglo. Green y Galiana calculan los beneficios -del menor calentamiento y la mayor prosperidad- y concluyen conservadoramente que por cada dólar destinado a este enfoque se evitarían cerca de $11 por concepto de daños climáticos. Compárese esto con otros análisis que demuestran que los cortes drásticos inmediatos a las emisiones de carbono serían costosos y, a pesar de eso, lograrían apenas $0,02 por concepto de un menor daño climático.
Si seguimos implementando políticas para reducir las emisiones en el corto plazo sin ningún énfasis en el desarrollo de la tecnología para lograrlo, hay un solo resultado posible: prácticamente cero efectos sobre el clima, y trabas significativas al crecimiento económico global, con más seres humanos en la pobreza y un planeta en peores condiciones de las que podría haber.