NUEVA YORK – Los mercados financieros están al servicio de dos objetivos decisivos: encauzar ahorros hacia inversiones productivas y permitir a las personas y a las empresas gestionar los riesgos mediante la diversificación y los seguros. A consecuencia de ello, ese sector es esencial para el desarrollo sostenible, que representa oportunidades sin precedentes de inversión a escala mundial y empeños en materia de gestión de riesgos.
Ésa es la razón por la que, cuando los dirigentes mundiales se reúnan en julio en Addis Abeba (Etiopía) en la Conferencia sobre la Financiación para el Desarrollo, el sector financiero debe estar dispuesto a ofrecer soluciones mundiales y prácticas para los problemas relacionados con la financiación del crecimiento económico, la reducción de la pobreza y la sostenibilidad medioambiental.
Ya se ha iniciado el Año del Desarrollo Sostenible. En tres cumbres mundiales consecutivas –la Conferencia de Addis Abeba, la reunión que se celebrará en las Naciones Unidas en el próximo mes de septiembre para aprobar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebrará en Paris el próximo mes de diciembre– 193 Gobiernos intentarán lograr que el crecimiento mundial y la reducción de la pobreza continúen dentro de un medio ambiente natural seguro.
Será como salvarse de milagro. La economía mundial, pese a los enormes baches que está encontrando por el camino, está produciendo un crecimiento agregado anual de entre el tres y el cuatro por ciento, con lo que la producción se duplica con cada generación. Sin embargo, la economía mundial no está logrando un crecimiento sostenible en los dos sentidos fundamentales. En muchas partes del mundo, el crecimiento se ha inclinado profundamente a favor de los ricos y ha sido medioambientalmente destructivo: amenazador para la vida, de hecho, si lo consideramos en una escala temporal de un siglo y no según informes trimestrales o ciclos electorales de dos años.
El cambio climático es la mayor de dichas amenazas medioambientales (aunque no la única ni mucho menos). Dada la trayectoria actual de utilización mundial de los combustibles fósiles, es probable que la temperatura del planeta aumente entre cuatro y seis grados centígrados por encima de su nivel preindustrial, lo que sería catastrófico para la producción de alimentos, la salud humana y la diversidad biológica; de hecho, en muchas partes del mundo, amenazaría la supervivencia de las comunidades. Los gobiernos ya han acordado mantener el calentamiento por debajo de dos grados centígrados, pero aún no han adoptado las medidas decisivas con miras a crear un sistema energético con escasas emisiones de carbono.
El sector financiero desempeña un papel fundamental como catalizador de la transición mundial a un crecimiento sostenible a largo plazo. Al fin y al cabo, unos mercados financieros eficaces deberían transmitir una información precisa a largo plazo a los ahorradores y los inversores, con lo que permitirían a las empresas, los fondos de pensiones, los consorcios de seguros, los fondos soberanos y demás asignar sus recursos a proyectos que brinden réditos sólidos a largo plazo y protejan sus ahorros de las calamidades financieras. En vista de que existe el cambio climático, eso significa tener en cuenta si enteras zonas costeras bajas o regiones agrícolas –pongamos por caso– podrán o no afrontarlo.
Unos mercados financieros eficaces deberían también encauzar más ahorro mundial desde los países de renta alta con perspectivas de crecimiento relativamente flojas a largo plazo a regiones de renta baja con perspectivas de crecimiento relativamente fuertes, gracias a las nuevas oportunidades de saltarse las etapas del desarrollo con infraestructuras inteligentes y basadas en la información. Hace tan sólo un decenio, centenares de millones de africanos de zonas rurales vivían fuera de la corriente de información mundial. Ahora, con la rápida extensión de la banda ancha, pueblos en tiempos aislados se benefician de la banca en línea, los servicios de transporte y las agroempresas y los programas de salud e instrucción basados en las TIC.
Para aprovechar los beneficios de esas nuevas tecnologías en escala y evitar las inversiones que agraven las crisis medioambientales en cadena, el sector financiero tendrá que entender cómo remodelarán los ODS el panorama inversor. Ha llegado la hora de adoptar el concepto de inversión de verdad a largo plazo, lo que requiere hacer acopio de la capacidad del capital movilizado por las instituciones para apoyar las oportunidades de inversión que garanticen un futuro sostenible para todos.
Sabemos que, para la transición a una economía con escasas emisiones de carbono, es necesaria una enorme inversión pública y privada a fin de triunfar en la lucha con la pobreza y las enfermedades y ofrecer una instrucción de gran calidad y unas infraestructuras físicas a escala mundial. Los inversores actuales expertos y el sector financiero en conjunto deben mirar –más allá de las políticas y los precios actuales del mercado– a las políticas y los precios del mercado del futuro.
