GLAND, SUIZA – Se llama Ala de Extinción. Ubicada en un rincón oscuro del Museo de Historia Natural de París, alberga una colección inquietante de especies que han desaparecido hace mucho tiempo del mundo natural. Con la biodiversidad que declina más rápido que en cualquier otro momento de la historia humana, ¿qué tamaño de museo necesitarán las generaciones futuras?
Hoy enfrentamos una sexta extinción masiva, en la que se predice que desaparecerán alrededor de un millón de especies. ¿Importa? Sobrevivimos a la desaparición del dodo y, aunque trágica, ¿la inminente extinción del rinoceronte del norte realmente afectará nuestras vidas?
En verdad, lo hará. Todos los seres vivos en nuestro planeta dependen de ecosistemas saludables y diversos para obtener aire, agua y alimentos nutritivos. Estos mismos ecosistemas regulan el clima y ofrecen las materias primas y los recursos de los que dependen nuestras economías –y nuestras vidas-. El valor global anual de los servicios naturales se calcula en 125 billones de dólares cada año.
Sin embargo, la pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas están entre los mayores riesgos para la prosperidad económica y el desarrollo global, según el Foro Económico Mundial. Para muchos, es una cuestión de vida o muerte. Para todos nosotros, es una amenaza existencial tan amplia, compleja y urgente como el cambio climático.
La incapacidad del mundo para alcanzar casi todos sus objetivos de biodiversidad destaca hasta qué punto hemos subestimado esa amenaza. La humanidad se maravilla ante el mundo natural, pero no lo valora. Contaminamos los ecosistemas, explotamos sus recursos con desenfreno y los tornamos inhóspitos. Muchas veces, nos obsesionamos con la amenaza de extinción de especies icónicas –los osos polares y los koalas cuyo sufrimiento acapara los titulares- y, al mismo tiempo, ignoramos la amplia gama de organismos que tal vez nunca veamos, pero que son esenciales para conservar los hábitats que sustentan y protegen toda la vida, incluidos nosotros.
Los ecosistemas que corren mayor peligro son los humedales, entre ellos ríos, lagos, arrozales, pantanos y turberas de agua dulce, y estuarios, manglares, arrecifes de coral, lechos de algas marinas y lagunas de agua salada. Hemos perdido el 87% de nuestros humedales en los últimos 300 años, y el 35% desde 1970. Hoy, están desapareciendo más rápido que cualquier otro ecosistema –tres veces más rápido que los bosques-. Y, en tanto se extinguen, también desaparece la vida en su interior. Más del 25% de las plantas y de los animales de los humedales –que abarcan hasta el 40% de todas las especies del mundo- está en riesgo de extinción, y las reservas de otras especies están declinando rápidamente.
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Las implicancias de esta tendencia son preocupantes, si consideramos que los humedales son nuestro ecosistema más valioso. Desde un punto de vista económico, ofrecen servicios por un valor aproximado de 47 billones de dólares anualmente y garantizan la supervivencia de aproximadamente mil millones de personas.
Más importante, los humedales limpian el agua y la almacenan. En un momento en que una de cada tres personas en el mundo carece de acceso a agua potable segura, y cuando un conflicto relacionado con el agua está en aumento, proteger estos ecosistemas salva vidas. También ahorra dinero: proteger una cuenca natural que ofrece agua limpia a la ciudad de Nueva York, por ejemplo, eliminó la necesidad de una planta de tratamiento del agua de 10.000 millones de dólares cuyo funcionamiento habría costado 100 millones de dólares por año.
Los humedales también son una fuente importante de nutrición, incluidos peces y arroz –un alimento básico del que dependen 3.500 millones de personas-. La restauración del manglar más grande del mundo en Senegal demuestra que conservar y restaurar humedales puede ser una estrategia valiosa para hacer frente al hambre y la pobreza. La restauración derivó en una mayor biodiversidad, rendimientos de arroz más elevados y mayores reservas de peces, ostras y langostinos. Además de una mayor seguridad alimentaria, la pesca en exceso sigue brindando un ingreso valioso a los pobladores.
