PARÍS – Justo cuando la invasión rusa de Ucrania puso de manifiesto la peligrosa dependencia europea respecto de los combustibles fósiles, una serie de fenómenos climáticos cada vez más frecuentes e intensos destaca el grado de muerte y destrucción que dicha dependencia genera. Es comprensible que exista una intensa presión política y de la opinión pública para que se reduzca la emisión de gases de efecto invernadero, se abandonen las fuentes de energía primarias inseguras y se desarrollen alternativas fiables, seguras y económicas. Pero antes de tomar decisiones apresuradas, debemos analizar cuáles son las opciones más realistas y cómo se implementarán y usarán en el mundo real.
Tomemos por ejemplo la energía nuclear. En momentos en que muchos países y empresas están reconsiderando (y en algunos casos no por primera vez) esta alternativa, la edición 2022 del World Nuclear Industry Status Report (WNISR) puede resultar útil para hacerse una idea de la situación actual del sector nuclear.
Aunque los últimos doce meses serán recordados como un punto de inflexión para el sector energético en general, la causa no habrá sido la industria nuclear. La proporción que representa la energía nuclear dentro de la generación comercial bruta de electricidad en todo el mundo se redujo en 2021 a 9,8%; es la primera vez que cae por debajo del 10% en cuatro décadas, y es poco más de la mitad del máximo de 17,5% registrado en 1996. En tanto, en 2021 la generación eólica y solar superó por primera vez a la nuclear, con un 10,2% de la generación bruta.
Esta divergencia de trayectorias aparece claramente en todos los indicadores referidos a inversión, instalación y producción. Según el Organismo Internacional de Energía Atómica, los reactores en operación llegaron a un máximo en 2018, tanto en cuanto a la cantidad (449) como en cuanto a la capacidad total (396,5 gigavatios). En tanto, el OIEA informa que a fines de 2021 había en todo el mundo 437 reactores «en operación», entre ellos 23 que han estado sin producir energía por al menos nueve años (y es probable que nunca vuelvan a hacerlo).
En 2018, cuando se llegó al máximo de potencia nuclear instalada (que no alcanzaba los 400 gigavatios), la capacidad solar y eólica superaba los mil gigavatios, y llegó a 1660 GW a fines de 2021. Es decir que en sólo tres años, la generación solar y eólica sumó una capacidad igual a dos terceras partes del total de la capacidad nuclear en su mejor momento. Es verdad que la producción de electricidad por unidad de capacidad instalada suele ser mayor con energía nuclear que con eólica y solar, pero aún así, la divergencia entre las cifras es sorprendente.
En 2021, la inversión total en fuentes renovables no hídricas alcanzó un récord de 366 000 millones de dólares, sumando al hacerlo la cifra inédita de 257 GW (netos) a las redes de electricidad, mientras que la capacidad nuclear operativa disminuyó 0,4 GW. Ese año sólo se conectaron a la red seis reactores nuevos, la mitad de ellos en China. Después, en el primer semestre de 2022, se agregaron cinco reactores nuevos, dos de ellos en China. Pero aunque China tiene la mayor cantidad de reactores en construcción (veintiuno a mediados de 2022), no construye ninguno en el extranjero.
Hasta hace poco, ese lugar lo ocupaba Rusia, líder del mercado internacional con veinte unidades en construcción, incluidas diecisiete en otros siete países a mediados de 2022. Pero las sanciones y la posibilidad de que se produzcan otros cambios geopolíticos han sembrado dudas sobre muchos de esos proyectos; un consorcio finés ya canceló la construcción de una instalación basada en un diseño ruso.
Hoy sólo hay 33 países que operan centrales de energía nuclear, y sólo tres (Bangladesh, Egipto y Turquía) construyen reactores por primera vez (todos en sociedad con la industria nuclear rusa). Veintiséis de los 53 proyectos de construcción en todo el mundo están demorados; de ellos, al menos catorce informan demoras que se han prolongado y dos informan que tuvieron demoras por primera vez durante el año pasado.
El nuevo WNISR también evalúa por primera vez los riesgos de la energía nuclear y la guerra. En todo el mundo hay preocupación por la central nuclear ucraniana de Zaporiyia, ocupada por fuerzas rusas desde el 4 de marzo de 2022. Por los reiterados bombardeos en el área y sus alrededores, la central ha sufrido frecuentes cortes de energía externa, lo que llevó al OIEA a advertir que la situación es «insostenible». Para operar una instalación nuclear se necesita personal motivado, descansado y capacitado; pero el personal ucraniano de Zaporiyia está sometido a tensión extrema.
El mayor desafío ahora mismo es mantener refrigerados el núcleo del reactor y la piscina de combustible gastado (lo cual es necesario incluso después de apagar el reactor). Si el calor derivado de la desintegración residual no se evacúa, hay riesgo de que se produzca una fusión del núcleo (en cuestión de horas) o de que se incendie el combustible gastado (en cuestión de días o semanas), con posible liberación de radioactividad a gran escala.
Los líderes mundiales reunidos en la COP27 para discutir la agenda mundial de descarbonización deben centrar la atención en tecnologías que puedan desplegarse en forma universal y en poco tiempo en reemplazo de los combustibles fósiles. Como han mostrado sucesivas ediciones del WNISR, la construcción de centrales nucleares es demasiado lenta y costosa para competir con las fuentes renovables y con la adopción de medidas de eficiencia energética.
