COPENHAGUE -- Los partidarios de reducciones drásticas de las emisiones de dióxido de carbono hablan ahora menos que en otro tiempo del cambio climático. Los defensores del clima cambiaron de actitud después del fracaso de la cumbre sobre el clima celebrada en Copenhague el pasado mes de diciembre y la revelación de errores en la labor del grupo de las Naciones Unidas sobre el cambio climático y ante el escepticismo público en aumento y la pérdida de interés.
Aunque algunos activistas siguen recurriendo a tácticas intimidatorias –como atestigua el lanzamiento de un anuncio en el que se representa la explosión con bomba de quienes vacilen a la hora de aceptar las reducciones de las emisiones de carbono–, muchos otros dedican más tiempo ahora a poner de relieve los “beneficios” de la política que propugnan. Ya no se refieren a la inminente fatalidad climática, sino al inesperado beneficio económico que resultará de la adopción de la economía “verde”.
Se pueden encontrar ejemplos en todo el mundo, pero uno de los mejores es el que ofrece mi país, Dinamarca, donde una comisión del mundo académico nombrada por el Gobierno presentó recientemente sus propuestas sobre cómo podría el país actuar por su cuenta y llegar a estar “libre de combustibles fósiles” en el plazo de cuarenta años. El objetivo es impresionante: más del 80 por ciento del suministro energético de Dinamarca procede de los combustibles fósiles, que son espectacularmente más baratos y fiables que fuente energética verde alguna.
Yo asistí al lanzamiento de la comisión y me asombró que la “Comisión del Clima” apenas mencionara el cambio climático. Esa omisión es comprensible, ya que un país por sí solo no puede hacer gran cosa para detener el calentamiento planetario. Si de verdad Dinamarca llegara a estar libre en un ciento por ciento de combustibles fósiles en 2050 y siguiera estándolo durante el resto del siglo, el efecto, en 2100, sería el de retrasar el aumento de la temperatura media mundial tan sólo dos semanas.
En lugar de centrarse en el cambio climático, la Comisión del Clima publicitó los beneficios que Dinamarca lograría, si encabezara el paso a la energía verde. Lamentablemente, el examen de dichos beneficios revela que resultan ilusorios.
Ser un adelantado no es precisamente una garantía de éxito. Alemania lo fue en materia de instalación de paneles solares, financiados con 47.000 millones de euros en subvenciones. El legado duradero es una factura enorme y gran cantidad de tecnología solar ineficiente instalada en tejados a lo largo de todo un país bastante nublado, que proporciona un insignificante 0,1 por ciento de su suministro energético total.
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La propia Dinamarca ha intentado ya ser una innovadora en materia de energía verde: fue la adelantada del mundo en la adopción de la energía eólica. Los resultados no son estimulantes precisamente. La industria eólica de Dinamarca es casi enteramente dependiente de las subvenciones con cargo a los contribuyentes y los daneses pagan las mayores tarifas eléctricas de todo el mundo industrializado. Varios estudios indican que la afirmación de que la energía eólica atiende la quinta parte de la demanda de electricidad de Dinamarca es una exageración, en parte porque se produce gran parte de la energía cuando no hay demanda y se debe venderla a otros países.
El lamentable estado de las energías eólica y solar muestra la inmensa dificultad que afrontamos para intentar hacer que la tecnología actual sea competitiva y eficiente. Hay que instalar líneas de corriente directa para transportar la energía solar y eólica desde las zonas soleadas y ventosas hasta aquellas en que vive la mayoría de la población. Hay que inventar mecanismos de almacenaje para que no se interrumpa el suministro energético cuando no luzca el sol o no sople viento.
Los partidarios de las reducciones de emisiones de carbono sostienen que las tecnologías energéticas verdes sólo parecen más caras porque el precio de los combustibles fósiles no refleja el costo de sus efectos en el clima, pero, aun teniéndolo en cuenta, la diferencia sería poca. El metaestudio económico más amplio de que se dispone muestra que los futuros efectos totales en el clima justificarían un impuesto de 0,01 euros, aproximadamente, por litro de gasolina (0,06 dólares por galón en los Estados Unidos): cantidad mínima en comparación con los impuestos que ya la gravan en la mayoría de los pases europeos.
