MADRID – La celebración de la Asamblea General de Naciones Unidas del próximo mes de septiembre es especialmente relevante, por el aniversario que celebra y por ser un hito en la agenda de desarrollo global. Al repasar estos 70 años de Naciones Unidas encontramos muchas imperfecciones, momentos en los que ha permanecido inactiva o en los que su actuación no ha estado a la altura de lo esperable. Sin embargo, en algunos ámbitos su labor ha sido formidable. Ha logrado comprometer a los actores internacionales con objetivos globales, como es el caso del desarrollo.
En el año 2000, las Naciones Unidas aprobaron una agenda de desarrollo con el objetivo de dedicar todos sus esfuerzos a que ninguna persona sufriera las consecuencias de la extrema pobreza. Entonces muy pocos creían que en tan solo 15 años pudiera alcanzarse esa meta. Ahora, al finalizar el tiempo acordado, si bien no podemos hablar de una victoria definitiva frente a la pobreza, hay algunos datos que son muy esperanzadores.
Desde 1990, que es el año de referencia para medir los avances de los objetivos, el número de personas en el mundo que vive en condiciones de pobreza extrema (considerada como disponer de menos 1,25$ al día) se ha reducido en un 33%, de 1.926 a 836 millones. Y el mayor progreso ha tenido lugar desde el año 2000. Actualmente, 1,9 billones de personas tienen acceso a agua potable, un 15% más que en 1990. Las tasas de matriculación en enseñanza primaria han ascendido desde un 83% en el año 2000 a un 91% en 2015. La mortalidad infantil se ha reducido a más de la mitad y la maternal en un 45%. Desde el año 2000 el número de nuevas infecciones por el virus VIH/Sida ha descendido en un 40% y la ayuda oficial al desarrollo por parte de los países desarrollados ha aumentado en un 66%.
Estas cifras demuestran que, con objetivos bien definidos y acciones concretas, se pueden lograr grandes cambios. Con esta idea se ha diseñado la agenda para el desarrollo 2015-2030, que se acordó el pasado 2 de agosto y será aprobada por los jefes de Estado y de Gobierno en la próxima asamblea general de la ONU. Durante su elaboración se ha visto necesario añadir, al objetivo de desarrollo humano, el calificativo de sostenible. Esto supone que al satisfacer las necesidades de esta generación no comprometamos el futuro de las próximas. Para lograrlo es imprescindible que todas las personas y todos los países, desarrollados y en desarrollo, estén obligados por los objetivos.
La universalidad es la gran novedad de los objetivos. Los países desarrollados ya no van a estar implicados en lograr el desarrollo, sino comprometidos, pues su labor no se va a limitar a destinar un porcentaje de su Producto Interior Bruto para que otros alcancen los objetivos, sino que sus propias políticas domésticas van a tener que verse, en algunos casos, modificadas.
La convicción de que somos ciudadanos globales es la que ha estado presente desde los albores de la Organización de Naciones Unidas. Esta noción de universalidad es la que está detrás del surgimiento del régimen internacional de protección de los Derechos Humanos, del impulso a los tribunales internacionales que juzgan las violaciones de los mismos -por encima de la competencia de los jueces nacionales- o la responsabilidad de proteger. Se fundamenta en la convicción de que todos los seres humanos compartimos la misma dignidad y ninguna frontera o poder nacional puede impedir que se proteja.
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La enunciación de estos nuevos objetivos como universales demuestra que el desarrollo humano sostenible es un deber que incumbe a todos y que su no consecución tiene efectos directos sobre las condiciones de vida de las personas, especialmente de los más pobres. En esta línea, el Secretario General de la ONU ha situado la dignidad de las personas en el centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y ha pedido al Papa Francisco que se dirija a los miembros de la Asamblea General en su próxima reunión, para enfatizar el deber de todos de mejorar las condiciones de vida de las personas y cuidar el medioambiente.
El borrador de la agenda, acordado a principios de este mes, contiene 17 objetivos y 169 metas que comprometen a los 193 países que integran la Asamblea General a poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo, lograr la seguridad alimentaria y la agricultura sostenible, garantizar una educación inclusiva, el acceso a una energía asequible y la disponibilidad de agua, y adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos, entre otros.
Para que una agenda tan ambiciosa se traduzca en hechos tiene que estar acompañada de mecanismos de evaluación. El borrador de la agenda establece que los procedimientos de seguimiento serán dirigidos por los países, para que cada uno pueda establecer sus prioridades en atención a su realidad nacional. En este punto, los Estados tienen que ser especialmente decididos, establecer metas específicas y fechas límite para su cumplimiento. Los mecanismos de rendición de cuentas son clave para que los objetivos de desarrollo realmente comprometan a los actores nacionales. De lo contrario estaríamos solo ante un ejercicio de concienciación acerca de unos deberes globales cuyo incumplimiento no supone ninguna consecuencia. Es importante que el desarrollo de toda la humanidad no se vea subordinado a los intereses nacionales cortoplacistas.
En la cumbre sobre los Objetivos del Desarrollo Sostenible de septiembre, dos días antes de la Asamblea General de la ONU, tendrá lugar la mayor concentración de jefes de estado y de gobierno de la historia de la ONU. Es el momento de que los líderes mundiales se planteen con decisión los mecanismos de aplicación y evaluación de los objetivos, para que la agenda no quede en una mera declaración de intenciones.
