BEIJING – Con la firma en diciembre de 2015 del acuerdo de París sobre el clima, casi todos los países del mundo se comprometieron a limitar el calentamiento global muy por debajo de los 2 °C respecto de los niveles preindustriales, y han presentado “contribuciones previstas determinadas a nivel nacional” (INDC por la sigla en inglés) que describen lo que harán para contener o reducir las emisiones durante la próxima década. La inversión mundial en fuentes de energía renovables ya supera con creces la destinada a combustibles fósiles; se están abaratando las baterías, y aumentan las ventas de vehículos eléctricos; y hasta en el Estados Unidos del presidente Donald Trump siguen cerrando centrales termoeléctricas a carbón.
Pero pese a estos avances, el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC) contiene una predicción alarmante: de seguir las tendencias actuales, las temperaturas mundiales habrán subido 3 °C en 2100, hasta un nivel que no se registra hace más de un millón de años. El daño al bienestar humano puede ser catastrófico.
El informe del IPCC aclara que la meta ideal es limitar el calentamiento a no más de 1,5 °C; superado ese nivel, las consecuencias adversas serán incluso más extremas. Pero para alcanzar el objetivo, es necesario reducir a cero la emisión mundial neta de dióxido de carbono más o menos en 2055, o antes si (como resulta lamentablemente inevitable) el nivel actual de emisiones se mantiene por varios años más.
Lo que esto implica exactamente en cuanto al nivel aceptable de emisiones para centrales de energía, plantas industriales, redes de transporte y sistemas de calefacción depende de la rapidez con que puedan eliminarse las emisiones causadas por cambios en el uso de la tierra (como la deforestación) y reducirse las emisiones de otros gases de efecto invernadero aparte del CO2 (por ejemplo, metano y óxido nitroso).
Pero está claro que si hacia 2060 (y antes de eso en las economías desarrolladas) no hemos reducido a cero el nivel neto de emisiones derivadas de la industria y el uso de la energía, dependeremos del arriesgado supuesto de que a fines del siglo XXI los cambios relacionados con el uso de la tierra puedan generar grandes niveles de emisión negativos. Si eso no sucede, la temperatura global subirá muy por encima de 1,5 °C.
Llegar a un nivel neto de emisiones nulo en sólo cuatro décadas será un desafío inmenso. Pero como señala un próximo informe de la Energy Transitions Commission, la buena noticia es que es técnicamente posible lograrlo con un costo suficientemente bajo para la economía global. Además, ya sabemos cuáles son las tecnologías fundamentales para alcanzar el objetivo.
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Todos los caminos factibles hacia una economía con baja emisión de carbono y, en algún momento, emisión neta nula de CO2 demandan un enorme aumento del uso de la electricidad. La proporción que representa la electricidad en la demanda final de energía debe crecer desde alrededor de 20% en la actualidad a cerca de 60% a mediados o fines de siglo, y se necesita un aumento extraordinario de la generación mundial de electricidad, de los cerca de 25 000 TWh de hoy a no menos de 100 000 TWh.
Esa electricidad debe proceder de fuentes con baja emisión de carbono. Y aunque la generación nuclear de energía, o la generación con gas compensada con captura de carbono, pueden contribuir, es necesario que la mayor parte de la energía nueva provenga de fuentes renovables (entre 70 y 80% según el IPCC). Pero el mundo tiene abundante tierra disponible para permitir una expansión de esa magnitud en el uso de fuentes renovables, y tiempo suficiente para hacer las inversiones necesarias, siempre que actuemos rápido.
Hay otros tres conjuntos de tecnologías que también serán esenciales. En primer lugar, es necesario el uso de hidrógeno, amoníaco y tal vez metanol como portadores de energía en aplicaciones de transporte e industriales y como insumos para la industria química. Tarde o temprano los tres se producirán por síntesis, con uso de electricidad limpia como fuente final de energía.
En segundo lugar, la biomasa es una fuente posible de combustible limpio para la aviación y de materia prima para la producción de plástico. Pero hay que manejar con cuidado la escala total de uso, para evitar perjuicios a los ecosistemas y al suministro de alimentos.
En tercer lugar, hay que reservar algún lugar a la captura de carbono y su almacenamiento o uso en procesos industriales clave como la producción de cemento, donde en la actualidad no existen alternativas viables para la descarbonización.