Pese a que el paso de los combustibles fósíles a la energía verde requiere una transformación económica total, la Comisión del Clima de Dinamarca afirmó que el precio sería mínimo. La Comisión llegó a esa conclusión partiendo de la premisa de que el costo de no adoptar la política por ella recomendada sería inmenso.
La Comisión cree que en los cuatro próximos decenios los costos de los combustibles fósiles experimentarán un aumento muy pronunciado, porque las fuentes se agotarán y los gobiernos impondrán impuestos enormes a los combustibles fósiles, pero eso contradice la mayor parte de los datos de que disponemos. Es evidente que existe mucho carbón barato para centenares de años y, gracias a una nueva tecnología de extracción, el gas está volviéndose muy abundante. Incluso es probable que las reservas de petróleo aumenten en gran medida gracias a fuentes no tradicionales como las arenas alquitranadas.
Por la misma razón, la predicción de que los gobiernos impondrán impuestos enormes al carbono tiene poco fundamento real. Esas suposiciones parecen un marco muy deficiente en el que basar una política pública importante y parecen pasar por alto el importante costo de la eliminación de los combustibles fósiles, que probablemente ascienda al menos al cinco por ciento del PIB anual.
El abandono de los combustibles fósiles no será fácil. Las autoridades deben conceder prioridad a la inversión en investigación e innovación sobre energía verde. Intentar forzar las reducciones del carbono en lugar de invertir primero en investigación es poner el carro delante del los bueyes. Los avances no son un resultado automático de una combinación de impuestos a los combustibles fósiles y subvenciones a la actual energía verde: pese a los enormes desembolsos relacionados con el Protocolo de Kyoto, la inversión en investigación e innovación de los países participantes como porcentaje del PIB no aumentó.
El cambio de mensaje después del desastre de la cumbre de Copenhague probablemente fuera inevitable, pero el cambio real que se necesita es la comprensión de que las reducciones drásticas y precipitadas del carbono son una reacción deficiente al calentamiento planetario... se presenten como se presenten.
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Not only did Donald Trump win last week’s US presidential election decisively – winning some three million more votes than his opponent, Vice President Kamala Harris – but the Republican Party he now controls gained majorities in both houses on Congress. Given the far-reaching implications of this result – for both US democracy and global stability – understanding how it came about is essential.
By voting for Republican candidates, working-class voters effectively get to have their cake and eat it, expressing conservative moral preferences while relying on Democrats to fight for their basic economic security. The best strategy for Democrats now will be to permit voters to face the consequences of their choice.
urges the party to adopt a long-term strategy aimed at discrediting the MAGA ideology once and for all.
The economy played a critical role in the 2024 presidential race, creating the conditions not only for Donald Trump to trounce Kamala Harris, but also for a counter-elite to usher in a new power structure. Will the Democrats and “establishment” experts get the message?
explains how and why Democrats failed to connect with US voters’ pocketbook realities.
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COPENHAGUE -- Los partidarios de reducciones drásticas de las emisiones de dióxido de carbono hablan ahora menos que en otro tiempo del cambio climático. Los defensores del clima cambiaron de actitud después del fracaso de la cumbre sobre el clima celebrada en Copenhague el pasado mes de diciembre y la revelación de errores en la labor del grupo de las Naciones Unidas sobre el cambio climático y ante el escepticismo público en aumento y la pérdida de interés.
Aunque algunos activistas siguen recurriendo a tácticas intimidatorias –como atestigua el lanzamiento de un anuncio en el que se representa la explosión con bomba de quienes vacilen a la hora de aceptar las reducciones de las emisiones de carbono–, muchos otros dedican más tiempo ahora a poner de relieve los “beneficios” de la política que propugnan. Ya no se refieren a la inminente fatalidad climática, sino al inesperado beneficio económico que resultará de la adopción de la economía “verde”.
