¿Por qué corren las ciencias sociales un riesgo mucho mayor de sufrir recortes en sus presupuestos que las otras dos grandes ramas del conocimiento académico, las humanidades y las ciencias naturales? La ex Primer Ministro de Inglaterra, Margaret Thatcher, sugirió abiertamente que ese campo sencillamente no tenía razón de ser: afirmaba que la sociedad no existe. Otros señalan la reestructuración de los departamentos de ciencias sociales de las universidades. Pero se podría decir que la expansión de las escuelas de negocios demuestra la vitalidad constante de las ciencias sociales.
Tampoco es cierto que las ciencias sociales se dediquen a lo obvio, como se suele decir. Al contrario, los lugares comunes de hoy fueron las innovaciones de ayer. Si se comparan los conceptos que se utilizan hoy en día en los editoriales de los periódicos con los que se usaban hace diez años, se puede ver el profundo (aunque no reconocido) impacto de las ciencias sociales. Tal vez nos lamentemos de esa influencia, pero al menos queda registrada.
Sin embargo, ¿cuál es el lugar de las ciencias sociales dentro de la gran conversación sobre la "naturaleza humana" que han desatado los recientes avances en las neurociencias cognoscitivas, la genética conductista y la psicología evolutiva? Véase la elaborada página web
www.edge.org
llena de información dedicada a promover una "tercera cultura" que crea un puente entre las humanidades y las ciencias naturales. Los científicos sociales brillan por su ausencia.
¿Pero qué diferencia habría si estuvieran presentes? A menudo se asume que todo el mundo se espanta ante la idea de que existen límites genéticos a nuestra capacidad de cambio. De hecho, sólo quienes están imbuidos del espíritu optimista de las ciencias sociales son los que se espantan. A todos los demás les causa alivio.
En el best seller de la "tercera cultura",
The Blank Slate: The Modern Denial of Human Nature
, Steven Pinker dice que tal vez tenemos que admitir que existe una base científica natural para lo que los humanistas han llamado durante siglos "el destino". En otras palabras, puede ser que a fin de cuentas la configuración de nuestro cerebro y de nuestros genes esté más allá de nuestro control, por más profundamente que los lleguemos a comprender.
El mensaje de Pinker les resultará atractivo a aquéllos que están ansiosos por evitar reformas políticas que impliquen un mayor sentido de responsabilidad colectiva. Después de todo, las ciencias sociales históricamente han dado bases empíricas y esperanzas espirituales a ese tipo de reformas, que se descartan cada vez más por utópicas.
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En contraste, las humanidades y las ciencias naturales comparten una idea de realidad que trasciende el tiempo y el espacio; de ahí su interés común en una "naturaleza humana" fija. Esto va unido a una forma de pensar y a una idea del conocimiento que son principalmente contemplativos y a veces incluso debilitadores, ya que la realidad se presenta como todo aquello que se resiste a nuestros esfuerzos concertados para cambiar.
Estas dos grandes culturas académicas también prefieren estudiar a la humanidad sin tener que mezclarse con seres humanos de carne y hueso. Así, los psicólogos evolucionistas infieren qué es lo que nos hace ser lo que somos a partir de los restos de nuestros antepasados de la Edad de Piedra (incluyendo su ADN), mientras que los humanistas se concentran en artefactos de eras más recientes y letradas.
Por contraste, las ciencias sociales se apegan al precepto de que la mejor forma de estudiar a los humanos es interactuar con ellos, en particular, haciendo que hagan o digan cosas que de otra manera no harían. Esta idea profundamente simple, común a experimentos y etnografías, ha inspirado los triunfos y los desastres de la política moderna. Exige un supuesto cada vez más controversial: todos los seres humanos (sin importar sus logros, capacidades, estatus o salud) son miembros igualmente importantes de la sociedad, cuya fuerza reside a fin de cuentas en lo que ellos puedan hacer en conjunto.
