BERLÍN – Éste ha sido un verano climáticamente extremoso en Rusia, el Pakistán, China, Europa, el Ártico... y muchos más sitios, pero, ¿tiene eso algo que ver con el calentamiento planetario? ¿Y son las emisiones humanas las culpables?
Si bien no se puede demostrar científicamente (ni, por la misma razón, demostrar lo contrario) que el calentamiento planetario causara episodio extremoso alguno, podemos decir que es muy probable que el calentamiento planetario haga que muchas clases de tiempo extremoso resulten a un tiempo más frecuentes y más graves.
Durante semanas, la Rusia central ha sido víctima de la peor ola de calor jamás registrada, que ha causado probablemente miles de víctimas mortales. A consecuencia de la sequía y del calor, más de 500 incendios forestales han arreciado sin control, han asfixiado a Moscú con su humo y han amenazado varias instalaciones nucleares. El Gobierno de Rusia ha prohibido la exportación de trigo, con lo que los precios de los cereales se han puesto por las nubes.
Entretanto, el Pakistán está luchando con unas inundaciones sin precedentes que se han cobrado la vida de más de mil personas y han afectado a varios millones más. En China, unas inundaciones torrenciales han causado hasta ahora la muerte de más de mil personas y han destruido más de un millón de hogares. En una escala menor, países europeos como Alemania, Polonia y la República Checa han padecido también graves inundaciones.
Entretanto, las temperaturas mundiales de los últimos años han alcanzado sus niveles más altos en los registros que se remontan a 130 años atrás. La capa de hielo del Ártico alcanzó su nivel más bajo jamás registrado en un mes de junio. En Groenlandia, dos enormes trozos de hielo se desprendieron en julio y agosto.
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El examen exclusivo de los episodios extremosos particulares no revelará su causa, del mismo modo que la observación de algunas escenas de una película no revela el argumento, pero, si los observamos en un marco más amplio y utilizando la lógica de la física, se pueden entender partes importantes de la trama.
Este decenio se ha caracterizado por varios episodios extremosos espectaculares. En 2003, la más grave ola de calor que se recordaba superó las temperaturas máximas antes registradas por un gran margen y causó 70.000 muertes en Europa. En 2005, la más grave estación de huracanes jamás contemplada en el Atlántico devastó Nueva Orleáns y careció de precedentes en cuanto al número y la intensidad de las tormentas.
En 2007, un número de incendios sin precedentes arrasó Grecia y casi destruyó el antiguo emplazamiento de Olimpia y el paso nordoccidental del Ártico quedó libre de hielo por primera vez, cosa que nadie recordaba haber visto. El año pasado, más de cien personas murieron a consecuencia de los incendios de chaparrales en Australia, a consecuencia de una sequía y un calor sin precedentes.
Esa serie de episodios sin precedentes podrían ser simplemente una asombrosa racha de mala suerte, pero eso es extraordinariamente improbable. Un responsable mucho más probable es un calentamiento climático... consecuencia de que este decenio ha sido el más caluroso mundialmente en al menos cien años.
Todo el clima depende de la energía y el Sol es el que la aporta en última instancia, pero el mayor cambio en la energía recibida por la Tierra con mucha diferencia en los cien últimos años se debe a la acumulación en nuestra atmósfera de los gases que provocan el efecto de invernadero y limitan la salida del calor al espacio. A consecuencia de las emisiones de combustibles fósiles, ahora hay una tercera parte más de dióxido de carbono en la atmósfera que en cualquier otro momento a lo largo de al menos un millón de años, como ha revelado la última perforación del hielo de la Antártida.
Los cambios causados por las variaciones solares en la energía recibida por el planeta son al menos diez veces menores en comparación y van en la dirección contraria: en los últimos años, el Sol ha tenido la menor actividad desde que se iniciaron sus medidas en el decenio de 1970. De modo que, cuando se producen episodios climáticos extremosos y sin precedentes, el primer sospechoso es, naturalmente, el cambio atmosférico que ha habido a lo largo de los cien últimos años... causado por emisiones humanas.
El hecho de que las olas de calor, como la de Rusia, se vuelvan más frecuentes y extremas en un mundo más cálido es fácil de entender. Los episodios extremosos de precipitaciones resultarán también más frecuentes e intensos en un clima más cálido, a consecuencia de otro simple fenómeno físico: el aire cálido puede contener más humedad. Por cada grado Celsius de calentamiento, hay un siete por ciento más de agua que puede llover desde las masas de aire saturadas. El riesgo de sequías también aumenta con el calentamiento: aun en las zonas en las que las precipitaciones no disminuyan, el aumento de la evaporación secará los suelos.
