CAMBRIDGE – Las negociaciones sobre las tecnologías de geoingeniería en la reunión de la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medioambiente celebrada la semana pasada en Nairobi (Kenia) se paralizaron después de que una propuesta con apoyo de Suiza para designar un panel de expertos de la ONU sobre el tema fue retirada por desacuerdos en torno de la redacción. Es una pena, porque el mundo necesita un debate franco sobre formas innovadoras de reducir los riesgos climáticos.
Dejando a un lado los detalles, el motivo del impasse fue una divergencia que hay dentro de la comunidad medioambiental en torno al creciente interés científico en la geoingeniería solar (la idea de reflejar deliberadamente una pequeña cantidad de luz solar al espacio como herramienta para combatir el cambio climático). Algunos grupos ambientalistas y de la sociedad civil están convencidos de que la geoingeniería solar será perjudicial o se abusará de ella, y se oponen a que se siga investigando, debatiendo o analizando políticas relacionadas con la cuestión. Otros, incluidos algunos grandes grupos ambientalistas, apoyan que se investigue con cautela.
La geoingeniería solar, que consiste en reflejar luz solar desde la Tierra (tal vez mediante la inyección de aerosoles en la estratósfera), puede compensar en parte el desequilibrio energético causado por la acumulación de gases de efecto invernadero. Las investigaciones con la mayoría de los principales modelos climáticos indican que esta tecnología puede reducir riesgos importantes relacionados con la disponibilidad de agua, las precipitaciones extremas, el nivel del mar y la temperatura, aunque todas sus modalidades conllevan riesgos propios, entre ellos contaminación del aire, daño a la capa de ozono y cambios climáticos imprevistos.
Pero la investigación de la geoingeniería solar es muy controvertida. Por eso hoy en todo el mundo sólo se financian unos pocos proyectos de investigación mínimos (aunque cada vez más climatólogos están empezando a trabajar en el tema usando los fondos disponibles para la investigación del clima en general).
¿A qué se debe la controversia? Muchos temen, con razón, que los intereses gaspetroleros exploten la geoingeniería solar para oponerse a la reducción de emisiones. Pero en general los investigadores son independientes de esos intereses. La inmensa mayoría de quienes investigan la geoingeniería solar o defienden su inclusión en los debates sobre política climática también apoyan un gran aumento de la reducción de emisiones. Sin embargo, es muy probable que en algún momento haya actores importantes (desde empresas de energía multinacionales hasta regiones que dependen del carbón) que usen la discusión de la geoingeniería para oponerse a la restricción de emisiones.
Pero ese riesgo no es razón suficiente para abandonar o suprimir la investigación de la geoingeniería solar. Los ambientalistas llevan décadas luchando contra la oposición de los intereses gaspetroleros a la protección del clima. Y aunque el progreso hasta ahora ha sido insuficiente, hubo algunos avances. El mundo ahora invierte más de 300 000 millones de dólares al año en generación de energía descarbonizada, y los jóvenes están aportando un nuevo ímpetu político a la lucha por un clima más seguro.
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La discusión franca de la geoingeniería solar no debilitará el compromiso de los ambientalistas, porque estos saben que el logro de un clima estable demanda reducir a cero las emisiones. En el peor de los casos, el debate puede llevar a que los integrantes de la amplia franja media menos comprometida de la lucha climática pierdan interés en la reducción de emisiones en el corto plazo. Pero tampoco es seguro; hay evidencia empírica de que el conocimiento público de la geoingeniería aumenta el interés en la reducción de emisiones.
Es prudente concentrarse en la reducción de emisiones, y razonable temer que la discusión de la geoingeniería solar pueda desviar la atención de esa lucha. Pero sería un error caer en una obsesión monotemática por la cual el único objetivo de la política climática deba ser la reducción de emisiones.
Aunque es esencial, la eliminación de emisiones sólo detendrá el aumento de la carga de dióxido de carbono en la atmósfera; el CO2 acumulado durante la era de los combustibles fósiles, y los cambios climáticos resultantes, no desaparecerán. Necesitamos medidas de adaptación que aumenten la resiliencia ante las amenazas climáticas. Pero la adaptación por sí sola no es la solución. La geoingeniería solar tampoco. Ni lo es la eliminación de CO2 de la atmósfera, otro nuevo conjunto de tecnologías incluido en la propuesta suiza en Nairobi.