Por ejemplo, actualmente no hay un precio mundial del carbono para pasar de la inversión energética de los combustibles fósiles a las fuentes renovables, pero sabemos que, para mantener el calentamiento planetario por debajo del límite de dos grados centígrados, pronto habrá un precio. Los inversores actuales, como administradores del capital a largo plazo, no pueden pasar por alto ese precio del carbono que va a haber ni el paso a unas fuentes energéticas con escasas emisiones de carbono, por lo que deben idear formas prácticas de financiar y fomentar el cambio necesario.
Estamos convencidos de que los dirigentes financieros desean que su sector desempeñe el decisivo papel que le corresponde en el desarrollo sostenible y los instamos a contribuir activamente a la excepcional oportunidad que representa este año. Los financieros actuales pueden optar por ser recordados por la crisis de 2008, que presidieron, o por sus medidas creativas e ingeniosas para fomentar la sostenibilidad a largo plazo.
Suponiendo que elijan la segunda opción, el sector financiero debe cooperar con los gobiernos para crear un marco mundial de inversión que comprenda incentivos apropiados a fin de afrontar los imperativos de la economía mundial. Para ello, es necesaria la continua mundialización de las finanzas, que será esencial para asignar fondos desde las regiones ricas en capital a las pobres y con capital escaso, además de desarrollar los mercados de capitales locales que puedan facilitar la formación de capital y proteger a los países de los avatares de la opinión mundial.
Los dirigentes financieros deben hacer participar también a los ciudadanos (los ahorradores) en la transición a una economía mundial más justa y sostenible, lo que significa fomentar la inversión responsable adoptando los máximos niveles de gestión prudente: por ejemplo, obligando a las empresas a cumplir ciertas metas de sostenibilidad con sus carteras de inversión. También significa contribuir a un nuevo marco para la inversión mundial en infraestructuras que retire los recursos de los proyectos medioambientalmente destructivos y reduzca el despilfarro con frecuencia relacionado con el clientelismo político.
Desde la Revolución Industrial, las finanzas han sido un potente factor de progreso humano. La gran tarea de los dirigentes financieros de esta generación es la de movilizar la inversión en los conocimientos técnicos, las infraestructuras y las tecnologías sostenibles que pueden acabar con la pobreza, extender la prosperidad y proteger el planeta. Los primeros que actúen serán los más listos... y los más prósperos.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
NUEVA YORK – Los mercados financieros están al servicio de dos objetivos decisivos: encauzar ahorros hacia inversiones productivas y permitir a las personas y a las empresas gestionar los riesgos mediante la diversificación y los seguros. A consecuencia de ello, ese sector es esencial para el desarrollo sostenible, que representa oportunidades sin precedentes de inversión a escala mundial y empeños en materia de gestión de riesgos.
Ésa es la razón por la que, cuando los dirigentes mundiales se reúnan en julio en Addis Abeba (Etiopía) en la Conferencia sobre la Financiación para el Desarrollo, el sector financiero debe estar dispuesto a ofrecer soluciones mundiales y prácticas para los problemas relacionados con la financiación del crecimiento económico, la reducción de la pobreza y la sostenibilidad medioambiental.
Ya se ha iniciado el Año del Desarrollo Sostenible. En tres cumbres mundiales consecutivas –la Conferencia de Addis Abeba, la reunión que se celebrará en las Naciones Unidas en el próximo mes de septiembre para aprobar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebrará en Paris el próximo mes de diciembre– 193 Gobiernos intentarán lograr que el crecimiento mundial y la reducción de la pobreza continúen dentro de un medio ambiente natural seguro.
Será como salvarse de milagro. La economía mundial, pese a los enormes baches que está encontrando por el camino, está produciendo un crecimiento agregado anual de entre el tres y el cuatro por ciento, con lo que la producción se duplica con cada generación. Sin embargo, la economía mundial no está logrando un crecimiento sostenible en los dos sentidos fundamentales. En muchas partes del mundo, el crecimiento se ha inclinado profundamente a favor de los ricos y ha sido medioambientalmente destructivo: amenazador para la vida, de hecho, si lo consideramos en una escala temporal de un siglo y no según informes trimestrales o ciclos electorales de dos años.
El cambio climático es la mayor de dichas amenazas medioambientales (aunque no la única ni mucho menos). Dada la trayectoria actual de utilización mundial de los combustibles fósiles, es probable que la temperatura del planeta aumente entre cuatro y seis grados centígrados por encima de su nivel preindustrial, lo que sería catastrófico para la producción de alimentos, la salud humana y la diversidad biológica; de hecho, en muchas partes del mundo, amenazaría la supervivencia de las comunidades. Los gobiernos ya han acordado mantener el calentamiento por debajo de dos grados centígrados, pero aún no han adoptado las medidas decisivas con miras a crear un sistema energético con escasas emisiones de carbono.
