BALI – La reunión internacional que se celebrará este mes en Bali creará un marco con el que se intentará impedir la amenaza de desastre del calentamiento planetario/cambio climático. Ahora ya caben pocas dudas de que los gases que producen el efecto de invernadero –como, por ejemplo, el dióxido de carbono– están propiciando cambios importantes en el clima. Tampoco cabe duda de que esos cambios impondrán enormes costos. Lo que debemos peguntarnos no es ya si podemos permitirnos el lujo de hacer algo, sino cómo controlar las emisiones de forma equitativa y eficaz.
El Protocolo de Kyoto fue un logro importante, pero dejó fuera el 75 por ciento de las fuentes de emisiones: los Estados Unidos, el mayor contaminante, se negaron a firmarlo. (Como el nuevo Gobierno de Australia ya ha firmado, ahora los EE.UU. son el único de los países industriales avanzados que se resiste a hacerlo.) No se impusieron prescripciones a los países en desarrollo, pero en un futuro no demasiado lejano sus emisiones representarán la mitad o más del total, y nada se hizo sobre la deforestación, que está contribuyendo casi tanto como los EE.UU. al aumento de la concentración de los gases que provocan el efecto de invernadero.
Los EE.UU y China compiten para ser los mayores contaminadores del mundo; los primeros llevan mucho tiempo ganando la carrera, pero en los próximos años China será acreedora a ese dudoso honor. Ahora bien, Indonesia, con su rápida deforestación, ocupa el tercer puesto.
Una medida concreta que se debería adoptar en Bali es el apoyo a la iniciativa de la Coalición para los Bosques Tropicales, grupo de países en desarrollo que quieren ayuda para el mantenimiento de sus bosques. Dichos países están prestando servicios medioambientales por los que no reciben compensación. Necesitan los recursos y los incentivos para mantener sus bosques. Los beneficios mundiales resultantes de apoyarlos superan con mucho los costos.
El momento en que se celebra la conferencia no es propicio. George W. Bush, durante mucho tiempo escéptico sobre el calentamiento planetario y dispuesto a socavar el multilateralismo, sigue siendo el Presidente de los Estados Unidos. Sus estrechas relaciones con la industria del petróleo hacen que deteste obligarla a pagar por su contaminación.
Aun así, los participantes en la reunión de Bali pueden acordar algunos principios con vistas a orientar las futuras negociaciones. El primero de ellos es el de que las soluciones para el calentamiento planetario requieren la participación de todos los países. El segundo es el de que no puede haber ninguno que vaya por libre, por lo que se pueden y se deben imponer sanciones comerciales –las únicas sanciones que tiene actualmente a su disposición la comunidad internacional- que no acompañen a los demás. El tercero es el de que el problema del calentamiento planetario es tan vasto, que se deben emplear todos los instrumentos posibles.
Una parte de la solución deben ser unos incentivos mejores, pero existe una discusión acalorada sobre lo que da mejores resultados: si el sistema de incentivos para reducir las emisiones del Protocolo de Kyoto o los impuestos. El problema que plantea el sistema del Protocolo de Kyoto es la asignación de incentivos que resulten aceptables para los países en desarrollo y los desarrollados. Conceder permisos de emisiones es como regalar dinero: en potencia, centenares de miles de millones de dólares.
El principio subyacente de Kyoto –el que autoriza a emitir más a los países que emitían más en 1990– es inaceptable para los países en desarrollo, como también la concesión de mayores derechos de emisión a países con un PIB mayor. El único principio que tiene cierto fundamento ético es el derecho de emisiones igual por habitante (con algunos ajustes: por ejemplo, los EE.UU. ya han utilizado la parte que les corresponde de la atmósfera, por lo que deben tener menos permisos de emisiones). Pero la aprobación de ese principio entrañaría pagos tan enormes de los países desarrollados a los países en desarrollo, que, lamentablemente, no es probable que los primeros lo acepten.
