08b3ab0346f86f380ec46216_jm892.jpg Jim Meehan

La estresante vida de los animales de laboratorio

Las investigaciones en animales se llevan a cabo para obtener más conocimientos sobre las enfermedades y cómo curarlas y para evaluar la toxicidad de los fármacos antes de probarlos en seres humanos. De hecho, los estudios en animales han desempeñado un papel vital en casi todos los adelantos médicos importantes.

Aunque los investigadores están comprometidos en encontrar nuevas formas de reducir y remplazar las pruebas en animales, la tecnología actual no puede sustituir todavía muchos tipos de investigaciones llevadas a cabo en ellos. El Consejo de Bioética de Nuffield calcula que entre 50 y 100 millones de animales, desde moscas hasta monos, son sometidos a eutanasia anualmente a nivel mundial, y que el 90% de los vertebrados utilizados para las investigaciones son roedores.

Para obtener información útil a partir de las investigaciones en animales se requiere de resultados experimentales sólidos: varios científicos deben poder reproducirlos en lugares distintos. Esto exige un entendimiento profundo de cada especie animal y su biología.

Cada vez se acumulan más evidencias de que la mayoría de los mamíferos utilizados en las investigaciones, sobre todo los roedores, sufren de estrés mental debido a sus condiciones de vida. El estrés se define generalmente como el estado que resulta cuando el cerebro ordena al cuerpo hacer cambios para adaptarse a una exigencia nueva o excesiva y el individuo percibe que esa exigencia superará los recursos personales que tiene a su disposición. La respuesta está alimentada por las hormonas de estrés que fluyen por el cuerpo y alteran cada órgano y función bioquímica, con efectos muy variados sobre el metabolismo, el crecimiento y la reproducción.

Aunque los ambientes de los animales de laboratorio están usualmente bien controlados en términos de iluminación, temperatura y humedad, hay muchas fuentes no controladas de ruido en las instalaciones donde están, la mayor parte de ellas derivadas de actividades humanas que incluyen mangueras de alta presión, limpiadores de jaulas, unidades de aire acondicionado y calefacción, puertas y carritos que rechinan, sillas que se mueven y llaves que suenan.

Los roedores en particular son sensibles a esos ruidos y hay estudios que han demostrado que esta sensibilidad no disminuye con el tiempo, como generalmente se cree. Estos ruidos pueden alterar la conducta de los roedores e incluso tener efectos adversos en su salud. Con todo, sorprendentemente muchos científicos no están conscientes de que los ruidos fuertes en las instalaciones de los animales pueden afectar los resultados de sus investigaciones y poner en entredicho sus datos.

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Además de los problemas del ruido, los animales frecuentemente están en jaulas pequeñas sin fuentes de enriquecimiento como ruedas, estantes o tubos. Esos aparatos permiten que los animales ejerzan cierto control sobre su ambiente, por ejemplo, para escaparse del ataque de otro compañero de jaula trepándose a otro nivel o escondiéndose.

A menudo, los investigadores no están dispuestos a incluir esos artículos en las jaulas de sus animales porque otros investigadores no lo hacen. Sin embargo, la normalización rigurosa del ambiente, sobre todo si conduce a entornos desiertos, aumenta el riesgo de obtener resultados que, por ser específicos de un conjunto estrecho de condiciones, no se pueden comparar con los resultados de otros investigadores.

Si los animales están bajo estrés, pueden tener concentraciones permanentemente elevadas de hormonas de estrés, concentraciones reducidas de hormonas sexuales y sistemas inmunológicos afectados. Estas variables no controladas hacen que los animales no sean sujetos adecuados para los estudios científicos. Para asegurar resultados científicos de calidad, los animales utilizados para las investigaciones deben estar saludables y exhibir conductas normales, independientemente de los efectos específicos que se estén investigando. Los investigadores frecuentemente desestiman las cuestiones relativas a las influencias ambientales sobre sus datos experimentales afirmando que esos efectos “se cancelan” porque sus animales de control están en las mismas condiciones. Pero las conclusiones que se extraen de dichos experimentos son específicas de los animales estresados y no se pueden extrapolar necesariamente a animales sanos.

El uso cada vez mayor de ratones modificados genéticamente desde que se crearon hace 20 años amplifica este problema. Los ratones modificados genéticamente carecen de un gen o de un par genético específico (ratones knock-out ) o tienen un trozo de ADN ajeno integrado en sus propios cromosomas (ratones transgénicos) y se utilizan para deducir las funciones de genes específicos. Los estudios están empezando a mostrar que las condiciones ambientales de un animal pueden cambiar por completo los resultados de los estudios genéticos.

Una forma más humana y efectiva de garantizar la validez y la utilidad de la experimentación en animales sería proporcionar condiciones que minimicen las actividades relacionadas con el estrés, como la limpieza y las peleas excesivas. Además, el ambiente debe permitir a los animales llevar a cabo las conductas normales de su especie. Se deben acordar a nivel institucional cuáles son las conductas normales y aberrantes de cada especie y poner una lista a disposición de todos los investigadores. Diseñar un ambiente adecuado a las necesidades psicológicas y fisiológicas de los animales es preferible al minimalismo, también conocido como “normalización”, que se utiliza actualmente.

Las condiciones exactas para lograr estas metas probablemente variarán entre los distintos laboratorios, pero el resultado final será similar. Tanto el bienestar de los animales utilizados en las investigaciones como la calidad de los resultados científicos mejorarán notablemente, lo que producirá datos que se puedan aplicar significativamente en nuestra búsqueda del conocimiento médico.

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