Como dijo el escritor estadounidense H. L. Mencken: “para todo problema humano siempre hay una solución sencilla, viable y errónea”. Problemas complejos como el cambio climático difícilmente admiten una única solución.
Mi esperanza es que la combinación de reducción de emisiones, geoingeniería solar y eliminación de carbono pueda reducir los efectos del cambio climático sobre la humanidad y sobre el medioambiente mucho más de lo que sería posible sólo con reducción de emisiones.
¿Se justifica esta esperanza? La comunidad de la investigación en geoingeniería es pequeña y está dominada por un reducido grupo de personas, que en su mayoría son (como yo) blancos, varones y residentes en Europa o Estados Unidos. Hay un riesgo cierto de pensamiento grupal, y puede ocurrir que simplemente estemos equivocados. Sería imprudente implementar la geoingeniería solar basándonos solamente en nuestras esperanzas y en los resultados de las primeras investigaciones.
Pero un programa de investigación abierto e internacional podría, en el transcurso de una década, aumentar enormemente la comprensión de los riesgos y de la eficacia de la geoingeniería solar. Ese programa costaría una pequeña fracción de lo que hoy se invierte en climatología, y mucho menos del 0,1% de lo que se dedica a la reducción de emisiones. Un programa bien diseñado reduciría el riesgo de pensamiento grupal aumentando la diversidad de los investigadores y estableciendo una tensión deliberada entre equipos de investigación que elaboren escenarios específicos de uso de las tecnologías y otros encargados de examinar con espíritu crítico todo lo que podría ir mal con esos escenarios.
El problema más difícil en relación con la geoingeniería es su gobernanza. Por eso, a un programa mundial de investigación debería acompañarlo una discusión internacional mucho más amplia en torno de estas tecnologías y de su gobernanza. Por desgracia, ese debate se interrumpió la semana pasada en Nairobi.
Mi generación no usará la geoingeniería solar, pero es imaginable que antes de mediados de este siglo una gran catástrofe climática motive a algunos gobiernos a analizar su uso. Los dirigentes políticos que se oponen al debate y a la investigación de la geoingeniería tal vez lo hacen con la esperanza de eliminar el riesgo de futuros abusos de la tecnología, pero es posible que con su postura en realidad aumenten el peligro.
No es común que los seres humanos tomen buenas decisiones cuando prefieren la ignorancia al conocimiento o la política a puertas cerradas al debate abierto. En vez de negar a las generaciones futuras la comprensión de la geoingeniería solar, debemos hacer todo lo posible por esclarecerla.
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CAMBRIDGE – Las negociaciones sobre las tecnologías de geoingeniería en la reunión de la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medioambiente celebrada la semana pasada en Nairobi (Kenia) se paralizaron después de que una propuesta con apoyo de Suiza para designar un panel de expertos de la ONU sobre el tema fue retirada por desacuerdos en torno de la redacción. Es una pena, porque el mundo necesita un debate franco sobre formas innovadoras de reducir los riesgos climáticos.
Dejando a un lado los detalles, el motivo del impasse fue una divergencia que hay dentro de la comunidad medioambiental en torno al creciente interés científico en la geoingeniería solar (la idea de reflejar deliberadamente una pequeña cantidad de luz solar al espacio como herramienta para combatir el cambio climático). Algunos grupos ambientalistas y de la sociedad civil están convencidos de que la geoingeniería solar será perjudicial o se abusará de ella, y se oponen a que se siga investigando, debatiendo o analizando políticas relacionadas con la cuestión. Otros, incluidos algunos grandes grupos ambientalistas, apoyan que se investigue con cautela.
La geoingeniería solar, que consiste en reflejar luz solar desde la Tierra (tal vez mediante la inyección de aerosoles en la estratósfera), puede compensar en parte el desequilibrio energético causado por la acumulación de gases de efecto invernadero. Las investigaciones con la mayoría de los principales modelos climáticos indican que esta tecnología puede reducir riesgos importantes relacionados con la disponibilidad de agua, las precipitaciones extremas, el nivel del mar y la temperatura, aunque todas sus modalidades conllevan riesgos propios, entre ellos contaminación del aire, daño a la capa de ozono y cambios climáticos imprevistos.
Pero la investigación de la geoingeniería solar es muy controvertida. Por eso hoy en todo el mundo sólo se financian unos pocos proyectos de investigación mínimos (aunque cada vez más climatólogos están empezando a trabajar en el tema usando los fondos disponibles para la investigación del clima en general).