Traducción: Esteban Flamini
PARÍS – Justo cuando la invasión rusa de Ucrania puso de manifiesto la peligrosa dependencia europea respecto de los combustibles fósiles, una serie de fenómenos climáticos cada vez más frecuentes e intensos destaca el grado de muerte y destrucción que dicha dependencia genera. Es comprensible que exista una intensa presión política y de la opinión pública para que se reduzca la emisión de gases de efecto invernadero, se abandonen las fuentes de energía primarias inseguras y se desarrollen alternativas fiables, seguras y económicas. Pero antes de tomar decisiones apresuradas, debemos analizar cuáles son las opciones más realistas y cómo se implementarán y usarán en el mundo real.
Tomemos por ejemplo la energía nuclear. En momentos en que muchos países y empresas están reconsiderando (y en algunos casos no por primera vez) esta alternativa, la edición 2022 del World Nuclear Industry Status Report (WNISR) puede resultar útil para hacerse una idea de la situación actual del sector nuclear.
Aunque los últimos doce meses serán recordados como un punto de inflexión para el sector energético en general, la causa no habrá sido la industria nuclear. La proporción que representa la energía nuclear dentro de la generación comercial bruta de electricidad en todo el mundo se redujo en 2021 a 9,8%; es la primera vez que cae por debajo del 10% en cuatro décadas, y es poco más de la mitad del máximo de 17,5% registrado en 1996. En tanto, en 2021 la generación eólica y solar superó por primera vez a la nuclear, con un 10,2% de la generación bruta.
Esta divergencia de trayectorias aparece claramente en todos los indicadores referidos a inversión, instalación y producción. Según el Organismo Internacional de Energía Atómica, los reactores en operación llegaron a un máximo en 2018, tanto en cuanto a la cantidad (449) como en cuanto a la capacidad total (396,5 gigavatios). En tanto, el OIEA informa que a fines de 2021 había en todo el mundo 437 reactores «en operación», entre ellos 23 que han estado sin producir energía por al menos nueve años (y es probable que nunca vuelvan a hacerlo).
En 2018, cuando se llegó al máximo de potencia nuclear instalada (que no alcanzaba los 400 gigavatios), la capacidad solar y eólica superaba los mil gigavatios, y llegó a 1660 GW a fines de 2021. Es decir que en sólo tres años, la generación solar y eólica sumó una capacidad igual a dos terceras partes del total de la capacidad nuclear en su mejor momento. Es verdad que la producción de electricidad por unidad de capacidad instalada suele ser mayor con energía nuclear que con eólica y solar, pero aún así, la divergencia entre las cifras es sorprendente.
En 2021, la inversión total en fuentes renovables no hídricas alcanzó un récord de 366 000 millones de dólares, sumando al hacerlo la cifra inédita de 257 GW (netos) a las redes de electricidad, mientras que la capacidad nuclear operativa disminuyó 0,4 GW. Ese año sólo se conectaron a la red seis reactores nuevos, la mitad de ellos en China. Después, en el primer semestre de 2022, se agregaron cinco reactores nuevos, dos de ellos en China. Pero aunque China tiene la mayor cantidad de reactores en construcción (veintiuno a mediados de 2022), no construye ninguno en el extranjero.
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Hasta hace poco, ese lugar lo ocupaba Rusia, líder del mercado internacional con veinte unidades en construcción, incluidas diecisiete en otros siete países a mediados de 2022. Pero las sanciones y la posibilidad de que se produzcan otros cambios geopolíticos han sembrado dudas sobre muchos de esos proyectos; un consorcio finés ya canceló la construcción de una instalación basada en un diseño ruso.
Hoy sólo hay 33 países que operan centrales de energía nuclear, y sólo tres (Bangladesh, Egipto y Turquía) construyen reactores por primera vez (todos en sociedad con la industria nuclear rusa). Veintiséis de los 53 proyectos de construcción en todo el mundo están demorados; de ellos, al menos catorce informan demoras que se han prolongado y dos informan que tuvieron demoras por primera vez durante el año pasado.
El nuevo WNISR también evalúa por primera vez los riesgos de la energía nuclear y la guerra. En todo el mundo hay preocupación por la central nuclear ucraniana de Zaporiyia, ocupada por fuerzas rusas desde el 4 de marzo de 2022. Por los reiterados bombardeos en el área y sus alrededores, la central ha sufrido frecuentes cortes de energía externa, lo que llevó al OIEA a advertir que la situación es «insostenible». Para operar una instalación nuclear se necesita personal motivado, descansado y capacitado; pero el personal ucraniano de Zaporiyia está sometido a tensión extrema.
El mayor desafío ahora mismo es mantener refrigerados el núcleo del reactor y la piscina de combustible gastado (lo cual es necesario incluso después de apagar el reactor). Si el calor derivado de la desintegración residual no se evacúa, hay riesgo de que se produzca una fusión del núcleo (en cuestión de horas) o de que se incendie el combustible gastado (en cuestión de días o semanas), con posible liberación de radioactividad a gran escala.
Los líderes mundiales reunidos en la COP27 para discutir la agenda mundial de descarbonización deben centrar la atención en tecnologías que puedan desplegarse en forma universal y en poco tiempo en reemplazo de los combustibles fósiles. Como han mostrado sucesivas ediciones del WNISR, la construcción de centrales nucleares es demasiado lenta y costosa para competir con las fuentes renovables y con la adopción de medidas de eficiencia energética.
Traducción: Esteban Flamini