Durante los preparativos para la reunión del G8 en Escocia entre el 6 y el 8 de junio, el Primer Ministro británico Tony Blair ha hecho un llamado a la comunidad internacional para fijar las prioridades globales correctas, las cuales ha definido inequívocamente como África y el calentamiento global. Blair tiene razón al desafiarnos a establecer prioridades, pero su opción es probablemente incorrecta. Si bien debemos aceptar el desafío, también debemos fijar las prioridades adecuadas.
Rara vez los líderes políticos plantean prioridades claras, ya que prefieren dar la impresión de que son capaces de dar de todo a todos. Deben trabajar con burocracias, las que naturalmente tienen poca inclinación a que se prioricen sus tareas, a menos que queden al tope de la lista de prioridades. Siempre que priorizamos, no sólo decimos que deberíamos hacer más (lo cual es bueno), sino también dónde no deberíamos aumentar nuestros esfuerzos (lo que se considera como algo cínico).
Sin embargo, no hablar acerca de las prioridades no hace que desaparezca la necesidad de priorizar. En lugar de ello, las opciones sólo se vuelven menos claras, menos democráticas y menos eficientes. Negarse a priorizar, abordando solamente los problemas más publicitados, es incorrecto. Imaginemos a los doctores de un hospital perpetuamente sobrepasado, negándose a preparar a los pacientes para una cirugía importante y meramente atendiéndolos a medida que llegan y apresurándose a tratar a aquellos cuyas familias hacen más escándalo. Negarse a priorizar es injusto, desperdicia recursos y tiene un coste en vidas.
Entonces, ¿cuáles deberían ser nuestras prioridades globales? La pregunta se abordó el año pasado en un innovador proyecto en que participaron muchos de los principales economistas mundiales, en el contexto del Consenso de Copenhague. Un "equipo soñado" de ocho economistas, incluidos tres Premios Nóbel, se enfrento a la pregunta básica: si el mundo tuviera, digamos, 50 mil millones de dólares adicionales para hacer lo correcto, ¿dónde se podría gastar ese dinero de la mejor manera?
La prioridad principal resultó ser la prevención del VIH/SIDA. Un programa completo costaría 27 mil millones de dólares, pero los potenciales beneficios sociales serían inmensos: se evitarían más de 28 millones de nuevos casos de VIH/SIDA para el 2010. Esto lo convierte en la mejor inversión que el mundo podría efectuar, logrando beneficios sociales que superarían los costes en una proporción de 40 a 1.
De manera similar, proporcionar los micronutrientes que faltan en más de la mitad de la dieta mundial reduciría las enfermedades causadas por las deficiencias de hierro, zinc, yodo y vitamina A con una proporción excepcionalmente alta de beneficios con respecto a los costes. Si sólo pudiéramos lograr la voluntad política, se podría alcanzar el libre comercio a un coste muy bajo, con beneficios de hasta 2,4 mil millones de dólares al año. La lucha contra la malaria rinde un beneficio de al menos cinco veces los costes. Las redes contra mosquitos y un uso eficaz de los medicamentos podrían reducir a la mitad la incidencia de esta enfermedad, a un coste de 13 mil millones de dólares.
La lista continúa, centrándose en las tecnologías agrícolas para abordar la producción de alimentos y el hambre, así como tecnologías para aumentar el suministro de agua potable limpia y mejorar el alcantarillado y la higienización. Dado que estos problemas son más agudos en África, las prioridades de Blair tienen cierto merito.
Sin embargo, el Consenso de Copenhague nos mostró no sólo lo que deberíamos estar haciendo, sino lo que no debemos hacer, al menos no en este momento. Los expertos pusieron las respuestas al cambio climático en un lugar extremadamente bajo de la lista de tareas pendientes. De hecho, el panel consideró estas iniciativas (incluido el Protocolo de Kyoto) como “malos proyectos”, porque cuestan más que el bien que producen.