El efecto del dióxido de carbono puede cambiar también las tendencias de la circulación atmosférica, lo que puede exacerbar los episodios extremosos de calor, sequía o precipitaciones en algunas regiones y reducirlos en otras. El problema estriba en que una reducción de los episodios extremosos a los que estamos ya bien adaptados aporta sólo benéficos modestos, mientras que los nuevos episodios extremosos a los que no estamos adaptados pueden ser devastadores, como han demostrado los recientes episodios del Pakistán.
Los episodios de este verano muestran lo vulnerables que son nuestras sociedades ante los episodios climáticos extremosos, pero lo que ahora vemos está ocurriendo después de un aumento de la temperatura mundial de sólo 0,8º Celsius. Con la adopción de medidas rápidas y decisivas, aún podemos limitar el calentamiento planetario a un total de 2º Celsius o un poquito menos. Incluso ese grado de calentamiento requeriría un esfuerzo en gran escala para adaptarnos a los episodios climáticos extremosos y al aumento de los niveles del mar, por lo que debe iniciarse ahora.
Con medidas poco decididas, como las prometidas por los gobiernos en Copenhague el pasado mes de diciembre, iremos camino de padecer un calentamiento planetario de entre 3 y 4º Celsius, lo que superará por fuerza la capacidad de muchas sociedades y ecosistemas para adaptarse. Y, si no se adopta medida alguna, el planeta podría calentarse incluso entre 5 y 7 º Celsius al final de este siglo... y más después. Seguir por esa senda a sabiendas sería cosa de dementes.
Hemos de afrontar la realidad: probablemente nuestras emisiones de gases que provocan el efecto de invernadero sean responsables al menos en parte de este verano extremoso. Aferrarse a la esperanza de que todo sea casualidad y de lo más natural parece una ingenuidad. Esperemos que este verano extremoso sea una llamada de atención de última hora para las autoridades, el mundo empresarial y los ciudadanos por igual.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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BERLÍN – Éste ha sido un verano climáticamente extremoso en Rusia, el Pakistán, China, Europa, el Ártico... y muchos más sitios, pero, ¿tiene eso algo que ver con el calentamiento planetario? ¿Y son las emisiones humanas las culpables?
Si bien no se puede demostrar científicamente (ni, por la misma razón, demostrar lo contrario) que el calentamiento planetario causara episodio extremoso alguno, podemos decir que es muy probable que el calentamiento planetario haga que muchas clases de tiempo extremoso resulten a un tiempo más frecuentes y más graves.
Durante semanas, la Rusia central ha sido víctima de la peor ola de calor jamás registrada, que ha causado probablemente miles de víctimas mortales. A consecuencia de la sequía y del calor, más de 500 incendios forestales han arreciado sin control, han asfixiado a Moscú con su humo y han amenazado varias instalaciones nucleares. El Gobierno de Rusia ha prohibido la exportación de trigo, con lo que los precios de los cereales se han puesto por las nubes.
Entretanto, el Pakistán está luchando con unas inundaciones sin precedentes que se han cobrado la vida de más de mil personas y han afectado a varios millones más. En China, unas inundaciones torrenciales han causado hasta ahora la muerte de más de mil personas y han destruido más de un millón de hogares. En una escala menor, países europeos como Alemania, Polonia y la República Checa han padecido también graves inundaciones.
Entretanto, las temperaturas mundiales de los últimos años han alcanzado sus niveles más altos en los registros que se remontan a 130 años atrás. La capa de hielo del Ártico alcanzó su nivel más bajo jamás registrado en un mes de junio. En Groenlandia, dos enormes trozos de hielo se desprendieron en julio y agosto.
¿Estarán relacionados esos episodios?
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El examen exclusivo de los episodios extremosos particulares no revelará su causa, del mismo modo que la observación de algunas escenas de una película no revela el argumento, pero, si los observamos en un marco más amplio y utilizando la lógica de la física, se pueden entender partes importantes de la trama.
Este decenio se ha caracterizado por varios episodios extremosos espectaculares. En 2003, la más grave ola de calor que se recordaba superó las temperaturas máximas antes registradas por un gran margen y causó 70.000 muertes en Europa. En 2005, la más grave estación de huracanes jamás contemplada en el Atlántico devastó Nueva Orleáns y careció de precedentes en cuanto al número y la intensidad de las tormentas.
