CAMBRIDGE – Conforme el virus de la COVID‑19 se propaga por el mundo, la parálisis económica y el desempleo van detrás. Pero las consecuencias económicas de la pandemia serán probablemente mucho peores en la mayoría de las economías emergentes y en desarrollo que todo lo que hemos visto en China, Europa o Estados Unidos. No es momento para esperar que esos países cumplan los pagos de deuda, sea con acreedores privados o institucionales.
Con sistemas de salud inadecuados, capacidad limitada para implementar medidas de estímulo fiscal o monetario y redes de seguridad social subdesarrolladas (o inexistentes), los países emergentes y en desarrollo están al borde no sólo de una crisis humanitaria, sino también de la crisis financiera más grave desde (al menos) los años treinta. En las últimas semanas el capital huyó en manada de la mayoría de estas economías, y una ola de nuevos defaults soberanos parece inevitable.
Llevamos tiempo sosteniendo la necesidad urgente de dictar una moratoria temporal sobre los cronogramas de devolución de deudas de todos los deudores soberanos emergentes o en desarrollo, exceptuados los de mejor calificación crediticia. Las razones para suspender los pagos de deuda de países en problemas son muy parecidas a las que se aplican a hogares, pequeñas empresas y municipios.
Resalta la urgencia la realidad de que la experiencia de la cuarentena es completamente diferente en los países en desarrollo. En las enormes barriadas pobres de San Pablo, Mumbai o Manila, una cuarentena puede encerrar a diez personas en un cuarto pequeño, con poca provisión de alimentos y agua y escasa o nula compensación por la pérdida de salarios. Si nos guiamos por la historia, es posible que las disrupciones de las cadenas de suministro provocadas por la pandemia sean seguidas en poco tiempo por escasez de alimentos.
Más de 90 países ya han pedido financiación de emergencia apelando al Instrumento de Financiamiento Rápido (IFR) del Fondo Monetario Internacional y a los recursos del Banco Mundial. Y en buena parte del mundo en desarrollo, lo peor de la pandemia se espera para más entrado el año.
Llegado ese momento, el impacto humanitario y económico directo se sumará a los efectos de la pandemia sobre el comercio internacional y los precios de los commodities, que ya están afectando a muchas economías emergentes. La Organización Mundial del Comercio prevé que en 2020 el comercio internacional se reduzca entre un 13 y un 32%. Los países productores de petróleo (y muchos más que producen commodities primarios) vienen sufriendo las consecuencias de la guerra de precios entre Arabia Saudita y Rusia, que ha generado rebajas de las calificaciones crediticias soberanas.
Los líderes de las economías más grandes deben entender que un regreso a la «normalidad» en este mundo globalizado no será posible mientras la pandemia siga su marcha letal. Sería una ingenuidad de parte de los acreedores (institucionales y privados) esperar que los países desvíen recursos de la lucha contra la COVID‑19 para pagar deudas.
Profundizar y prolongar la depresión global es una propuesta muy arriesgada. En un mínimo a mediados de los ochenta, las economías emergentes y en desarrollo equivalían a cerca del 18% del PIB global (en dólares estadounidenses); en 2020, la proporción es 41% (y 60% ajustada según el poder adquisitivo).
Recomendamos una moratoria temporal inmediata de la deuda externa soberana de todos los países que no tengan calificación crediticia «AAA». Al hablar de deuda «externa», nos referimos a la emitida bajo la jurisdicción de tribunales extranjeros, por lo general en Nueva York o Londres; las deudas emitidas conforme a la legislación local pueden manejarse en el nivel nacional. Para que un alivio de deuda de esta naturaleza sea efectivo, debe ser generalizado, con inclusión de las deudas con organismos multilaterales como el FMI y el Banco Mundial, acreedores soberanos (los miembros del Club de París y China) e inversores privados.
