BEIRUT – La crisis por la COVID-19 ha puesto de relieve la fragilidad del orden mundial. Los gobiernos procuraron limitar la difusión del virus a través de confinamientos y restricciones a los viajes, que estancaron economías y crearon una recesión global. Los países más pobres, sin los recursos y resiliencia para mitigar la pandemia, serán los más afectados. Como ocurre con el cambio climático, la COVID-19 exacerbará las desigualdades mundiales.
Ese paralelismo ofrece valiosas lecciones. Igual que los cambios en los patrones climáticos y la pérdida de ecosistemas intactos y biodiversidad, la COVID-19 es un multiplicador de amenazas. De la misma manera en que los responsables de las políticas se ocupan de los efectos de corto plazo de los gases de efecto invernadero y los combustibles fósiles, los gobiernos se han dedicado apresuradamente a las consecuencias sanitarias y económicas inmediatas del virus, mientras pasan por alto riesgos de mayor alcance para la seguridad. Y, sin embargo, como ocurre con el cambio climático, ignorar las dimensiones sociopolíticas de la crisis llevará a una mayor inestabilidad, extremismo, migraciones y brotes de epidemias nuevas o recurrentes.
La difusión de la COVID-19 afectará a los sectores de la sociedad más vulnerables al cambio climático. Las poblaciones más desfavorecidas enfrentan mayores riesgos sanitarios por la falta de acceso al agua en condiciones aceptables, servicios cloacales e instalaciones sanitarias. Los pobres, los sin techo y los desplazados suelen ser incapaces de aislarse en ausencia de viviendas adecuadas, seguridad laboral o una red de seguridad social. En Estados Unidos, por ejemplo, la mortalidad ha sido desproporcionadamente elevada entre los afroamericanos: un reflejo de desigualdades estructurales de larga data.
El efecto de la COVID-19 sobre la seguridad alimentaria también es similar al del cambio climático. Las comunidades sin representación sufren más las consecuencias de las interrupciones en las cadenas de aprovisionamiento y las restricciones al comercio internacional. El sustento de los granjeros de pequeña escala, los pastores y pescadores también se ven afectados negativamente, al tiempo que las empresas pequeñas y medianas pueden quebrar o cerrar, empujando a los ciudadanos con bajos y medianos ingresos hacia la pobreza.
Las agoreras consecuencias no se detienen ahí; como ocurre con el cambio climático, cuando la pandemia destruye los medios de vida de la gente, reduce su costo de oportunidad para recurrir la violencia, o puede incluso crear incentivos económicos para que se una a grupos armados, aumentando el riesgo de conflicto. La probabilidad de llegar a la violencia es especialmente elevada en los sistemas políticos frágiles, dentro de comunidades con historiales de conflicto y entre quienes están políticamente marginados.
La inadecuada o irresponsable gestión de la crisis de la COVID-19 por los gobiernos, de los cuales Brasil y Nicaragua ofrecen ejemplos de libros de texto, tensarán las relaciones con los ciudadanos y llevarán a una mayor inquietud e insatisfacción entre la gente. No sería sorprendente que las tensiones culminen en disturbios civiles a un nivel más amplio, dada la cantidad de países donde la escasez de alimentos y agua, disparada por el fracaso estatal para adaptarse a los reveses relacionados con el clima, ha alimentado la agitación social. También existe un riesgo grave de que la mala gestión oficial de la crisis de salud pública margine aún más a ciertas poblaciones y aumente las tensiones geográficas, étnicas o sectarias.
De la misma manera, quienes se sienten víctimas de sus gobiernos pueden aprovechar la pandemia para socavar la autoridad estatal. En la región del lago Chad, sequías devastadoras y la falta de asistencia gubernamental llevaron a una creciente radicalización y a tareas de reclutamiento por parte de Boko Haram y otras milicias yihadistas. La misma cadena de eventos contribuyó al surgimiento del Estado Islámico en el norte de Irak y Siria.