Esto no significa que deberíamos hacer caso omiso del cambio climático. El calentamiento global es real. Sin embargo, las reglas del Protocolo de Kyoto marcarán una diferencia casi imperceptible (posponiendo los aumentos de temperatura del 2100 al 2106) a un costo sustancial, cerca de 150 mil millones de dólares anuales. Dada la escasez de recursos, debemos preguntarnos si queremos hacer una gran cantidad de bien ahora, o poco bien mucho después. Necesitamos preguntarnos si podemos hacer más por el mundo, invirtiendo de manera diferente.
Lejos de sugerir una política de “laissez faire”, esta pregunta plantea de manera frontal el problema de la priorización. ¿Por qué durante los últimos huracanes miles de personas murieron en Haití, y no en Florida? Porque los haitianos son pobres y no pueden tomar medidas preventivas. Romper el círculo de la pobreza, enfrentando los problemas más urgentes relacionados con enfermedades, el hambre y la contaminación del agua no solo traerá obvios beneficios, sino que hará que la gente sea menos vulnerable.
La reunión del G-8 ha puesto sobre a mesa el tema de la priorización global. El problema urgente de la mayoría de pobres del mundo no es el cambio climático. Sus problemas son más básicos: no morir de enfermedades fáciles de prevenir, no sufrir de desnutrición por la falta de micronutrientes básicos, no estar impedidos de explotar las oportunidades de la economía global por la falta de libre comercio.
Podemos prevenir el VIH entregando preservativos y mejorando la educación sobre temas de salud. Podemos evitar que millones mueran a causa de la desnutrición, simplemente distribuyendo suplementos vitamínicos. Estas no son tecnologías de la era espacial, sino artículos básicos que el mundo necesita.
Realizar primero las acciones correctas sería una excelente inversión para el futuro del planeta. Si realmente queremos resolver los desafíos más urgentes del planeta, entonces debemos fijar las prioridades correctas.
Durante los preparativos para la reunión del G8 en Escocia entre el 6 y el 8 de junio, el Primer Ministro británico Tony Blair ha hecho un llamado a la comunidad internacional para fijar las prioridades globales correctas, las cuales ha definido inequívocamente como África y el calentamiento global. Blair tiene razón al desafiarnos a establecer prioridades, pero su opción es probablemente incorrecta. Si bien debemos aceptar el desafío, también debemos fijar las prioridades adecuadas.
Rara vez los líderes políticos plantean prioridades claras, ya que prefieren dar la impresión de que son capaces de dar de todo a todos. Deben trabajar con burocracias, las que naturalmente tienen poca inclinación a que se prioricen sus tareas, a menos que queden al tope de la lista de prioridades. Siempre que priorizamos, no sólo decimos que deberíamos hacer más (lo cual es bueno), sino también dónde no deberíamos aumentar nuestros esfuerzos (lo que se considera como algo cínico).
Sin embargo, no hablar acerca de las prioridades no hace que desaparezca la necesidad de priorizar. En lugar de ello, las opciones sólo se vuelven menos claras, menos democráticas y menos eficientes. Negarse a priorizar, abordando solamente los problemas más publicitados, es incorrecto. Imaginemos a los doctores de un hospital perpetuamente sobrepasado, negándose a preparar a los pacientes para una cirugía importante y meramente atendiéndolos a medida que llegan y apresurándose a tratar a aquellos cuyas familias hacen más escándalo. Negarse a priorizar es injusto, desperdicia recursos y tiene un coste en vidas.
Entonces, ¿cuáles deberían ser nuestras prioridades globales? La pregunta se abordó el año pasado en un innovador proyecto en que participaron muchos de los principales economistas mundiales, en el contexto del Consenso de Copenhague. Un "equipo soñado" de ocho economistas, incluidos tres Premios Nóbel, se enfrento a la pregunta básica: si el mundo tuviera, digamos, 50 mil millones de dólares adicionales para hacer lo correcto, ¿dónde se podría gastar ese dinero de la mejor manera?