¿A qué se debe la controversia? Muchos temen, con razón, que los intereses gaspetroleros exploten la geoingeniería solar para oponerse a la reducción de emisiones. Pero en general los investigadores son independientes de esos intereses. La inmensa mayoría de quienes investigan la geoingeniería solar o defienden su inclusión en los debates sobre política climática también apoyan un gran aumento de la reducción de emisiones. Sin embargo, es muy probable que en algún momento haya actores importantes (desde empresas de energía multinacionales hasta regiones que dependen del carbón) que usen la discusión de la geoingeniería para oponerse a la restricción de emisiones.
Pero ese riesgo no es razón suficiente para abandonar o suprimir la investigación de la geoingeniería solar. Los ambientalistas llevan décadas luchando contra la oposición de los intereses gaspetroleros a la protección del clima. Y aunque el progreso hasta ahora ha sido insuficiente, hubo algunos avances. El mundo ahora invierte más de 300 000 millones de dólares al año en generación de energía descarbonizada, y los jóvenes están aportando un nuevo ímpetu político a la lucha por un clima más seguro.
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Es prudente concentrarse en la reducción de emisiones, y razonable temer que la discusión de la geoingeniería solar pueda desviar la atención de esa lucha. Pero sería un error caer en una obsesión monotemática por la cual el único objetivo de la política climática deba ser la reducción de emisiones.
Aunque es esencial, la eliminación de emisiones sólo detendrá el aumento de la carga de dióxido de carbono en la atmósfera; el CO2 acumulado durante la era de los combustibles fósiles, y los cambios climáticos resultantes, no desaparecerán. Necesitamos medidas de adaptación que aumenten la resiliencia ante las amenazas climáticas. Pero la adaptación por sí sola no es la solución. La geoingeniería solar tampoco. Ni lo es la eliminación de CO2 de la atmósfera, otro nuevo conjunto de tecnologías incluido en la propuesta suiza en Nairobi.
Como dijo el escritor estadounidense H. L. Mencken: “para todo problema humano siempre hay una solución sencilla, viable y errónea”. Problemas complejos como el cambio climático difícilmente admiten una única solución.
Mi esperanza es que la combinación de reducción de emisiones, geoingeniería solar y eliminación de carbono pueda reducir los efectos del cambio climático sobre la humanidad y sobre el medioambiente mucho más de lo que sería posible sólo con reducción de emisiones.
¿Se justifica esta esperanza? La comunidad de la investigación en geoingeniería es pequeña y está dominada por un reducido grupo de personas, que en su mayoría son (como yo) blancos, varones y residentes en Europa o Estados Unidos. Hay un riesgo cierto de pensamiento grupal, y puede ocurrir que simplemente estemos equivocados. Sería imprudente implementar la geoingeniería solar basándonos solamente en nuestras esperanzas y en los resultados de las primeras investigaciones.
Pero un programa de investigación abierto e internacional podría, en el transcurso de una década, aumentar enormemente la comprensión de los riesgos y de la eficacia de la geoingeniería solar. Ese programa costaría una pequeña fracción de lo que hoy se invierte en climatología, y mucho menos del 0,1% de lo que se dedica a la reducción de emisiones. Un programa bien diseñado reduciría el riesgo de pensamiento grupal aumentando la diversidad de los investigadores y estableciendo una tensión deliberada entre equipos de investigación que elaboren escenarios específicos de uso de las tecnologías y otros encargados de examinar con espíritu crítico todo lo que podría ir mal con esos escenarios.
El problema más difícil en relación con la geoingeniería es su gobernanza. Por eso, a un programa mundial de investigación debería acompañarlo una discusión internacional mucho más amplia en torno de estas tecnologías y de su gobernanza. Por desgracia, ese debate se interrumpió la semana pasada en Nairobi.
Mi generación no usará la geoingeniería solar, pero es imaginable que antes de mediados de este siglo una gran catástrofe climática motive a algunos gobiernos a analizar su uso. Los dirigentes políticos que se oponen al debate y a la investigación de la geoingeniería tal vez lo hacen con la esperanza de eliminar el riesgo de futuros abusos de la tecnología, pero es posible que con su postura en realidad aumenten el peligro.
No es común que los seres humanos tomen buenas decisiones cuando prefieren la ignorancia al conocimiento o la política a puertas cerradas al debate abierto. En vez de negar a las generaciones futuras la comprensión de la geoingeniería solar, debemos hacer todo lo posible por esclarecerla.
Traducción: Esteban Flamini