COPENHAGUE – La decisión del presidente Donald Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo climático de París deja a su país sin una política en relación con el calentamiento global. Eso es alarmante. Pero la respuesta del mundo (redoblar la apuesta por el pacto en oposición a Trump) también es preocupante.
La decisión de Trump generó dos clases contradictorias de respuestas, que a menudo se oyeron en boca de la misma persona.
Por un lado, se nos dice que esa decisión pone en peligro el planeta. El ex vicepresidente estadounidense Al Gore afirma que Trump atenta contra la “capacidad de la humanidad de resolver la crisis climática”. El dirigente empresarial Tom Steyer dice que el acuerdo de París es “esencial para dejarles a nuestros hijos un mundo saludable, seguro y próspero” y critica duramente el “traicionero acto de guerra” del presidente.
Por el otro, algunos restan importancia a la decisión de Trump, con la desafiante proposición de que la energía renovable ya se está volviendo tan barata que estamos casi a las puertas de un futuro sin combustibles fósiles. Gore asegura que el planeta está atravesando una “inevitable transición hacia una economía basada en energías limpias”, y hace poco Steyer dijo que ya estamos en un punto en que la combinación de energía “renovable y almacenamiento es más barata que los combustibles fósiles”.
Ambas posturas no sólo son mutuamente contradictorias, sino que son erróneas. Abandonar el acuerdo de París no pone en riesgo el futuro del planeta, porque el acuerdo en sí no ayuda mucho a resolver el calentamiento global. Y que la energía limpia sea un sustituto eficiente de los combustibles fósiles está por verse. Seguir engañándonos en relación con estas cuestiones nos impide dar una respuesta eficaz al cambio climático.
Para mantener el aumento de la temperatura global por debajo de la meta de 2 °C (respecto de la era preindustrial), es necesario reducir la emisión planetaria de dióxido de carbono durante este siglo unos 6 trillones de toneladas. Según la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC), organizadora del acuerdo de París, se estima que incluso si todos los países hicieran las reducciones prometidas, de aquí a 2030 la emisión de CO2 apenas se reduciría 56 000 millones de toneladas.
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De modo que las cifras de la ONU muestran que incluso pecando de optimismo en relación con el cumplimiento del acuerdo, el 99% del problema climático quedaría sin resolver. No puede decirse entonces que sea una política infalible para resolver el calentamiento global.
Además, ya antes de que Trump anunciara su decisión era improbable que se cumplieran todos los compromisos de los países. Basta pensar en el Protocolo de Kioto de 1997 sobre cambio climático: al final, los países firmantes lo abandonaron o simplemente lo ignoraron. Los datos muestran que Kioto no tuvo casi ningún efecto.
Al momento de la firma del acuerdo de París, hubo ambientalistas que admitieron sus falencias, pero algunos están cambiando de discurso para manifestar oposición a Trump. Allá por 2015, el afamado ambientalista Bill McKibben concluyó que lo único que hacía el acuerdo era “evitar que ni los ambientalistas ni la industria de los combustibles fósiles tengan demasiado de qué quejarse”. Ahora, McKibben teme que la retirada de Estados Unidos “disminuya las chances que tiene la civilización de sobrevivir al calentamiento global”.
Que se politice el cambio climático o se venda un acuerdo político como si fuera una panacea no es nada nuevo. Pero el problema más importante es que aquí hubo afirmaciones exageradas sobre el estado de las energías renovables.
Esto tampoco es nuevo. En 1976, el ambientalista Amory Lovins declaró: “Ya es posible crear una economía mayoritaria o totalmente solar en los Estados Unidos, con tecnologías sencillas que ya están comprobadas y que son rentables o casi rentables”. En 1984, el Worldwatch Institute aseguró que “en pocos años no será necesario” subsidiar la energía eólica.
Pero en realidad, sólo en 2017 el mundo gastará 125 000 millones de dólares en subsidios a la energía eólica y solar. A pesar de cuatro décadas de apoyo financiero, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) informa que el viento suministra apenas el 0,5% de la demanda actual de energía, y la tecnología solar fotovoltaica un minúsculo 0,1%.
En los próximos 25 años se gastarán más de 3 billones de dólares sólo en subsidios a la energía eólica y solar fotovoltaica. Suponiendo un cumplimiento total de los compromisos del acuerdo de París, la AIE prevé que en 2040 la energía eólica y la solar proveerán apenas el 1,9% y el 1%, respectivamente, de la demanda mundial de energía. Esto no parece una economía en medio de una transición “inevitable” hacia el abandono de los combustibles fósiles.
