COPENHAGUE – Frente al avance de una recesión mundial, hoy peligra cualquier acción contundente contra el calentamiento global. Esto importa, porque en poco más de un año, el mundo se sentará en Copenhague para negociar el tratado que seguirá al fallido Protocolo de Kyoto. Sin embargo, en vista de que la gente está perdiendo empleos e ingresos, la ayuda económica inmediata parece importar más que las diferencias de temperatura de aquí a 100 años.
Sin embargo, muchos expertos verdes empezaron a decir que la crisis financiera no hace más que aumentar la necesidad de emprender una acción contra el cambio climático. Instan al presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, a propiciar una “revolución verde” con grandes inversiones en energía renovable, con el argumento de que esto podría crear millones de nuevos empleos “verdes” y abrir nuevos mercados de volumen considerable. No sorprende que estos sentimientos sean expresados a viva voz por líderes empresarios que viven a costa de este tipo de subsidios. Ahora bien, ¿estas peticiones son inversiones inteligentes para la sociedad?
El problema con el argumento de la revolución verde es que no se ocupa de la eficiencia. La mayoría de las veces se la elogia porque ofrece nuevos empleos. Pero miles de millones de dólares en subsidios impositivos crearían una gran cantidad de empleos nuevos en casi todos los sectores: el punto es que muchos sectores que requieren menos inversiones en bienes de capital crearían muchos más empleos por una determinada inversión del dinero de los contribuyentes.
De la misma manera, las iniciativas verdes abrirán nuevos mercados sólo si otras naciones subsidian tecnologías ineficientes compradas en el extranjero. En consecuencia, el verdadero juego pasa a ser qué naciones llegan a absorber los subsidios financiados por impuestos de otras naciones. Más allá de la resultante ineficiencia global, esto también crea toda una nueva masa de actores industriales que seguirán defendiendo una legislación ineficiente, simplemente porque llena sus arcas.
Un buen ejemplo es Dinamarca, que hace un tiempo proporcionó gigantescos subsidios para la energía eólica, construyendo miles de turbinas ineficientes en todo el país desde los años 1980 en adelante. Hoy, muchas veces se observa que Dinamarca está ofreciendo una turbina eólica a uno de cada tres habitantes en el mundo, creando miles de millones en ingresos y empleo.
Hace unos años, sin embargo, el Consejo Económico de Dinamarca llevó a cabo una evaluación exhaustiva de la industria de las turbinas eólicas, teniendo en cuenta no sólo sus efectos benéficos en términos de empleos y producción, sino también de los subsidios que recibe. Se determinó que el efecto neto para Dinamarca era un pequeño costo , no un beneficio.
Como es lógico, el principal productor eólico de Dinamarca hoy está instando a que se tome una acción contundente sobre el cambio climático que implicaría aún más ventas de turbinas eólicas. La compañía patrocina el programa “Planeta en peligro” de la cadena CNN, que ayuda a galvanizar la presión pública para que se emprenda una acción.
El punto crucial es que muchas tecnologías verdes no son costo-efectivas, al menos todavía. Si lo fueran, no haría falta subsidiarlas.
La respuesta convencional es que las tecnologías verdes parecen más costosas sólo porque el precio de los combustibles fósiles no refleja sus costos climáticos. Es un argumento en parte válido. Como los combustibles fósiles contribuyen al calentamiento global, la teoría económica estándar sugiere que deberíamos gravarlos de acuerdo a sus efectos negativos acumulativos.
Pero esto no marcaría una diferencia significativa en cuanto a la ineficiencia de la mayoría de las tecnologías verdes. El metaestudio económico más integral demuestra que los impactos climáticos totales en el futuro justifican un impuesto de 0,012 euros por litro de combustible (0,06 dólares por galón en Estados Unidos). Esta suma parece pequeña en comparación con el impuesto que muchos países europeos ya imponen, y es mucho menos que en el sistema comercial europeo.