A la vista de los logros de los Objetivos de Desarrollo del Milenio queda claro que los compromisos internacionales son tan necesarios como fructíferos y que puede hacerse mucho desde Naciones Unidas. No obstante, es necesaria la voluntad firme y continuada de los Estados para que se produzcan avances significativos y en el año 2030 podamos celebrar la mejora de las condiciones de vida de todos.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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MADRID – La celebración de la Asamblea General de Naciones Unidas del próximo mes de septiembre es especialmente relevante, por el aniversario que celebra y por ser un hito en la agenda de desarrollo global. Al repasar estos 70 años de Naciones Unidas encontramos muchas imperfecciones, momentos en los que ha permanecido inactiva o en los que su actuación no ha estado a la altura de lo esperable. Sin embargo, en algunos ámbitos su labor ha sido formidable. Ha logrado comprometer a los actores internacionales con objetivos globales, como es el caso del desarrollo.
En el año 2000, las Naciones Unidas aprobaron una agenda de desarrollo con el objetivo de dedicar todos sus esfuerzos a que ninguna persona sufriera las consecuencias de la extrema pobreza. Entonces muy pocos creían que en tan solo 15 años pudiera alcanzarse esa meta. Ahora, al finalizar el tiempo acordado, si bien no podemos hablar de una victoria definitiva frente a la pobreza, hay algunos datos que son muy esperanzadores.
Desde 1990, que es el año de referencia para medir los avances de los objetivos, el número de personas en el mundo que vive en condiciones de pobreza extrema (considerada como disponer de menos 1,25$ al día) se ha reducido en un 33%, de 1.926 a 836 millones. Y el mayor progreso ha tenido lugar desde el año 2000. Actualmente, 1,9 billones de personas tienen acceso a agua potable, un 15% más que en 1990. Las tasas de matriculación en enseñanza primaria han ascendido desde un 83% en el año 2000 a un 91% en 2015. La mortalidad infantil se ha reducido a más de la mitad y la maternal en un 45%. Desde el año 2000 el número de nuevas infecciones por el virus VIH/Sida ha descendido en un 40% y la ayuda oficial al desarrollo por parte de los países desarrollados ha aumentado en un 66%.
Estas cifras demuestran que, con objetivos bien definidos y acciones concretas, se pueden lograr grandes cambios. Con esta idea se ha diseñado la agenda para el desarrollo 2015-2030, que se acordó el pasado 2 de agosto y será aprobada por los jefes de Estado y de Gobierno en la próxima asamblea general de la ONU. Durante su elaboración se ha visto necesario añadir, al objetivo de desarrollo humano, el calificativo de sostenible. Esto supone que al satisfacer las necesidades de esta generación no comprometamos el futuro de las próximas. Para lograrlo es imprescindible que todas las personas y todos los países, desarrollados y en desarrollo, estén obligados por los objetivos.
La universalidad es la gran novedad de los objetivos. Los países desarrollados ya no van a estar implicados en lograr el desarrollo, sino comprometidos, pues su labor no se va a limitar a destinar un porcentaje de su Producto Interior Bruto para que otros alcancen los objetivos, sino que sus propias políticas domésticas van a tener que verse, en algunos casos, modificadas.
La convicción de que somos ciudadanos globales es la que ha estado presente desde los albores de la Organización de Naciones Unidas. Esta noción de universalidad es la que está detrás del surgimiento del régimen internacional de protección de los Derechos Humanos, del impulso a los tribunales internacionales que juzgan las violaciones de los mismos -por encima de la competencia de los jueces nacionales- o la responsabilidad de proteger. Se fundamenta en la convicción de que todos los seres humanos compartimos la misma dignidad y ninguna frontera o poder nacional puede impedir que se proteja.
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La enunciación de estos nuevos objetivos como universales demuestra que el desarrollo humano sostenible es un deber que incumbe a todos y que su no consecución tiene efectos directos sobre las condiciones de vida de las personas, especialmente de los más pobres. En esta línea, el Secretario General de la ONU ha situado la dignidad de las personas en el centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y ha pedido al Papa Francisco que se dirija a los miembros de la Asamblea General en su próxima reunión, para enfatizar el deber de todos de mejorar las condiciones de vida de las personas y cuidar el medioambiente.
El borrador de la agenda, acordado a principios de este mes, contiene 17 objetivos y 169 metas que comprometen a los 193 países que integran la Asamblea General a poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo, lograr la seguridad alimentaria y la agricultura sostenible, garantizar una educación inclusiva, el acceso a una energía asequible y la disponibilidad de agua, y adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos, entre otros.
Para que una agenda tan ambiciosa se traduzca en hechos tiene que estar acompañada de mecanismos de evaluación. El borrador de la agenda establece que los procedimientos de seguimiento serán dirigidos por los países, para que cada uno pueda establecer sus prioridades en atención a su realidad nacional. En este punto, los Estados tienen que ser especialmente decididos, establecer metas específicas y fechas límite para su cumplimiento. Los mecanismos de rendición de cuentas son clave para que los objetivos de desarrollo realmente comprometan a los actores nacionales. De lo contrario estaríamos solo ante un ejercicio de concienciación acerca de unos deberes globales cuyo incumplimiento no supone ninguna consecuencia. Es importante que el desarrollo de toda la humanidad no se vea subordinado a los intereses nacionales cortoplacistas.
En la cumbre sobre los Objetivos del Desarrollo Sostenible de septiembre, dos días antes de la Asamblea General de la ONU, tendrá lugar la mayor concentración de jefes de estado y de gobierno de la historia de la ONU. Es el momento de que los líderes mundiales se planteen con decisión los mecanismos de aplicación y evaluación de los objetivos, para que la agenda no quede en una mera declaración de intenciones.
A la vista de los logros de los Objetivos de Desarrollo del Milenio queda claro que los compromisos internacionales son tan necesarios como fructíferos y que puede hacerse mucho desde Naciones Unidas. No obstante, es necesaria la voluntad firme y continuada de los Estados para que se produzcan avances significativos y en el año 2030 podamos celebrar la mejora de las condiciones de vida de todos.