La eficiencia económica requiere que quienes producen emisiones paguen el costo y la forma más sencilla de obligarlos a hacerlo es la de un impuesto por el carbono. Podría haber un acuerdo internacional conforme al cual todos los países impondrían un impuesto por el carbono y una tasa acordada (que reflejara el costo social mundial). De hecho, tiene mucho más sentido fijar impuestos a lo malo, como la contaminación, que a lo bueno, como el trabajo y el ahorro. Esa clase de impuesto aumentaría la eficiencia mundial.
Naturalmente, a las industrias contaminantes les gusta el sistema de los incentivos para reducir las emisiones. Si bien les brinda incentivos para no contaminar, los permisos de emisiones compensan gran parte de lo que tendrían que pagar conforme a un sistema basado en el impuesto. Algunas empresas pueden incluso ganar dinero con ese trato. Además, Europa se ha acostumbrado a la utilización del concepto de incentivos para reducir emisiones y muchos se muestran reacios a probar un sistema substitutorio. Sin embargo, nadie ha propuesto un conjunto aceptable de principios para asignar derechos de emisiones.
Para algunos, eso no constituye un motivo de preocupación. Como los países en desarrollo pueden perder incluso más que los países desarrollados, si no se hace nada para luchar contra el calentamiento planetario, muchos creen que se los debe lisonjear, amenazar o inducir para que participen en un acuerdo mundial. Los países desarrollados sólo necesitan calcular el precio mínimo que deben pagar a los países en desarrollo para que acepten.
Pero a los países en desarrollo les preocupa que un nuevo acuerdo mundial sobre las emisiones, como tantos otros acuerdos internacionales, los deje en una posición desfavorable.
Al final, puede imperar la Realpolitik , pero el mundo de hoy es diferente del de hace 25 años o incluso del de hace diez años. La existencia de una democracia vigorosa en muchos países en desarrollo hace que sus ciudadanos exijan un trato justo.
Los principios importan. Los participantes en la reunión de Bali deben tenerlo presente: el calentamiento planetario es demasiado importante para que sea rehén de otro intento de estrujar a los pobres.
BALI – La reunión internacional que se celebrará este mes en Bali creará un marco con el que se intentará impedir la amenaza de desastre del calentamiento planetario/cambio climático. Ahora ya caben pocas dudas de que los gases que producen el efecto de invernadero –como, por ejemplo, el dióxido de carbono– están propiciando cambios importantes en el clima. Tampoco cabe duda de que esos cambios impondrán enormes costos. Lo que debemos peguntarnos no es ya si podemos permitirnos el lujo de hacer algo, sino cómo controlar las emisiones de forma equitativa y eficaz.
El Protocolo de Kyoto fue un logro importante, pero dejó fuera el 75 por ciento de las fuentes de emisiones: los Estados Unidos, el mayor contaminante, se negaron a firmarlo. (Como el nuevo Gobierno de Australia ya ha firmado, ahora los EE.UU. son el único de los países industriales avanzados que se resiste a hacerlo.) No se impusieron prescripciones a los países en desarrollo, pero en un futuro no demasiado lejano sus emisiones representarán la mitad o más del total, y nada se hizo sobre la deforestación, que está contribuyendo casi tanto como los EE.UU. al aumento de la concentración de los gases que provocan el efecto de invernadero.
Los EE.UU y China compiten para ser los mayores contaminadores del mundo; los primeros llevan mucho tiempo ganando la carrera, pero en los próximos años China será acreedora a ese dudoso honor. Ahora bien, Indonesia, con su rápida deforestación, ocupa el tercer puesto.
Una medida concreta que se debería adoptar en Bali es el apoyo a la iniciativa de la Coalición para los Bosques Tropicales, grupo de países en desarrollo que quieren ayuda para el mantenimiento de sus bosques. Dichos países están prestando servicios medioambientales por los que no reciben compensación. Necesitan los recursos y los incentivos para mantener sus bosques. Los beneficios mundiales resultantes de apoyarlos superan con mucho los costos.
