WASHINGTON, DC – Tradicionalmente, “debes recurrir al FMI” no es algo que diríamos a vecinos amistosos y aliados muy cercanos. En los últimos decenios, se ha relacionado al Fondo Monetario Internacional con una austeridad fiscal excesiva, insensibilidad política extrema y –desde la crisis financiera asiática de 1997-1998– con un absoluto estigma. Los países pedían préstamos al FMI sólo cuando no les quedaba más remedio, cuando todo lo demás fallaba y no había, sencillamente, otra forma de pagar importaciones esenciales. (En el caso de Islandia en el otoño de 2008, por ejemplo, la única opción substitutiva de la financiación del FMI era comer sólo productos locales, es decir, más que nada pescado.)
WASHINGTON, DC – Tradicionalmente, “debes recurrir al FMI” no es algo que diríamos a vecinos amistosos y aliados muy cercanos. En los últimos decenios, se ha relacionado al Fondo Monetario Internacional con una austeridad fiscal excesiva, insensibilidad política extrema y –desde la crisis financiera asiática de 1997-1998– con un absoluto estigma. Los países pedían préstamos al FMI sólo cuando no les quedaba más remedio, cuando todo lo demás fallaba y no había, sencillamente, otra forma de pagar importaciones esenciales. (En el caso de Islandia en el otoño de 2008, por ejemplo, la única opción substitutiva de la financiación del FMI era comer sólo productos locales, es decir, más que nada pescado.)