La energía solar y eólica necesita subsidios cuantiosos porque en la mayoría de los contextos, sigue siendo más cara que los combustibles fósiles. Cuando el Reino Unido redujo los subsidios a la energía solar, el ritmo de instalación se derrumbó. España llegó a gastar casi el 1% de su PIB en subsidios a las energías renovables, más de lo que gastaba en educación superior. Cuando los recortó, la instalación de generadores eólicos se detuvo.
Hay una campaña de relaciones públicas, promovida por inversores en tecnologías de energía limpia y políticos, ayudados por medios de prensa crédulos a los que les gusta contar historias de “éxito” relacionadas con esas tecnologías. Pero si ya fueran competitivas o casi competitivas en relación con los combustibles fósiles, el acuerdo de París sería innecesario. Todo el mundo estaría abandonando los combustibles fósiles para adoptar la otra opción mejor y más barata.
Exagerar los efectos del acuerdo de París y el estado actual de la energía limpia nos da un falso sentido de seguridad. Creemos estar haciendo lo necesario para “salvar el planeta” (no obstante la decisión de Trump) y no prestamos atención a lo que realmente hay que hacer para poner coto al aumento de temperatura.
No es muy complicado: hay que dejar de subsidiar tanto los combustibles fósiles como la ineficiente energía solar y eólica. Y debemos concentrarnos en invertir en innovaciones que mejoren las energías limpias.
Los gobiernos y los donantes deben aumentar su inversión en investigación y desarrollo. El fondo anunciado por el filántropo Bill Gates es un comienzo muy prometedor, lo mismo que el acuerdo firmado por 22 países y la Unión Europea para duplicar sus inversiones de 15 000 millones de dólares a 30 000 millones.
Pero para reducir la temperatura más de una fracción de grado, el planeta necesita algo así como sextuplicar la I+D en energías limpias. Sería más barato que el acuerdo de París (que demanda el despliegue de tecnologías energéticas costosas e ineficientes) y mucho más eficaz.
Trump se merece todas las críticas por abandonar el acuerdo climático de París sin tener un plan de acción alternativo. Pero la postura del resto del mundo al ignorar la realidad no es mucho mejor.
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COPENHAGUE – La decisión del presidente Donald Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo climático de París deja a su país sin una política en relación con el calentamiento global. Eso es alarmante. Pero la respuesta del mundo (redoblar la apuesta por el pacto en oposición a Trump) también es preocupante.
La decisión de Trump generó dos clases contradictorias de respuestas, que a menudo se oyeron en boca de la misma persona.
Por un lado, se nos dice que esa decisión pone en peligro el planeta. El ex vicepresidente estadounidense Al Gore afirma que Trump atenta contra la “capacidad de la humanidad de resolver la crisis climática”. El dirigente empresarial Tom Steyer dice que el acuerdo de París es “esencial para dejarles a nuestros hijos un mundo saludable, seguro y próspero” y critica duramente el “traicionero acto de guerra” del presidente.
Por el otro, algunos restan importancia a la decisión de Trump, con la desafiante proposición de que la energía renovable ya se está volviendo tan barata que estamos casi a las puertas de un futuro sin combustibles fósiles. Gore asegura que el planeta está atravesando una “inevitable transición hacia una economía basada en energías limpias”, y hace poco Steyer dijo que ya estamos en un punto en que la combinación de energía “renovable y almacenamiento es más barata que los combustibles fósiles”.
Ambas posturas no sólo son mutuamente contradictorias, sino que son erróneas. Abandonar el acuerdo de París no pone en riesgo el futuro del planeta, porque el acuerdo en sí no ayuda mucho a resolver el calentamiento global. Y que la energía limpia sea un sustituto eficiente de los combustibles fósiles está por verse. Seguir engañándonos en relación con estas cuestiones nos impide dar una respuesta eficaz al cambio climático.
Para mantener el aumento de la temperatura global por debajo de la meta de 2 °C (respecto de la era preindustrial), es necesario reducir la emisión planetaria de dióxido de carbono durante este siglo unos 6 trillones de toneladas. Según la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC), organizadora del acuerdo de París, se estima que incluso si todos los países hicieran las reducciones prometidas, de aquí a 2030 la emisión de CO2 apenas se reduciría 56 000 millones de toneladas.
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De modo que las cifras de la ONU muestran que incluso pecando de optimismo en relación con el cumplimiento del acuerdo, el 99% del problema climático quedaría sin resolver. No puede decirse entonces que sea una política infalible para resolver el calentamiento global.
