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El mundo se está quedando sin tiempo

WASHINGTON, DC – En 2015, la comunidad internacional lanzó un esfuerzo renovado para enfrentar los desafíos globales colectivos bajo los auspicios de la Agenda para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas y la Convención Macro sobre el Cambio Climático (COP21). Pero después de una oleada inicial de interés, el progreso que se ha hecho para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible y enfrentar el cambio climático ha disminuido. En todo el mundo, muchos parecen haber desarrollado una alergia a las advertencias cada vez más sombrías de las Naciones Unidas y otros organismos sobre las crecientes extinciones de especies, el colapso de los ecosistemas y el calentamiento global.

Hoy no es el momento de debatir si el progreso hacia los objetivos globales es una cuestión de si el vaso está medio lleno o medio vacío. Pronto, ya ni siquiera habrá un vaso del que preocuparse. A pesar de la cobertura periodística global de la acción cívica y política para hacer frente a nuestras crisis en aumento, las tendencias subyacentes son extremadamente alarmantes. En los últimos meses, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC por su sigla en inglés) ha reunido pruebas abrumadoras que demuestran que los efectos del calentamiento global por sobre 1,5° por encima de los niveles preindustriales serán devastadores para miles de millones de personas en todo el mundo.

Un informe reciente de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos sirve como otra llamada de atención más. Las actividades humanas, concluye el informe, han puesto en riesgo de extinción a un millón de especies, algo sin precedentes. Los océanos que proporcionan alimentos y sustento a más de cuatro mil millones de personas están bajo amenaza. Si no tomamos medidas de inmediato para revertir estas tendencias, los desafíos de ponerse al día más adelante probablemente sean infranqueables.

Durante décadas, la mayoría de las economías importantes se han basado en una forma de capitalismo que ofrecía beneficios considerables. Pero ahora somos testigos de las implicancias del famoso mantra del economista y premio Nobel Milton Friedman: “la responsabilidad social de las empresas es incrementar sus beneficios”. Un modelo de gobernanza corporativa basado en maximizar el valor accionarial ha dominado nuestro sistema económico desde hace mucho tiempo, dando forma a nuestros marcos contables, regímenes impositivos y programas de las escuelas de negocios. 

Sin embargo, ahora hemos alcanzado un punto en el que los principales pensadores económicos están cuestionando los fundamentos del sistema prevaleciente. El futuro del capitalismo de Paul Collier, Pueblo, poder y ganancias de Joseph E. Stiglitz y El tercer pilar de Raghuram G. Rajan ofrecen evaluaciones exhaustivas del problema. Un sistema capitalista que está desconectado de la mayoría de la gente y desamarrado de los territorios en los que opera ya no es aceptable. Los sistemas no funcionan en forma aislada. Llegado el caso, la realidad se reafirma: vuelven a surgir tensiones comerciales globales, los nacionalistas populistas ganan el poder y los desastres naturales crecen en frecuencia e intensidad.

En pocas palabras, nuestra estrategia frente al capitalismo ha exacerbado problemas sociales y ambientes antes manejables, y ha sembrado divisiones sociales profundas. La explosión de la desigualdad y el enfoque implacable en los resultados de corto plazo (es decir, las ganancias trimestrales) son apenas dos síntomas de un sistema quebrado.

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Mantener una economía de mercado de buen funcionamiento que respalde los intereses de todas las partes interesadas nos exige virar nuestro foco al largo plazo. En algunos sentidos, esto ya está sucediendo. Pero necesitamos canalizar los esfuerzos positivos en marcha en una campaña concertada para que las reformas sistémicas vayan más allá del punto de inflexión. Sólo entonces habremos alcanzado un ciclo de retroalimentación que recompense los enfoques empresariales de largo plazo y sostenibles.

Más importante, no debemos sucumbir a la complacencia. Las tensiones de corto plazo sobre el comercio y otras cuestiones inevitablemente captarán la atención de la gente y los gobiernos. Pero permitir que los últimos titulares nos distraigan de las catástrofes ambientales y sociales inminentes es permitir que los árboles nos tapen el bosque.

Dicho esto, el impulso por implementar un cambio positivo no puede basarse en el miedo. Las crisis en ciernes son reales y a la vez aterradoras, pero las repetidas advertencias tienen resultados decrecientes. La gente se ha vuelto inmune a la realidad. El cambio a largo plazo, entonces, debe surgir de un reajuste del mercado y de nuestros marcos regulatorios. Si bien los consumidores, inversores y otros participantes del mercado deberían seguir formándose e impulsando un cambio, también tiene que hacerse una revisión minuciosa y rápida de las reglas y normas que gobiernan hoy al capitalismo.

Necesitamos imponer costos reales a los participantes del mercado que no cambian su comportamiento. Eso no sucederá a través de discursos, comentarios e informes anuales. La economía de mercado es una fuerza poderosa que necesita dirección y los propios reguladores y participantes del mercado son los que tienen la brújula. Es hora de ponerse serios en cuanto a crear los incentivos financieros directos y las sanciones necesarias para impulsar un cambio sistémico. Recién cuando estos se hayan implementado podremos empezar a debatir sobre si el vaso está medio lleno o medio vacío.

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