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Bravo por la obstrucción climática de China

COPENHAGUE – Desde que la cumbre del clima fracasó en Copenhague, muchos políticos y expertos han señalado con el dedo a los dirigentes de China por bloquear un tratado mundial vinculante sobre la mitigación del carbono, pero   la resistencia del Gobierno de China era a un tiempo comprensible e inevitable. En lugar de dar muestras de indignación, los encargados de la adopción de decisiones harían bien en aprovecharlo como una advertencia: ha llegado el momento de pensar en una política climática más inteligente.

China no está dispuesta a hacer nada que pueda detener el crecimiento económico que ha permitido a millones de chinos salir de la pobreza. Se ve ese desarrollo en el mercado interior siempre en expansión de China.

En los seis próximos meses, una cuarta parte de los consumidores jóvenes chinos se propone comprar un coche nuevo –la causa principal de contaminación del aire urbano–, nada menos que un asombroso 65 por ciento más que el año pasado. Una encuesta de China Youth Daily reveló que ocho de cada diez jóvenes chinos están enterados del cambio climático, pero sólo están dispuestos a apoyar políticas medioambientales, si pueden seguir mejorando su nivel de vida... incluida la adquisición de nuevos coches.

El costo de unas reducciones drásticas del carbono a corto plazo es demasiado elevado. Los resultados de todos los modelos económicos más importantes revelan que la tan comentada meta del mantenimiento de los aumentos de la temperatura por debajo de dos grados centígrados requeriría un impuesto mundial de 71 euros por tonelada para empezar (o unos 0,12 euros por litro de gasolina), que habría aumentado a 2.800 euros por tonelada (0 6,62 euros por litro de gasolina) al final del siglo. En total, el costo real para la economía ascendería a la tremenda cifra de 28 billones de euros al año. Según la mayoría de los cálculos principales, resulta 50 veces más caro que el daño climático que habría de prevenir.

Intentar reducir las emisiones de carbono drásticamente y a corto plazo sería particularmente perjudicial, porque no sería posible que la industria y los consumidores substituyeran los combustibles fósiles que queman carbono por una energía verde y barata. Sencillamente, las energías renovables distan mucho de poder substituirlos.

Tengamos en cuenta que el 97 por ciento de la energía de China procede de los combustibles fósiles y de quemar desechos y biomasa. Las fuentes renovables, como la eólica y la solar, atienden tan sólo el 0,2 por ciento de las necesidades energéticas de China, según las cifras más recientes de la Asociación Internacional de la Energía. La AIE calcula que, a su ritmo actual, China obtendrá tan sólo el 1,2 por ciento de su energía de fuentes renovables hacia 2030.

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Por si esas razones no fueran suficientes para explicar la oposición del Gobierno de China a un oneroso acuerdo mundial sobe el carbono, los modelos de las repercusiones económicas muestran que, durante al menos el resto de este siglo, China se beneficiará en realidad del calentamiento planetario. Unas temperaturas más altas aumentarán la producción agrícola y mejorarán la salud. Si bien en verano aumentarán las muertes relacionadas con el calor, quedarán más que compensadas por una importante reducción de las muertes relacionadas con el frío en invierno.

En una palabra, China está protegiendo a toda costa el crecimiento económico que está transformando la vida de sus ciudadanos, en lugar de gastar una fortuna luchando contra un problema que no es probable que la afecte negativamente hasta el siglo próximo. No es de extrañar que Ed Miliband, Secretarío de Energía y Cambio Climático, viera una “resistencia invencible” de China a un acuerdo mundial sobre la mitigación del carbono.

Intentar hacer entrar en cintura a China sería impráctico y temerario. La verdad ineludible, pero inconveniente, es la de que la reacción frente al calentamiento planetario que hemos propugnado exclusivamente durante casi veinte años –desde que los dirigentes de los países ricos prometieron por primera vez reducir el carbono– no va a funcionar, sencillamente.

Ya es hora de reconocer que no resulta práctico intentar obligar a los países en desarrollo a acceder a convertir en cada vez más onerosos los combustibles fósiles. En lugar de eso, debemos hacer un esfuerzo mayor para producir una energía verde más barata y de uso más generalizado y, para ello, debemos aumentar espectacularmente la cantidad de dinero que gastamos en investigación e innovación.

Un acuerdo mundial conforme al cual los países se comprometieran a gastar el 0,2 por ciento del PIB para desarrollar las tecnologías energéticas que no emiten carbono multiplicaría por 50 el gasto actual y, aun así, sería mucho más barato que un acuerdo sobre el carbono. Además lograría que las naciones más ricas pagaran más, con lo que se reduciría en gran medida el acaloramiento político del debate.

Lo más importante de todo es que semejante planteamiento brindaría los adelantos tecnológicos transformacionales que se necesitan para que las fuentes verdes de energía resulten lo bastante baratas y eficaces para impulsar un futuro libre de carbono.

No podemos obligar a China y a otras naciones en desarrollo a aceptar unas reducciones mundiales del carbono enormemente caras e ineficaces. En lugar de abrigar la esperanza de poder superar su “resistencia invencible” con maniobras políticas, los dirigentes de los países desarrollados deben centrar la atención en una estrategia que sea a un tiempo viable y eficaz.

https://prosyn.org/hooyAvyes