NUEVA YORK – El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha hecho temer que la transición energética mundial se eche a perder. El presidente estadounidense ha prometido “perforar, perforar, perforar”, deshacer la normativa ambiental y acabar con la “nueva estafa verde”. A medida que la Tierra sigue calentándose -el mes pasado fue el enero más caluroso que se haya registrado en la historia, y 2024 fue el primer año con temperaturas promedio globales superiores en 1,5° Celsius a los niveles preindustriales-, a muchos les preocupa que estemos a punto de asistir a una desaceleración mundial del abandono de los combustibles fósiles.
Ahora bien, Trump no pudo acabar con la transición verde en su primer mandato, y tampoco podrá hacerlo esta vez. La razón es sencilla: los avances tecnológicos, las curvas pronunciadas de aprendizaje y el derrumbe de los costos han hecho que la energía limpia sea más barata que los combustibles fósiles en la mayoría de los lugares. Asimismo, la revolución acababa de empezar en 2017, mientras que ahora ha alcanzado la velocidad de escape. Su impulso no viene dado por la política o la intervención gubernamental, sino por los mercados. El hecho de que el estado de Texas, de tendencia republicana, lidere el despliegue de energías renovables en Estados Unidos es un buen ejemplo. La política ya no frenará la transición energética norteamericana.
Esto no quiere decir que la política no vaya a frenar la transición estadounidense. La administración Trump ya está tomando medidas para flexibilizar las regulaciones ambientales y climáticas, promover la producción nacional de petróleo y gas, apoyar las centrales eléctricas alimentadas a gas y poner fin a los incentivos para adoptar energías limpias y vehículos eléctricos (VE). Las órdenes ejecutivas del primer día del presidente ampliaron las tierras federales disponibles para la exploración de petróleo y gas, revirtieron la suspensión del expresidente Joe Biden de la aprobación de nuevas terminales de gas natural licuado y pusieron en pausa nuevos proyectos eólicos en tierras federales y aguas costeras. Respaldado por las mayorías republicanas en el Congreso, Trump tratará de derogar aproximadamente la mitad de los desembolsos de la Ley de Reducción de la Inflación (IRA por su sigla en inglés), incluidas sus disposiciones de apoyo a los vehículos eléctricos y la energía eólica marina, así como los créditos fiscales a la inversión y la producción de la IRA.
Sin embargo, eso no bastará para detener el avance de la transición energética estadounidense. A pesar de las afirmaciones de Trump de una “emergencia energética nacional”, Estados Unidos ha sido un exportador neto de energía desde 2019 y ya produce más petróleo que cualquier país en la historia. Sin embargo, con los precios bajos y la producción estadounidense de petróleo y gas ya en niveles récord, la producción de combustibles fósiles tendrá dificultades para aumentar mucho más a corto plazo, independientemente de lo que haga Trump.
Por lo tanto, el despliegue de energías limpias continuará, impulsado por el aumento de la demanda de energía y la caída de los costos -especialmente en el caso de la energía solar-. Las empresas eléctricas estadounidenses seguirán invirtiendo agresivamente en energías renovables para mantener el ritmo de aumento del uso de la energía y garantizar la adecuación de la red, aunque también se amplíen las nuevas centrales eléctricas a gas. Las automotrices estadounidenses no abandonarán sus planes de fabricación de VE a largo plazo solo porque la administración Trump haya eliminado los subsidios y cancelado la financiación de la infraestructura de recarga. Por otra parte, los estados controlados por los demócratas seguirán aplicando ambiciosas políticas de descarbonización normativas, como hicieron durante el primer mandato de Trump.
Y, quizá lo más importante, partes significativas de la IRA seguirán en vigor debido a su apoyo político en las circunscripciones republicanas, que se han beneficiado desproporcionadamente de las nuevas inversiones y de la creación de empleo. Las tecnologías de energía limpia de nueva generación -nuclear, geotérmica y de captura y almacenamiento de carbono- seguirán recibiendo respaldo.