Se pueden encontrar ejemplos en todo el mundo, pero uno de los mejores es el que ofrece mi país, Dinamarca, donde una comisión del mundo académico nombrada por el Gobierno presentó recientemente sus propuestas sobre cómo podría el país actuar por su cuenta y llegar a estar “libre de combustibles fósiles” en el plazo de cuarenta años. El objetivo es impresionante: más del 80 por ciento del suministro energético de Dinamarca procede de los combustibles fósiles, que son espectacularmente más baratos y fiables que fuente energética verde alguna.
Yo asistí al lanzamiento de la comisión y me asombró que la “Comisión del Clima” apenas mencionara el cambio climático. Esa omisión es comprensible, ya que un país por sí solo no puede hacer gran cosa para detener el calentamiento planetario. Si de verdad Dinamarca llegara a estar libre en un ciento por ciento de combustibles fósiles en 2050 y siguiera estándolo durante el resto del siglo, el efecto, en 2100, sería el de retrasar el aumento de la temperatura media mundial tan sólo dos semanas.
En lugar de centrarse en el cambio climático, la Comisión del Clima publicitó los beneficios que Dinamarca lograría, si encabezara el paso a la energía verde. Lamentablemente, el examen de dichos beneficios revela que resultan ilusorios.
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El lamentable estado de las energías eólica y solar muestra la inmensa dificultad que afrontamos para intentar hacer que la tecnología actual sea competitiva y eficiente. Hay que instalar líneas de corriente directa para transportar la energía solar y eólica desde las zonas soleadas y ventosas hasta aquellas en que vive la mayoría de la población. Hay que inventar mecanismos de almacenaje para que no se interrumpa el suministro energético cuando no luzca el sol o no sople viento.
Los partidarios de las reducciones de emisiones de carbono sostienen que las tecnologías energéticas verdes sólo parecen más caras porque el precio de los combustibles fósiles no refleja el costo de sus efectos en el clima, pero, aun teniéndolo en cuenta, la diferencia sería poca. El metaestudio económico más amplio de que se dispone muestra que los futuros efectos totales en el clima justificarían un impuesto de 0,01 euros, aproximadamente, por litro de gasolina (0,06 dólares por galón en los Estados Unidos): cantidad mínima en comparación con los impuestos que ya la gravan en la mayoría de los pases europeos.
Pese a que el paso de los combustibles fósíles a la energía verde requiere una transformación económica total, la Comisión del Clima de Dinamarca afirmó que el precio sería mínimo. La Comisión llegó a esa conclusión partiendo de la premisa de que el costo de no adoptar la política por ella recomendada sería inmenso.
La Comisión cree que en los cuatro próximos decenios los costos de los combustibles fósiles experimentarán un aumento muy pronunciado, porque las fuentes se agotarán y los gobiernos impondrán impuestos enormes a los combustibles fósiles, pero eso contradice la mayor parte de los datos de que disponemos. Es evidente que existe mucho carbón barato para centenares de años y, gracias a una nueva tecnología de extracción, el gas está volviéndose muy abundante. Incluso es probable que las reservas de petróleo aumenten en gran medida gracias a fuentes no tradicionales como las arenas alquitranadas.
Por la misma razón, la predicción de que los gobiernos impondrán impuestos enormes al carbono tiene poco fundamento real. Esas suposiciones parecen un marco muy deficiente en el que basar una política pública importante y parecen pasar por alto el importante costo de la eliminación de los combustibles fósiles, que probablemente ascienda al menos al cinco por ciento del PIB anual.
El abandono de los combustibles fósiles no será fácil. Las autoridades deben conceder prioridad a la inversión en investigación e innovación sobre energía verde. Intentar forzar las reducciones del carbono en lugar de invertir primero en investigación es poner el carro delante del los bueyes. Los avances no son un resultado automático de una combinación de impuestos a los combustibles fósiles y subvenciones a la actual energía verde: pese a los enormes desembolsos relacionados con el Protocolo de Kyoto, la inversión en investigación e innovación de los países participantes como porcentaje del PIB no aumentó.
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