En última instancia, las deudas de muchos países necesitarán reestructuración; no habrá alternativa a un default parcial negociado. Pero a los tribunales y organismos de crédito multilaterales les costaría tanto manejar un default masivo como a los hospitales enfrentar una ola de pacientes diez veces superior a su capacidad. Una moratoria temporal puede servir de necesario puente, y en el mejor escenario incluso evitará algunos defaults.
El Banco Mundial y el FMI tienen amplia experiencia con países con problemas de deuda, y estos últimos años han sido cada vez más conscientes de que a menudo un default parcial es la única opción realista, algo que recalcamos en muchos de nuestros trabajos anteriores sobre la deuda externa. Es profundamente trágico que después de la crisis financiera global de 2008, la eurozona no hallara un modo de reestructurar las deudas de los países del sur de Europa con excepción del caso griego (un curso de acción que defendimos firmemente en aquel momento). Querer imponer la modalidad habitual del pago de deudas en tiempos extraordinarios sólo conseguirá profundizar y prolongar innecesariamente las recesiones.
Por supuesto, para una moratoria de deudas es necesario que Estados Unidos, que tiene poder de veto efectivo en el FMI, se sume a la iniciativa. Pero también debe hacerlo China.
En las últimas dos décadas, un número creciente de países en desarrollo acudió a China en busca de préstamos (que por lo general se otorgan contra provisión de garantías y a tasas de mercado). Pese a que ya es un prestamista fundamental para unos 40 países e importante para muchos más, hasta ahora China se ha negado a unirse al Club de París (que actúa como coordinador para la reprogramación de deudas soberanas) e insiste en continuar con su modalidad bilateral y a puertas cerradas para el otorgamiento de préstamos.
¿Qué se puede hacer? El FMI y el Banco Mundial tienen capacidad y experiencia para coordinar una moratoria de deuda si Estados Unidos y otros actores importantes concluyen que redundará en su interés nacional. Los acreedores privados tendrán en lo inmediato relativamente pocas opciones salvo cooperar. En cualquier caso, muchas economías emergentes y en desarrollo pronto dejarán de pagar sus deudas: es necesario que el mundo se adelante al problema.
Traducción: Esteban Flamini
CAMBRIDGE – Conforme el virus de la COVID‑19 se propaga por el mundo, la parálisis económica y el desempleo van detrás. Pero las consecuencias económicas de la pandemia serán probablemente mucho peores en la mayoría de las economías emergentes y en desarrollo que todo lo que hemos visto en China, Europa o Estados Unidos. No es momento para esperar que esos países cumplan los pagos de deuda, sea con acreedores privados o institucionales.
Con sistemas de salud inadecuados, capacidad limitada para implementar medidas de estímulo fiscal o monetario y redes de seguridad social subdesarrolladas (o inexistentes), los países emergentes y en desarrollo están al borde no sólo de una crisis humanitaria, sino también de la crisis financiera más grave desde (al menos) los años treinta. En las últimas semanas el capital huyó en manada de la mayoría de estas economías, y una ola de nuevos defaults soberanos parece inevitable.
Llevamos tiempo sosteniendo la necesidad urgente de dictar una moratoria temporal sobre los cronogramas de devolución de deudas de todos los deudores soberanos emergentes o en desarrollo, exceptuados los de mejor calificación crediticia. Las razones para suspender los pagos de deuda de países en problemas son muy parecidas a las que se aplican a hogares, pequeñas empresas y municipios.
Resalta la urgencia la realidad de que la experiencia de la cuarentena es completamente diferente en los países en desarrollo. En las enormes barriadas pobres de San Pablo, Mumbai o Manila, una cuarentena puede encerrar a diez personas en un cuarto pequeño, con poca provisión de alimentos y agua y escasa o nula compensación por la pérdida de salarios. Si nos guiamos por la historia, es posible que las disrupciones de las cadenas de suministro provocadas por la pandemia sean seguidas en poco tiempo por escasez de alimentos.
Más de 90 países ya han pedido financiación de emergencia apelando al Instrumento de Financiamiento Rápido (IFR) del Fondo Monetario Internacional y a los recursos del Banco Mundial. Y en buena parte del mundo en desarrollo, lo peor de la pandemia se espera para más entrado el año.
