NUEVA YORK – En los últimos años, los Estados Unidos han contribuido más a la inestabilidad mundial que a la resolución de los problemas mundiales. Ejemplos de ello son, entre otros, la guerra del Iraq, lanzada por los EE.UU con falsas premisas, el obstruccionismo de las medidas encaminadas a frenar el cambio climático, una escasa ayuda para el desarrollo y la violación de tratados internacionales, como, por ejemplo, los Convenios de Ginebra. Si bien muchos factores han contribuido a las acciones desestabilizadoras de los Estados Unidos, uno poderoso es el antiintelectualismo, ejemplificado recientemente por la repentina popularidad de la candidata republicana a la vicepresidencia, Sarah Palin.
Por antiintelectualismo entiendo en particular una perspectiva agresivamente anticientífica, respaldada por el desdén a quienes se atienen a la ciencia y sus pruebas. Las amenazas que afronta una gran potencia como los EE.UU. exigen un análisis riguroso de la información conforme a los mejores principios científicos.
El cambio climático, por ejemplo, plantea amenazas terribles al planeta que se deben evaluar conforme a las normas científicas actuales y la capacidad en desarrollo de la ciencia del clima. El proceso científico mundial llamado Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que ha obtenido el premio Nobel, ha establecido el criterio del rigor científico para el análisis de las amenazas de cambio climático provocado por la Humanidad. Necesitamos a políticos con conocimientos científicos y adeptos al pensamiento crítico basado en las pruebas para que plasmen esos hallazgos y recomendaciones en políticas y acuerdos internacionales.
Sin embargo, en los EE.UU. las actitudes del Presidente Bush, de republicanos influyentes y ahora de Sarah Palin han sido lo contrario de científicas. La Casa Blanca ha hecho todo lo que ha podido durante ocho años para ocultar el abrumador consenso científico sobre la contribución humana al cambio climático. Ha intentado impedir que los científicos oficiales hablen sinceramente al público. The Wall Street Journal ha propagado posiciones anticientíficas y seudocientíficas para oponerse a las políticas encaminadas a luchar contra el cambio climático provocado por la Humanidad.
Esos planteamientos anticientíficos han afectado no sólo a la política del clima, sino también a la política exterior. Los EE.UU. fueron a la guerra con el Iraq a partir de los instintos viscerales y las convicciones religiosas de Bush y no de pruebas rigurosas. Asimismo, Palin ha llamado a la guerra del Iraq “una tarea inspirada por Dios”.
No se trata de personas aisladas, aunque poderosas, que están divorciadas de la realidad. Reflejan el hecho de que un porcentaje importante de la sociedad americana, que actualmente vota principalmente a los republicanos, rechaza o simplemente desconoce pruebas científicas básicas relativas al cambio climático, la evolución biológica, la salud humana y otras esferas. Por lo general, dichos votantes no rechazan los beneficios de las tecnologías resultantes de la ciencia moderna, pero sí las pruebas y las recomendaciones de los científicos sobre políticas públicas.
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Según recientes encuestas de opinión realizadas por la Fundación Pew, mientras el 58 por ciento de los demócratas creen que la Humanidad está causando el calentamiento planetario, sólo el 28 por ciento de los republicanos lo creen. Asimismo, según una encuesta realizada en 2005, el 59 por ciento de los republicanos que se declaran conservadores rechazaron cualquier teoría de la evolución, mientras que el 67 por ciento de los demócratas progresistas aceptaron alguna versión de la teoría evolucionista.
Desde luego, algunos de esos negacionistas son simplemente ignorantes en materia de ciencia, víctimas de la deficiente calidad de la enseñanza de la ciencia en los Estados Unidos, pero otros son fundamentalistas bíblicos, que rechazan la ciencia moderna, porque interpretan la palabra de la Biblia como literalmente verdadera. Rechazan las pruebas geológicas del cambio climático, porque rechazan la propia ciencia de la geología.
La cuestión a la que nos referimos aquí no es la de la religión contra la ciencia. Todas las grandes religiones tienen tradiciones de intercambio fructífero con la investigación científica y, de hecho, la apoyan. La edad de oro del Islam, hace un milenio, fue también aquella en que la ciencia islámica orientó al mundo. El Papa Juan Pablo II declaró su apoyo a la ciencia básica de la evolución y los obispos católicos romanos son convencidos partidarios de que se limite el cambio climático provocado por la Humanidad basándose en pruebas científicas.
Varios científicos destacados, incluido uno de los mayores biólogos del mundo, E.O. Wilson, se han dirigido a las comunidades religiosas para que apoyen la lucha contra el cambio climático provocado por la Humanidad y la lucha en pro de la conservación biológica y dichas comunidades religiosas les han respondido en armonía con la ciencia.