Por supuesto, la creación de una economía descarbonizada demandará inversión a gran escala en producción y transmisión de energía, nuevas plantas industriales y equipamientos más eficientes. El IPCC calcula que para alcanzar el objetivo de los 1,5 °C se necesitará entre 2015 y 2050 una inversión mundial adicional del orden de los 900 000 millones de dólares al año. Puede parecer una cifra asombrosa; pero suponiendo un crecimiento económico del 3% anual, en 2050 el PIB global (que en la actualidad es casi 100 billones de dólares) puede llegar a los 260 billones de dólares. Esto implica que el mundo necesita invertir menos del 0,6% de sus ingresos en las próximas cuatro décadas para evitar un daño potencialmente catastrófico al bienestar humano.
La inversión actual general en China ya supera los 5 billones de dólares al año, de los que una proporción considerable se desperdicia en la construcción de bloques de vivienda que nunca serán ocupados, en ciudades con una población estática o incluso declinante. Una redirección de inversiones permitiría a China crear una economía descarbonizada sin ningún sacrificio de consumo. En cuanto al mundo en su conjunto, reducir a cero la emisión neta apenas repercutirá en los niveles de vida.
Pero aunque una economía descarbonizada es técnicamente factible y no supone grandes costos, no se logrará sin políticas públicas decididas y estrategias empresariales previsoras. Los gobiernos deben instituir precios del carbono y normas de fabricación, y dar apoyo a tecnologías e infraestructuras clave; y las empresas en los sectores productores de energía y en los de mayor consumo de energía deben elaborar estrategias centradas en cómo alcanzar el nivel de emisión cero a mediados de siglo y cómo comenzar la transición ahora mismo.
La alternativa es otra década de avances sólo graduales, que nos dejarán en una senda catastrófica hacia una suba de temperaturas de 3 °C en vida de los niños de hoy.
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In 2024, global geopolitics and national politics have undergone considerable upheaval, and the world economy has both significant weaknesses, including Europe and China, and notable bright spots, especially the US. In the coming year, the range of possible outcomes will broaden further.
offers his predictions for the new year while acknowledging that the range of possible outcomes is widening.
BEIJING – Con la firma en diciembre de 2015 del acuerdo de París sobre el clima, casi todos los países del mundo se comprometieron a limitar el calentamiento global muy por debajo de los 2 °C respecto de los niveles preindustriales, y han presentado “contribuciones previstas determinadas a nivel nacional” (INDC por la sigla en inglés) que describen lo que harán para contener o reducir las emisiones durante la próxima década. La inversión mundial en fuentes de energía renovables ya supera con creces la destinada a combustibles fósiles; se están abaratando las baterías, y aumentan las ventas de vehículos eléctricos; y hasta en el Estados Unidos del presidente Donald Trump siguen cerrando centrales termoeléctricas a carbón.
Pero pese a estos avances, el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC) contiene una predicción alarmante: de seguir las tendencias actuales, las temperaturas mundiales habrán subido 3 °C en 2100, hasta un nivel que no se registra hace más de un millón de años. El daño al bienestar humano puede ser catastrófico.
El informe del IPCC aclara que la meta ideal es limitar el calentamiento a no más de 1,5 °C; superado ese nivel, las consecuencias adversas serán incluso más extremas. Pero para alcanzar el objetivo, es necesario reducir a cero la emisión mundial neta de dióxido de carbono más o menos en 2055, o antes si (como resulta lamentablemente inevitable) el nivel actual de emisiones se mantiene por varios años más.
Lo que esto implica exactamente en cuanto al nivel aceptable de emisiones para centrales de energía, plantas industriales, redes de transporte y sistemas de calefacción depende de la rapidez con que puedan eliminarse las emisiones causadas por cambios en el uso de la tierra (como la deforestación) y reducirse las emisiones de otros gases de efecto invernadero aparte del CO2 (por ejemplo, metano y óxido nitroso).
Pero está claro que si hacia 2060 (y antes de eso en las economías desarrolladas) no hemos reducido a cero el nivel neto de emisiones derivadas de la industria y el uso de la energía, dependeremos del arriesgado supuesto de que a fines del siglo XXI los cambios relacionados con el uso de la tierra puedan generar grandes niveles de emisión negativos. Si eso no sucede, la temperatura global subirá muy por encima de 1,5 °C.
