HONG KONG/MANILA – Hace menos de un siglo, casi todos los productos en Asia estaban hechos de materiales naturales y eran duraderos o fácilmente biodegradables. Los alimentos se envolvían en hojas o en papel, y se transportaban en recipientes reutilizables; la leche venía en botellas de vidrio que se devolvían para esterilizarlas y usarlas otra vez; y en los restoranes se comía en platos de cerámica y con cubiertos de acero inoxidable. Sobre todo en las comunidades de bajos ingresos, predominaba la cultura de la compra mínima: comprar sólo pequeñas cantidades de los condimentos y demás insumos necesarios para la cocina. Y todavía no se había inventado la bolsa de plástico.
Pero después de la Segunda Guerra Mundial, cuando en muchas partes de Asia hubo un veloz proceso de industrialización y urbanización, todo esto cambió. El plástico de un solo uso pareció condecirse con un ideal de conveniencia e higiene, y esto fomentó una mentalidad del descarte, en una escala nunca antes vista. Las empresas empezaron a envolver sus productos en embalajes plásticos desechables, y de hecho resignificaron la cultura asiática de la compra mínima, promoviendo los beneficios que los consumidores más pobres de la región podían obtener comprando pequeñas cantidades envasadas.
Fue así que el plástico se convirtió en el material más popular y ubicuo en Asia, continente que reúne más de la mitad de la producción del mundo. Pero el creciente uso de plástico tiene efectos perjudiciales para el medioambiente que no se limitan a las enormes cantidades que contaminan tierras y cursos de agua en la región.
Para medir la naturaleza y escala de esta crisis ambiental y encontrar posibles soluciones, la Fundación Heinrich Böll y los integrantes del movimiento Break Free From Plastic en Asia y el Pacífico colaboraron con el Instituto de Estrategias Ambientales Globales de Japón en la creación de la edición asiática del Atlas del Plástico.
El atlas describe con hechos y cifras el mundo tóxico de los polímeros sintéticos, y muestra hasta qué punto el plástico está presente en casi todos los aspectos de la vida, desde la vestimenta, el alimento y el turismo hasta la salud ambiental y de las personas. Por ejemplo, no siempre somos conscientes de la cantidad de plástico que vestimos, en la forma de poliéster y otras fibras sintéticas creadas a partir de petróleo o gas natural. De hecho, la fabricación de una camisa de poliéster puede emitir entre 3,8 y 7,1 kilogramos de dióxido de carbono. El problema de los desechos plásticos y microplásticos en los océanos es bien conocido, pero pocos saben que en las tierras destinadas a la agricultura, la contaminación con plástico puede ser entre cuatro y 23 veces mayor.
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El atlas también ofrece datos comparativos regionales, sobre todo en cuestiones básicas como la importación ilegal de residuos desde países más desarrollados, la problemática del género en relación con la exposición desigual al plástico y los sufrimientos de los recolectores y procesadores asiáticos de desechos que cumplen una función esencial para evitar que los residuos plásticos terminen en vertederos abiertos, incineradores o el medioambiente. Además, señala la responsabilidad de gobiernos y corporaciones de Asia en la respuesta a la amenaza de la contaminación con plástico.
Esto ya era un problema serio en la región antes de la COVID‑19, pero la pandemia lo agravó. La producción de plásticos y la contaminación resultante se aceleraron al aumentar la demanda de plásticos de un solo uso (por ejemplo para el envío de bienes y alimentos comprados en Internet durante las cuarentenas), poniendo en riesgo arduos avances previos. La industria gaspetrolera planea aumentar en los próximos años la inversión en la fabricación de productos y derivados del plástico, cuya materia prima, en más del 99% de los casos, son los combustibles fósiles. Por eso es posible que el medioambiente termine siendo una víctima a largo plazo de esta crisis sanitaria.
Pero al mismo tiempo, están surgiendo en toda Asia numerosas organizaciones e iniciativas de base que pueden llevar a la aparición de un sistema económico más inclusivo, sostenible y justo, capaz de encontrar una solución al problema de la contaminación con plástico, que abarque la totalidad del ciclo de vida de los productos.
Las organizaciones que integran el movimiento #breakfreefromplastic (liberémonos del plástico) consideran que la innovación descentralizada y desde las comunidades es el mejor modo de encarar la crisis de la contaminación con plástico. Estas organizaciones han demostrado de qué manera una estrategia basada en la gestión ecológica de recursos, la reducción del uso en origen (con énfasis en el rediseño de los productos) y la separación y recolección sistemática de residuos pueden ayudar a contrarrestar el creciente riesgo ambiental del plástico.