Los humedales también están entre los sumideros de carbono más efectivos del planeta y, por ende, juegan un papel central en la regulación del clima. Es por esto que algunos países –como Escocia, Dinamarca y otros- se han embarcado en una restauración de turberas de gran escala, con efectos positivos en cadena para la vida silvestre.
Sin embargo, a pesar de la clara evidencia, los humedales están esencialmente soslayados en las políticas nacionales y globales. Para resolver esta anomalía, los participantes en la Convención de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica este año adoptarán una hoja de ruta global ambiciosa para evitar una extinción masiva de especies, redefiniendo al mismo tiempo un futuro donde los seres humanos genuinamente vivan en armonía con la naturaleza.
Los objetivos propuestos –incluida la pérdida neta cero y la integridad de los ecosistemas en 2030, y un incremento del 20% en esa zona en 2050- son esenciales. Esta es una oportunidad crítica para incluir objetivos específicos y mensurables destinados a proteger los humedales, y no la debemos perder.
Ya existen compromisos para proteger y gestionar mejor la biodiversidad de los humedales, como la Convención de Ramsar sobre los Humedales. Pero integrar el rol imperioso de los humedales en las soluciones globales y nacionales sobre biodiversidad ofrecería el impulso para la acción transformadora que hace falta. También ayudaría a cumplir con múltiples objetivos internacionales sobre cambio climático y desarrollo sostenible.
Las generaciones futuras no tendrían que recorrer vastos museos de extinción imaginando mundos perdidos y lamentando oportunidades desperdiciadas. No tendrían que luchar para acceder a los servicios naturales vitales que supuestamente nuestro planeta es capaz de proporcionar. A menos que tomemos medidas urgentes para frenar la próxima extinción masiva, ése será el futuro que les espera.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
GLAND, SUIZA – Se llama Ala de Extinción. Ubicada en un rincón oscuro del Museo de Historia Natural de París, alberga una colección inquietante de especies que han desaparecido hace mucho tiempo del mundo natural. Con la biodiversidad que declina más rápido que en cualquier otro momento de la historia humana, ¿qué tamaño de museo necesitarán las generaciones futuras?
Hoy enfrentamos una sexta extinción masiva, en la que se predice que desaparecerán alrededor de un millón de especies. ¿Importa? Sobrevivimos a la desaparición del dodo y, aunque trágica, ¿la inminente extinción del rinoceronte del norte realmente afectará nuestras vidas?
En verdad, lo hará. Todos los seres vivos en nuestro planeta dependen de ecosistemas saludables y diversos para obtener aire, agua y alimentos nutritivos. Estos mismos ecosistemas regulan el clima y ofrecen las materias primas y los recursos de los que dependen nuestras economías –y nuestras vidas-. El valor global anual de los servicios naturales se calcula en 125 billones de dólares cada año.
Sin embargo, la pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas están entre los mayores riesgos para la prosperidad económica y el desarrollo global, según el Foro Económico Mundial. Para muchos, es una cuestión de vida o muerte. Para todos nosotros, es una amenaza existencial tan amplia, compleja y urgente como el cambio climático.
La incapacidad del mundo para alcanzar casi todos sus objetivos de biodiversidad destaca hasta qué punto hemos subestimado esa amenaza. La humanidad se maravilla ante el mundo natural, pero no lo valora. Contaminamos los ecosistemas, explotamos sus recursos con desenfreno y los tornamos inhóspitos. Muchas veces, nos obsesionamos con la amenaza de extinción de especies icónicas –los osos polares y los koalas cuyo sufrimiento acapara los titulares- y, al mismo tiempo, ignoramos la amplia gama de organismos que tal vez nunca veamos, pero que son esenciales para conservar los hábitats que sustentan y protegen toda la vida, incluidos nosotros.