Además, ya antes de que Trump anunciara su decisión era improbable que se cumplieran todos los compromisos de los países. Basta pensar en el Protocolo de Kioto de 1997 sobre cambio climático: al final, los países firmantes lo abandonaron o simplemente lo ignoraron. Los datos muestran que Kioto no tuvo casi ningún efecto.
Al momento de la firma del acuerdo de París, hubo ambientalistas que admitieron sus falencias, pero algunos están cambiando de discurso para manifestar oposición a Trump. Allá por 2015, el afamado ambientalista Bill McKibben concluyó que lo único que hacía el acuerdo era “evitar que ni los ambientalistas ni la industria de los combustibles fósiles tengan demasiado de qué quejarse”. Ahora, McKibben teme que la retirada de Estados Unidos “disminuya las chances que tiene la civilización de sobrevivir al calentamiento global”.
Que se politice el cambio climático o se venda un acuerdo político como si fuera una panacea no es nada nuevo. Pero el problema más importante es que aquí hubo afirmaciones exageradas sobre el estado de las energías renovables.
Esto tampoco es nuevo. En 1976, el ambientalista Amory Lovins declaró: “Ya es posible crear una economía mayoritaria o totalmente solar en los Estados Unidos, con tecnologías sencillas que ya están comprobadas y que son rentables o casi rentables”. En 1984, el Worldwatch Institute aseguró que “en pocos años no será necesario” subsidiar la energía eólica.
Pero en realidad, sólo en 2017 el mundo gastará 125 000 millones de dólares en subsidios a la energía eólica y solar. A pesar de cuatro décadas de apoyo financiero, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) informa que el viento suministra apenas el 0,5% de la demanda actual de energía, y la tecnología solar fotovoltaica un minúsculo 0,1%.
En los próximos 25 años se gastarán más de 3 billones de dólares sólo en subsidios a la energía eólica y solar fotovoltaica. Suponiendo un cumplimiento total de los compromisos del acuerdo de París, la AIE prevé que en 2040 la energía eólica y la solar proveerán apenas el 1,9% y el 1%, respectivamente, de la demanda mundial de energía. Esto no parece una economía en medio de una transición “inevitable” hacia el abandono de los combustibles fósiles.
La energía solar y eólica necesita subsidios cuantiosos porque en la mayoría de los contextos, sigue siendo más cara que los combustibles fósiles. Cuando el Reino Unido redujo los subsidios a la energía solar, el ritmo de instalación se derrumbó. España llegó a gastar casi el 1% de su PIB en subsidios a las energías renovables, más de lo que gastaba en educación superior. Cuando los recortó, la instalación de generadores eólicos se detuvo.
Hay una campaña de relaciones públicas, promovida por inversores en tecnologías de energía limpia y políticos, ayudados por medios de prensa crédulos a los que les gusta contar historias de “éxito” relacionadas con esas tecnologías. Pero si ya fueran competitivas o casi competitivas en relación con los combustibles fósiles, el acuerdo de París sería innecesario. Todo el mundo estaría abandonando los combustibles fósiles para adoptar la otra opción mejor y más barata.
Exagerar los efectos del acuerdo de París y el estado actual de la energía limpia nos da un falso sentido de seguridad. Creemos estar haciendo lo necesario para “salvar el planeta” (no obstante la decisión de Trump) y no prestamos atención a lo que realmente hay que hacer para poner coto al aumento de temperatura.
No es muy complicado: hay que dejar de subsidiar tanto los combustibles fósiles como la ineficiente energía solar y eólica. Y debemos concentrarnos en invertir en innovaciones que mejoren las energías limpias.
Los gobiernos y los donantes deben aumentar su inversión en investigación y desarrollo. El fondo anunciado por el filántropo Bill Gates es un comienzo muy prometedor, lo mismo que el acuerdo firmado por 22 países y la Unión Europea para duplicar sus inversiones de 15 000 millones de dólares a 30 000 millones.
Pero para reducir la temperatura más de una fracción de grado, el planeta necesita algo así como sextuplicar la I+D en energías limpias. Sería más barato que el acuerdo de París (que demanda el despliegue de tecnologías energéticas costosas e ineficientes) y mucho más eficaz.
Trump se merece todas las críticas por abandonar el acuerdo climático de París sin tener un plan de acción alternativo. Pero la postura del resto del mundo al ignorar la realidad no es mucho mejor.
Traducción: Esteban Flamini