El problema es un fundamentalismo agresivo que niega la ciencia moderna y un antiintelectualismo agresivo que ve a los expertos y los científicos como el enemigo. Esas concepciones son las que pueden acabar propiciando que muramos todos. Al fin y al cabo, esa clase de extremismo puede acabar conduciendo a la guerra, basándose en concepciones pervertidas sobre que una guerra determinada es deseada por Dios en lugar de un fracaso de la política y la cooperación.
En muchas declaraciones, Palin parece decidida a invocar a Dios en sus juicios sobre la guerra, señal siniestra para el futuro, si es elegida. Desde luego, animará a muchos enemigos a recurrir a sus propias variedades de fundamentalismo para que devuelvan el ataque a los EE.UU. Los extremistas de los dos bandos acaban poniendo en peligro a la gran mayoría de los seres humanos, que no son extremistas ni fundamentalistas anticientíficos.
Resulta difícil saber con certeza a qué se debe el aumento del fundamentalismo en tantas partes del mundo. Lo que está sucediendo en los EE.UU., por ejemplo, no ocurre en Europa, sino que es característico de algunas partes de Oriente Medio y del Asia central. Parece que el fundamentalismo surge en épocas de cambios trascendentales, cuando los órdenes sociales tradicionales se ven amenazados. El surgimiento del fundamentalismo americano moderno en política data de la era de los derechos humanos en el decenio de 1960 y, al menos en parte, refleja una reacción violenta entre los blancos contra la fuerza económica y política en aumento de los grupos minoritarios no blancos e inmigrantes en la sociedad estadounidense.
La única esperanza para la Humanidad es la de que se pueda substituir el círculo vicioso del extremismo por una comprensión mundial compartida de las amenazas en gran escala relacionadas con el cambio climático, los abastecimientos alimentarios, la energía sostenible, la escasez de agua y la pobreza. Los procesos científicos mundiales, como el IPCC, son decisivos, porque representan nuestra mayor esperanza de creación de un consenso basado en las pruebas científicas.
Los EE.UU. deben regresar al consenso mundial basado en la ciencia compartida y no en el antiintelectualismo. Ése es el imperativo urgente en el corazón de la sociedad americana actual.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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NUEVA YORK – En los últimos años, los Estados Unidos han contribuido más a la inestabilidad mundial que a la resolución de los problemas mundiales. Ejemplos de ello son, entre otros, la guerra del Iraq, lanzada por los EE.UU con falsas premisas, el obstruccionismo de las medidas encaminadas a frenar el cambio climático, una escasa ayuda para el desarrollo y la violación de tratados internacionales, como, por ejemplo, los Convenios de Ginebra. Si bien muchos factores han contribuido a las acciones desestabilizadoras de los Estados Unidos, uno poderoso es el antiintelectualismo, ejemplificado recientemente por la repentina popularidad de la candidata republicana a la vicepresidencia, Sarah Palin.
Por antiintelectualismo entiendo en particular una perspectiva agresivamente anticientífica, respaldada por el desdén a quienes se atienen a la ciencia y sus pruebas. Las amenazas que afronta una gran potencia como los EE.UU. exigen un análisis riguroso de la información conforme a los mejores principios científicos.
El cambio climático, por ejemplo, plantea amenazas terribles al planeta que se deben evaluar conforme a las normas científicas actuales y la capacidad en desarrollo de la ciencia del clima. El proceso científico mundial llamado Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que ha obtenido el premio Nobel, ha establecido el criterio del rigor científico para el análisis de las amenazas de cambio climático provocado por la Humanidad. Necesitamos a políticos con conocimientos científicos y adeptos al pensamiento crítico basado en las pruebas para que plasmen esos hallazgos y recomendaciones en políticas y acuerdos internacionales.
Sin embargo, en los EE.UU. las actitudes del Presidente Bush, de republicanos influyentes y ahora de Sarah Palin han sido lo contrario de científicas. La Casa Blanca ha hecho todo lo que ha podido durante ocho años para ocultar el abrumador consenso científico sobre la contribución humana al cambio climático. Ha intentado impedir que los científicos oficiales hablen sinceramente al público. The Wall Street Journal ha propagado posiciones anticientíficas y seudocientíficas para oponerse a las políticas encaminadas a luchar contra el cambio climático provocado por la Humanidad.
Esos planteamientos anticientíficos han afectado no sólo a la política del clima, sino también a la política exterior. Los EE.UU. fueron a la guerra con el Iraq a partir de los instintos viscerales y las convicciones religiosas de Bush y no de pruebas rigurosas. Asimismo, Palin ha llamado a la guerra del Iraq “una tarea inspirada por Dios”.