El igualitarismo de las ciencias sociales va en contra tanto de la fijación humanista sobre los textos "clásicos" de élite como de la tendencia de las ciencias naturales a hacer generalizaciones que abarcan a todas las especies. De esa manera, los científicos sociales hicieron respetable la vida diaria de la gente común y se rehusaron a privilegiar a ciertos animales por encima de ciertos humanos (generalmente discapacitados o no deseados). El "bienestar social" ocupa un lugar primordial en las ciencias humanas que los humanistas y los científicos sociales sustituyen con "la supervivencia" o tal vez incluso con "la fortuna".
Ciertamente, la accidentada historia del bienestar social en el siglo XX ha puesto en duda el futuro de las ciencias sociales. Pero en T.H. Huxley, el famoso defensor público de Darwin, podemos encontrar una manera de seguir avanzando.
Converso tardío a la evolución, fue durante toda su vida un escéptico sobre las implicaciones políticas de esa teoría. Para Huxley, la sociedad civilizada se alzaba por encima de la naturaleza debido a su resistencia sistemática a la selección natural. En palabra suyas, la condición humana no es un asunto de "la supervivencia del más apto", sino de "tener la aptitud para que sobrevivan los más que puedan".
Huxley identificaba los logros de la humanidad con las convenciones legales y las tecnologías médicas, aquellos artificios que amplían el dominio humano al permitir que la gente sea y haga más de lo que podría de manera individual. El futuro de las ciencias sociales podría encontrarse en reavivar esa coalición del derecho y la medicina y en revalidar lo artificial en un mundo que tal vez ha llegado a dar demasiado valor a la naturaleza.
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Not only did Donald Trump win last week’s US presidential election decisively – winning some three million more votes than his opponent, Vice President Kamala Harris – but the Republican Party he now controls gained majorities in both houses on Congress. Given the far-reaching implications of this result – for both US democracy and global stability – understanding how it came about is essential.
By voting for Republican candidates, working-class voters effectively get to have their cake and eat it, expressing conservative moral preferences while relying on Democrats to fight for their basic economic security. The best strategy for Democrats now will be to permit voters to face the consequences of their choice.
urges the party to adopt a long-term strategy aimed at discrediting the MAGA ideology once and for all.
¿Por qué corren las ciencias sociales un riesgo mucho mayor de sufrir recortes en sus presupuestos que las otras dos grandes ramas del conocimiento académico, las humanidades y las ciencias naturales? La ex Primer Ministro de Inglaterra, Margaret Thatcher, sugirió abiertamente que ese campo sencillamente no tenía razón de ser: afirmaba que la sociedad no existe. Otros señalan la reestructuración de los departamentos de ciencias sociales de las universidades. Pero se podría decir que la expansión de las escuelas de negocios demuestra la vitalidad constante de las ciencias sociales.
Tampoco es cierto que las ciencias sociales se dediquen a lo obvio, como se suele decir. Al contrario, los lugares comunes de hoy fueron las innovaciones de ayer. Si se comparan los conceptos que se utilizan hoy en día en los editoriales de los periódicos con los que se usaban hace diez años, se puede ver el profundo (aunque no reconocido) impacto de las ciencias sociales. Tal vez nos lamentemos de esa influencia, pero al menos queda registrada.
Sin embargo, ¿cuál es el lugar de las ciencias sociales dentro de la gran conversación sobre la "naturaleza humana" que han desatado los recientes avances en las neurociencias cognoscitivas, la genética conductista y la psicología evolutiva? Véase la elaborada página web www.edge.org llena de información dedicada a promover una "tercera cultura" que crea un puente entre las humanidades y las ciencias naturales. Los científicos sociales brillan por su ausencia.
¿Pero qué diferencia habría si estuvieran presentes? A menudo se asume que todo el mundo se espanta ante la idea de que existen límites genéticos a nuestra capacidad de cambio. De hecho, sólo quienes están imbuidos del espíritu optimista de las ciencias sociales son los que se espantan. A todos los demás les causa alivio.