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En cuanto a la transición energética en el extranjero, las implicaciones de que Estados Unidos ya no ejerza un liderazgo climático a nivel mundial serán significativas, pero no fatales. La decisión de Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo climático de París (una vez más) y de retener la financiación de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático reducirá los flujos de financiación climática para las economías emergentes, frenando su entusiasmo por una acción climática acelerada y animando a algunas (como Argentina e Indonesia) a seguir el ejemplo de Trump.
Pero de la misma manera que la transición estadounidense es imparable, también lo es la transición global. Otros países industrializados seguirán ampliamente comprometidos con el acuerdo climático de París y sujetos a las mismas fuerzas del mercado que están impulsando la evolución en Estados Unidos. Europa ve la transición energética como una forma de reducir su dependencia de las importaciones y mejorar su seguridad energética. India, el país emisor de más rápido crecimiento del mundo, ve en la descarbonización una oportunidad económica y un paso necesario para reducir parte de la peor contaminación a nivel mundial. Y la mayoría de los demás mercados emergentes están deseosos de acelerar el despliegue de energías renovables por razones puramente económicas.
Y lo que es más importante, China -la mayor fuente de emisiones globales- está a punto de alcanzar su pico de emisiones cinco años antes del objetivo fijado para 2030. Los fabricantes chinos de paneles solares, vehículos eléctricos y baterías ya dominan las cadenas de suministro globales y no abandonarán sus ambiciones de expansión simplemente por cambios en la demanda estadounidense o en el acceso al mercado. En todo caso, ven las políticas de la administración Trump como una oportunidad para ganar cuota de mercado global, acelerando la adopción de estas tecnologías e impulsando nuevas caídas de precios. Mientras Estados Unidos se queda aún más rezagado respecto a China en energías limpias, la continua caída de los costos de la energía renovable animará a más mercados emergentes a elegir la energía solar y eólica nacional frente a los combustibles fósiles volátiles importados.
Las fuerzas económicas y tecnológicas que impulsan la revolución de las energías limpias son demasiado poderosas para que las detenga un solo país o un solo líder político. La transición energética mundial seguirá adelante, aún si el camino por delante tiene algunos baches más.
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Less than two months into his second presidency, Donald Trump has imposed sweeping tariffs on America’s three largest trading partners, with much more to come. This strategy not only lacks any credible theoretical foundations; it is putting the US on a path toward irrevocable economic and geopolitical decline.
Today's profound global uncertainty is not some accident of history or consequence of values-free technologies. Rather, it reflects the will of rival great powers that continue to ignore the seminal economic and social changes underway in other parts of the world.
explains how Malaysia and other middle powers are navigating increasingly uncertain geopolitical terrain.
NUEVA YORK – El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha hecho temer que la transición energética mundial se eche a perder. El presidente estadounidense ha prometido “perforar, perforar, perforar”, deshacer la normativa ambiental y acabar con la “nueva estafa verde”. A medida que la Tierra sigue calentándose -el mes pasado fue el enero más caluroso que se haya registrado en la historia, y 2024 fue el primer año con temperaturas promedio globales superiores en 1,5° Celsius a los niveles preindustriales-, a muchos les preocupa que estemos a punto de asistir a una desaceleración mundial del abandono de los combustibles fósiles.
Ahora bien, Trump no pudo acabar con la transición verde en su primer mandato, y tampoco podrá hacerlo esta vez. La razón es sencilla: los avances tecnológicos, las curvas pronunciadas de aprendizaje y el derrumbe de los costos han hecho que la energía limpia sea más barata que los combustibles fósiles en la mayoría de los lugares. Asimismo, la revolución acababa de empezar en 2017, mientras que ahora ha alcanzado la velocidad de escape. Su impulso no viene dado por la política o la intervención gubernamental, sino por los mercados. El hecho de que el estado de Texas, de tendencia republicana, lidere el despliegue de energías renovables en Estados Unidos es un buen ejemplo. La política ya no frenará la transición energética norteamericana.