Los ecosistemas que corren mayor peligro son los humedales, entre ellos ríos, lagos, arrozales, pantanos y turberas de agua dulce, y estuarios, manglares, arrecifes de coral, lechos de algas marinas y lagunas de agua salada. Hemos perdido el 87% de nuestros humedales en los últimos 300 años, y el 35% desde 1970. Hoy, están desapareciendo más rápido que cualquier otro ecosistema –tres veces más rápido que los bosques-. Y, en tanto se extinguen, también desaparece la vida en su interior. Más del 25% de las plantas y de los animales de los humedales –que abarcan hasta el 40% de todas las especies del mundo- está en riesgo de extinción, y las reservas de otras especies están declinando rápidamente.
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Las implicancias de esta tendencia son preocupantes, si consideramos que los humedales son nuestro ecosistema más valioso. Desde un punto de vista económico, ofrecen servicios por un valor aproximado de 47 billones de dólares anualmente y garantizan la supervivencia de aproximadamente mil millones de personas.
Más importante, los humedales limpian el agua y la almacenan. En un momento en que una de cada tres personas en el mundo carece de acceso a agua potable segura, y cuando un conflicto relacionado con el agua está en aumento, proteger estos ecosistemas salva vidas. También ahorra dinero: proteger una cuenca natural que ofrece agua limpia a la ciudad de Nueva York, por ejemplo, eliminó la necesidad de una planta de tratamiento del agua de 10.000 millones de dólares cuyo funcionamiento habría costado 100 millones de dólares por año.
Los humedales también son una fuente importante de nutrición, incluidos peces y arroz –un alimento básico del que dependen 3.500 millones de personas-. La restauración del manglar más grande del mundo en Senegal demuestra que conservar y restaurar humedales puede ser una estrategia valiosa para hacer frente al hambre y la pobreza. La restauración derivó en una mayor biodiversidad, rendimientos de arroz más elevados y mayores reservas de peces, ostras y langostinos. Además de una mayor seguridad alimentaria, la pesca en exceso sigue brindando un ingreso valioso a los pobladores.
Los humedales también están entre los sumideros de carbono más efectivos del planeta y, por ende, juegan un papel central en la regulación del clima. Es por esto que algunos países –como Escocia, Dinamarca y otros- se han embarcado en una restauración de turberas de gran escala, con efectos positivos en cadena para la vida silvestre.
Sin embargo, a pesar de la clara evidencia, los humedales están esencialmente soslayados en las políticas nacionales y globales. Para resolver esta anomalía, los participantes en la Convención de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica este año adoptarán una hoja de ruta global ambiciosa para evitar una extinción masiva de especies, redefiniendo al mismo tiempo un futuro donde los seres humanos genuinamente vivan en armonía con la naturaleza.
Los objetivos propuestos –incluida la pérdida neta cero y la integridad de los ecosistemas en 2030, y un incremento del 20% en esa zona en 2050- son esenciales. Esta es una oportunidad crítica para incluir objetivos específicos y mensurables destinados a proteger los humedales, y no la debemos perder.
Ya existen compromisos para proteger y gestionar mejor la biodiversidad de los humedales, como la Convención de Ramsar sobre los Humedales. Pero integrar el rol imperioso de los humedales en las soluciones globales y nacionales sobre biodiversidad ofrecería el impulso para la acción transformadora que hace falta. También ayudaría a cumplir con múltiples objetivos internacionales sobre cambio climático y desarrollo sostenible.
Las generaciones futuras no tendrían que recorrer vastos museos de extinción imaginando mundos perdidos y lamentando oportunidades desperdiciadas. No tendrían que luchar para acceder a los servicios naturales vitales que supuestamente nuestro planeta es capaz de proporcionar. A menos que tomemos medidas urgentes para frenar la próxima extinción masiva, ése será el futuro que les espera.