El momento en que se celebra la conferencia no es propicio. George W. Bush, durante mucho tiempo escéptico sobre el calentamiento planetario y dispuesto a socavar el multilateralismo, sigue siendo el Presidente de los Estados Unidos. Sus estrechas relaciones con la industria del petróleo hacen que deteste obligarla a pagar por su contaminación.
Aun así, los participantes en la reunión de Bali pueden acordar algunos principios con vistas a orientar las futuras negociaciones. El primero de ellos es el de que las soluciones para el calentamiento planetario requieren la participación de todos los países. El segundo es el de que no puede haber ninguno que vaya por libre, por lo que se pueden y se deben imponer sanciones comerciales –las únicas sanciones que tiene actualmente a su disposición la comunidad internacional- que no acompañen a los demás. El tercero es el de que el problema del calentamiento planetario es tan vasto, que se deben emplear todos los instrumentos posibles.
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Una parte de la solución deben ser unos incentivos mejores, pero existe una discusión acalorada sobre lo que da mejores resultados: si el sistema de incentivos para reducir las emisiones del Protocolo de Kyoto o los impuestos. El problema que plantea el sistema del Protocolo de Kyoto es la asignación de incentivos que resulten aceptables para los países en desarrollo y los desarrollados. Conceder permisos de emisiones es como regalar dinero: en potencia, centenares de miles de millones de dólares.
El principio subyacente de Kyoto –el que autoriza a emitir más a los países que emitían más en 1990– es inaceptable para los países en desarrollo, como también la concesión de mayores derechos de emisión a países con un PIB mayor. El único principio que tiene cierto fundamento ético es el derecho de emisiones igual por habitante (con algunos ajustes: por ejemplo, los EE.UU. ya han utilizado la parte que les corresponde de la atmósfera, por lo que deben tener menos permisos de emisiones). Pero la aprobación de ese principio entrañaría pagos tan enormes de los países desarrollados a los países en desarrollo, que, lamentablemente, no es probable que los primeros lo acepten.
La eficiencia económica requiere que quienes producen emisiones paguen el costo y la forma más sencilla de obligarlos a hacerlo es la de un impuesto por el carbono. Podría haber un acuerdo internacional conforme al cual todos los países impondrían un impuesto por el carbono y una tasa acordada (que reflejara el costo social mundial). De hecho, tiene mucho más sentido fijar impuestos a lo malo, como la contaminación, que a lo bueno, como el trabajo y el ahorro. Esa clase de impuesto aumentaría la eficiencia mundial.
Naturalmente, a las industrias contaminantes les gusta el sistema de los incentivos para reducir las emisiones. Si bien les brinda incentivos para no contaminar, los permisos de emisiones compensan gran parte de lo que tendrían que pagar conforme a un sistema basado en el impuesto. Algunas empresas pueden incluso ganar dinero con ese trato. Además, Europa se ha acostumbrado a la utilización del concepto de incentivos para reducir emisiones y muchos se muestran reacios a probar un sistema substitutorio. Sin embargo, nadie ha propuesto un conjunto aceptable de principios para asignar derechos de emisiones.
Para algunos, eso no constituye un motivo de preocupación. Como los países en desarrollo pueden perder incluso más que los países desarrollados, si no se hace nada para luchar contra el calentamiento planetario, muchos creen que se los debe lisonjear, amenazar o inducir para que participen en un acuerdo mundial. Los países desarrollados sólo necesitan calcular el precio mínimo que deben pagar a los países en desarrollo para que acepten.
Pero a los países en desarrollo les preocupa que un nuevo acuerdo mundial sobre las emisiones, como tantos otros acuerdos internacionales, los deje en una posición desfavorable.
Al final, puede imperar la Realpolitik , pero el mundo de hoy es diferente del de hace 25 años o incluso del de hace diez años. La existencia de una democracia vigorosa en muchos países en desarrollo hace que sus ciudadanos exijan un trato justo.
Los principios importan. Los participantes en la reunión de Bali deben tenerlo presente: el calentamiento planetario es demasiado importante para que sea rehén de otro intento de estrujar a los pobres.