FRANKFURT – En seis meses, representantes de países de todo el mundo se reunirán en París en un intento de llegar a un acuerdo global para combatir el cambio climático. La semana entrante hay una reunión de los líderes del G7 en Alemania, y es una buena ocasión para comenzar a implementar medidas que eviten las consecuencias más peligrosas del calentamiento global. La seguridad y la prosperidad del mundo están en riesgo, y la cuestión ahora no es si hay que iniciar o no la transición a una economía de bajo carbono, o cuándo, sino cómo.
En 2014, las inversiones en energía limpia alcanzaron un nuevo máximo de 310 000 millones de dólares, tras dos años de caída. Es una buena noticia, pero sigue lejos de los 1,1 billones por año que según calcula la Agencia Internacional de la Energía (AIE) se necesitan en el sector de las energías no fósiles. En tanto, en 2013 se invirtieron unos 950 000 millones de dólares en petróleo, gas y carbón, el doble en términos reales que en 2000.
El valor de una inversión depende en gran medida de cuán riesgosa se la considera. Mientras los gestores de cartera sigan sin contabilizar los peligros del cambio climático, la inversión en fuentes de energía más ecológicas no despegará. Los inversores también deben prestar atención a las “burbujas fósiles”: la sobrevaluación de empresas extractivas derivada del supuesto de que podrán seguir quemando las reservas del mundo hasta que se agoten.
Hasta hace poco, las formas de producción de energía tradicionales tenían la ventaja de estar basadas en industrias establecidas y maduras. Pero soplan vientos de cambio. Los fondos de inversión soberanos y los inversores privados e institucionales son cada vez más conscientes del perjuicio que el cambio climático traerá a sus rendimientos, y de que en algún momento los gobiernos comenzarán a hacer frente al problema.
En este mismo sentido, el Banco de Inglaterra está trabajando seriamente en la cuestión del riesgo de que activos como las reservas de carbón y petróleo queden “inmovilizados” por decisiones políticas para limitar los peligros del cambio climático. Y hace poco, los ministros de finanzas del G20 pidieron a la Junta de Estabilidad Financiera que inicie una evaluación amplia de los riesgos y oportunidades del cambio climático.
Los países del G7 deben dar señales claras de que se toman en serio la transición a una economía de bajo carbono, y el mejor modo de hacerlo sería apoyar un esfuerzo global para reducir a cero las emisiones netas de gases de efecto invernadero de aquí a 2050. Además, los gobiernos y organismos de regulación pueden tomar medidas concretas para estimular la inversión del sector privado en formas de energía menos contaminantes.
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Para empezar, los gobiernos deberían formular un compromiso, similar al juramento hipocrático, de no dañar activamente al planeta. El Informe sobre la Nueva Economía del Clima, publicado por la Comisión Global sobre Economía y Clima (de la que formo parte) destaca la importancia de descontinuar los subsidios a los combustibles fósiles y se pregunta si es prudente permitir que las agencias de crédito a la exportación financien proyectos basados en el carbón. Los gobiernos deben fijarse un plazo estricto de cuatro años para eliminar los subsidios a los combustibles fósiles y redirigir los fondos a áreas como la construcción de infraestructuras ecológicas y las ayudas al desarrollo.
En segundo lugar, los gobiernos deben dar el ejemplo. Las reuniones de alto nivel que habrá este año en Addis Abeba y París ofrecen una oportunidad de crear sinergias entre la lucha contra el cambio climático y la financiación para el desarrollo y la infraestructura. Los gobiernos también deben alentar a los fondos públicos de pensiones a invertir con responsabilidad, especialmente cuando lo que está en juego es el clima. Además, el mercado de bonos ecológicos necesita más apoyo, por ejemplo mediante la emisión de títulos públicos ecológicos.
En tercer lugar, los gobiernos deben crear marcos políticos que promuevan la inversión en energía limpia. Hay que poner precio a las emisiones de carbono. El avance lento pero firme que están haciendo los países en tal sentido es alentador. Entretanto, los gobiernos deben usar un precio social y una tasa de descuento para las emisiones de carbono en sus procesos de toma de decisiones.
Además, los gobiernos y organismos de regulación deben adoptar políticas que aseguren el empleo de prácticas sostenibles en el sector financiero, como la presentación anual de informes sobre cuestiones ambientales, sociales y de gobernanza por parte de empresas e inversores, y el uso de modelos de riesgo y prácticas de debida diligencia en relación con el riesgo ambiental. Hay que concientizar sistemáticamente sobre la posibilidad de inmovilización de activos.
Por último, las autoridades deben promover alianzas y otros instrumentos nuevos que ayuden a redirigir la economía hacia alternativas más ecológicas. Por ejemplo, los bancos de desarrollo pueden ayudar a aprovechar las inversiones del sector privado. Y las nuevas instituciones como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura pueden adoptar la sostenibilidad como un mandato central.
