LONDRES – Hace veinte años, estando en la cola de una cafetería en la Universidad de Harvard, oí por casualidad a un estudiante que le decía a otro: “Es el equivalente moral del Holocausto”. ¿Qué podría ser?, me pregunté. ¿El genocidio en Ruanda? ¿Los campos de exterminio de Camboya? ¿La práctica de las juntas militares sudamericanas de la década de 1980 de hacer “desaparecer” a sus oponentes lanzándolos al mar desde helicópteros? Hasta que llegó la respuesta: consumir carne de vacuno era el equivalente moral del Holocausto, y los culpables eran los burócratas de la universidad por no proporcionar suficientes opciones de comidas vegetarianas o veganas.
LONDRES – Hace veinte años, estando en la cola de una cafetería en la Universidad de Harvard, oí por casualidad a un estudiante que le decía a otro: “Es el equivalente moral del Holocausto”. ¿Qué podría ser?, me pregunté. ¿El genocidio en Ruanda? ¿Los campos de exterminio de Camboya? ¿La práctica de las juntas militares sudamericanas de la década de 1980 de hacer “desaparecer” a sus oponentes lanzándolos al mar desde helicópteros? Hasta que llegó la respuesta: consumir carne de vacuno era el equivalente moral del Holocausto, y los culpables eran los burócratas de la universidad por no proporcionar suficientes opciones de comidas vegetarianas o veganas.