Y, al igual que con el cambio climático, las elites políticas que procuran movilizar apoyo u ocultar errores pueden manipular la crisis ofreciendo chivos expiatorios, lo que puede causar formas más graves de violencia. En Argelia, el gobierno aprovechó la crisis sanitaria para suprimir a la oposición, mientras que los políticos nacionalistas en EE. UU. y Europa culparon a los inmigrantes y extranjeros por la difusión del virus, alimentando la estigmatización, la discriminación y los ataques racistas.
De hecho, muchos han señalado el riesgo de que la crisis provoque una violenta reacción contra los refugiados. Como los campamentos de desplazados internos son especialmente susceptibles a los brotes de las enfermedades contagiosas, quienes huyen de conflictos y de los efectos del cambio climático pueden encontrar un resistencia más fuerte a su ingreso por parte de las autoridades y las comunidades locales. En la frontera entre Grecia y Turquía, las fuerzas de seguridad dispararon fuego real y gas lacrimógeno contra los refugiados, demostrando hasta dónde pueden llegar los gobiernos nacionales para rechazar a los inmigrantes y quienes buscan asilo.
La pandemia de la COVID-19 ha enfrentado al mundo con una prueba ante la que parece estar fracasando. Faltan enfoques cooperativos e inclusivos para lidiar con las consecuencias multifacéticas de la crisis. Los responsables de las políticas no pueden centrarse solo en contener la pandemia, deben además invertir en el futuro. Esto incluye buscar cambios rápidos, de gran alcance y sin precedentes para limitar el calentamiento global y fortalecer nuestra respuesta colectiva ante sus amenazas.
Tal vez el mundo sea ahora más receptivo a esas reformas. No tenemos opción. Aunque es posible que gestionemos la pandemia de la COVID-19 con distanciamiento social, nuevos medicamentos antivirales y, esperemos —en algún momento—, una vacuna, el cambio climático es una amenaza existencial aún mayor, porque sus efectos no tienen un tratamiento ni duración definidos. Tal vez exista un botón para reiniciar la economía mundial pospandemia, pero no lo hay para el planeta del cual depende.
Traducción al español por www.Ant-Translation.com
BEIRUT – La crisis por la COVID-19 ha puesto de relieve la fragilidad del orden mundial. Los gobiernos procuraron limitar la difusión del virus a través de confinamientos y restricciones a los viajes, que estancaron economías y crearon una recesión global. Los países más pobres, sin los recursos y resiliencia para mitigar la pandemia, serán los más afectados. Como ocurre con el cambio climático, la COVID-19 exacerbará las desigualdades mundiales.
Ese paralelismo ofrece valiosas lecciones. Igual que los cambios en los patrones climáticos y la pérdida de ecosistemas intactos y biodiversidad, la COVID-19 es un multiplicador de amenazas. De la misma manera en que los responsables de las políticas se ocupan de los efectos de corto plazo de los gases de efecto invernadero y los combustibles fósiles, los gobiernos se han dedicado apresuradamente a las consecuencias sanitarias y económicas inmediatas del virus, mientras pasan por alto riesgos de mayor alcance para la seguridad. Y, sin embargo, como ocurre con el cambio climático, ignorar las dimensiones sociopolíticas de la crisis llevará a una mayor inestabilidad, extremismo, migraciones y brotes de epidemias nuevas o recurrentes.
La difusión de la COVID-19 afectará a los sectores de la sociedad más vulnerables al cambio climático. Las poblaciones más desfavorecidas enfrentan mayores riesgos sanitarios por la falta de acceso al agua en condiciones aceptables, servicios cloacales e instalaciones sanitarias. Los pobres, los sin techo y los desplazados suelen ser incapaces de aislarse en ausencia de viviendas adecuadas, seguridad laboral o una red de seguridad social. En Estados Unidos, por ejemplo, la mortalidad ha sido desproporcionadamente elevada entre los afroamericanos: un reflejo de desigualdades estructurales de larga data.