Sin embargo, se dice que la mejor manera de aumentar la inversión y desarrollo en fuentes de energía renovable nuevas y más económicas es a través de impuestos y subsidios mucho más elevados. Esto no es verdad. Durante la inversión masiva asociada con el tratado de Kyoto, la inversión de los países participantes en I&D como un porcentaje del PBI declinó , no aumentó. Es bastante obvio que si uno invierte masivamente en paneles solares ineficientes, la mayor parte de su dinero estará destinada a comprar los paneles físicos, mientras que sólo un pequeño porcentaje será destinado a I&D. Si queremos más I&D, deberíamos invertir nuestro dinero más directamente en I&D. Esto podría afrontar el problema del calentamiento global en un más largo plazo.
Para concluir, se suele sostener que los impuestos y subsidios elevados de CO2 para la tecnología verde efectivamente serán positivos y, nuevamente, se suele tomar a Dinamarca como ejemplo. Después de todo, se dice, Dinamarca mantuvo sus emisiones de CO2 bajas al mismo tiempo que registró un crecimiento económico del 70% desde 1981. Ahora bien, ¿podría haber crecido más si no hubiera restringido las emisiones de CO2? Durante el mismo período, las emisiones norteamericanas crecieron el 29%, pero su PBI creció el 39% más que el de Dinamarca, lo que indica una simple verdad: los recortes y subsidios de CO2 no necesariamente se traducen en no crecimiento, pero probablemente sí signifiquen un crecimiento más lento .
El presidente electo Obama hoy se enfrenta a innumerables personas que sostienen que los subsidios para la energía renovable y los impuestos al CO2 son buenas maneras de afrontar el calentamiento global y forjar una nueva economía verde. Desafortunadamente, esto es erróneo casi en su totalidad. Los impuestos y los subsidios siempre son costosos y probablemente impedirán el crecimiento. Es más, si realmente queremos abordar el tema del calentamiento global, no deberíamos invertir grandes sumas de dinero en la compra de tecnología verde ineficiente –deberíamos invertir directamente en I&D para hacer que la futura tecnología verde sea competitiva.
Obama debería tomar la iniciativa y hacer que la reunión en Copenhague el año próximo no gire alrededor de subsidios inflados para tecnologías ineficientes, sino alrededor de inversiones magras en desarrollos futuros. Esta es la manera de afrontar el calentamiento global y respaldar una economía genuinamente vibrante.
COPENHAGUE – Frente al avance de una recesión mundial, hoy peligra cualquier acción contundente contra el calentamiento global. Esto importa, porque en poco más de un año, el mundo se sentará en Copenhague para negociar el tratado que seguirá al fallido Protocolo de Kyoto. Sin embargo, en vista de que la gente está perdiendo empleos e ingresos, la ayuda económica inmediata parece importar más que las diferencias de temperatura de aquí a 100 años.
Sin embargo, muchos expertos verdes empezaron a decir que la crisis financiera no hace más que aumentar la necesidad de emprender una acción contra el cambio climático. Instan al presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, a propiciar una “revolución verde” con grandes inversiones en energía renovable, con el argumento de que esto podría crear millones de nuevos empleos “verdes” y abrir nuevos mercados de volumen considerable. No sorprende que estos sentimientos sean expresados a viva voz por líderes empresarios que viven a costa de este tipo de subsidios. Ahora bien, ¿estas peticiones son inversiones inteligentes para la sociedad?
El problema con el argumento de la revolución verde es que no se ocupa de la eficiencia. La mayoría de las veces se la elogia porque ofrece nuevos empleos. Pero miles de millones de dólares en subsidios impositivos crearían una gran cantidad de empleos nuevos en casi todos los sectores: el punto es que muchos sectores que requieren menos inversiones en bienes de capital crearían muchos más empleos por una determinada inversión del dinero de los contribuyentes.
De la misma manera, las iniciativas verdes abrirán nuevos mercados sólo si otras naciones subsidian tecnologías ineficientes compradas en el extranjero. En consecuencia, el verdadero juego pasa a ser qué naciones llegan a absorber los subsidios financiados por impuestos de otras naciones. Más allá de la resultante ineficiencia global, esto también crea toda una nueva masa de actores industriales que seguirán defendiendo una legislación ineficiente, simplemente porque llena sus arcas.
Un buen ejemplo es Dinamarca, que hace un tiempo proporcionó gigantescos subsidios para la energía eólica, construyendo miles de turbinas ineficientes en todo el país desde los años 1980 en adelante. Hoy, muchas veces se observa que Dinamarca está ofreciendo una turbina eólica a uno de cada tres habitantes en el mundo, creando miles de millones en ingresos y empleo.