En el best seller de la "tercera cultura", The Blank Slate: The Modern Denial of Human Nature , Steven Pinker dice que tal vez tenemos que admitir que existe una base científica natural para lo que los humanistas han llamado durante siglos "el destino". En otras palabras, puede ser que a fin de cuentas la configuración de nuestro cerebro y de nuestros genes esté más allá de nuestro control, por más profundamente que los lleguemos a comprender.
El mensaje de Pinker les resultará atractivo a aquéllos que están ansiosos por evitar reformas políticas que impliquen un mayor sentido de responsabilidad colectiva. Después de todo, las ciencias sociales históricamente han dado bases empíricas y esperanzas espirituales a ese tipo de reformas, que se descartan cada vez más por utópicas.
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En contraste, las humanidades y las ciencias naturales comparten una idea de realidad que trasciende el tiempo y el espacio; de ahí su interés común en una "naturaleza humana" fija. Esto va unido a una forma de pensar y a una idea del conocimiento que son principalmente contemplativos y a veces incluso debilitadores, ya que la realidad se presenta como todo aquello que se resiste a nuestros esfuerzos concertados para cambiar.
Estas dos grandes culturas académicas también prefieren estudiar a la humanidad sin tener que mezclarse con seres humanos de carne y hueso. Así, los psicólogos evolucionistas infieren qué es lo que nos hace ser lo que somos a partir de los restos de nuestros antepasados de la Edad de Piedra (incluyendo su ADN), mientras que los humanistas se concentran en artefactos de eras más recientes y letradas.
Por contraste, las ciencias sociales se apegan al precepto de que la mejor forma de estudiar a los humanos es interactuar con ellos, en particular, haciendo que hagan o digan cosas que de otra manera no harían. Esta idea profundamente simple, común a experimentos y etnografías, ha inspirado los triunfos y los desastres de la política moderna. Exige un supuesto cada vez más controversial: todos los seres humanos (sin importar sus logros, capacidades, estatus o salud) son miembros igualmente importantes de la sociedad, cuya fuerza reside a fin de cuentas en lo que ellos puedan hacer en conjunto.
El igualitarismo de las ciencias sociales va en contra tanto de la fijación humanista sobre los textos "clásicos" de élite como de la tendencia de las ciencias naturales a hacer generalizaciones que abarcan a todas las especies. De esa manera, los científicos sociales hicieron respetable la vida diaria de la gente común y se rehusaron a privilegiar a ciertos animales por encima de ciertos humanos (generalmente discapacitados o no deseados). El "bienestar social" ocupa un lugar primordial en las ciencias humanas que los humanistas y los científicos sociales sustituyen con "la supervivencia" o tal vez incluso con "la fortuna".
Ciertamente, la accidentada historia del bienestar social en el siglo XX ha puesto en duda el futuro de las ciencias sociales. Pero en T.H. Huxley, el famoso defensor público de Darwin, podemos encontrar una manera de seguir avanzando.
Converso tardío a la evolución, fue durante toda su vida un escéptico sobre las implicaciones políticas de esa teoría. Para Huxley, la sociedad civilizada se alzaba por encima de la naturaleza debido a su resistencia sistemática a la selección natural. En palabra suyas, la condición humana no es un asunto de "la supervivencia del más apto", sino de "tener la aptitud para que sobrevivan los más que puedan".
Huxley identificaba los logros de la humanidad con las convenciones legales y las tecnologías médicas, aquellos artificios que amplían el dominio humano al permitir que la gente sea y haga más de lo que podría de manera individual. El futuro de las ciencias sociales podría encontrarse en reavivar esa coalición del derecho y la medicina y en revalidar lo artificial en un mundo que tal vez ha llegado a dar demasiado valor a la naturaleza.