En algunas ciudades asiáticas (por ejemplo San Fernando en las Filipinas y Kamikatsu en Japón) y en el estado de Kerala en la India, organizaciones de base integrantes de la coalición Break Free From Plastic están implementando programas de gestión sin derroche, que evitan que grandes cantidades de residuos lleguen a los rellenos sanitarios, contaminen la tierra e ingresen a los cursos de agua. Estas iniciativas muestran que las falsas soluciones que promueven grupos industriales y corporaciones (reciclado químico, pavimento plástico, ladrillos ecológicos, «créditos de plástico», recolección de plástico a cambio de bienes básicos para familias de bajos ingresos) son mero ecologismo publicitario. Sus métodos no ponen freno a la extracción de recursos (no mantienen materiales valiosos dentro de una economía circular) y generan emisiones dañinas de metales pesados, contaminantes orgánicos persistentes y gases de efecto invernadero.
Los gobiernos asiáticos deben adoptar e implementar políticas y regulaciones que ayuden a extender la escala de las iniciativas de base y obliguen a los productores de plástico a dar respuesta al problema; por ejemplo, mediante demandas legales y la imposición de medidas de reparación por los daños de la contaminación y sus efectos en la salud, los derechos humanos y el medioambiente. Las empresas deben dejar ya mismo de promover el aumento de la producción y del uso de plástico (con proyecciones que hablan de cuadruplicarlos a mediados de siglo) y presentar sistemas de embalaje y distribución alternativos y creíbles para sus productos con adopción de materiales reutilizables.
Varias generaciones de asiáticos se han acostumbrado a la aparente conveniencia del plástico. Pero sin una reducción considerable de su producción, no habrá esperanzas de poner fin a la crisis ambiental que genera.
El tema del Día de la Tierra este año fue «Restaurar nuestra Tierra». Para ello tenemos que fomentar ideas y soluciones innovadoras que permitan reparar los ecosistemas del mundo. Esperamos que la publicación de la edición asiática del Atlas del Plástico arroje más luz sobre una compleja crisis regional y aliente nuevos esfuerzos para combatirla.
Traducción: Esteban Flamini
HONG KONG/MANILA – Hace menos de un siglo, casi todos los productos en Asia estaban hechos de materiales naturales y eran duraderos o fácilmente biodegradables. Los alimentos se envolvían en hojas o en papel, y se transportaban en recipientes reutilizables; la leche venía en botellas de vidrio que se devolvían para esterilizarlas y usarlas otra vez; y en los restoranes se comía en platos de cerámica y con cubiertos de acero inoxidable. Sobre todo en las comunidades de bajos ingresos, predominaba la cultura de la compra mínima: comprar sólo pequeñas cantidades de los condimentos y demás insumos necesarios para la cocina. Y todavía no se había inventado la bolsa de plástico.
Pero después de la Segunda Guerra Mundial, cuando en muchas partes de Asia hubo un veloz proceso de industrialización y urbanización, todo esto cambió. El plástico de un solo uso pareció condecirse con un ideal de conveniencia e higiene, y esto fomentó una mentalidad del descarte, en una escala nunca antes vista. Las empresas empezaron a envolver sus productos en embalajes plásticos desechables, y de hecho resignificaron la cultura asiática de la compra mínima, promoviendo los beneficios que los consumidores más pobres de la región podían obtener comprando pequeñas cantidades envasadas.
Fue así que el plástico se convirtió en el material más popular y ubicuo en Asia, continente que reúne más de la mitad de la producción del mundo. Pero el creciente uso de plástico tiene efectos perjudiciales para el medioambiente que no se limitan a las enormes cantidades que contaminan tierras y cursos de agua en la región.
Para medir la naturaleza y escala de esta crisis ambiental y encontrar posibles soluciones, la Fundación Heinrich Böll y los integrantes del movimiento Break Free From Plastic en Asia y el Pacífico colaboraron con el Instituto de Estrategias Ambientales Globales de Japón en la creación de la edición asiática del Atlas del Plástico.