En 2007, un número de incendios sin precedentes arrasó Grecia y casi destruyó el antiguo emplazamiento de Olimpia y el paso nordoccidental del Ártico quedó libre de hielo por primera vez, cosa que nadie recordaba haber visto. El año pasado, más de cien personas murieron a consecuencia de los incendios de chaparrales en Australia, a consecuencia de una sequía y un calor sin precedentes.
Esa serie de episodios sin precedentes podrían ser simplemente una asombrosa racha de mala suerte, pero eso es extraordinariamente improbable. Un responsable mucho más probable es un calentamiento climático... consecuencia de que este decenio ha sido el más caluroso mundialmente en al menos cien años.
Todo el clima depende de la energía y el Sol es el que la aporta en última instancia, pero el mayor cambio en la energía recibida por la Tierra con mucha diferencia en los cien últimos años se debe a la acumulación en nuestra atmósfera de los gases que provocan el efecto de invernadero y limitan la salida del calor al espacio. A consecuencia de las emisiones de combustibles fósiles, ahora hay una tercera parte más de dióxido de carbono en la atmósfera que en cualquier otro momento a lo largo de al menos un millón de años, como ha revelado la última perforación del hielo de la Antártida.
Los cambios causados por las variaciones solares en la energía recibida por el planeta son al menos diez veces menores en comparación y van en la dirección contraria: en los últimos años, el Sol ha tenido la menor actividad desde que se iniciaron sus medidas en el decenio de 1970. De modo que, cuando se producen episodios climáticos extremosos y sin precedentes, el primer sospechoso es, naturalmente, el cambio atmosférico que ha habido a lo largo de los cien últimos años... causado por emisiones humanas.
El hecho de que las olas de calor, como la de Rusia, se vuelvan más frecuentes y extremas en un mundo más cálido es fácil de entender. Los episodios extremosos de precipitaciones resultarán también más frecuentes e intensos en un clima más cálido, a consecuencia de otro simple fenómeno físico: el aire cálido puede contener más humedad. Por cada grado Celsius de calentamiento, hay un siete por ciento más de agua que puede llover desde las masas de aire saturadas. El riesgo de sequías también aumenta con el calentamiento: aun en las zonas en las que las precipitaciones no disminuyan, el aumento de la evaporación secará los suelos.
El efecto del dióxido de carbono puede cambiar también las tendencias de la circulación atmosférica, lo que puede exacerbar los episodios extremosos de calor, sequía o precipitaciones en algunas regiones y reducirlos en otras. El problema estriba en que una reducción de los episodios extremosos a los que estamos ya bien adaptados aporta sólo benéficos modestos, mientras que los nuevos episodios extremosos a los que no estamos adaptados pueden ser devastadores, como han demostrado los recientes episodios del Pakistán.
Los episodios de este verano muestran lo vulnerables que son nuestras sociedades ante los episodios climáticos extremosos, pero lo que ahora vemos está ocurriendo después de un aumento de la temperatura mundial de sólo 0,8º Celsius. Con la adopción de medidas rápidas y decisivas, aún podemos limitar el calentamiento planetario a un total de 2º Celsius o un poquito menos. Incluso ese grado de calentamiento requeriría un esfuerzo en gran escala para adaptarnos a los episodios climáticos extremosos y al aumento de los niveles del mar, por lo que debe iniciarse ahora.
Con medidas poco decididas, como las prometidas por los gobiernos en Copenhague el pasado mes de diciembre, iremos camino de padecer un calentamiento planetario de entre 3 y 4º Celsius, lo que superará por fuerza la capacidad de muchas sociedades y ecosistemas para adaptarse. Y, si no se adopta medida alguna, el planeta podría calentarse incluso entre 5 y 7 º Celsius al final de este siglo... y más después. Seguir por esa senda a sabiendas sería cosa de dementes.
Hemos de afrontar la realidad: probablemente nuestras emisiones de gases que provocan el efecto de invernadero sean responsables al menos en parte de este verano extremoso. Aferrarse a la esperanza de que todo sea casualidad y de lo más natural parece una ingenuidad. Esperemos que este verano extremoso sea una llamada de atención de última hora para las autoridades, el mundo empresarial y los ciudadanos por igual.