La extraña muerte del multiculturalismo

Una ideología que sostiene que las personas de culturas diferentes deben vivir en comunidades separadas dentro de un país, no deben interesarse unas por otras y no deben criticarse unas a otras es a un tiempo equivocada e inviable. Naturalmente, los defensores más reflexivos del multiculturalismo nunca imaginaron que una comunidad cultural pudiera o debiese substituir a una comunidad política. Pensaban que, mientras todo el mundo cumpliese la ley, no era necesario que los ciudadanos tuviesen una sola jerarquía de valores.

El ideal del multiculturalismo en casa se repitió con una ideología del relativismo cultural en el extranjero, en particular en los decenios de 1970 y 1980, que evolucionó a hurtadillas hasta constituir una forma de racismo moral, según el cual los europeos blancos merecían la democracia liberal, pero los pueblos de culturas diferentes debían esperar al respecto. Los dictadores africanos podían hacer cosas espantosas, pero no acababan de recibir una condena de muchos intelectuales europeos, porque la crítica entrañaba arrogancia cultural.

Los Países Bajos, donde yo nací, se han visto tal vez más divididos por el debate sobre el multiculturalismo que ningún otro país. El asesinato del director de cine Theo van Gogh hace dos años y medio por un criminal islamista ha dado pie para un debate desgarrador sobre la sólida tradición del país en materia de tolerancia y acceso fácil para los solicitantes de asilo.

Mucho antes de la llegada de trabajadores inmigrantes islámicos en los decenios de 1960 y 1970, la sociedad neerlandesa era en cierto modo ampquot;multiculturalampquot;, en el sentido de que ya estaba organizada mediante los ampquot;pilaresampquot; protestante, católico, liberal y socialista, cada uno de ellos con sus escuelas, hospitales, emisoras de televisión, periódicos y partidos políticos propios. Cuando trabajadores procedentes de Marruecos y Turquía pasaron a ser inmigrantes de facto , hubo quienes empezaron a propugnar la creación de otro pilar musulmán.

Pero en el momento en que los defensores del multiculturalismo hacían esa propuesta, la sociedad neerlandesa estaba experimentando una transición dramática. Al imponerse la secularización, los pilares tradicionales empezaron a desplomarse.

Además, empezó a haber ataques feroces a los musulmanes por parte de personas que, tras criarse en familias profundamente religiosas, se habían vuelto izquierdistas radicales en los decenios de 1960 y 1970. Tras calificarse a sí mismos de anticolonialistas y antirracistas –adalides del multiculturalismo-, han pasado a ser defensores fervientes de los llamados valores de la Ilustración y contra la ortodoxia musulmana. Esas personas temían el regreso de la religión, temían que el carácter opresivo del protestantismo o del catolicismo que habían conocido de primera mano quedara substituido por unos códigos musulmanes de conducta igualmente opresivos.

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Pero su alejamiento del multiculturalismo no es lo que impidió la aparición de un pilar ampquot;islámicoampquot; en la sociedad neerlandesa. El problema principal con el que topó esa idea fue el de que las personas procedentes de Turquía, Marruecos y los países árabes, unas profundamente religiosas, otras totalmente secularizadas y todas ellas caracterizadas por animosidades ostensibles de unas contra otras, nunca habrían acordado lo que debía constituir semejante pilar.

En cualquier caso, ahora es demasiado tarde para crear semejante pilar. Después del desplome de los pilares anteriores, el surgimiento de uno nuevo crearía una situación en la que una mayoría cada vez más integrada negociaría con una minoría, con lo que perpetuaría su aislamiento en el proceso.

Les guste o no a los europeos, los musulmanes forman parte de Europa. Muchos no abandonarán su religión, por lo que los europeos deberán aprender a vivir con ellos y con el islam. Naturalmente, resultará más fácil, si los musulmanes acaban creyendo que el sistema redunda también en su beneficio. La democracia liberal y el islam son conciliables. La actual transición política de Indonesia de la dictadura a la democracia, aunque no constituye un éxito rotundo, muestra que se puede lograr.

Aun cuando todos los musulmanes de Europa fueran islamistas –cosa que dista mucho de ser una realidad– no podrían amenazar la soberanía del Continente y, con ello, sus leyes y los valores de la Ilustración. Naturalmente, hay grupos a los que les gusta el islamismo. Los hijos de inmigrantes, nacidos en Europa, tienen la sensación de no ser plenamente aceptados en el país en el que se han criado, pero tampoco sienten una vinculación especial con el país natal de sus padres. El islamismo, además de ofrecerles una respuesta a la pregunta de por qué no se sienten contentos con su forma de vida, les da una sensación de su propia valía y una gran causa por la que morir.

Al final, lo único que de verdad puede perjudicar a los valores europeos es la reacción de Europa ante su mayoría no musulmana. El miedo al islam y a los inmigrantes podría propiciar la aprobación de leyes no liberales. Al defender los valores de la Ilustración de forma dogmática, los europeos serán quienes los socaven.

Nuestras leyes que prohíben la incitación a la violencia y el insulto a las personas por razones de religión son suficientes. Limitaciones más estrictas de la libertad de expresión –como, por ejemplo, leyes antiblasfemia o, de hecho, las leyes que castigan la negación del Holocausto- van demasiado lejos.

Pero eso no significa que no debamos medir nuestras palabras con cuidado. Debemos distinguir claramente entre diferentes clases de islam y no confundir los movimientos revolucionarios violentos con la mera ortodoxia religiosa. Insultar a musulmanes simplemente en relación con su fe es una insensatez y resulta contraproducente, como lo es la idea, cada vez más popular, de que debemos hacer declaraciones rotundas sobre la superioridad de ampquot;nuestra culturaampquot;, pues semejante dogmatismo socava el escepticismo, la impugnación de todas las opiniones, incluidas las propias, que fue y es la característica fundamental de la Ilustración.

El problema actualmente es el de que a veces se usan los valores de la Ilustración de forma muy dogmática contra los musulmanes. De hecho, han llegado a ser una forma de nacionalismo: se ha contrapuesto ampquot;nuestros valoresampquot; a ampquot;sus valoresampquot;. La razón para defender los valores de la Ilustración es la de que están basados en ideas válidas y no porque sean ampquot;nuestra culturaampquot;. Confundir la cultura y la política de ese modo es caer en la misma trampa que los multiculturalistas.

Y tiene consecuencias graves. Si nos enemistamos lo bastante con los musulmanes de Europa, incitaremos a más personas a adherirse a la revolución islamista. Debemos hacer todo lo posible para alentar a los musulmanes de Europa a asimilarse en las sociedades europeas. Es nuestra única esperanza.

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