El efecto de la COVID-19 sobre la seguridad alimentaria también es similar al del cambio climático. Las comunidades sin representación sufren más las consecuencias de las interrupciones en las cadenas de aprovisionamiento y las restricciones al comercio internacional. El sustento de los granjeros de pequeña escala, los pastores y pescadores también se ven afectados negativamente, al tiempo que las empresas pequeñas y medianas pueden quebrar o cerrar, empujando a los ciudadanos con bajos y medianos ingresos hacia la pobreza.
Las agoreras consecuencias no se detienen ahí; como ocurre con el cambio climático, cuando la pandemia destruye los medios de vida de la gente, reduce su costo de oportunidad para recurrir la violencia, o puede incluso crear incentivos económicos para que se una a grupos armados, aumentando el riesgo de conflicto. La probabilidad de llegar a la violencia es especialmente elevada en los sistemas políticos frágiles, dentro de comunidades con historiales de conflicto y entre quienes están políticamente marginados.
La inadecuada o irresponsable gestión de la crisis de la COVID-19 por los gobiernos, de los cuales Brasil y Nicaragua ofrecen ejemplos de libros de texto, tensarán las relaciones con los ciudadanos y llevarán a una mayor inquietud e insatisfacción entre la gente. No sería sorprendente que las tensiones culminen en disturbios civiles a un nivel más amplio, dada la cantidad de países donde la escasez de alimentos y agua, disparada por el fracaso estatal para adaptarse a los reveses relacionados con el clima, ha alimentado la agitación social. También existe un riesgo grave de que la mala gestión oficial de la crisis de salud pública margine aún más a ciertas poblaciones y aumente las tensiones geográficas, étnicas o sectarias.
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De la misma manera, quienes se sienten víctimas de sus gobiernos pueden aprovechar la pandemia para socavar la autoridad estatal. En la región del lago Chad, sequías devastadoras y la falta de asistencia gubernamental llevaron a una creciente radicalización y a tareas de reclutamiento por parte de Boko Haram y otras milicias yihadistas. La misma cadena de eventos contribuyó al surgimiento del Estado Islámico en el norte de Irak y Siria.
Y, al igual que con el cambio climático, las elites políticas que procuran movilizar apoyo u ocultar errores pueden manipular la crisis ofreciendo chivos expiatorios, lo que puede causar formas más graves de violencia. En Argelia, el gobierno aprovechó la crisis sanitaria para suprimir a la oposición, mientras que los políticos nacionalistas en EE. UU. y Europa culparon a los inmigrantes y extranjeros por la difusión del virus, alimentando la estigmatización, la discriminación y los ataques racistas.
De hecho, muchos han señalado el riesgo de que la crisis provoque una violenta reacción contra los refugiados. Como los campamentos de desplazados internos son especialmente susceptibles a los brotes de las enfermedades contagiosas, quienes huyen de conflictos y de los efectos del cambio climático pueden encontrar un resistencia más fuerte a su ingreso por parte de las autoridades y las comunidades locales. En la frontera entre Grecia y Turquía, las fuerzas de seguridad dispararon fuego real y gas lacrimógeno contra los refugiados, demostrando hasta dónde pueden llegar los gobiernos nacionales para rechazar a los inmigrantes y quienes buscan asilo.
La pandemia de la COVID-19 ha enfrentado al mundo con una prueba ante la que parece estar fracasando. Faltan enfoques cooperativos e inclusivos para lidiar con las consecuencias multifacéticas de la crisis. Los responsables de las políticas no pueden centrarse solo en contener la pandemia, deben además invertir en el futuro. Esto incluye buscar cambios rápidos, de gran alcance y sin precedentes para limitar el calentamiento global y fortalecer nuestra respuesta colectiva ante sus amenazas.
Tal vez el mundo sea ahora más receptivo a esas reformas. No tenemos opción. Aunque es posible que gestionemos la pandemia de la COVID-19 con distanciamiento social, nuevos medicamentos antivirales y, esperemos —en algún momento—, una vacuna, el cambio climático es una amenaza existencial aún mayor, porque sus efectos no tienen un tratamiento ni duración definidos. Tal vez exista un botón para reiniciar la economía mundial pospandemia, pero no lo hay para el planeta del cual depende.
Traducción al español por www.Ant-Translation.com