El sector financiero desempeña un papel fundamental como catalizador de la transición mundial a un crecimiento sostenible a largo plazo. Al fin y al cabo, unos mercados financieros eficaces deberían transmitir una información precisa a largo plazo a los ahorradores y los inversores, con lo que permitirían a las empresas, los fondos de pensiones, los consorcios de seguros, los fondos soberanos y demás asignar sus recursos a proyectos que brinden réditos sólidos a largo plazo y protejan sus ahorros de las calamidades financieras. En vista de que existe el cambio climático, eso significa tener en cuenta si enteras zonas costeras bajas o regiones agrícolas –pongamos por caso– podrán o no afrontarlo.
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Unos mercados financieros eficaces deberían también encauzar más ahorro mundial desde los países de renta alta con perspectivas de crecimiento relativamente flojas a largo plazo a regiones de renta baja con perspectivas de crecimiento relativamente fuertes, gracias a las nuevas oportunidades de saltarse las etapas del desarrollo con infraestructuras inteligentes y basadas en la información. Hace tan sólo un decenio, centenares de millones de africanos de zonas rurales vivían fuera de la corriente de información mundial. Ahora, con la rápida extensión de la banda ancha, pueblos en tiempos aislados se benefician de la banca en línea, los servicios de transporte y las agroempresas y los programas de salud e instrucción basados en las TIC.
Para aprovechar los beneficios de esas nuevas tecnologías en escala y evitar las inversiones que agraven las crisis medioambientales en cadena, el sector financiero tendrá que entender cómo remodelarán los ODS el panorama inversor. Ha llegado la hora de adoptar el concepto de inversión de verdad a largo plazo, lo que requiere hacer acopio de la capacidad del capital movilizado por las instituciones para apoyar las oportunidades de inversión que garanticen un futuro sostenible para todos.
Sabemos que, para la transición a una economía con escasas emisiones de carbono, es necesaria una enorme inversión pública y privada a fin de triunfar en la lucha con la pobreza y las enfermedades y ofrecer una instrucción de gran calidad y unas infraestructuras físicas a escala mundial. Los inversores actuales expertos y el sector financiero en conjunto deben mirar –más allá de las políticas y los precios actuales del mercado– a las políticas y los precios del mercado del futuro.
Por ejemplo, actualmente no hay un precio mundial del carbono para pasar de la inversión energética de los combustibles fósiles a las fuentes renovables, pero sabemos que, para mantener el calentamiento planetario por debajo del límite de dos grados centígrados, pronto habrá un precio. Los inversores actuales, como administradores del capital a largo plazo, no pueden pasar por alto ese precio del carbono que va a haber ni el paso a unas fuentes energéticas con escasas emisiones de carbono, por lo que deben idear formas prácticas de financiar y fomentar el cambio necesario.
Estamos convencidos de que los dirigentes financieros desean que su sector desempeñe el decisivo papel que le corresponde en el desarrollo sostenible y los instamos a contribuir activamente a la excepcional oportunidad que representa este año. Los financieros actuales pueden optar por ser recordados por la crisis de 2008, que presidieron, o por sus medidas creativas e ingeniosas para fomentar la sostenibilidad a largo plazo.
Suponiendo que elijan la segunda opción, el sector financiero debe cooperar con los gobiernos para crear un marco mundial de inversión que comprenda incentivos apropiados a fin de afrontar los imperativos de la economía mundial. Para ello, es necesaria la continua mundialización de las finanzas, que será esencial para asignar fondos desde las regiones ricas en capital a las pobres y con capital escaso, además de desarrollar los mercados de capitales locales que puedan facilitar la formación de capital y proteger a los países de los avatares de la opinión mundial.
Los dirigentes financieros deben hacer participar también a los ciudadanos (los ahorradores) en la transición a una economía mundial más justa y sostenible, lo que significa fomentar la inversión responsable adoptando los máximos niveles de gestión prudente: por ejemplo, obligando a las empresas a cumplir ciertas metas de sostenibilidad con sus carteras de inversión. También significa contribuir a un nuevo marco para la inversión mundial en infraestructuras que retire los recursos de los proyectos medioambientalmente destructivos y reduzca el despilfarro con frecuencia relacionado con el clientelismo político.
Desde la Revolución Industrial, las finanzas han sido un potente factor de progreso humano. La gran tarea de los dirigentes financieros de esta generación es la de movilizar la inversión en los conocimientos técnicos, las infraestructuras y las tecnologías sostenibles que pueden acabar con la pobreza, extender la prosperidad y proteger el planeta. Los primeros que actúen serán los más listos... y los más prósperos.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.