Esto no quiere decir que la política no vaya a frenar la transición estadounidense. La administración Trump ya está tomando medidas para flexibilizar las regulaciones ambientales y climáticas, promover la producción nacional de petróleo y gas, apoyar las centrales eléctricas alimentadas a gas y poner fin a los incentivos para adoptar energías limpias y vehículos eléctricos (VE). Las órdenes ejecutivas del primer día del presidente ampliaron las tierras federales disponibles para la exploración de petróleo y gas, revirtieron la suspensión del expresidente Joe Biden de la aprobación de nuevas terminales de gas natural licuado y pusieron en pausa nuevos proyectos eólicos en tierras federales y aguas costeras. Respaldado por las mayorías republicanas en el Congreso, Trump tratará de derogar aproximadamente la mitad de los desembolsos de la Ley de Reducción de la Inflación (IRA por su sigla en inglés), incluidas sus disposiciones de apoyo a los vehículos eléctricos y la energía eólica marina, así como los créditos fiscales a la inversión y la producción de la IRA.
Sin embargo, eso no bastará para detener el avance de la transición energética estadounidense. A pesar de las afirmaciones de Trump de una “emergencia energética nacional”, Estados Unidos ha sido un exportador neto de energía desde 2019 y ya produce más petróleo que cualquier país en la historia. Sin embargo, con los precios bajos y la producción estadounidense de petróleo y gas ya en niveles récord, la producción de combustibles fósiles tendrá dificultades para aumentar mucho más a corto plazo, independientemente de lo que haga Trump.
Por lo tanto, el despliegue de energías limpias continuará, impulsado por el aumento de la demanda de energía y la caída de los costos -especialmente en el caso de la energía solar-. Las empresas eléctricas estadounidenses seguirán invirtiendo agresivamente en energías renovables para mantener el ritmo de aumento del uso de la energía y garantizar la adecuación de la red, aunque también se amplíen las nuevas centrales eléctricas a gas. Las automotrices estadounidenses no abandonarán sus planes de fabricación de VE a largo plazo solo porque la administración Trump haya eliminado los subsidios y cancelado la financiación de la infraestructura de recarga. Por otra parte, los estados controlados por los demócratas seguirán aplicando ambiciosas políticas de descarbonización normativas, como hicieron durante el primer mandato de Trump.
Y, quizá lo más importante, partes significativas de la IRA seguirán en vigor debido a su apoyo político en las circunscripciones republicanas, que se han beneficiado desproporcionadamente de las nuevas inversiones y de la creación de empleo. Las tecnologías de energía limpia de nueva generación -nuclear, geotérmica y de captura y almacenamiento de carbono- seguirán recibiendo respaldo.
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Pero de la misma manera que la transición estadounidense es imparable, también lo es la transición global. Otros países industrializados seguirán ampliamente comprometidos con el acuerdo climático de París y sujetos a las mismas fuerzas del mercado que están impulsando la evolución en Estados Unidos. Europa ve la transición energética como una forma de reducir su dependencia de las importaciones y mejorar su seguridad energética. India, el país emisor de más rápido crecimiento del mundo, ve en la descarbonización una oportunidad económica y un paso necesario para reducir parte de la peor contaminación a nivel mundial. Y la mayoría de los demás mercados emergentes están deseosos de acelerar el despliegue de energías renovables por razones puramente económicas.
Y lo que es más importante, China -la mayor fuente de emisiones globales- está a punto de alcanzar su pico de emisiones cinco años antes del objetivo fijado para 2030. Los fabricantes chinos de paneles solares, vehículos eléctricos y baterías ya dominan las cadenas de suministro globales y no abandonarán sus ambiciones de expansión simplemente por cambios en la demanda estadounidense o en el acceso al mercado. En todo caso, ven las políticas de la administración Trump como una oportunidad para ganar cuota de mercado global, acelerando la adopción de estas tecnologías e impulsando nuevas caídas de precios. Mientras Estados Unidos se queda aún más rezagado respecto a China en energías limpias, la continua caída de los costos de la energía renovable animará a más mercados emergentes a elegir la energía solar y eólica nacional frente a los combustibles fósiles volátiles importados.
Las fuerzas económicas y tecnológicas que impulsan la revolución de las energías limpias son demasiado poderosas para que las detenga un solo país o un solo líder político. La transición energética mundial seguirá adelante, aún si el camino por delante tiene algunos baches más.