El atlas describe con hechos y cifras el mundo tóxico de los polímeros sintéticos, y muestra hasta qué punto el plástico está presente en casi todos los aspectos de la vida, desde la vestimenta, el alimento y el turismo hasta la salud ambiental y de las personas. Por ejemplo, no siempre somos conscientes de la cantidad de plástico que vestimos, en la forma de poliéster y otras fibras sintéticas creadas a partir de petróleo o gas natural. De hecho, la fabricación de una camisa de poliéster puede emitir entre 3,8 y 7,1 kilogramos de dióxido de carbono. El problema de los desechos plásticos y microplásticos en los océanos es bien conocido, pero pocos saben que en las tierras destinadas a la agricultura, la contaminación con plástico puede ser entre cuatro y 23 veces mayor.
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El atlas también ofrece datos comparativos regionales, sobre todo en cuestiones básicas como la importación ilegal de residuos desde países más desarrollados, la problemática del género en relación con la exposición desigual al plástico y los sufrimientos de los recolectores y procesadores asiáticos de desechos que cumplen una función esencial para evitar que los residuos plásticos terminen en vertederos abiertos, incineradores o el medioambiente. Además, señala la responsabilidad de gobiernos y corporaciones de Asia en la respuesta a la amenaza de la contaminación con plástico.
Esto ya era un problema serio en la región antes de la COVID‑19, pero la pandemia lo agravó. La producción de plásticos y la contaminación resultante se aceleraron al aumentar la demanda de plásticos de un solo uso (por ejemplo para el envío de bienes y alimentos comprados en Internet durante las cuarentenas), poniendo en riesgo arduos avances previos. La industria gaspetrolera planea aumentar en los próximos años la inversión en la fabricación de productos y derivados del plástico, cuya materia prima, en más del 99% de los casos, son los combustibles fósiles. Por eso es posible que el medioambiente termine siendo una víctima a largo plazo de esta crisis sanitaria.
Pero al mismo tiempo, están surgiendo en toda Asia numerosas organizaciones e iniciativas de base que pueden llevar a la aparición de un sistema económico más inclusivo, sostenible y justo, capaz de encontrar una solución al problema de la contaminación con plástico, que abarque la totalidad del ciclo de vida de los productos.
Las organizaciones que integran el movimiento #breakfreefromplastic (liberémonos del plástico) consideran que la innovación descentralizada y desde las comunidades es el mejor modo de encarar la crisis de la contaminación con plástico. Estas organizaciones han demostrado de qué manera una estrategia basada en la gestión ecológica de recursos, la reducción del uso en origen (con énfasis en el rediseño de los productos) y la separación y recolección sistemática de residuos pueden ayudar a contrarrestar el creciente riesgo ambiental del plástico.
En algunas ciudades asiáticas (por ejemplo San Fernando en las Filipinas y Kamikatsu en Japón) y en el estado de Kerala en la India, organizaciones de base integrantes de la coalición Break Free From Plastic están implementando programas de gestión sin derroche, que evitan que grandes cantidades de residuos lleguen a los rellenos sanitarios, contaminen la tierra e ingresen a los cursos de agua. Estas iniciativas muestran que las falsas soluciones que promueven grupos industriales y corporaciones (reciclado químico, pavimento plástico, ladrillos ecológicos, «créditos de plástico», recolección de plástico a cambio de bienes básicos para familias de bajos ingresos) son mero ecologismo publicitario. Sus métodos no ponen freno a la extracción de recursos (no mantienen materiales valiosos dentro de una economía circular) y generan emisiones dañinas de metales pesados, contaminantes orgánicos persistentes y gases de efecto invernadero.
Los gobiernos asiáticos deben adoptar e implementar políticas y regulaciones que ayuden a extender la escala de las iniciativas de base y obliguen a los productores de plástico a dar respuesta al problema; por ejemplo, mediante demandas legales y la imposición de medidas de reparación por los daños de la contaminación y sus efectos en la salud, los derechos humanos y el medioambiente. Las empresas deben dejar ya mismo de promover el aumento de la producción y del uso de plástico (con proyecciones que hablan de cuadruplicarlos a mediados de siglo) y presentar sistemas de embalaje y distribución alternativos y creíbles para sus productos con adopción de materiales reutilizables.
Varias generaciones de asiáticos se han acostumbrado a la aparente conveniencia del plástico. Pero sin una reducción considerable de su producción, no habrá esperanzas de poner fin a la crisis ambiental que genera.
El tema del Día de la Tierra este año fue «Restaurar nuestra Tierra». Para ello tenemos que fomentar ideas y soluciones innovadoras que permitan reparar los ecosistemas del mundo. Esperamos que la publicación de la edición asiática del Atlas del Plástico arroje más luz sobre una compleja crisis regional y aliente nuevos esfuerzos para combatirla.
Traducción: Esteban Flamini