Llegar a un nivel neto de emisiones nulo en sólo cuatro décadas será un desafío inmenso. Pero como señala un próximo informe de la Energy Transitions Commission, la buena noticia es que es técnicamente posible lograrlo con un costo suficientemente bajo para la economía global. Además, ya sabemos cuáles son las tecnologías fundamentales para alcanzar el objetivo.
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Todos los caminos factibles hacia una economía con baja emisión de carbono y, en algún momento, emisión neta nula de CO2 demandan un enorme aumento del uso de la electricidad. La proporción que representa la electricidad en la demanda final de energía debe crecer desde alrededor de 20% en la actualidad a cerca de 60% a mediados o fines de siglo, y se necesita un aumento extraordinario de la generación mundial de electricidad, de los cerca de 25 000 TWh de hoy a no menos de 100 000 TWh.
Esa electricidad debe proceder de fuentes con baja emisión de carbono. Y aunque la generación nuclear de energía, o la generación con gas compensada con captura de carbono, pueden contribuir, es necesario que la mayor parte de la energía nueva provenga de fuentes renovables (entre 70 y 80% según el IPCC). Pero el mundo tiene abundante tierra disponible para permitir una expansión de esa magnitud en el uso de fuentes renovables, y tiempo suficiente para hacer las inversiones necesarias, siempre que actuemos rápido.
Hay otros tres conjuntos de tecnologías que también serán esenciales. En primer lugar, es necesario el uso de hidrógeno, amoníaco y tal vez metanol como portadores de energía en aplicaciones de transporte e industriales y como insumos para la industria química. Tarde o temprano los tres se producirán por síntesis, con uso de electricidad limpia como fuente final de energía.
En segundo lugar, la biomasa es una fuente posible de combustible limpio para la aviación y de materia prima para la producción de plástico. Pero hay que manejar con cuidado la escala total de uso, para evitar perjuicios a los ecosistemas y al suministro de alimentos.
En tercer lugar, hay que reservar algún lugar a la captura de carbono y su almacenamiento o uso en procesos industriales clave como la producción de cemento, donde en la actualidad no existen alternativas viables para la descarbonización.
Por supuesto, la creación de una economía descarbonizada demandará inversión a gran escala en producción y transmisión de energía, nuevas plantas industriales y equipamientos más eficientes. El IPCC calcula que para alcanzar el objetivo de los 1,5 °C se necesitará entre 2015 y 2050 una inversión mundial adicional del orden de los 900 000 millones de dólares al año. Puede parecer una cifra asombrosa; pero suponiendo un crecimiento económico del 3% anual, en 2050 el PIB global (que en la actualidad es casi 100 billones de dólares) puede llegar a los 260 billones de dólares. Esto implica que el mundo necesita invertir menos del 0,6% de sus ingresos en las próximas cuatro décadas para evitar un daño potencialmente catastrófico al bienestar humano.
La inversión actual general en China ya supera los 5 billones de dólares al año, de los que una proporción considerable se desperdicia en la construcción de bloques de vivienda que nunca serán ocupados, en ciudades con una población estática o incluso declinante. Una redirección de inversiones permitiría a China crear una economía descarbonizada sin ningún sacrificio de consumo. En cuanto al mundo en su conjunto, reducir a cero la emisión neta apenas repercutirá en los niveles de vida.
Pero aunque una economía descarbonizada es técnicamente factible y no supone grandes costos, no se logrará sin políticas públicas decididas y estrategias empresariales previsoras. Los gobiernos deben instituir precios del carbono y normas de fabricación, y dar apoyo a tecnologías e infraestructuras clave; y las empresas en los sectores productores de energía y en los de mayor consumo de energía deben elaborar estrategias centradas en cómo alcanzar el nivel de emisión cero a mediados de siglo y cómo comenzar la transición ahora mismo.
La alternativa es otra década de avances sólo graduales, que nos dejarán en una senda catastrófica hacia una suba de temperaturas de 3 °C en vida de los niños de hoy.
Traducción: Esteban Flamini