Llegado ese momento, el impacto humanitario y económico directo se sumará a los efectos de la pandemia sobre el comercio internacional y los precios de los commodities, que ya están afectando a muchas economías emergentes. La Organización Mundial del Comercio prevé que en 2020 el comercio internacional se reduzca entre un 13 y un 32%. Los países productores de petróleo (y muchos más que producen commodities primarios) vienen sufriendo las consecuencias de la guerra de precios entre Arabia Saudita y Rusia, que ha generado rebajas de las calificaciones crediticias soberanas.
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Los líderes de las economías más grandes deben entender que un regreso a la «normalidad» en este mundo globalizado no será posible mientras la pandemia siga su marcha letal. Sería una ingenuidad de parte de los acreedores (institucionales y privados) esperar que los países desvíen recursos de la lucha contra la COVID‑19 para pagar deudas.
Profundizar y prolongar la depresión global es una propuesta muy arriesgada. En un mínimo a mediados de los ochenta, las economías emergentes y en desarrollo equivalían a cerca del 18% del PIB global (en dólares estadounidenses); en 2020, la proporción es 41% (y 60% ajustada según el poder adquisitivo).
Recomendamos una moratoria temporal inmediata de la deuda externa soberana de todos los países que no tengan calificación crediticia «AAA». Al hablar de deuda «externa», nos referimos a la emitida bajo la jurisdicción de tribunales extranjeros, por lo general en Nueva York o Londres; las deudas emitidas conforme a la legislación local pueden manejarse en el nivel nacional. Para que un alivio de deuda de esta naturaleza sea efectivo, debe ser generalizado, con inclusión de las deudas con organismos multilaterales como el FMI y el Banco Mundial, acreedores soberanos (los miembros del Club de París y China) e inversores privados.
En última instancia, las deudas de muchos países necesitarán reestructuración; no habrá alternativa a un default parcial negociado. Pero a los tribunales y organismos de crédito multilaterales les costaría tanto manejar un default masivo como a los hospitales enfrentar una ola de pacientes diez veces superior a su capacidad. Una moratoria temporal puede servir de necesario puente, y en el mejor escenario incluso evitará algunos defaults.
El Banco Mundial y el FMI tienen amplia experiencia con países con problemas de deuda, y estos últimos años han sido cada vez más conscientes de que a menudo un default parcial es la única opción realista, algo que recalcamos en muchos de nuestros trabajos anteriores sobre la deuda externa. Es profundamente trágico que después de la crisis financiera global de 2008, la eurozona no hallara un modo de reestructurar las deudas de los países del sur de Europa con excepción del caso griego (un curso de acción que defendimos firmemente en aquel momento). Querer imponer la modalidad habitual del pago de deudas en tiempos extraordinarios sólo conseguirá profundizar y prolongar innecesariamente las recesiones.
Por supuesto, para una moratoria de deudas es necesario que Estados Unidos, que tiene poder de veto efectivo en el FMI, se sume a la iniciativa. Pero también debe hacerlo China.
En las últimas dos décadas, un número creciente de países en desarrollo acudió a China en busca de préstamos (que por lo general se otorgan contra provisión de garantías y a tasas de mercado). Pese a que ya es un prestamista fundamental para unos 40 países e importante para muchos más, hasta ahora China se ha negado a unirse al Club de París (que actúa como coordinador para la reprogramación de deudas soberanas) e insiste en continuar con su modalidad bilateral y a puertas cerradas para el otorgamiento de préstamos.
¿Qué se puede hacer? El FMI y el Banco Mundial tienen capacidad y experiencia para coordinar una moratoria de deuda si Estados Unidos y otros actores importantes concluyen que redundará en su interés nacional. Los acreedores privados tendrán en lo inmediato relativamente pocas opciones salvo cooperar. En cualquier caso, muchas economías emergentes y en desarrollo pronto dejarán de pagar sus deudas: es necesario que el mundo se adelante al problema.
Traducción: Esteban Flamini