No se trata de personas aisladas, aunque poderosas, que están divorciadas de la realidad. Reflejan el hecho de que un porcentaje importante de la sociedad americana, que actualmente vota principalmente a los republicanos, rechaza o simplemente desconoce pruebas científicas básicas relativas al cambio climático, la evolución biológica, la salud humana y otras esferas. Por lo general, dichos votantes no rechazan los beneficios de las tecnologías resultantes de la ciencia moderna, pero sí las pruebas y las recomendaciones de los científicos sobre políticas públicas.
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Según recientes encuestas de opinión realizadas por la Fundación Pew, mientras el 58 por ciento de los demócratas creen que la Humanidad está causando el calentamiento planetario, sólo el 28 por ciento de los republicanos lo creen. Asimismo, según una encuesta realizada en 2005, el 59 por ciento de los republicanos que se declaran conservadores rechazaron cualquier teoría de la evolución, mientras que el 67 por ciento de los demócratas progresistas aceptaron alguna versión de la teoría evolucionista.
Desde luego, algunos de esos negacionistas son simplemente ignorantes en materia de ciencia, víctimas de la deficiente calidad de la enseñanza de la ciencia en los Estados Unidos, pero otros son fundamentalistas bíblicos, que rechazan la ciencia moderna, porque interpretan la palabra de la Biblia como literalmente verdadera. Rechazan las pruebas geológicas del cambio climático, porque rechazan la propia ciencia de la geología.
La cuestión a la que nos referimos aquí no es la de la religión contra la ciencia. Todas las grandes religiones tienen tradiciones de intercambio fructífero con la investigación científica y, de hecho, la apoyan. La edad de oro del Islam, hace un milenio, fue también aquella en que la ciencia islámica orientó al mundo. El Papa Juan Pablo II declaró su apoyo a la ciencia básica de la evolución y los obispos católicos romanos son convencidos partidarios de que se limite el cambio climático provocado por la Humanidad basándose en pruebas científicas.
Varios científicos destacados, incluido uno de los mayores biólogos del mundo, E.O. Wilson, se han dirigido a las comunidades religiosas para que apoyen la lucha contra el cambio climático provocado por la Humanidad y la lucha en pro de la conservación biológica y dichas comunidades religiosas les han respondido en armonía con la ciencia.
El problema es un fundamentalismo agresivo que niega la ciencia moderna y un antiintelectualismo agresivo que ve a los expertos y los científicos como el enemigo. Esas concepciones son las que pueden acabar propiciando que muramos todos. Al fin y al cabo, esa clase de extremismo puede acabar conduciendo a la guerra, basándose en concepciones pervertidas sobre que una guerra determinada es deseada por Dios en lugar de un fracaso de la política y la cooperación.
En muchas declaraciones, Palin parece decidida a invocar a Dios en sus juicios sobre la guerra, señal siniestra para el futuro, si es elegida. Desde luego, animará a muchos enemigos a recurrir a sus propias variedades de fundamentalismo para que devuelvan el ataque a los EE.UU. Los extremistas de los dos bandos acaban poniendo en peligro a la gran mayoría de los seres humanos, que no son extremistas ni fundamentalistas anticientíficos.
Resulta difícil saber con certeza a qué se debe el aumento del fundamentalismo en tantas partes del mundo. Lo que está sucediendo en los EE.UU., por ejemplo, no ocurre en Europa, sino que es característico de algunas partes de Oriente Medio y del Asia central. Parece que el fundamentalismo surge en épocas de cambios trascendentales, cuando los órdenes sociales tradicionales se ven amenazados. El surgimiento del fundamentalismo americano moderno en política data de la era de los derechos humanos en el decenio de 1960 y, al menos en parte, refleja una reacción violenta entre los blancos contra la fuerza económica y política en aumento de los grupos minoritarios no blancos e inmigrantes en la sociedad estadounidense.
La única esperanza para la Humanidad es la de que se pueda substituir el círculo vicioso del extremismo por una comprensión mundial compartida de las amenazas en gran escala relacionadas con el cambio climático, los abastecimientos alimentarios, la energía sostenible, la escasez de agua y la pobreza. Los procesos científicos mundiales, como el IPCC, son decisivos, porque representan nuestra mayor esperanza de creación de un consenso basado en las pruebas científicas.
Los EE.UU. deben regresar al consenso mundial basado en la ciencia compartida y no en el antiintelectualismo. Ése es el imperativo urgente en el corazón de la sociedad americana actual.