La prioridad principal resultó ser la prevención del VIH/SIDA. Un programa completo costaría 27 mil millones de dólares, pero los potenciales beneficios sociales serían inmensos: se evitarían más de 28 millones de nuevos casos de VIH/SIDA para el 2010. Esto lo convierte en la mejor inversión que el mundo podría efectuar, logrando beneficios sociales que superarían los costes en una proporción de 40 a 1.
De manera similar, proporcionar los micronutrientes que faltan en más de la mitad de la dieta mundial reduciría las enfermedades causadas por las deficiencias de hierro, zinc, yodo y vitamina A con una proporción excepcionalmente alta de beneficios con respecto a los costes. Si sólo pudiéramos lograr la voluntad política, se podría alcanzar el libre comercio a un coste muy bajo, con beneficios de hasta 2,4 mil millones de dólares al año. La lucha contra la malaria rinde un beneficio de al menos cinco veces los costes. Las redes contra mosquitos y un uso eficaz de los medicamentos podrían reducir a la mitad la incidencia de esta enfermedad, a un coste de 13 mil millones de dólares.
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La lista continúa, centrándose en las tecnologías agrícolas para abordar la producción de alimentos y el hambre, así como tecnologías para aumentar el suministro de agua potable limpia y mejorar el alcantarillado y la higienización. Dado que estos problemas son más agudos en África, las prioridades de Blair tienen cierto merito.
Sin embargo, el Consenso de Copenhague nos mostró no sólo lo que deberíamos estar haciendo, sino lo que no debemos hacer, al menos no en este momento. Los expertos pusieron las respuestas al cambio climático en un lugar extremadamente bajo de la lista de tareas pendientes. De hecho, el panel consideró estas iniciativas (incluido el Protocolo de Kyoto) como “malos proyectos”, porque cuestan más que el bien que producen.
Esto no significa que deberíamos hacer caso omiso del cambio climático. El calentamiento global es real. Sin embargo, las reglas del Protocolo de Kyoto marcarán una diferencia casi imperceptible (posponiendo los aumentos de temperatura del 2100 al 2106) a un costo sustancial, cerca de 150 mil millones de dólares anuales. Dada la escasez de recursos, debemos preguntarnos si queremos hacer una gran cantidad de bien ahora, o poco bien mucho después. Necesitamos preguntarnos si podemos hacer más por el mundo, invirtiendo de manera diferente.
Lejos de sugerir una política de “laissez faire”, esta pregunta plantea de manera frontal el problema de la priorización. ¿Por qué durante los últimos huracanes miles de personas murieron en Haití, y no en Florida? Porque los haitianos son pobres y no pueden tomar medidas preventivas. Romper el círculo de la pobreza, enfrentando los problemas más urgentes relacionados con enfermedades, el hambre y la contaminación del agua no solo traerá obvios beneficios, sino que hará que la gente sea menos vulnerable.
La reunión del G-8 ha puesto sobre a mesa el tema de la priorización global. El problema urgente de la mayoría de pobres del mundo no es el cambio climático. Sus problemas son más básicos: no morir de enfermedades fáciles de prevenir, no sufrir de desnutrición por la falta de micronutrientes básicos, no estar impedidos de explotar las oportunidades de la economía global por la falta de libre comercio.
Podemos prevenir el VIH entregando preservativos y mejorando la educación sobre temas de salud. Podemos evitar que millones mueran a causa de la desnutrición, simplemente distribuyendo suplementos vitamínicos. Estas no son tecnologías de la era espacial, sino artículos básicos que el mundo necesita.
Realizar primero las acciones correctas sería una excelente inversión para el futuro del planeta. Si realmente queremos resolver los desafíos más urgentes del planeta, entonces debemos fijar las prioridades correctas.