Hace unos años, sin embargo, el Consejo Económico de Dinamarca llevó a cabo una evaluación exhaustiva de la industria de las turbinas eólicas, teniendo en cuenta no sólo sus efectos benéficos en términos de empleos y producción, sino también de los subsidios que recibe. Se determinó que el efecto neto para Dinamarca era un pequeño costo , no un beneficio.
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Como es lógico, el principal productor eólico de Dinamarca hoy está instando a que se tome una acción contundente sobre el cambio climático que implicaría aún más ventas de turbinas eólicas. La compañía patrocina el programa “Planeta en peligro” de la cadena CNN, que ayuda a galvanizar la presión pública para que se emprenda una acción.
El punto crucial es que muchas tecnologías verdes no son costo-efectivas, al menos todavía. Si lo fueran, no haría falta subsidiarlas.
La respuesta convencional es que las tecnologías verdes parecen más costosas sólo porque el precio de los combustibles fósiles no refleja sus costos climáticos. Es un argumento en parte válido. Como los combustibles fósiles contribuyen al calentamiento global, la teoría económica estándar sugiere que deberíamos gravarlos de acuerdo a sus efectos negativos acumulativos.
Pero esto no marcaría una diferencia significativa en cuanto a la ineficiencia de la mayoría de las tecnologías verdes. El metaestudio económico más integral demuestra que los impactos climáticos totales en el futuro justifican un impuesto de 0,012 euros por litro de combustible (0,06 dólares por galón en Estados Unidos). Esta suma parece pequeña en comparación con el impuesto que muchos países europeos ya imponen, y es mucho menos que en el sistema comercial europeo.
Sin embargo, se dice que la mejor manera de aumentar la inversión y desarrollo en fuentes de energía renovable nuevas y más económicas es a través de impuestos y subsidios mucho más elevados. Esto no es verdad. Durante la inversión masiva asociada con el tratado de Kyoto, la inversión de los países participantes en I&D como un porcentaje del PBI declinó , no aumentó. Es bastante obvio que si uno invierte masivamente en paneles solares ineficientes, la mayor parte de su dinero estará destinada a comprar los paneles físicos, mientras que sólo un pequeño porcentaje será destinado a I&D. Si queremos más I&D, deberíamos invertir nuestro dinero más directamente en I&D. Esto podría afrontar el problema del calentamiento global en un más largo plazo.
Para concluir, se suele sostener que los impuestos y subsidios elevados de CO2 para la tecnología verde efectivamente serán positivos y, nuevamente, se suele tomar a Dinamarca como ejemplo. Después de todo, se dice, Dinamarca mantuvo sus emisiones de CO2 bajas al mismo tiempo que registró un crecimiento económico del 70% desde 1981. Ahora bien, ¿podría haber crecido más si no hubiera restringido las emisiones de CO2? Durante el mismo período, las emisiones norteamericanas crecieron el 29%, pero su PBI creció el 39% más que el de Dinamarca, lo que indica una simple verdad: los recortes y subsidios de CO2 no necesariamente se traducen en no crecimiento, pero probablemente sí signifiquen un crecimiento más lento .
El presidente electo Obama hoy se enfrenta a innumerables personas que sostienen que los subsidios para la energía renovable y los impuestos al CO2 son buenas maneras de afrontar el calentamiento global y forjar una nueva economía verde. Desafortunadamente, esto es erróneo casi en su totalidad. Los impuestos y los subsidios siempre son costosos y probablemente impedirán el crecimiento. Es más, si realmente queremos abordar el tema del calentamiento global, no deberíamos invertir grandes sumas de dinero en la compra de tecnología verde ineficiente –deberíamos invertir directamente en I&D para hacer que la futura tecnología verde sea competitiva.
Obama debería tomar la iniciativa y hacer que la reunión en Copenhague el año próximo no gire alrededor de subsidios inflados para tecnologías ineficientes, sino alrededor de inversiones magras en desarrollos futuros. Esta es la manera de afrontar el calentamiento global y respaldar una economía genuinamente vibrante.