Manejar la transición de una economía basada en los combustibles fósiles a una economía de bajo carbono no será fácil. Precisamente por eso es esencial que empecemos a hacerlo ya mismo. Es hora de que el G7 reconozca su responsabilidad de conducir al mundo hacia un futuro sostenible.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
FRANKFURT – En seis meses, representantes de países de todo el mundo se reunirán en París en un intento de llegar a un acuerdo global para combatir el cambio climático. La semana entrante hay una reunión de los líderes del G7 en Alemania, y es una buena ocasión para comenzar a implementar medidas que eviten las consecuencias más peligrosas del calentamiento global. La seguridad y la prosperidad del mundo están en riesgo, y la cuestión ahora no es si hay que iniciar o no la transición a una economía de bajo carbono, o cuándo, sino cómo.
En 2014, las inversiones en energía limpia alcanzaron un nuevo máximo de 310 000 millones de dólares, tras dos años de caída. Es una buena noticia, pero sigue lejos de los 1,1 billones por año que según calcula la Agencia Internacional de la Energía (AIE) se necesitan en el sector de las energías no fósiles. En tanto, en 2013 se invirtieron unos 950 000 millones de dólares en petróleo, gas y carbón, el doble en términos reales que en 2000.
El valor de una inversión depende en gran medida de cuán riesgosa se la considera. Mientras los gestores de cartera sigan sin contabilizar los peligros del cambio climático, la inversión en fuentes de energía más ecológicas no despegará. Los inversores también deben prestar atención a las “burbujas fósiles”: la sobrevaluación de empresas extractivas derivada del supuesto de que podrán seguir quemando las reservas del mundo hasta que se agoten.
Hasta hace poco, las formas de producción de energía tradicionales tenían la ventaja de estar basadas en industrias establecidas y maduras. Pero soplan vientos de cambio. Los fondos de inversión soberanos y los inversores privados e institucionales son cada vez más conscientes del perjuicio que el cambio climático traerá a sus rendimientos, y de que en algún momento los gobiernos comenzarán a hacer frente al problema.
En este mismo sentido, el Banco de Inglaterra está trabajando seriamente en la cuestión del riesgo de que activos como las reservas de carbón y petróleo queden “inmovilizados” por decisiones políticas para limitar los peligros del cambio climático. Y hace poco, los ministros de finanzas del G20 pidieron a la Junta de Estabilidad Financiera que inicie una evaluación amplia de los riesgos y oportunidades del cambio climático.
Los países del G7 deben dar señales claras de que se toman en serio la transición a una economía de bajo carbono, y el mejor modo de hacerlo sería apoyar un esfuerzo global para reducir a cero las emisiones netas de gases de efecto invernadero de aquí a 2050. Además, los gobiernos y organismos de regulación pueden tomar medidas concretas para estimular la inversión del sector privado en formas de energía menos contaminantes.
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Para empezar, los gobiernos deberían formular un compromiso, similar al juramento hipocrático, de no dañar activamente al planeta. El Informe sobre la Nueva Economía del Clima, publicado por la Comisión Global sobre Economía y Clima (de la que formo parte) destaca la importancia de descontinuar los subsidios a los combustibles fósiles y se pregunta si es prudente permitir que las agencias de crédito a la exportación financien proyectos basados en el carbón. Los gobiernos deben fijarse un plazo estricto de cuatro años para eliminar los subsidios a los combustibles fósiles y redirigir los fondos a áreas como la construcción de infraestructuras ecológicas y las ayudas al desarrollo.
En segundo lugar, los gobiernos deben dar el ejemplo. Las reuniones de alto nivel que habrá este año en Addis Abeba y París ofrecen una oportunidad de crear sinergias entre la lucha contra el cambio climático y la financiación para el desarrollo y la infraestructura. Los gobiernos también deben alentar a los fondos públicos de pensiones a invertir con responsabilidad, especialmente cuando lo que está en juego es el clima. Además, el mercado de bonos ecológicos necesita más apoyo, por ejemplo mediante la emisión de títulos públicos ecológicos.
En tercer lugar, los gobiernos deben crear marcos políticos que promuevan la inversión en energía limpia. Hay que poner precio a las emisiones de carbono. El avance lento pero firme que están haciendo los países en tal sentido es alentador. Entretanto, los gobiernos deben usar un precio social y una tasa de descuento para las emisiones de carbono en sus procesos de toma de decisiones.
Además, los gobiernos y organismos de regulación deben adoptar políticas que aseguren el empleo de prácticas sostenibles en el sector financiero, como la presentación anual de informes sobre cuestiones ambientales, sociales y de gobernanza por parte de empresas e inversores, y el uso de modelos de riesgo y prácticas de debida diligencia en relación con el riesgo ambiental. Hay que concientizar sistemáticamente sobre la posibilidad de inmovilización de activos.
Por último, las autoridades deben promover alianzas y otros instrumentos nuevos que ayuden a redirigir la economía hacia alternativas más ecológicas. Por ejemplo, los bancos de desarrollo pueden ayudar a aprovechar las inversiones del sector privado. Y las nuevas instituciones como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura pueden adoptar la sostenibilidad como un mandato central.
Manejar la transición de una economía basada en los combustibles fósiles a una economía de bajo carbono no será fácil. Precisamente por eso es esencial que empecemos a hacerlo ya mismo. Es hora de que el G7 reconozca su responsabilidad de conducir al mundo hacia un futuro sostenible.
Traducción: Esteban Flamini